III
No sé ni en qué fecha fue, porque hacía tiempo que me había trasladado de ciudad por motivos laborales, pero sí que recuerdo el tono vacilante y apesadumbrado de la voz que se dirigía a mí a través del teléfono:
—Ha desaparecido. Pensábamos que a lo mejor tú sabías algo de él. Eras su único amigo.
La madre de Carlos me informaba que éste hacía dos semanas que no regresaba a casa. Me contó también que los últimos días había estado muy callado, y que de vez en cuando rompía en sonoras carcajadas, que hacían temer a ella misma y al vecindario que se había vuelto loco de atar.
—Sólo hablaba de Eduardo. Muy de vez en cuando te mencionaba. Lo último que me dijo fue: «Lo sabía». ¿Entiendes algo? ¿Puedes ayudarnos a encontrarlo?
—Lo intentaré. Haré lo que esté en mi mano.
Regresé a mi ciudad y traté de averiguar lo que Carlos había estado haciendo desde mi mudanza. Poco pude saber, salvo que se pasaba horas encerrado en su cuarto, analizando las pertenencias de Eduardo. Los padres de Carlos me dejaron que campara a mis anchas por su casa, porque la policía había desistido, sólo dos semanas después de haber iniciado la investigación.
—Nos han dicho que cualquier día nos llamará, que tarde o temprano sabremos algo de él.
Fue entonces cuando recordé la instantánea de la graduación. Con más temor que decisión la busqué en un baúl en el que mis padres habían guardado todas mis cosas de estudiante. Casi no pude ni mover un solo músculo durante horas cuando, horrorizado, descubrí que, tal y como me temía, la figura de Carlos había desaparecido, dejando en su lugar una leve mancha borrosa, gemela a otra situada a su izquierda. Y tuve la absoluta certeza de que Carlos estaba vivo, incluso sentí que me observaba.
Sin solución de continuidad corrí hasta la casa de sus padres, y estuve moviendo papeles guiado por una incontrolable intuición, hasta que la encontré. Al igual que en la mía, en la copia de la foto que Carlos tenía él había desaparecido, dejando sólo aquella sombra transparente. Fue en ese instante cuando mis manos, ajenas a mi voluntad, giraron el papel. Petrificado, allí pude leer:
«Si quieres conocer la verdad, búscame».
Supe que aquel mensaje estaba dirigido a mí. Y desde entonces ya ha pasado un año, y sigo buscando. Hay días en los que quiero tirar la toalla, en los que siento que no he avanzado nada. Pero no, tengo que continuar, porque sé que ellos están vivos en alguna parte, y sé también que yo cada vez estoy más cerca.