CAPÍTULO 45

UN comportamiento poco civilizado.

El Dr. Ortolon no sabía qué era más difícil: si el parto o el esposo. Por supuesto, eso era algo común en algunas ocasiones. Como el obstetra más reconocido de Londres, se había dado cuenta de que los hombres podían ser igual de molestos que sus esposas. Pero este esposo superaba a todo el género, incluyendo a los duques reales, quienes combinan testarudez y sentimientos.

El señor Darby había parecido ser un hombre lógico durante el embarazo. Aparentaba ser muy racional en las consultas a las que asistía, demostrando un mesurado nivel de preocupación por su esposa.

Pero en las últimas semanas el hombre se había desequilibrado. De hecho, había cambiado su parecer en cuanto al embarazo.

—Es un poco tarde para eso —dijo el doctor Ortolon con una irónica sonrisa. Pero era el único que se reía. El señor Darby caminaba por el pasillo de la entrada como un animal salvaje, y cuando Ortolon se dirigió al piso de arriba, el hombre caminó enfurecido a su lado declamando amenazas y comentarios poco educados hasta entrar en la sala de partos.

Lady Henrietta estaba bastante disgustada en ese momento, aunque lograba controlarse bastante bien. Mr. Darby corrió al cabezal de la cama y comenzó a hablarle a su esposa.

Cuando el doctor Ortolon sugirió que Mr. Darby saliera de la habitación para realizarle un examen a su esposa, el hombre le devolvió la mirada más salvaje que había visto en el rostro de un caballero.

—Ni se le ocurra —le gruñó.

A Ortolon le pareció gracioso ver la dentadura del señor Darby y cedió. Parecía que tenerlo en la habitación distraía a la paciente y eso era bueno.

El parto progresaba de manera natural mientras lady Henrietta reprendía a su esposo por su comportamiento e indecencia por permanecer en la habitación.

Mientras el parto avanzaba a una etapa más crítica, la paciente se entretenía gritándole a su esposo. Normalmente, las futuras madres tenían la tendencia a hacer esto con el doctor de turno, y Ortolon siempre pensó que esto lo alteraba más de lo normal. «Sí», pensó para sí mismo, «los esposos resultan bastante útiles durante el parto», si uno puede desprenderse de lo impropio de la situación.

Al final resultó ser un parto normal. Casi decepcionante. Como un artista en su profesión, Ortolon prefería la violenta carrera en contra de la muerte que ofrecía un parto complicado.

—Bastante común —le dijo a su paciente.

Ella levantó la mirada. Era una escena muy frecuente. Su cabello estaba oscuro por el sudor y lo tenía aplastado contra la frente. Estaba pálida y exhausta, con unas marcas negras bajo los ojos. Pero esos ojos le brillaban mientras miraba a la pequeña criatura que tenía en los brazos, un horrible y magullado pequeño pedazo de humanidad que ya lloraba con entusiasmo.

—¿Cómo llamarán al niño? —preguntó Ortolon, mientras se lavaba las manos y se alistaba para salir.

—¿Cómo lo llamaremos? —dijo lady Henrietta, mientras tocaba con cariño las pequeñas orejas del bebé.

—John —respondió el padre del niño. —Su nombre es John, como el poeta John Donne.

¡Qué idea tan pagana! Nombrar a un niño como un poeta. El doctor Ortolon estaba aterrado al ver que los ojos del señor Darby brillaban por las lágrimas. Cerró la maleta negra y salió de allí lo más rápido posible.