CAPÍTULO 07
LADY RAWLINGS ofrece una velada en casa.
La primera persona a la que Esme vio al entrar en el salón esa noche fue a su sobrino, Darby, entretenido por una de las damas locales, Selina Davenport. La señora Davenport le estaba haciendo la corte ante los grandes ventanales al final del salón, dejando caer la cabeza hacia atrás de tal manera que los senos prácticamente se le salieron del vestido, intentando agradar a Darby.
—Oh, Dios mío —gimió.
—La señora Davenport acaba de ir directamente al grano con Darby —murmuró Helena con una sonrisita. —Supongo que está decidida a tenderle una trampa al elegante caballero que tan oportunamente ha caído entre nosotros.
Para irritación de Esme, Darby parecía absorto. Pero era imposible que encontrara la conversación de Selina tan fascinante, pues ella sólo hablaba de dos temas: ella misma y su destreza en diferentes tipos de actividades. Algunas de las cuales incluso sucedían fuera de un dormitorio.
—¡Darby! —dijo Esme, acercándosele por la espalda.
Él se dio la vuelta al oír su voz y le besó la mano.
—Mi querida tía —murmuró.
Su voz era fría. «Helena tiene razón», pensó Esme. «Vino a ver si yo estaba gestando un bastardo».
Selina hizo una reverencia que dejó expuestos sus senos a todos los invitados, sin importarle que la misma Esme fuera propensa a lucir su pecho. Aunque eso era antes de que se embarcara en la carrera de elefante de circo, por supuesto.
—¡Madre mía! —Dijo Selina con una sonrisa arqueada. —Espero que no le moleste que le diga, querida lady Rawlings, que cada vez está más..., más hermosa.
Esme le dedicó una sonrisa a modo de daga que había ido afilando durante los ocho años que tuvo que nadar en las peligrosas aguas de la sociedad londinense.
—Es muy amable por su parte —dijo, calmadamente—, dado que indudablemente ha debido de conocer a muchas mujeres hermosas en los años anteriores a que yo debutara.
La sonrisa de Selina desapareció de repente.
Esme se dio la vuelta hacia su sobrino.
—Darby, ¿damos una vuelta por la habitación? Espero que te puedas quedar bastante tiempo junto a mí y ésta es la ocasión perfecta para presentarte a algunas de mis amistades.
Caminaron hacia el otro lado de la habitación.
—Lady Rawlings, espero que no les estemos importunando —dijo Darby. —Esperaba que las niñas mejoraran un poco con el aire del campo, pero no contábamos con tanta hospitalidad.
—Oh, por favor, llámame Esme —dijo ella. —Estamos lejos de las formalidades de Londres y, después de todo, somos familia.
El se quedó un poco desconcertado ante esa afirmación.
—Claro que sí —murmuró. —Y tú debes llamarme Simón.
—¿Cómo está la pequeña Josie? Miles me había dicho que tuvo bastantes dificultades para aceptar la muerte de su madre, pobre pequeña.
—¿Le dijo eso? —Darby parecía bastante sorprendido.
—Bueno, sí—dijo Esme. —Se le veía bastante afligido al pensar en las dificultades a las que te enfrentarías al convertirte inesperadamente en padre. Yo sólo espero hacerlo tan bien como tú, dado que yo deberé criar a este pequeño sin Miles.
Darby miró la mano delicada de lady Rawlings, que descansaba sobre el gran montículo del vientre.
Estaba embarazada, era cierto. Nunca había visto a nadie tan embarazada en toda su vida. La elegante líder de la sociedad de moda estaba tan hinchada como alguien que fuera a dar a luz en un par de días. Debía de tratarse de un hijo ilegítimo. Seguro que Miles no había dormido con su esposa antes de ir a esa maldita fiesta en julio.
Algo en su cara debió de haberlo delatado porque Esme lo guió hacia el vestíbulo y de ahí a la biblioteca.
—¿Por qué estás aquí, Simón? —dijo Esme, sentándose en un sofá de terciopelo. Él la miró por un segundo, desconcertado por el cambio de apariencia de su tía. La recordaba como una diosa sensual, con curvas seductoras y rizos negros exquisitos. Ahora la veía hinchada, cansada y en absoluto atractiva.
Antes de que él pudiera responder, ella dijo de repente:
—El hijo es de Miles.
Darby hizo una reverencia.
—Eso jamás lo dudé.
—Sí, claro que lo hiciste. —Sus ojos brillaron y por un segundo Darby sintió la atracción de esa gloriosa mujer a la que todo Londres había llamado Afrodita el día de su debut. —No puedo culparte por ello. Pero el bebé es de Miles. Él quería tener un heredero, y tú lo sabes.
—Sí, lo sé.
—Por eso acordamos un encuentro, un acercamiento —dijo ella, repitiendo inconscientemente las palabras que había usado él con Gerard Bunge. —Y no tenía ni idea, ¡ni la menor idea!, de que su corazón fuera tan frágil.
Ella lo miró de repente, con los ojos cubiertos de lágrimas.
—Tienes que creerme. Yo nunca habría accedido a..., a gestar un heredero si hubiera sabido que eso iba a perjudicar su salud.
Darby parpadeó. Tal vez se estuviera equivocando y el bebé fuera legítimo.
Su tía seguía hablando.
—Aunque el bebé fuera un varón, no te desheredaré. Nos las arreglaremos como podamos. A Miles no le habría gustado.
De repente, Darby descubrió a través del aura de sensualidad que su tía siempre había llevado una armadura alrededor. Vio sus ojos ansiosos, escuchó sus palabras, y se dio cuenta de que no sabía nada acerca del matrimonio de sus tíos. La aterradora verdad era que su hijo podía ser el hijo legítimo de Miles.
Se sentó y dijo, rotundamente:
—Le debo una disculpa, lady Rawlings. Acepto con vergüenza que vine porque dudé de que Miles pudiera ser el verdadero padre. Me disculpo profundamente por haber dudado de usted.
—Por favor, llámame Esme —dijo ella, poniéndole una mano sobre la de él. —Entiendo perfectamente tus sospechas. Yo misma habría dudado. El hecho es que fue un arreglo repentino entre Miles y yo. Y no entiendo por qué él no me dijo nada sobre su corazón. Sé que estábamos alejados, pero arriesgar su vida de esa manera...
—Estaba desesperado por tener un hijo —dijo Darby. —No le parecía excesivo ningún precio que tuviera que pagar si había una manera de asegurarse un heredero.
Esme le apretó la mano. Tenía los ojos dolorosamente serios y todavía cubiertos de lágrimas, advirtió Darby alarmándose.
—¿Realmente crees eso? No puedo dejar de pensar que si él simplemente me hubiera informado sobre su condición física, estaría aquí en este momento —dijo ella mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas.
Darby le acarició el hombro.
—Está bien —le dijo.
—No, no está bien —respondió ella con una voz extraña. —¡No está bien! Estoy completamente segura de que él forzó su corazón esa noche y que por eso le falló cuando..., cuando...
—Fue una desgracia que el marqués de Bonnington se equivocara de habitación y entrara en vuestra habitación. Al parecer el shock fue la causa del ataque al corazón. Pero el mismo Miles me había dicho que el doctor le había dado un ultimátum.
—¡Ya lo sé! —aulló ella. —Fui al médico después de la muerte de Miles y él me dijo que Miles tenía vetado mantener..., mantener... ¡pero Miles no me había dicho nada! —se derrumbó en el hombro de Darby.
Qué extraño le resultaba a él notar el enorme balón que ella tenía por barriga presionándole a un lado...
—No habría hecho diferencia alguna que te lo hubiera dicho. El doctor le había informado de que sólo viviría hasta finales del verano.
—También me lo contó el médico. Simplemente, no puedo creer que Miles no me lo hubiera dicho.
—Miles nunca habría hecho algo así —dijo Darby. —No le gustaba poner a la gente triste. No te lo dijo porque no quería que te sintieras infeliz.
Eso provocó un nuevo ataque de lágrimas. Su voz ahora se desmoronaba, y él sólo podía percibir pequeñas nociones de lo que decía, sobre lo bueno que era Miles con ella, de verdad, y que ella jamás, jamás, habría... —algo—y...
Él la consoló en silencio. Habría podido afirmar inequívocamente que su tía y su tío no eran un matrimonio de verdad, que difícilmente se hablaban e incluso a duras penas toleraban su compañía. Pero estaba claro que se había equivocado.
Esme lloraba a Miles, así no hubieran vivido juntos como normalmente está establecido. Así hubiera coqueteado ella con cada hombre atractivo de Londres. Incluso a pesar de que el amorío de Miles con lady Childe fuera de conocimiento público.
Después de un tiempo de estar golpeándole suavemente el hombro a su tía, la mente de Darby comenzó a divagar y a pensar en la mujer que había rescatado a Josie y a Anabel, lady Henrietta Maclellan. Estaba seguro de que jamás la había visto en Londres. Tal vez su padre hubiera decidido que tenía una lengua demasiado larga como para casarse. Era evidente que ella lo había juzgado de un plumazo como alguien que se encontraba por debajo de su nivel. Darby nunca había visto, en toda su vida, tantas expresiones de desdén en una mujer.
Pero tampoco había visto jamás una sonrisa tan hermosa. En el momento de despedirse, con una mera sonrisa, ella se volvió exquisita, de tal manera que hizo que el corazón se le detuviera: como un pájaro en pleno vuelo, delicado y elegante.
A su lado, Esme se enderezó y se secó la última de sus lágrimas con un pañuelo.
—Lo si-si-siento —le dijo, con un poco de hipo. —Me temo que estoy terriblemente emocional en estos días y extraño mucho a Miles y es muy, muy...
—Sé a lo que te refieres —dijo Darby, rápidamente, viéndole los ojos azules llenos de lágrimas otra vez. —¿Quieres que llame a tu criada? Me temo que los invitados van a comenzar a preguntarse dónde estás.
Esme parpadeó.
—Oh, cielos. Supongo que tendré que usar más polvo de arroz. Paso gran parte de mí tiempo tratando de cubrir las evidencias de mi espíritu trastornado. No puedes hacerte idea.
Por un momento se miraron, un caballero impecablemente arreglado con el hombro empapado y una mujer gentil, bastante embarazada y con los ojos rojos; ambos rompieron en carcajadas.
—Cuando tu esposa esté embarazada, Simón, te darás cuenta de cuánto se llora en esta condición.
—Espero ansioso ese momento —dijo seriamente, besándole las puntas de los dedos.