XXIX
Elena dormía cerca de él, tranquila y casi sin moverse. Ya llevaba en su casa casi una semana y nada había acontecido. Él casi esperaba con nerviosismo y esperanza el día en que el maldito radio-despertador comenzase a emitir aquel sonido horrible, y luego buscara solo en el dial, y después sonara la voz angustiada de su hija pidiendo auxilio.
“No sucede nada”.
Si así era, si nada sucedía en los próximos días, sería para él la confirmación definitiva e irrefutable de que al final la razón se imponía, y todo era debido a una mala jugada de su desesperaba mente. Si así era, no cabría lugar a la duda: sería un demente atenazado por la muerte de su mujer y su pequeña hija.