LV
LOS BÚLGAROS - ORIGEN, VAIVENES Y ESTABLECIMIENTO DE LOS HÚNGAROS - SUS CORRERÍAS POR LEVANTE Y PONIENTE - MONARQUÍA RUSA - GEOGRAFÍA Y COMERCIO - GUERRAS DE LOS RUSOS CON EL IMPERIO GRIEGO - CONVERSIÓN DE LOS BÁRBAROS
Diluviaron nuevos bárbaros en el reinado de Constantino, nieto de Heraclio, arrollando para siempre la antigua valla del Danubio, tantas veces atropellada y establecida. Cooperaron a sus avances los califas, sus auxiliares desconocidos y occidentales, pues las legiones romanas permanecían más y más embargadas por Asia, y luego, tras la pérdida de Siria, Egipto y África, por dos veces quedaron los Césares reducidos al peligro y al desdoro de tener que resguardar su capital contra los sarracenos. Si al historiar aquel pueblo interesante he venido a torcer mi rumbo primitivo y recto, abulta el objeto tantísimo, que deja disculpado y encubierto mi desvío. Agólpanse los árabes al encuentro de nuestra curiosidad por levante y poniente, en guerra, en religión, en ciencia, en su prosperidad y en su menoscabo; sus armas fueron las primeras derrocadoras de la Iglesia y del Imperio griego, y los alumnos de Mahoma se hallan todavía empuñando el cetro civil y religioso del mundo oriental. Mas no se hacen acreedores a tantísimo afán los enjambres bravíos que desde el siglo VII hasta el XII se fueron descolgando de los páramos de Escitia, en correrías volanderas, o en emigraciones permanentes. [158] Disuenan sus nombres, desaparecen sus orígenes, sus gestiones se confunden, creen a ciegas, batallan ferozmente, sin que la inocencia suavice ni la civilización afine la uniformidad de sus vidas públicas y privadas. El solio aún majestuoso de Bizancio rechaza y sobrevive a sus embates desconcertados, y la mayor parte de aquellos bárbaros van desapareciendo sin dejar siquiera un rastro de su existencia, y sus restos baladíes siguen todavía, y para largas edades, yaciendo llorosos bajo el señorío de algún tirano advenedizo. Voy a entresacar de las antigüedades de I. búlgaros, II. húngaros y III. rusos, tan sólo aquello que conceptuare digno de recordarse. Las conquistas de los normandos IV. y la monarquía de los turcos V. tendrán por obvio paradero las cruzadas memorables a la Tierra Santa y el vuelco al par de la ciudad y del imperio de Constantino.
Marcha Teodorico [159] para Italia, y huella las armas de los búlgaros, con cuyo descalabro se empozan el nombre y la nación por siglo y medio, y se rastrea que recibió el idéntico nombre, u otro parecido con las colonias advenedizas del Borístenes, del Tanais o del Volga. Un rey de la antigua Bulgaria [160] agració a sus cinco hijos con una lección de concordia y comedimiento. Recibiéronla como suele la mocedad hacerlo con los consejos de la edad y de la experiencia; sepultaron los cinco herederos al padre; se repartieron súbditos y rebaños; olvidaron su encargo; se deshermanaron, y fueron vagando en pos de la fortuna, hasta que asoma el más andariego en el corazón de Italia bajo el amparo del exarca de Ravena. [161] Mas el raudal de la emigración, por impulso propio o ajeno, se encaminó más y más a la capital. Tiéndese Bulgaria moderna por las márgenes meridionales del Danubio con el nombre y vivo remedo de lo que fue en lo antiguo: fueron los nuevos conquistadores granjeándose por puntos, ya con guerras o ya por medio de tratados, las provincias romanas de Dardania, Tesalia y ambos Epiros; [162] la supremacía eclesiástica se trasladó de la ciudad nativa de Justiniano; y prosperando luego, el pueblecillo arrinconado de Lychnida o Acrida, se condecoró con entrambos solios regio y patriarcal. [163] Comprueba innegablemente el idioma la descendencia de los búlgaros desde el tronco original de la alcurnia esclavonia, o más bien eslavonia; [164] y el gentío emparentado de serbios, bosnios, rascios, croatas, kalachios, etc. [165] iba siguiendo el ejemplo o el mando de la tribu soberana. En clase de esclavos, de súbditos, de aliados o enemigos del Imperio griego, se fueron explayando por todo el territorio que media entre el Euxino y el Adriático; y la denominación nacional de eslavos [166] se ha ido envileciendo, por acaso o por malignidad, desde un connotado esclarecido hasta la ínfima servidumbre. [167] Entre aquellas colonias, los chrobatos [168] o croatas, que ahora van siguiendo los movimientos de una hueste austriaca, descienden allá de un pueblo gallardo, conquistador y soberano de Dalmacia. Las ciudades marítimas, y entre ellas la escasa república de Ragusa en mantillas, imploró el auxilio y las instrucciones de la corte bizantina; y el magnánimo Basilio les encargó que renovasen allá un asomo de reconocimiento de fidelidad al Imperio Romano, y amansasen la saña de bárbaros tan incontrastables con un tributo anual. Repartiéronse el reino de Croacia once zupanes, o señores feudales, ascendiendo sus fuerzas reunidas a sesenta mil caballos y cien mil infantes. Una tirada larga de costa, recortada con un sinnúmero de ensenadas más o menos capaces y luego acordonada con una porción de islas casi a la vista de las playas de Italia, inclinaba a naturales y advenedizos a la vida marítima. Construían los croatas sus bergantines, o barcas, al modo de las liburnas antiguas, y casi dos centenares de naves infunden el concepto de una marina grandiosa, pero cualquier marino actual se sonreirá con las tripulaciones de diez, veinte o cuarenta hombres por buque. Fueron luego dedicándose por grados a la granjería más decorosa del comercio, mas siempre salían a piratear tremendamente los eslavones; y era ya a fines del siglo X cuando la república veneciana logró señorear y despejar absolutamente su golfo. [169] Enfrenaron por fin los venecianos a los antepasados de aquellos reyes dálmatas sin franquearles ni el menor uso de la navegación, y así se aposentaron en la Croacia Blanca, por el interior de Silesia y Polonia Menor, a treinta jornadas, según el cómputo griego, del mar tenebroso.
I. Escaso fue el ámbito de la nombradía búlgara [170] bajo todo concepto, pues reinando en los siglos IX y X, allá por el sur del Danubio, las naciones más poderosas que siguieron sus huellas los tenían acorralados por el norte y el poniente. En medio de sus hazañas oscurecidas descuella un timbre vinculado hasta allí en los godos, y es el de dar muerte en batalla a todo un sucesor de Augusto y Constantino, pues el emperador Nicéforo, ajado ya en la guerra arábiga, feneció en Eslavonia. Arrolló al pronto y hasta su mismo centro Bulgaria entera, abrazando la corte regia que sería probablemente algún edificio o aldea de madera tosquísima; pero mientras se distrae en busca de ocultos despojos, y se desentiende de todo convenio, los enemigos se rehacen, lo acorralan sin arbitrio, y trémulo entonces Nicéforo prorrumpe: «¡Ay de mí desdichado! a menos que no tengamos alas como las aves, aquí no hay salvamento». Yace por dos días desahuciado; pero a la madrugada del tercero, asaltan los búlgaros sus reales y lo destrozan con todos sus palaciegos. Estuvo en salvo de insultos el cadáver de Valente, pero enarbolaron la cabeza de Nicéforo en una pica y luego su cráneo, engastado en oro, se solía cuajar de vino en la algazara de alguna victoria. Lamentaron los griegos tamaño baldón, mas reconocieron que era castigo tan digno de aquella cruel avaricia. La copa salvaje era un padrón de las costumbres bravías de unos escitas; mas se fueron luego desbastando en su roce con los griegos, en su mansión en países ya cultivados y en su admisión del culto cristiano, a fines de aquel mismo siglo. Educábase la nobleza búlgara en las escuelas y aun en el palacio de Constantinopla; cabiendo a Simeón, [171] mozo de sangre real, el imponerse en la oratoria de todo un Demóstenes y en la lógica de Aristóteles. Orilló su profesión de monje por la de monarca y guerrero, y durante su reinado de más de cuarenta años se encumbró Bulgaria a la jerarquía de potencia civilizada. Habíalas a menudo con los griegos, quienes acudían al desahogo muy obvio de apellidarlo sacrílego y alevoso. Costearon luego el auxilio de los turcos paganos, pero Simeón, vencido al pronto, los arrolló en segunda refriega, cuando sólo el contrarrestarlos se conceptuaba un triunfo, por su formidable prepotencia. Venció, cautivó, y dispersó en parte a los serbios, y quien anduvo por entonces el país tan sólo alcanzó a descubrir como unos cincuenta vagos sin mujeres ni niños, se mantenían estrechísimamente de la caza. En el territorio clásico, por las orillas del Aqueloo, vinieron a quedar derrotados los griegos, destrozándolo las astas el brío de un Hércules bárbaro. [172] Pasó luego a sitiar la gran Constantinopla, y en un coloquio con el mismo emperador dictó Simeón las condiciones de la paz. Cauteláronse mutua y esmeradamente, amarrando la galera imperial a un tablado fuertísimo, y remedando el boato del búlgaro la majestad de la púrpura bizantina. «Si sois cristiano —prorrumpe blandamente Romano—, tenéis que absteneros de la sangre de nuestros hermanos; si estáis sediento de oro, teniendo en poquísimo el embeleso de la paz, envainad ese alfanje, alargad esa diestra, y quedarán colmados vuestros sumos anhelos». Corrobórase la reconciliación por medio de un enlace íntimo; quedó entablada o restablecida la franquicia en el comercio, condecorose hasta lo sumo a los afectos a Bulgaria, sobreponiéndolos a todo embajador enemigo o advenedizo, [173] realzando a su príncipe con el dictado altisonante y envidiadísimo de Basilio o emperador. Desbaratose aquella intimidad, pues, muerto Simeón, ambas naciones se estrellaron de nuevo, sus apocados sucesores se deshermanaron y fenecieron, y a principios del siglo XI el segundo Basilio nacido en la púrpura mereció apellidarse conquistador de Bulgaria. Empapose su codicia en un tesoro de cuatrocientas mil libras esterlinas (diez mil libras de peso en oro) [4600 kg] halladas en el palacio de Lychnida, cebando no obstante su crueldad en frías y extremadas venganzas en quince mil cautivos, sin más delito que el de haber defendido ahincadamente su patria. Cegolos a todos dejándoles un ojo por cada centenar para que sirviese de lazarillo de su respectiva cuadrilla para conducirlos hasta la presencia de su rey, quien se horrorizó de muerte con aquella vista, y la nación aterrada se dejó arrebatar de sus hogares ciñéndola toda en una sola provincia, cuyos caudillos siguieron encargando a sus nietecillos el sufrimiento y la venganza oportuna.
II. Al descolgarse sobre Europa el descomunal enjambre de los húngaros, a los novecientos años de la era cristiana, conceptuolos la superstición despavorida como el Gog y el Magog de las Escrituras, como señales y precursores del fin del mundo. [174] Planteada luego la literatura, sus propios anticuarios se han engolfado tenaz y laudablemente en el despejo patriótico de aquellos primitivos asomos; [175] la racionalidad crítica tiene que descartar el empeño linajudo de entronques con Atila y con los hunos; pero se lamentan de que sus recuerdos allá fundamentales fenecieron a la guerra tártara; que así la ficción como la verdad de sus cantares antiguos y cerriles yacen muy olvidadas, y de que los fragmentos de una crónica insulsa [176] a duras penas pueden hermanarse con las noticias contemporáneas, pero advenedizas, del geógrafo imperial. [177] Magiar es el nombre oriental y nacional de los húngaros, pero los griegos suelen deslindarlos con el nombre propio y peculiar de turcos, entre las tribus de Escitia, como descendientes del pueblo poderoso que anduvo reinando y conquistando desde la China hasta el Volga. La colonia de Panonia siguió conservando correspondencia de comercio y de intimidad con los turcos orientales del confín de Persia; y a los tres siglos y medio los misioneros del rey de Hungría descubrieron y escudriñaron su propia patria junto a las orillas del Volga. Agasajolos entrañablemente un pueblo de paganos bravíos apellidado todavía húngaro; conservaron su idioma nativo; recordaron tradiciones de sus hermanos allá tan extraviados, escuchando absortos las relaciones peregrinas de su nuevo reino y religión. Corroboró la eficacia del parentesco los afanes de la conversión, y uno de sus mayores príncipes ideó luego el intento grandioso pero impracticable de cuajar las soledades de Panonia con una colonia casera desencajada del corazón de Tartaria. [178] La oleada de las guerras y la emigración los arrebató de su patria primitiva, a impulsos de tribus más lejanas, que solían ser fugitivas y conquistadoras. El tino o la suerte los encaminaban a la raya romana; tras los altos usuales por las orillas de los ríos mayores, y aun se rastrea su residencia temporal por los territorios de Moscú, Kiev y Moldavia. En tan varia y dilatada peregrinación, mal podían sortear el señorío de los prepotentes, mejorando o mancillando la pureza de su sangre con el cruzamiento de castas extrañas; por precisión o por albedrío, varias tribus de chazares se fueron asociando a los estandartes de sus vasallos antiguos; se avezaron a nuevo idioma, y les cupo con la nombradía de sobresalientes el destino de vanguardia en las refriegas. La fuerza militar de los turcos iba marchando en siete divisiones iguales y artificiosamente escuadronadas; constaba cada una de treinta mil ochocientos cincuenta y siete guerreros, y la proporción de mujeres, niños y sirvientes supone de suyo un millón de emigrantes. Amaestraban el desempeño en los consejos públicos siete vaivodas, o caudillos hereditarios; mas luego con el desengaño de discordias y tropiezos agolparon todos los ramos del mando en un solo individuo. Desestimó el recatado Lebedias el cetro, y se colocó por nacimiento y mérito esclarecido en manos de Almus y de su hijo Arpad, robusteciendo la soberanía del sumo khan de los chazares el compromiso del príncipe y del pueblo; éste para obedecerle, y aquél para mirar por la gloria y felicidad de todos.
Pudiéramos quedar ya pagados con estos pormenores, mas el ahínco de los literatos modernos se internó hasta patentizar nuevas perspectivas en las antigüedades de las naciones. Descuella a solas, y como aislado, el idioma húngaro entre los dialectos eslavones; pero se hermana clara y estrechamente con las hablas de entronque fenicio, [179] casta recóndita y cerril, que estuvo primitivamente ocupando las regiones septentrionales de Asia y de Europa. Asoma la denominación legítima de ugros o igures por los confines occidentales de la China, [180] los tártaros atestiguan su traslación a las márgenes de Irtysh; [181] se ha descubierto nombre y habla semejante a la parte meridional de Siberia, [182] y los restos de la tribu fénica andan anchurosa pero despobladamente desparramados desde las fuentes del Obi hasta las playas de Laponia. [183] En el entronque de húngaros y lapones sobresale la pujanza poderosísima del clima con los hijos de un idéntico padre; y se está palpando en la estampa contrapuesta de los aventureros denodados que logran embriagarse con los vinos del Danubio, y los cuitados fugitivos que yacen empozados bajo las nevadas del mismo círculo polar. Armas y libertad fueron siempre el sumo afán, mas no siempre certero, de los húngaros, dotados por la naturaleza de pujanza en cuerpo y alma. [184] El frío extremado ha ido reduciendo la estatura y helando las potencias de todo lapón, y las tribus polares son los únicos hombres que desconocen la guerra, desentendiéndose siempre de la sangre humana: ¡ignorancia venturosísima, si la racionalidad y el pundonor fuesen los celadores de su sosiego! [185]
Dejó ya observado el autor imperial de la táctica [186] que todas las rancherías escitas se asemejaban en cuanto a su vida pastoril y militar; que todas acudían a medios idénticos para su diaria subsistencia; y que todas se valían de idénticos instrumentos para la destrucción. Pero añade que entrambas naciones de búlgaros y húngaros se sobreponían a todos sus hermanos, e iguales entre sí, en las mejoras aunque tosquísimas, en disciplina y gobierno; cuya semejanza mueve a León para barajarlas bajo un mismo concepto, prescindiendo de su afecto o enemistad, y sabe redondear aquel cuadro con tal cual pincelada de sus mismos contemporáneos en el siglo X. Conceptuaban aquellos bárbaros, ufanísimos con su número y su braveza, por despreciable y baladí cuanto suele apetecer el género humano, excepto la prenda y la nombradía de sus proezas militares y su independencia. Eran de cuero las tiendas de los húngaros y sus vestidos de pieles; se cortaban el pelo y se cicatrizaban el rostro, era pausada su habla, ejecutiva su obra y alevosa su palabra; y adolecían del achaque general de los bárbaros en ignorar la trascendencia de la verdad, y negarse por engreimiento a sobredorar el quebrantamiento de sus compromisos más terminantes. No faltaron ensalzadores de su sencillez, absteniéndose tan sólo de cuanto lujo no llegaron a conocer, pues ansiaban cuanto veían, sin más recato ni maestría que lo de abalanzarse a la presa. Al apellidarla nación pastoril hay que puntualizar su economía, su modo de guerrear y demás ramos de gobierno peculiares a su estado social, añadiendo que la pesca y la caza les suministraban alguna subsistencia; y como no solían dedicarse al cultivo, a lo menos en llegando a tal cual avecindarse practicaban allá cierto género de tosquísima labranza. En sus marchas, y acaso en sus expediciones, iban siempre acompañando a la hueste rebaños de ganado lanar y vacuno, que redoblaban sus grandísimas polvaredas, y les aprontaban a pasto el sustento de carne y de leche saludable. Esmerábase todo caudillo en el abasto colmado de forrajes, y en paciendo cumplidamente sus ganados, el surtido guerrero prescindía de toda aprensión en peligros y fatigas. Acampando revueltos hombres y reses por dilatados trechos, vivían expuestísimos a sorpresas nocturnas; mas giraban en derredor y a larguísima distancia guerrillas montadas para contrarrestar al golpe y al primer asomo a todo enemigo. Tras algunos lances, prohijaron el uso de la espada y lanza romanas, con el morrión para el soldado y pectoral de hierro para el caballo; pero su arma nativa y mortal era el arco tártaro; y así desde la ínfima niñez ejercitaban a sus hijuelos y a los sirvientes en flechar y cabalgar; con brazo recio y apunte certero, y aun en la carrera más veloz se amaestraban en tenderse a la espalda y disparar una granizada de saetazos por el aire. Formidables al par en refriega, en celada, en huida o alcance, medio se escuadronaban por el frente; pero luego la retaguardia fogosa y arrolladora lo disparaba todo al avance. Arrojábanse temerariamente como a ciegas y a rienda suelta, con espantosos alaridos; y luego al huir, con pavor efectivo o aparente, contrastaban el ímpetu y escarmentaban el alcance del enemigo con las mismas arterías de fuga revuelta y evolución repentina. Asombraban con sus desafueros victoriosos a Europa, aun en el escozor de sus heridas sarracenas y danesas; ni solían pedir cuartel, ni mucho menos concederlo; pues se tachaba por igual a entrambos sexos, de su incontrastable obstinación, y su afán por la carne cruda sinceraba la conseja popular de que chupaban la sangre y se regalaban con los corazones de los muertos. Mas no carecían los húngaros de aquellos arranques humanos y justicieros que estampó naturaleza en todos los pechos. Leyes y castigos enfrenaban todo desafuero público o privado; y en los ensanches de un gran campamento el hurto es el exceso más halagüeño y pernicioso. Asomaban, entre los bárbaros mismos, prohombres de suyo pundonorosos, y que prescindiendo de leyes y mandatos desempeñaban el instituto y rebozaban de los afectos de la vida social.
Tras dilatada peregrinación, fugitiva o victoriosa, las rancherías turcas se abocaron por fin a la raya de los imperios francés y bizantino. Sus primeras conquistas y establecimientos perennes abarcaron entrambas orillas del Danubio por encima de Viena, hasta debajo de Belgrado, y hacia la provincia romana de Panonia y reino moderno de Hungría. [187] Moravos, nombre y tribu eslavona, estaban salpicadamente ocupando aquel territorio anchuroso y feraz, y quedaron encajonados por los advenedizos en el ámbito reducido de una provincia. Asomose Carlomagno con su imperio desacotado y nominal a la punta de Transilvania; pero a la cesación de su línea legítima se desentendieron los duques de Moravia de su obediencia y tributo a los monarcas de la Francia oriental. Provocado el bastardo Arnolfo, acude a las armas turcas; arrollan luego la valla real o supuesta que se les franqueó indiscretamente, acarreando al rey de Germania el baldón justísimo de traidor a la sociedad civil y eclesiástica de los cristianos. En vida de Arnolfo, el agradecimiento o el temor enfrenan a los húngaros; mas durante la niñez de su hijo Luis descubren e invaden Baviera, y su arrebato escita es tan sumo, que en un solo día despojan y apuran un ámbito de cerca de cincuenta millas [80,46 km]. Los cristianos en la batalla de Augsburgo campean hasta ya por la tarde; pero los ardides velocísimos de la caballería turca los engañan y vencen. Intérnanse y abrasan las provincias de Baviera, Suabia y Franconia, y los húngaros desenfrenaron [188] más y más la anarquía precisando a los varones más altaneros a disciplinar a sus vasallos y fortificar sus castillos. Achácase a temporada tan calamitosa el origen de las ciudades amuralladas; pues no cabía resguardo con la distancia contra un enemigo que casi en el mismo punto está reduciendo a cenizas el monasterio helvético de San Gall y la ciudad de Bremen, por las playas del océano. Por más de treinta años yace el imperio o reino germánico bajo el desdoro de un tributo, pues todo ademán de resistencia tiene que amainar con la amenaza formalísima y ejecutiva de empozar mujeres y niños en las mazmorras del cautiverio, degollando a todo varón sobre la edad de diez años. No me cabe ni me halaga el ir siguiendo a los húngaros allende el Rin; mas no dejo de extrañar que el turbión viniese a estragar las provincias meridionales de Francia, y hasta España, escudada tras los Pirineos, se estremeció a los asomos de un advenedizo tan formidable. [189] Italia, ya tan cercana, cebó desde luego su correría; mas estuvieron mirando desde su campamento del Brenta con algún pavor el poderío aparente y populoso del país recién descubierto. Piden permiso para retirarse; niégaselo altaneramente el rey de Italia, y las vidas de veinte mil cristianos vienen a pagar el yerro de tan temeraria terquedad. Descuella en nombradía y esplendor la real Pavía sobre las ciudades de Occidente, ciñendo Roma su preeminencia únicamente a las reliquias de los apóstoles. Asoma el húngaro, arde Pavía, yacen cuarenta y tres iglesias con todo el vecindario, y se salvan unos doscientos desdichados que habían recogido algunos bushels de oro y plata (una vaga exageración) que había dentro de la humareda de los escombros. Resuenan medrosas letanías en las iglesias permanentes, tras las correrías incendiarias y anuales de los Alpes hasta las cercanías de Roma y Capua, entonando más y más su: «Sálvanos, Señor, y líbranos de los flechazos del húngaro». Sordos o inexorables se muestran los santos, y se dispara el raudal desbocadamente hasta tropezar con el piélago en Calabria. [190] Se ofrece y se acepta un convento por cabeza con todos los súbditos de Italia, y hasta diez bushels de plata [363,6 kg] vienen a tenderse en el campamento turco. Pero la doblez sale de suyo al encuentro a la tropelía, y los salteadores quedan defraudados en el número del padrón y en los quilates del metal. Por levante tienen que pelear en refriega dudosa con las armas iguales de los búlgaros, cuya fe les vedaba toda alianza con aquellos paganos, y cuya situación zanjaba con su valladar el Imperio Bizantino; el antemural va al través y el emperador de Constantinopla está mirando las banderas turcas, llegando uno de sus valentones a descargar un tremendo mazazo sobre la puerta dorada. Las arterías y los tesoros griegos sortean el asalto; mas blasonan en su regreso los húngaros de haber impuesto tributo a la valentía de los búlgaros y a la majestad de los Césares. [191] La distancia y rapidez en la propia campaña abultan el poder y el gentío de los turcos, mas su denuedo se hace acreedor a toda alabanza, pues a veces meras guerrillas de trescientos o cuatrocientos caballos se disparaban arrojadamente hasta las puertas de Tesalónica y Constantinopla. En aquella temporada desastradísima, se triplicó el azote asolador de Europa, por el Norte, el Oriente y el Mediodía; pues solían normandos, húngaros y sarracenos estar acosando el mismo terreno desventurado; y aquellos enemigos verdaderamente irracionales vendrían a compararse por Homero a dos fieras aulladoras cebándose reñidamente en los destrozos de un ciervo descuartizado. [192]
Libertadores de Germania y de la cristiandad fueron los príncipes sajones, Enrique el Pajarero y Otón el Grande, quien dio al través con el poderío húngaro en dos batallas memorables. [193] Doliente yacía el valeroso Enrique cuando la invasión de su patria; lo alzan de su lecho con aquella alma briosa y tino certero, prorrumpiendo en la madrugada de la refriega: «Ea, compañeros; mantenerse escuadronados todos, abroquelarse cerradamente contra los flechazos enemigos, y antes que puedan secundar sus disparos, arrojarse a ellos de carrera y a lanzazos». Obedecen y triunfan, y los cuadros históricos del castillo de Merseburg están retratando al vivo las facciones, o por lo menos la índole, de Enrique, quien en un siglo de lobreguez confió a las artes sublimes la eternidad esplendorosa de su nombradía. [194] A los veinte años la prole de los turcos guadañados por su alfanje invade el imperio de su hijo, ascendiendo sus fuerzas según el cómputo ínfimo a cien mil caballos. Bríndales pandilla casera, y les patentiza las puertas de Germania con traidor ahínco, y así cabalgan en algazara allende el Rin y el Mosa, hasta el corazón de Flandes. Pero el tesón y la cordura de Otón aventan la contingencia, haciendo cargo a los príncipes de que deshermanando sus intereses zozobraban a una y para siempre religión y patria, y logran pasar en reseña el poderío nacional por las llanuras de Augsburgo. Marchan y batallan en ocho legiones, con arreglo a su división de provincias: bárbaros componen las tres primeras; franconios, la cuarta; la quinta, sajones, al mando inmediato del monarca; constan la sexta y séptima de suabios; y la octava, de mil bohemios, cierra la retaguardia de la hueste. Corroboran a manos supersticiosas la pujanza del táctico denuedo, y fueron aquéllos a la sazón grandiosos y benéficos. Purifícase la soldadesca con el ayuno; santifícanse los reales con relicarios de mártires y confesores; y el héroe cristiano ciñe la espada de Constantino, empuña el incontrastable lanzón de Carlomagno y tremola el pendón de san Mauricio, el caudillo de la legión tebana. Pero su confianza entrañable se cifra en la sagrada lanza, [195] cuyo bote, labrado con los clavos de la cruz, mereció su ahínco para desprender su conjunto de manos del rey de Borgoña, con amagos de guerra y el regalo de una provincia. Esperábase a los húngaros por el frente, pero pasan a hurtadillas el Lech, río de Baviera que desagua en el Danubio; revuelven sobre la retaguardia del ejército cristiano; saquean los bagajes, y desbaratan las legiones de Bohemia y Suabia. Restablecen los franconios la batalla, a cuyo duque atraviesa un flechazo, mientras está descansando, y es el valeroso Conrado, de sus fatigas; pelean los sajones a presencia de su rey, sobrepujando su victoria en esclarecida trascendencia, a todos los triunfos de los dos últimos siglos. Mucho mayor fue la pérdida de los húngaros en la huida que en la refriega; pues acorralados con los ríos de Baviera, sus crueldades anteriores los desahuciaban de toda misericordia. Ahorcaron a tres príncipes cautivos a Ratisbona; degollaron o lisiaron a la muchedumbre prisionera, y los fugitivos que fueron asomando por el país yacieron para siempre en afrentoso desamparo. [196] Amainó el engreimiento nacional, y los tránsitos más accesibles aparecieron atajados con vallas y fosos. Con la adversidad pararon los húngaros en pacíficos y comedidos; los salteadores del Occidente tuvieron que avenirse a vida sedentaria, y un soberano atinado demostró a la generación siguiente cuánto más ventajoso era el multiplicar y trocar los productos de un terreno fertilísimo. Barajáronse con la ralea nativa, de sangre turca o fenicia, nuevas colonias escitas o eslavonas; [197] largos miles de cautivos robustos e industriosos se habían agolpado de todos los países de Europa, [198] y casado Geisa con una princesa bávara, fue concediendo honores y estados a los nobles de Germania. [199]
Condecoró al hijo de Geisa con el dictado regio, y siguió la alcurnia de Arpad imperando por tres siglos en el reino de Hungría. Pero los bárbaros de suyo voluntariosos no se deslumbraban con los destellos de la diadema, y la nación se aferró en su derecho incontrastable de elegir, deponer y castigar al sirviente hereditario del Estado.
III. Sonó por primera vez el nombre de rusos [200] en el siglo IX, con una embajada de Teófilo, emperador de Oriente, al de Occidente, Luis, hijo de Carlomagno. Acompañaron a los griegos unos enviados del gran duque, chagan o zar de los rusos. En su viaje a Constantinopla fueron atravesando por varias naciones enemigas, y esperanzaron luego afianzar su regreso solicitando del monarca francés que los restituyese por mar a su patria. Fuese después escudriñando su origen, y resultaron hermanos de los suecos y normandos, cuyo nombre se habría hecho odioso y formidable en Francia; y cabía la zozobra de que los advenedizos rusos no fuesen mensajeros pacíficos, sino emisarios de guerra. Detiénenlos al despedir a los griegos, y Luis da treguas para enterarse más cabalmente, para luego conformarse con las leyes del hospedaje y la cordura, con arreglo al interés de entrambos imperios. [201] La historia nacional, y generalmente la del norte, está evidenciando el origen escandinavo de los naturales, o por lo menos de los príncipes de Rusia. [202] Los normandos, poco antes tan sumamente encubiertos, se desembozaron plena y repentinamente pisoteando y guerreando de consuno. Las regiones dilatadas, y según se cuenta populosísimas de Dinamarca, Suecia y Noruega, hervían de caudillos independientes y aventureros, a cual más arrojado, pesarosos con el ocio de la paz, y risueños en medio de mortales agonías. El piratear era el ejercicio, el tráfico, el pundonor y la gloria de la juventud escandinava. Angustiados en un clima estéril y de ámbitos estrechísimos, se disparan de un banquete, empuñan sus armas, toman el asta, trepan a sus naves y van costeando en pos de asiento y despojos. Aportan y descuellan desde luego por el Báltico; desembarcan en la playa oriental, residencia callada de tribus fenicias y eslavonas, y los rusos primitivos del lago Ladoga tienen que pagar tributo de pieles de ardilla blanca a los advenedizos, saludándolos con el dictado de varangios o corsarios. [203] Como superiores en armas, disciplina y nombradía, imponen temor y acatamiento a los naturales. En sus guerras con salvajes más interiores, los varangios los acompañan como amigos y auxiliares, y van luego, por elección o a viva fuerza, señoreando gentes que aparentaron tan sólo proteger. Los apean de su tiranía, pero su predominio se rehace, hasta que por fin su caudillo, Rurico (862 d. C.), en suma escandinavo, encabeza una dinastía que sigue reinando por más de siete siglos; sus hermanos van ensanchando su prepotencia, y por último sus compañeros remedan aquel ejemplar de oficiosidad usurpadora por las provincias meridionales de Rusia; y sus establecimientos, por el rumbo trillado de la guerra y los asesinatos, se encumbran por entero a la jerarquía grandiosa de formidable monarquía.
Mientras los descendientes de Rurico se conceptúan como advenedizos y conquistadores, señorean con la espada de varangios, y van repartiendo estados y súbditos a sus capitanes, reponiendo más y más su gente con nuevos raudales de aventureros por la costa del Báltico. [204] Pero arraigados ya hondamente en el país los caudillos escandinavos, se fueron barajando con los rusos en sangre, religión e idioma, y el primer Waladimiro contrajo el esclarecido mérito de libertar el país de aquellos mercenarios advenedizos. Habían sido sus entronizadores, no alcanzaban sus haberes hasta el punto de agraciarlos cumplidamente, pero se avinieron a su dictamen para ir en busca de un dueño, no más agradecido, pero sí más acaudalado; y así se embarcaron para Grecia, donde, en vez de pieles de ardilla, iban a lograr por galardón seda y oro. Mas no dejó el príncipe ruso de encargar a su aliado bizantino que dispersase y afanase, premiando y enfrenando a tan indómitos hijos del norte. Mencionan los escritores contemporáneos la llegada, nombre y propensiones de los varangios; fueron medrando por puntos en privanza y aprecio; juntose el cuerpo entero en Constantinopla para el desempeño de la guardia, reforzándolo con crecidas reclutas de sus paisanos de la isla de Tule. Aplicose en aquella coyuntura la denominación indeterminada de Tule a Inglaterra, y los nuevos varangios fueron una colonia de ingleses y daneses, huyendo del yugo normando. Peregrinaciones y piraterías iban estrechando los ámbitos de la tierra; agasajó la corte bizantina a los desterrados, quienes siguieron conservando hasta los últimos tiempos del Imperio su lealtad sin mancilla y el uso de sus idiomas nativos. Iban acompañando, con sus mazas dobles y anchurosas al hombro, al emperador al templo, al Senado y al hipódromo; dormía siempre y comía con su fiel resguardo, y eran los varangios los llaveros perpetuos e incontrastables del tesoro del palacio y de la misma capital. [205]
Explayábase en el siglo X la geografía de Escitia por muy fuera de sus límites antiguos (950 d. C.), y la monarquía rusa patentiza sus ámbitos anchurosos en el mapa de Constantino. [206] Señoreaban los hijos de Rurico la provincia grandiosa de Wolodomiro, o Moscú; y si por aquella parte los atajaban rancherías orientales, su confín occidental se tendía ya tan tempranamente por las playas del Báltico y el territorio prusiano. Traspasaba su reino septentrional los sesenta grados de latitud, abarcando la región hiperbórea, cuajada fantásticamente de monstruos, y nublada con lobreguez sempiterna. Por el mediodía iban siguiendo el cauce del Borístenes, y se asomaban por aquel río hasta el mismo Ponto Euxino. Las tribus sentadas o vagarosas de aquel anchísimo espacio obedecían al mismo vencedor, y se fueron insensiblemente entroncando y componiendo una idéntica nación. El idioma ruso es un dialecto del eslavón, pero en el siglo X se deslindaban estas dos hablas; y como prevaleció el eslavón por el mediodía, se deja conceptuar que los rusos originarios del norte, los súbditos primitivos del caudillo varangio, venían a ser parte de la ralea fénica. Con las emigraciones, enlaces y desvíos de las tribus errantes, ha ido variando sin cesar el aspecto mal deslindado de los páramos escitas; pero el mapa más antiguo de Rusia trae parajes que conservan todavía sus nombres y situaciones; y las dos capitales de Novgorod [207] y Kiev [208] fechan del arranque de la monarquía. No es todavía Novgorod acreedora al dictado de grande, ni al enlace con la Liga Hanseática, que fue derramando arroyos de opulencia y principios de libertad. No podía Kiev tampoco blasonar de sus trescientas iglesias, un vecindario innumerable, y ámbito y esplendor, parangonada con la gran Constantinopla, por los que no habían presenciado la residencia de los Césares. Reducíanse a los principios ambas ciudades a campamentos o feriales, como paraderos adecuados para juntarse los bárbaros al intento de su comercio o de sus guerras. Pero aun estas mismas juntas están de suyo pregonando algunos asomos, y aun progresos, en las artes sociales; nuevas castas de ganado se agenciaban de las provincias meridionales, y el empuje de empresas comerciales tramontó tierras y mares desde el Báltico al Euxino, desde el desembocadero del Odra hasta el fondeadero de Constantinopla. En la lobreguez de la idolatría y la barbarie, los normandos frecuentaron y enriquecieron con su afán de cambios y compras la ciudad eslavona de Julin. [209] Desde aquella bahía, a la entrada del Odra, el corsario o el mercante surcaba en cuarenta y tres días las playas orientales del Báltico, dándose la mano aun las naciones más remotas, y hasta se cuenta que el oro griego y el español habían acudido a engalanar los bosques sagrados de Curlandia. [210] Despejose obvia comunicación entre la marina y Novgorod; en estío por un golfo, un lago y un río navegable, y en invierno, sobre la nevada rasa y endurecida. Luego, desde aquellas cercanías, se agolpaban los rusos por varias corrientes que desaguan en el Borístenes; cargaban sus canoas de un solo tronco, de esclavos de toda edad, pieles de mil especies, panales de sus colmenas y cueros de sus ganados; y cuantos productos apronta el norte se almacenaban en el recinto de Kiev. Solía dar la vela por el mes de junio aquella flota, y la madera se iba empleando, no ya en meras canoas sino en barcas con remos y bancos de mayor solidez y capacidad; seguían la corriente del Borístenes hasta el tropiezo de las siete o más escolleras que atraviesan el cauce y disparan el raudal incontrastablemente encajonado en los peñascos. En otros pasos menos profundos y expuestos era suficiente el alijo; pero los saltos principales se hacían intransitables, y la marinería y los esclavos tenían que arrastrar los bajeles por seis millas [9,65 km], con peligro de que los salteadores de aquellos páramos los asaltaran en medio de aquel afán trabajosísimo. [211] En la primera isla tras el despeñadero, solemnizaban los rusos la festividad de su salvamento, y en la segunda, cercana al desembocadero del río, habilitaban sus naves quebrantadas, para el tránsito más largo y expuesto del Mar Negro. Costeando siempre llegaban al Danubio, y con viento bonancible, en treinta y seis o cuarenta horas, se asomaban a las playas contrapuestas de Natolia, abrigando luego Constantinopla a los advenedizos del norte. El retorno a la estación competente era un cargamento riquísimo de trigo, vino y aceite, con los artefactos de Grecia y la especiería de la India. Residían algunos compatricios en la capital o por las provincias, y tratados nacionales mediaban para escudar los individuos, haberes y privilegios del mercante ruso. [212]
Pero aquel roce provechosísimo para la humanidad sirvió también de mucho para su daño. En el plazo de unos dos siglos, los rusos hicieron hasta cuatro tentativas para saquear los tesoros de Constantinopla; vario fue el paradero, mas el móvil, medios e intento vinieron a ser idénticos. [213] Habían los traficantes rusos presenciado la magnificencia y paladeado los regalos de la ciudad Cesárea, y el pormenor a todas luces portentoso con tal cual muestra de tamañas preciosidades, inflamaron el anhelo de sus montaraces paisanos, ansiaron desaladamente aquellos dones ajenísimos de su clima, desviviéndose por artefactos que su pereza no alcanzaba a remedar, ni menos su desamparo a recabarlos. Tremolaron los príncipes varangios sus banderas, y piratearon desaforadamente con la soldadesca más denodada de los isleños del norte. [214] Las escuadrillas de cosacos en el siglo anterior fueron un remedo del antiguo armamento, desembocando también el Borístenes para surcar los propios mares y con el mismo intento. [215] La denominación griega de monoxyla, o meras canoas, corresponde al fondo de sus bajeles, pues vaciando una grande haya, o un abeto corpulento, colocaban luego su tablazón; tenían hasta sesenta pies [18,28 m] de longitud y doce [3,65 m] de altura. Carecían de cubiertas, y con dos timones y un mástil navegaban a remo y vela con cuarenta o por lo más setenta hombres de tripulación, y salazón de pescado y aguada fresca por abasto. El primer embate de los rusos fue con doscientos barcos; mas luego, al armarse nacionalmente, se arrojaron contra Constantinopla hasta con mil, o mil doscientos barcos. No desdecía de la armada mucho su escuadra regia de Agamenón; pero la zozobra abultadora engrandeció idealmente sobremanera su número y poderío. Al ser próvidos y briosos los emperadores griegos, en su mano estaba el bloquear y atajar el desembocadero del Borístenes con fuerzas marítimas; pero su desidia abandonó las costas de Natolia, pirateando el enemigo a su salvo por espacio de seis siglos en todo el ámbito del Euxino; pero mientras la capital descollase intacta, se desoían los ayes de provincias lejanas, así para los príncipes como para los historiadores. Aquel huracán arrollador del dilatado trecho desde el Fasis hasta Trebisonda se disparó al fin por el Bósforo de Tracia, estrecho de quince millas [24,13 km] donde un contrario hábil podía a mansalva destrozar el tosquísimo armamento de los rusos. En su primera empresa [216] con los príncipes de Kiev (865 d. C.), atravesaron sin contraste y se aposentaron en el puerto de Constantinopla, en ausencia del emperador Miguel, hijo de Teófilo. Arrollando peligros aporta en la misma gradería del palacio, y acude al vuelo a una iglesia de la Virgen. [217] Por dictamen del patriarca, el ropaje de la santa, como reliquia preciosa, se saca del sagrario y se empapa en el mar; sobreviene una tormenta, aleja a los rusos, y el vecindario todo vitorea el milagro de la Madre de Dios. [218] Callan los historiadores griegos, y así se duda de la realidad, o por lo menos de la trascendencia del segundo embate por Oleg, ayo de los hijos de Rurico (904 d. C.). [219] Por fin una valla poderosa ataja el Bósforo; pero queda burlada con el arbitrio obvio de ir arrastrando las barcas por el istmo, y los cronistas nacionales describen aquella operación tan sencilla cual si la escuadra rusa fuese navegando por áridos arenales con viento recio y favorable. El caudillo del tercer armamento (941 d. C.), Igor, hijo de Rurico, se valió de una temporada de apocamiento y desvío, cuando la fuerza naval del Imperio estaba empleada contra los sarracenos; pero en mediando el tesón, por maravilla se carece de arbitrios para la defensa. Dispáranse quince galeras, quebrantadas e inservibles, denodadamente contra el enemigo, pero en vez del tubo único de fuego griego colocado comúnmente en la proa, costados y popa están igualmente pertrechados con aquel combustible fluido. Diestrísimos los maquinistas y el temporal adecuado, y así millares de rusos, que anteponen el ahogarse a ser quemados vivos, se arrojan al mar, y cuantos asoman por las playas de Tracia fenecen a manos del paisanaje y de la soldadesca con inhumano ahínco. Pero se salvó un tercio de las canoas por las playas rusas, y al asomar la primavera acude Igor ansiosamente a su venganza y desagravio. [220] Sobreviene la paz, y luego Jaroslao, bisnieto de Igor, se arroja también al intento de la invasión naval (1043 d. C.); pero la escuadra mandada por sí queda detenida a la entrada del Bósforo por los mismos fuegos artificiales; mas la vanguardia griega, con el afán de su temerario alcance, se ve acorralada por un sinnúmero de barcos y gente; tenían exhausta probablemente la prevención de fuegos, y así pierden hasta veinticuatro galeras, tomadas, sumergidas o destrozadas. [221]
Solían por fin sortearse los amagos o desastres de una guerra rusa, con tratados de paz y sin trances de guerra, pues aquellas hostilidades navales redundaban en sumo quebranto de los griegos. No cabía compasión en el montaraz enemigo, ni asomaba el menor despojo en su total desamparo; su retiro recóndito desahuciaba al vencedor de todo desagravio; y entre la altivez y flaqueza del Imperio arraigose el concepto de que no cabía tampoco timbre ni mengua en arreglos o trances con los bárbaros. Encumbradas e inadmisibles fueron por lo pronto sus peticiones de tres libras [1,38 kg] de oro para cada soldado o marinero de la escuadra; pues la juventud rusa propendía al intento de conquista y gloria; pero los canos consejeros se avenían a miras más comedidas. «Contentaos —decían—, con esos brindis grandiosos del César: ¿no es por ventura más acertado el logro sin pelea del oro, plata y seda, y cuanto estamos anhelando? ¿Quién nos afianza la victoria? ¿Ajustaremos tratados con el mar? No estamos hollando la tierra, pues acá nos estamos bamboleando sobre un abismo sin fin; al paso que amaga la muerte a todas nuestras cabezas». [222] El recuerdo de aquellas escuadras septentrionales, que parecían descolgadas del círculo polar, dejó muy hondamente encarnado el pavor en la ciudad imperial. Afirmaba y creía el vulgo de todas las esferas que en la estatua ecuestre de la gran plaza de Tauro, se había estampado reservadamente una profecía de que los rusos por último se habían de apoderar de Constantinopla. [223] En nuestros propios días, un armamento ruso, sin desembocar el Borístenes, ha ido bajando el continente de Europa, amagando con poderosísimos navíos la capital turca, y uno solo con su ciencia naval y artillería fulminante sumergiera o disparara cientos de canoas como las de sus antepasados, tal vez la generación actual ha de presenciar el cumplimiento de la predicción cuyo lenguaje es confuso pero la fecha indisputable.
Menos formidables se hacían los rusos por tierra que por mar; y peleando generalmente a pie, las rancherías escitas sabían arrollar y aventar con su caballería legiones tan desarregladas. Sin embargo, sus poblaciones un tanto crecidas, aunque imperfectísimas, ofrecían resguardo al súbdito y valladar al enemigo. Encabezó Kiev la monarquía del Norte hasta cierta partición aciaga, y las naciones intermedias del Volga y el Danubio quedaron rendidas o rechazadas con las armas de Stratoslao, [224] hijo de Igor, quien lo fue de Oleg, y éste de Rurico. Vida montaraz y belicosa fortalece con sus afanes, fortalece más y más la pujanza tanto corporal como la discursiva. Ceñido con su piel de oso, duerme Strastolao por el suelo reclinando sobre un albardón la cabeza; escaso y tosquísimo, como allá en los héroes de Homero, [225] es su perpetuo sustento; su manjar peregrino, por lo más de carne de caballo hervida, o asada sobre ascuas. Como disciplinador y ejercitador de su hueste, es de suponer que ningún soldado se propasaría a dejar en zaga el lujo de su caudillo. Moviolo Nicéforo, mediante una embajada, a emprender la conquista de Bulgaria, y quinientas mil libras [230 000 kg] de oro yacieron a sus plantas, para costear el desembolso o galardonar los afanes de la expedición. Se agolpa y embarca un ejército de sesenta mil hombres; navega desde el Borístenes hasta el Danubio; desembarca en las playas de Mesia, y tras recio encuentro, la espada rusa acuchilla a la caballería flechera de los búlgaros. Fenece el rey vencido; quedan cautivos sus hijos; el ámbito de sus dominios hasta la falda del Haemus, rendido o asolado, para en manos de los advenedizos. Pero el príncipe varange, en vez de soltar su presa y cumplir lo tratado retirándose al punto, se interna más y más, y a no cortar los vuelos a su carrera, el solio del Imperio se trasladara desde aquel tiempo lejano a clima mucho más templado y productivo. Paladea ya Stratoslao y aclama la excelencia de su venturoso logro, donde le cabe abarcar con su diestra por cambios o rapiñas los productos del orbe entero. Expedita ya la navegación traía de Rusia los renglones nativos de pieles, vino o hidromiel. Aprontábale Hungría remontas de gran caballería, con los despojos de Occidente, y rebosaba Grecia de oro, plata y preciosidades peregrinas, que su pobreza aparentaba menospreciar. Acuden a miles al pendón de la victoria pazinacitas, chazares y turcos, y el fementido embajador de Nicéforo se reviste la púrpura y se brinda al nuevo aliado, para terciar con él y apropiarse los tesoros del mundo oriental. Sigue el ruso su marcha desde la margen del Danubio, hasta la misma Andrinópolis; y a la intimación terminante de evacuar la provincia se sonríe con menosprecio, contestando erguidamente que Constantinopla podía contar con la presencia de un enemigo ya su dueño.
No cabía en Nicéforo el descargarse ya de aquel desmán a que se había doblegado, mas heredole trono y esposa Juan Zimisces, [226] enano de cuerpo, pero con alma y desempeño de un héroe. Vencen sus lugartenientes a los rusos, y les atajan todo auxilio advenedizo, matando hasta veinte mil hombres, fomentando rebeldías y deserciones. Queda Tracia despejada, pero amagan todavía sesenta mil bárbaros. Acuden por fin las legiones de Siria, y se aparejan para marchar a la primavera bajo el pendón de un príncipe guerrero, que blasona de amigo y vengador de la Bulgaria atropellada. Hállanse transitables las cumbres del Haemus, se aposenta en ellas la vanguardia romana, compuesta de los Inmortales (denominación grandiosa, al remedo de los persas). Sigue el emperador con su cuerpo principal de diez mil quinientos infantes, acompañándolo luego las demás fuerzas, en formación cauta y pausada, con todo el bagaje y máquinas militares. Estrénase Zimisces con la rendición de Marcianópolis y Peristhlaba [227] en dos días; suena el clarín, escálanse las almenas, degüella el acero a ocho mil quinientos rusos, y rescatando a los hijos del rey búlgaro de su encierro afrentoso, se les ciñe con una diadema nominal. Tras desmanes tan redoblados, retírase Stratoslao al punto fortísimo de Drista, sobre el Danubio; pero lo estrecha más y más un enemigo que tan pronto lo acosa con su actividad, como lo acongoja con sus pausas. Remontan las galeras bizantinas el río; las legiones acorralan al enemigo, que asaltado en torno hambrea y desfallece en medio de sus reales y de la ciudad. Menudean las hazañas personales; se intentan salidas desesperadas; pero a los sesenta y cinco días de sitio tiene Stratoslao que doblar la cerviz a su contraria suerte; ostenta cordura en sus concesiones caballerosas el vencedor, acatando el valor y recelando los arranques desesperados de un alma incontrastable. Obligase el gran duque de Rusia con solemnísimas imprecaciones a orillar todo intento aleve y hostil; se le franquea regreso expedito y seguro; queda restablecido el comercio por mar y tierra con ensanches; se reparte una medida de trigo a cada soldado, y como ascendían tan sólo a veintidós mil resulta una mengua grandísima en aquel resto de bárbaros. Asoman por fin muy trabajosamente al desembocadero del Borístenes; pero llegan exhaustos de abastos, en estación adversa, tienen que invernar sobre el hielo, y antes de emprender su marcha varias tribus cercanas, con quienes los griegos están relacionados, sorprenden y aquejan a Stratoslao. [228] Cuán diverso es entretanto el regreso de Zimisces, a quien agasaja su capital, como allá el pueblo a Camilo y a Mario, salvadores de la antigua Roma. Mas el emperador religiosísimo vincula todo el mérito de la victoria en la Madre de Dios; y colocando la imagen de la Virgen María con su Niño divino en los brazos en una carroza triunfal, engalanada con los despojos de la guerra y las insignias de la soberanía búlgara, Zimisces hace su entrada pública a caballo, con la diadema en las sienes y una corona de laurel en la mano, y Constantinopla atónita vitorea más y más el heroico desempeño de su nuevo emperador. [229]
Focio de Constantinopla, tan sumamente ambicioso como literato, se estuvo congratulando con la Iglesia griega por la conversión de los rusos [230] pues con sus argumentos eficaces y sus ímpetus devotos había ido recabando de aquellos bárbaros bravíos y sangrientos que reconociesen a Jesús por su Dios, a los misioneros cristianos por sus maestros y a los romanos por sus amigos y aun hermanos. Voló su triunfo anticipado, pues tal cual caudillo ruso, pirateando varia y desaforadamente pudo avenirse a las rociadas del agua bautismal, y algún obispo griego, con el dictado de metropolitano, administraría los sacramentos en la Iglesia de Kiev a congregaciones de esclavos o naturales; mas aquella semilla evangélica vino a caer en suelo estéril; escaseando los convertidos, sobreabundaron los apóstatas, y el cristianismo ruso tiene por fecha cabal el bautismo de Olga. [231] Una mujer, tal vez de ínfima esfera, vengadora de la muerte y empuñadora del cetro de su marido Igor, no pudo menos de atesorar aquellas prendas ejecutivas que embelesan y avasallan a la muchedumbre bravía. En el claro de guerras civiles y extranjeras, da la vela desde Kiev para Constantinopla, y el emperador Constantino Porfirogénito va desmesurando por puntos el ceremonial de aquel recibimiento en su capital y palacio. Pasos, dictados, saludos, banquetes y regalos, todo se fue pautando esmeradísimamente para halagar el engreimiento de los huéspedes, sin menoscabo de la majestad tan preeminente de la púrpura. [232] Recibió en el momento del bautismo el nombre venerable de la emperatriz Helena; acompañándola en su conversión el tío, dos intérpretes, dieciséis señoritas de alta jerarquía, dieciocho de menor esfera, veintidós criados o ministros, y cuarenta y cuatro mercaderes rusos, componiendo así todos la comitiva de la gran princesa Olga. Aferrose más y más a su regreso a Kiev y Novgorod en su nueva religión; pero malogrose todo su afán por la propagación del Evangelio, y tanto su familia como su nación se atrevieron con ahínco, o con tibieza, a los dioses paternos. Temió su hijo Stratoslao el menosprecio y escarnio de sus compañeros, y el nieto Wolodomiro clavó su afán devotísimo en redoblar y condecorar los monumentos del culto antiguo. Propiciaban todavía sacrificios humanos a las deidades montaraces del Norte, y en busca de víctimas, anteponían el compatricio al extraño, el cristiano al idólatra, y el padre que escudaba a su hijo contra la cuchilla sacerdotal incurría en la misma sentencia por la saña de general y fanática asonada. Pero la enseñanza y el ejemplo de la devota Olga habían encarnado honda, aunque reservadamente, en los ánimos del príncipe y del pueblo; seguían los misioneros griegos predicando, contendiendo y bautizando, y los embajadores o traficantes de Rusia solían contraponer la idolatría silvestre a la superstición toda primorosa de Constantinopla. Se habían colgado de asombro tras el cimborio de santa Sofía; estaban aún contemplando con embeleso las pinturas vivísimas de santos y de mártires, las riquezas de sus altares, el número y vestiduras de los sacerdotes, el boato y la solemnidad de las ceremonias; edificábales la alternativa metódica de silencio devotísimo y armónicos cantares, y era muy obvio el persuadirlos de que un coro de ángeles se apeaba diariamente del empíreo para incorporarse en la devoción de los cristianos. [233]
Pero el anhelo de una novia romana causó o abrevió la conversión de Wolodomiro. Hallábase a la sazón el cristiano pontífice en la ciudad de Cherson, celebrando los ritos del bautismo y del matrimonio; devolvió la ciudad al emperador Basilio, hermano de la esposa, pero trasportando siempre, según se asegura, las puertas de bronce a Novgorod, y colocándolas ante la primera iglesia, por trofeo de su fe y su victoria. [234] A su mando despótico, el dios tronador Perún, a quien siempre había estado adorando, anduvo arrastrando por las calles de Kiev, y doce bárbaros agigantados destrozaron a mazazos su imagen contrahecha, y por fin lo arrojaron descuartizado y con asco al Borístenes. Pregona luego Wolodomiro su edicto, mandando tratar como enemigos a cuantos se nieguen a recibir los ritos del bautismo así de parte de Dios como del príncipe; y entonces acuden rusos a millares por las orillas de sus ríos, obedeciendo ansiosos, y empapándose en la doctrina proclamada por el gran duque y sus boyardos. A la generación siguiente desaparecieron por entero los vestigios del paganismo; mas como entrambos hermanos de Wolodomiro habían fallecido sin bautismo, fueron desenterrados sus huesos y santificados luego con aquel sacramento póstumo y desusado.
En los siglos IX, X y XI de la era cristiana, fue cundiendo el Evangelio por Bulgaria, Hungría, Bohemia, Sajonia, Dinamarca, Noruega, Suecia, Polonia y Rusia. [235] Siguió más y más triunfante el afán apostólico en la edad de hierro del cristianismo, y las regiones de oriente y norte de Europa se fueron doblegando a una religión mas diversa en teoría que en práctica del culto de sus ídolos nativos. Una competencia loable fue estimulando a los monjes por Germania y Grecia para acudir a las tiendas y chozas de los bárbaros; peligros, quebrantos y desamparo eran los acompañantes de los primitivos misioneros, mas era su afán activo y sufridísimo, y su móvil en extremo puro y meritorio; era su galardón inmediato el testimonio de su conciencia con el acatamiento de un pueblo agradecido; pero prelados altaneros y riquísimos fueron los herederos y gozadores, en tiempos acá más cercanos, de la pingüe cosecha de sus anhelos y trabajos. Libres y voluntariosas fueron al pronto las conversiones, vida santa y lengua afluente, eran las únicas armas de aquellos misioneros; pero las patrañas caseras de los paganos enmudecían siempre ante los milagros y visiones de los advenedizos, acudiendo a impulsos de interés y vanagloria a enardecer el temple ya propicio de los caudillos preeminentes. Los prohombres de las naciones, al empaparse en los dictados de reyes y santos, [236] conceptuaban empeño legal y religiosísimo el de imponer la fe católica a sus vasallos y vecinos: arrolló enarbolando el estandarte de la cruz las notas del Vaticano desde Holstein hasta el golfo de Finlandia, y finó el reinado de la idolatría con la conversión de Lituania, en el siglo XIV. La verdad candorosa está pregonando que la conversión del Norte fue un gran derrame de logros temporales para los cristianos, tanto nuevos como antiguos. Aneja reina la saña guerrera en el humano linaje, sin que los preceptos caritativos y pacíficos del Evangelio la unan o enfrenen, pues en todos tiempos los príncipes católicos han ido renovando los desmanes de reñidas contiendas; pero alistados los bárbaros en el gremio de la sociedad civil y eclesiástica, libertose Europa de salteamientos por mar y tierra de normandos, húngaros y rusos, que se avezaron a acatar a sus hermanos y cultivar sus posesiones. [237] Influyó el clero en gran manera para la plantificación legal del buen orden, y fueron asomando los rudimentos científicos por los países mas bravíos del orbe. La religiosidad dadivosa de los príncipes rusos atrajo a su servicio a los griegos más aventajados para hermosear sus ciudades e instruir a sus moradores: remediáronse toscamente el cimborio y las pinturas de santa Sofía en las iglesias de Kiev y de Novgorod; trasladáronse los escritos de los Padres al idioma eslavón, y se brindó o precisó a trescientos moros nobles para estudiar la enseñanza del colegio de Jaroslao. Parece que debía Rusia lograr sumo y temprano aprovechamiento por su estrechez con la Iglesia y el estado de Constantinopla, que por entonces, con harto fundamento, estaba menospreciando la ignorancia de los latinos; pero la nación bizantina era de suyo servil, aislada y propendía arrebatadamente a su menoscabo: tras la caída de Kiev, quedó la navegación del Borístenes olvidada; zanjó el mar los grandes príncipes de Wolodomiro y Moscú de la cristiandad, y la servidumbre Tártara fue acosando y afrentando a ciegas la monarquía dividida. [238] Es cierto que los reinos eslavones y escandinavos, convertidos ya por misioneros latinos, yacían bajo el imperio espiritual, y las demandas de los papas; [239] pero se hermanaban en habla y culto al dar con Roma, y se iban empapando en el temple general y desenfadado de la república europea, y fueron participando de las ráfagas científicas que rayaban más y más por el mando occidental.