CAPÍTULO 41
OTRA carta de amor.
Presumiblemente era una nota de despedida. De despedida y mencionando que la amaba. Ése era el problema con una carta sin abrir: puede decirlo todo o nada.
Esme la giró una y otra vez y se tomó su tiempo para abrir el sobre. Henrietta había hecho un duelo de recibir sólo una carta de amor en su vida, esa que ella misma se había escrito. Esme había recibido muchas, tal vez incluso un centenar, pero ésta era la única que importaba. Le había dicho que se fuera, sí. Pero atesoraría esa carta hasta que muriera.
Pero ni siquiera los deseos pueden desacelerar el proceso de abrir un sobre. La carta estaba escrita en un papel grueso, del tipo que usaría un jardinero si era tan afortunado de saber escribir. La caligrafía era la de un marqués, segura y atrevida. Esme, decía en el encabezado. Los ojos se le fijaron ahí. ¿Nada de Querida Esme?
Esme,
Antes de que me volviera jardinero, había encontrado difícil..., no, mejor dicho, imposible negarle una petición a una dama. Una de las razones por la que nunca tuve una amante fue porque desdeñaba a mis amigos: si se sometían a peticiones extravagantes, eran unos tontos. Si no lo hacían, no eran caballerosos. Ahora que ya no soy conocido como marqués, encuentro este problema mucho más fácil de negociar.
Rechazo tu petición, mi señora. No voy a dejar este empleo voluntariamente. Soy consciente de que tu reputación peligra por mi presencia en tu propiedad. Mi única excusa es que yo mismo no tengo una reputación, y por lo tanto soy consciente de su valor efímero. La reputación no vale nada.
No puedo dejarte, Esme. Tal vez si no tuvieras ese niño...., pero lo tienes. Y no soy estúpido, Esme. Recuerdo cada detalle de la noche que pasamos juntos en la casa de lady Troubridge. Tú me dijiste que no te habías reconciliado con tu marido, y yo saqué partido de ese hecho.
El niño que llevas podría ser mío.
Si mandas a un mayordomo para que me despida, construiré una cabaña a tus puertas, como amenaza Viola en Noche de epifanía. Eso causaría un escándalo, sin duda. Tal vez, después del escándalo me permitirás llevarte conmigo y al bebé. Encontraremos la isla de Circe, y viviremos de pomelos y plátanos.
Tu Sebastian
Esme tomó aire. Si uno iba a recibir sólo una carta de amor en toda la vida, seguramente ésta era la carta que debía recibir. Una sonrisita retoñó en su corazón. Él se negaba a irse.
Sebastian se negaba a dejarla.
Ella no podía forzarlo a regresar a Italia. «Soy una mujer débil», pensó. Después leyó la carta de amor, su primera carta de amor, de nuevo.