Documento 3
Es un cuaderno de unas cien páginas rayadas y tapas duras con un estampado de flores en colores psicodélicos, puros años sesenta.
En la primera página se lee «Alicia Guerrero» escrito en pluma con tinta azul royal en una letra amplia, redondeada, que necesita mucho espacio para desarrollarse y habla de una persona sociable, espontánea, intuitiva, con gran sentido estético.
Debe de tratarse de una especie de diario, aunque con frecuencia las entradas no tienen fecha y muchas páginas están dedicadas a bocetos y figurines. Hacia la mitad alguien ha arrancado algunas hojas. A partir de ese punto, las restantes están en blanco.
Hoy cumplo veinticinco años. ¡Qué locura! Ya un cuarto de siglo. Y llevo ya casi cuatro de casada. ¡Qué deprisa lo he hecho todo! Ahora que estamos en una época en la que por fin hay tiempo, no como a principios de siglo, cuando una chica tenía que darse prisa en encontrar marido porque a mi edad ya eras una solterona y no había nada que hacer; ahora, justamente, en lugar de disfrutar de la libertad y las posibilidades, voy y me caso antes de cumplir los veintidós. Pero es que JP era —bueno, y es— algo especial, muy diferente a todos. No había mucho que pensar. Y lo teníamos todo: nos queríamos, deseábamos llevar la misma vida y papá nos daba el dinero necesario para poner el negocio con el que soñábamos. ¿Qué más se podía pedir?
Sin embargo hoy, que es mi cumpleaños, no puedo evitar pensar que debería haberme dejado más tiempo; que elegí sin comparar; que, menos un par de chicos sin importancia con los que salí unas cuantas veces, no he tenido ocasión de vivir mi vida, de tener experiencias, de hacer locuras.
Helena sí que lo ha hecho bien. El año pasado, mientras JP y yo nos dejábamos la piel en Imagine, ella se pasó un año aprendiendo a pintar en Nueva York y California. Ha vivido un año realmente libre, ha conocido a montones de personas, ha probado algunas drogas —más me vale esconder bien este cuaderno si no quiero que mamá se suba por las paredes—, se ha acostado con más hombres de los que yo tendré en la vida. Incluso ha vivido un tiempo en una comuna, con hippies de melenas largas y flores en el pelo, en pleno San Francisco. Ha llegado incluso a hacer el amor con una mujer —me quedé de piedra cuando me lo contó, sin darle ninguna importancia además— y no me extrañaría que hubiera probado cosas aún más raras.
¿Tan extraño me parece a mí que me haya gustado ese chico al que conocí la semana pasada en el aeropuerto viniendo de París? No fueron más que cinco horas por el retraso del vuelo de Madrid a Casablanca, pero siento como si lo conociera desde siempre. Y, la verdad, aquí que escribo solo para mí, lo echo de menos. No es nada pecaminoso ni inmoral. Solo que por primera vez desde que estoy con JP me he sentido atraída por un hombre que no es él y eso ya es digno de figurar en mi diario, donde nunca hay nada que valga la pena, solo cosas de trabajo o ilusiones que me hago relacionadas con las vacaciones o con la posibilidad de tener hijos.
No entiendo por qué diablos no me quedo embarazada. No hacemos nada para evitarlo desde el principio, pero los niños no vienen. Tengo varias amigas que se han tenido que casar deprisa y corriendo y yo, que estoy legalmente casada y deseando tener hijos, nada.
A ver si este año lo conseguimos. Creo de verdad que eso nos ayudaría a estabilizarnos. JP no viajaría tanto si tuviéramos un bebé, siempre en el coche de acá para allá, haciendo kilómetros y kilómetros para solucionar cosas que podrían hacerse por teléfono.
La semana pasada me llamó desde Milán porque de repente se le había ocurrido ir a ver si la remesa de seda que tenían que enviarnos Luigi y Valentina había salido con los colores puros, no medio borrachos como la última vez, que hubo que devolverlos. Otra vez fue Zúrich, ya no recuerdo por qué. Puro culo de mal asiento.
El único sitio donde parece estar tranquilo es en La Mora; por eso me gusta estar allí sobre todo, porque veo lo bien que le sienta a JP y lo feliz que es. Creo que los que más disfrutan de La Mora en absoluto son él y papá, por eso se llevan tan bien. Les gusta hacer cosas con la tierra y las plantas, diseñar rincones misteriosos, poner fuentes por todas partes. Los dos dicen que los musulmanes tienen razón al decir que la belleza de un jardín es reflejo de la belleza divina. ¡Y eso que JP es ateo! Aunque, por supuesto, ni papá ni mamá lo saben.
A Helena y a mí nos gusta más la piscina, el no hacer nada, estar con mamá… pero aparte de eso es bastante aburrido y al cabo de unas semanas ya tenemos suficiente las dos y necesitamos salir de allí.
Cuando me imagino mi vida en el futuro, la verdad es que no coincido con JP, que quiere vivir en La Mora y viajar con frecuencia a París, en lugar de hacerlo al revés, como ahora. Yo soy más parisina que él, muy urbana, mucho más sociable. Me lo imagino de viejo, encerrado en La Mora, como un lord inglés enamorado de su castillo y de su parque, y yo mandándole postales desde cualquier ciudad del mundo a la que he ido unos días con Helena.
XXX
Tengo la dirección del chico del aeropuerto. ¿Me atreveré a escribirle?