CAPÍTULO 15

ATRAPADOS en el acto.

Una de las cosas que se aprenden en el mundo civilizado es que las propuestas de matrimonio no deben tener lugar junto a un carruaje mientras pasan varios coches a su lado. La segunda cosa que un hombre aprende es que a los familiares de las mujeres no les gusta encontrar a sus hijas en una situación semejante.

Darby no había terminado de darse cuenta de que estaba besando a su futura esposa cuando sintió una punzada en el hombro y se dio la vuelta para encontrarse con los llameantes ojos de su futura suegra.

—Lady Holkham, qué placer verla —dijo él, separándose de Henrietta a regañadientes.

—Mr. Darby—dijo ella, instantáneamente. —¡Henrietta!

Darby se dio cuenta, con gran satisfacción personal, de que Henrietta tenía la mirada un poco aturdida, a pesar de su ego.

—Dios mío —dijo ella, débilmente. —No sabía que ibas a venir al pueblo, Millicent.

—Ya me doy cuenta de ello —respondió su madrastra en tono severo. —Ya iba de regreso a casa.

—Te acompañaría, pero tengo una cita con la señorita Pettigrew en la escuela.

Henrietta no miró a Darby. Él mismo advertía un extraño sentimiento de dicha. Dicha alarmante. Nunca había sentido nada así en toda su vida. Todo lo que sabía era que la mujer que tenía delante, con el cabello rubio recogido y un poco despeinado a causa de sus caricias y las mejillas sonrojadas con el color de las rosas silvestres a causa de sus besos, que ese hermoso pedazo de naturaleza iba a ser suya.

Iba a ser suya, aunque ella no conociera o no le importara todo el poder que él tenía entre la gente de la alta sociedad. Ella no sabía nada de sus riquezas y, de hecho, pensaba que era un mendigo. ¿Qué mejor esposa que ésa? Se casaría con él por los besos y no por otra cosa.

Él la miró, convencido de que ella se daba cuenta de todo lo que él estaba pensando. No había más que ver cómo se sonrojaba cada vez más y lo adorablemente confundida que parecía.

—Mr. Darby —dijo lady Holkham casi dando una orden—, me gustaría pedirle que me acompañe hasta mi casa.

—Por supuesto —dijo él, mirando a Henrietta fijamente. —Nos veremos dentro de... ¿media hora?

Las comisuras de los labios de Henrietta se elevaron levemente.

—Generalmente hablo con la señorita Pettigrew durante una hora, señor. Sería muy amable por su parte que me escoltara después hasta mi casa.

—Sin mencionar que sería un acto muy valiente —dijo él, mirando al carruaje. Su sonrisa hizo que él sintiera que un calor le recorría el estómago.

—Sí, también valiente —dijo ella y se dio la vuelta.

—¡Mr. Darby!

Él se dio la vuelta para encontrarse con los ojos de lady Holkham mirándolo con el afecto que siente un cazador de ratas frente a su presa.

—Lady Holkham —dijo él. —Iba a solicitar una reunión formal con usted tan pronto hubiera dejado a Henrietta en la escuela.

Lady Holkham apretó los labios en el momento en el que Darby llamó a su hija por el nombre de pila.

—Me gustaría hablar con usted, Mr. Darby. Veámonos en la casa Holkham dentro de veinte minutos, si es tan amable.

Y se fue por la calle Mayor sin decir una palabra más.

El se quedó mirándola, desconcertado. ¿Será que lady Holkham estaba feliz al ver que había aparecido un pretendiente para Henrietta a quien no le importaba que ella no pudiera tener hijos? Luego cayó en la cuenta de que ella podía no saber que él estaba enterado de su enfermedad.

Aunque, por supuesto, una vez que ella supiera que a él no le interesaba tener hijos, iba a darle la bienvenida.

Una sonrisa irónica le curvó los labios. Le había dicho a Rees que encontraría una esposa en los campos de Wiltshire y eso era precisamente lo que había hecho. Caminó hacia la posada Golden Hind y obtuvo una hoja de papel de Mr. Gyfford. Luego, le escribió una corta nota a Rees:

Encontré una esposa. Me casaré con ella, enseguida. Me imaginé que te gustaría ser el primero en saberlo.

La miró por un momento y le añadió una posdata: «Es una heredera». La dirigió a Rees Holland, conde de Godwin, y se la entregó a Gyfford para que la enviara por correo cuando el carruaje llegara.

Luego partió, silbando, a la casa Holkham. Todo lo que debía hacer era aclarar el asunto con la madrastra de Henrietta para luego regresar a la escuela y encontrarse con su futura esposa. Le propondría matrimonio y prolongaría el momento para poder robarle uno o dos besos.

Hablar con la directora de la escuela del pueblo —tarea que Henrietta normalmente encontraba placentera—, le estaba presentando bastante dificultad. Por ejemplo, no podía parar de sonreír en los momentos menos apropiados.

La señorita Pettigrew dijo algo sobre la pequeña Rachel Pander y Henrietta le respondió con una sonrisa, dándose cuenta de que la maestra estaba perpleja. Pero, por más que lo intentara, Henrietta no podía seguir el hilo de la conversación. Una vez que quedó claro que el cabello de Rachel era el habitáculo de diferentes especies de extrañas criaturas, no había razón alguna para que Henrietta sonriera abiertamente.

—Lo siento mucho, señorita Pettigrew —dijo finalmente. —No me encuentro muy bien hoy.

La señorita Pettigrew tenía los ojos de un gris tan claro que reprimirían al más pendenciero de los estudiantes.

—No se preocupe, lady Henrietta —anunció la señorita Pettigrew.

Henrietta tembló y agradeció en silencio no ser una niña que tuviera que asistir a la escuela.

Pero aún no lograba prestar atención. Darby la había besado exactamente como sus amigas habían descrito que alguien besaba a quien le iban a proponer matrimonio. De hecho, no conocía a nadie que hubiera sido besada de esa manera y que luego no hubiera recibido una propuesta de matrimonio inmediatamente.

Es más, cuando Molly Maplethorpe había dicho que cuando la besaban sentía que se derretía como un pudín no estaba exagerando. De hecho, Molly había menospreciado tal experiencia. Sólo de pensar en los besos de Darby, Henrietta podía sentir que las rodillas comenzaban a tambaleársele como un pudín.

La señorita Pettigrew la miró con curiosidad, pero continuó con el plan de lecciones de la semana siguiente. Henrietta no contribuyó con una sola palabra en esa conversación. No podía obligarse a estar interesada en si los alumnos estaban o no aprendiendo los números. Lo único en lo que podía pensar era que Darby estaría esperándola a la salida de la escuela dentro de una hora más o menos y que luego le propondría matrimonio.

Él quería hacerlo. Estaba más segura de ello de lo que lo había estado de nada en toda su vida. Ella apostaría esa vida a que él no se podría aguantar y se lo propondría allí mismo, en el carruaje, salvo que Millicent apareciera de nuevo por la calle.

Tal vez él esperara hasta la noche. O tal vez ella debiera conducir el carruaje hacia un lugar romántico. Pero ¿cómo podía ella sugerir tal cosa? ¿Y adonde diablos podrían ir para que fuera un lugar romántico, con el frío que empezaba a hacer?

Henrietta no dejó de mirar por la ventana de la clase. A menos que ella estuviera equivocada, una tormenta de nieve estaba a punto de tener lugar dentro de una hora. Finalmente, usó la tormenta como una excusa para escapar de la señorita Pettigrew.

Es curioso, a ella siempre le había agradado la señora Pettigrew. La había honrado por el compromiso que tenía con los niños. Pero hoy, la señorita Pettigrew parecía una solterona solitaria y no solicitada: vestida de gris, con cuello alto y el cabello trenzado; con su manera cortante de hablar y carente de humor. Nunca había sido besada. No entendía la manera en la que funcionaba el mundo: tan gris, cuando Henrietta recordaba los días previos a que Darby llegara a Limpley Stoke, y tan llenos de color el día de ayer y el de hoy.

La calidez líquida dentro del estómago de Henrietta se esparció un poco más mientras ella salía de la escuela y miraba de forma despistada hacia la calle. Darby no estaba por allí, pero ella le había dicho que se iba a demorar alrededor de una hora. El corazón le latía con fuerza al pensar en él. Era tan hermoso..., Era asombroso imaginarse que él se interesaba en ella. Que él quisiera besarla.

Lo mejor de todo era que a él no le importaba casarse con ella, incluso aunque no pudiera tener hijos. Tan pronto como él le hiciera la propuesta de matrimonio, ella correría hacia la guardería de Esme y comenzaría a conocer a Josie y a Anabel, en calidad de madre. Porque eso es lo que estaría a punto de ser: una esposa y una madre.

Su corazón cantaba, repleto de felicidad.