Capítulo 57
Jameson se la quedó mirando fijamente con sus ojos rojos. Entonces abrió la boca, revelando sus dientes afilados como cuchillos, y empezó a reír.
Caxton no recordaba haberlo visto reír nunca mientras había estado vivo. Ahora que estaba no muerto se reía a carcajadas roncas, que resonaban por todas las paredes de roca.
Esperaba que Jameson la derribara de un golpe, o tal vez que le arrancara la cabeza y se bebiera su sangre al momento, pero no lo hizo. Lo que hizo fue dar un paso atrás y mirar a Caxton de pies a cabeza, como si estuviera tasando su valor. Caxton intentó pensar en algo que decir, algún argumento que lo convenciera de que sería una perfecta vampira. No se le ocurrió ninguno.
—No, papá —dijo Raleigh, que pasó corriendo junto a Caxton y a punto estuvo de tirarla al suelo. La chica intentó abrazar a Jameson, pero éste la mantuvo alejada, a un brazo de distancia—. ¡No! —insistió—. Ya será lo bastante insoportable tener que pasar la eternidad con Simón, pero… ¿ella?
Jameson tenía la vista fija en su hija y por eso no se había dado cuenta de lo que había sucedido cuando Raleigh había pasado junto a Caxton. La vampira, por su parte, estaba demasiado enfadada para pensar en nada más. Si los siervos habían visto algo, eran tan disciplinados que no se atrevieron a hablar.
Antes de que Raleigh se abalanzara hacia los brazos de su padre, la Beretta de Caxton seguía colgando del chaleco antibalas de la vampira, donde la había metido después de disparar las dieciséis balas. De hecho, Caxton estaba sorprendida de que no se le hubiera caído de camino a la cripta. A pesar de su cansancio y de que le faltaba el aliento, a Caxton le había resultado relativamente fácil coger el arma cuando Raleigh había pasado junto a ella y sacarla de la improvisada pistolera.
—Dijiste que seríamos tú y yo —suspiró Raleigh—. Para siempre. ¿Por qué tenemos que compartir nuestra sangre con ella? ¿Por qué, después de que haya intentado matarte tantas veces? ¡Pero si estuvo a punto de quemarme viva en la comisaría!
Caxton perdió una milésima de segundo comprobando el seguro: seguía quitado, porque Raleigh creía que había inutilizado la pistola. Le había faltado muy poco. Caxton la cogió con las dos manos y apuntó a la placa metálica que protegía el corazón de Jameson. Dudó otra milésima de segundo: no estaba segura de si las balas lograrían penetrar esa placa y sabía que sólo iba a tener una oportunidad.
Raleigh, en cambio, estaba vuelta de espaldas a Caxton y no había placa metálica en la parte trasera del chaleco.
La vida de Caxton iba a durar tan sólo hasta que uno de los dos vampiros se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Ella, por su parte, no tenía tiempo de pensar en cuál iba a ser su siguiente paso. Lo único que le pasó por la cabeza fue que marcharse del mundo cargándose a otro vampiro iba a ser un buen legado. Equilibró las piernas, contuvo la respiración y apretó el gatillo.
Jameson y Raleigh soltaron al unísono un grito de sorpresa y de rabia. Raleigh salió despedida hacia delante, cayó con los brazos alrededor del cuello de su padre y se derrumbó contra su pecho al tiempo que se abría un boquete en la parte trasera de su chaleco, entre la columna vertebral y el omóplato izquierdo. Una nubecita de vapor blanquecino acompañada de fragmentos de fibra de Twaron y esquirlas de hueso salió de la herida.
Raleigh se fue derrumbando lentamente hasta quedar reducida a un amasijo informe en el suelo. Tenía los ojos muy abiertos y sus manos se movían espasmódicamente. Empezó a temblar tanto que Caxton tardó un momento en darse cuenta de que la placa metálica estaba combada hacia fuera; la bala de teflón le había atravesado el cuerpo y había estado a punto de perforar también la placa.
Jameson se miró el pecho. También él tenía una mella en la cobertura de nailon del chaleco, aunque en su caso estaba ubicada en el lado derecho, donde no podía hacerle ningún daño. Levantó los ojos y su mirada se cruzó con la de Caxton. La observó con la boca entreabierta, con gesto furioso. Caxton notó cómo el cerebro del vampiro intentaba penetrar en el suyo a través de sus ojos, como un tren desbocado entrando en un túnel, pero ya sujetaba con la mano el amuleto que llevaba colgando del cuello. Este le quemó la palma durante un instante y Jameson desapareció de su mente, obligado a renunciar a su ataque mental.
El vampiro se tambaleó como si le acabara de propinar un bofetón.
Caxton aprovechó aquel momento de confusión y terror para retroceder y dar un paso hacia la galería a sus espaldas. Se tambaleó un instante, pues no osaba darse la vuelta y perder a Jameson de vista. Entonces, al ver que éste se erguía y se disponía a abalanzarse contra ella, Caxton se detuvo, alzó la Beretta y le apuntó al corazón.
—¡Pero si Raleigh había vaciado el cargador! —gruñó—. ¡Lo he oído!
—¡Es un nuevo modelo! —respondió Caxton, intentando mantener la serenidad—. Con un cargador de más capacidad.
La Beretta 92 que había llevado desde su primer día como agente estatal tenía un cargador con capacidad para quince balas. Jameson la había visto un millón de veces cuando trabajaban juntos y había asumido que seguiría usando la misma arma. Pero la nueva pistola tenía diecisiete balas.
Jameson asintió lentamente, como si por fin hubiera logrado impresionarlo, a lo mejor por primera vez.
—Pero creo que ahora ya está vacía.
—A menos que hubiera cargado una bala en la recámara antes de venir hasta aquí —respondió Caxton sin dejar de apuntarlo al pecho—. Eso habría sido lo más inteligente, ¿no crees?
Antes de conocer a Jameson, Caxton no se había enfrentado nunca a un vampiro y se había acostumbrado a llevar siempre una bala en la recámara. Eso significaba que, en cuanto desenfundaba la pistola, estaba preparada para disparar sin tener que montarla antes.
Jameson, en cambio, nunca había llevado el arma cargada. Le había dicho que eso era como conducir sin el cinturón de seguridad puesto. Se había incorporado al cuerpo de policía mucho antes que ella, cuando las armas de poco calibre aún se disparaban accidentalmente. Eso ya no sucedía casi nunca, pero Jameson había sido siempre patológicamente precavido.
Lo que Jameson no sabía (ni tenía por qué saberlo, si de Caxton dependía) era que ella lo había admirado tanto que había querido imitar todos sus movimientos y trucos. Por eso ya nunca llevaba una bala en la recámara. Había perdido el hábito.
La pistola estaba completamente vacía.
—Lo más inteligente —dijo él y dio un paso a un lado. Sin embargo, tenía unos pies tan ligeros que pareció que resbalara por el suelo, como si llevara patines—. ¿Ahora te dedicas a hacer lo más inteligente? Porque lo inteligente en este caso sería haberme disparado ya en lugar de estar charlando.
Entonces saltó y, sin esfuerzo aparente, su cuerpo salió propulsado por los aires, enorme y poderoso, hacia ella. A Caxton no le habría servido de nada intentar apartarse, pues Jameson era demasiado rápido. En lugar de eso, dirigió la pistola hacia el vampiro como si fuera una navaja y apretó el gatillo al tiempo que se inclinaba hacia atrás. Jameson levantó los brazos para cubrirse la cara en un gesto instintivo y erró el ataque por pocos centímetros. La pistola no había disparado (el gatillo ni siquiera se había movido), pero el vampiro había dudado un instante y eso había permitido a Caxton sobrevivir al ataque.
Si quería seguir viva, tenía que correr.
Y corrió.