Capítulo 26

La hermana Margot acompañó a Caxton a una habitación cuadrada y sin ventanas de la segunda planta, con una mesa y un puñado de sillas francamente incómodas. En el interior hacía un frío helado, pero habían colocado un brasero en un rincón y varios candelabros flanqueaban la mesa, arrojando algo de luz. Raleigh la esperaba ya en el interior, sentada en el extremo opuesto de la mesa. Saludó efusivamente a Caxton, volvió a sentarse y le sonrió.

Caxton se sacó una grabadora digital del bolsillo.

—¿Te parece bien si utilizo esto? Me he dado cuenta de que no tenéis electricidad aquí.

—La hermana Margot dice que no la necesitamos. Que si la tuviéramos, estaríamos tentadas de tener radio, o incluso un televisor, y que eso sería un error. A veces pienso que antes de ser monja debió de ser una amish. Pero bueno, supongo que ese aparatito no será ningún problema.

Caxton asintió para darle las gracias. Preparó la grabadora y colocó un pequeño micrófono encima de la mesa. Decidió no andarse con rodeos.

—Quería preguntarte unas cuantas cosas sobre tu padre. ¿Has estado en contacto con él recientemente? Antes de que cambiara, me refiero…

La muchacha sacudió la cabeza.

—No supe nada de él durante unos seis meses. Toda mi familia está bastante distanciada. Hace dos días vi al tío Angus por primera vez desde que era una niña. Vi a mi madre hace unas semanas, pero no hablamos demasiado. Estábamos algo…

Caxton la interrumpió. No quería hablar sobre Astarte, pues eso probablemente haría que surgieran cuestiones emotivas. Tenía que controlar el curso de la entrevista.

—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu padre?

—Yo estaba en… Bélgica —dijo Raleigh y se le empañó el rostro, como si se tratara de un recuerdo doloroso.

—Por aquel entonces aún ibas al instituto. Me lo contó tu padre. Cursabas un semestre en el extranjero, ¿verdad?

Raleigh se encogió de hombros.

—Así fue como empezó todo. Yo quería estudiar arte, y en Bélgica hay muchos museos. ¿Ha estado alguna vez?

Caxton sonrió.

—No. —Nunca había salido del país, a excepción de la vez en que, siendo aún una niña, había ido a Canadá. De hecho, pocas veces había salido del estado—. O sea que viste los museos —dijo.

—Sí, eran magníficos. Pero no te puedes pasar los días mirando cuadros y las noches escribiendo trabajos sobre ellos. Fui con una amiga, Jane, y…

Caxton se sacó una libreta del bolsillo.

—¿Y de apellido?

La chica frunció el ceño.

—Eso no tiene importancia para la historia que le estoy contando.

Caxton esbozó una sonrisa.

—Nunca se sabe qué es importante y qué no. A veces los detalles son lo más importante.

—De pronto tengo la sensación de que me está interrogando.

«No tengo tiempo para esto», pensó Caxton.

—Sólo intento descubrir tantas cosas como pueda. Ésta no es ni siquiera una conversación oficial, sino tan sólo informativa.

—Es que no quiero que Jane tenga problemas. Jane… en fin, vive un estilo de vida que mucha gente no aprueba, porque supone romper una serie de normas bastante tontas.

—Que consume drogas, vamos —dijo Caxton.

Raleigh la miró con sorpresa.

—¡Sí! ¿Cómo lo ha sabido?

—No es magia, lo sé por experiencia. —No era la primera vez que oía ese tipo de excusas—. ¿Vive Jane actualmente dentro de las fronteras de Estados Unidos?

Raleigh sacudió la cabeza.

—O sea, que aún vive en Europa. —La chica asintió—. En ese caso, no podría arrestarla ni aún queriendo. El continente europeo queda fuera de mi jurisdicción. Pero olvidémonos de su apellido. Cuéntame lo que sucedió.

Raleigh miró al techo. Soltó un largo suspiro y empezó a hablar.

—Por aquel entonces yo era joven y tonta. Y también estaba aburrida. Jane y yo compartíamos un pequeño apartamento en Bruselas. El alquiler no era nada, pero aun así estábamos siempre sin blanca. Comíamos un montón de patatas fritas, porque son muy baratas. ¿Sabía que las patatas fritas se inventaron en Bélgica? En fin, vivir con tan poco dinero era en muchos sentidos una experiencia bastante espiritual. No poseer casi nada puede ser muy liberador. Nos pasábamos el día hablando de arte, y a veces también la noche. No dormíamos demasiado, pero tampoco nos sentíamos tan mal al día siguiente. Ya sabe cómo es eso cuando una es joven.

Caxton sonrió y asintió, aunque en realidad no lo sabía. Su propia experiencia había sido bastante distinta.

—A Jane le gustaban mucho las fiestas. ¿Entiende qué quiero decir? Al principio se trataba tan sólo de beber. Comprábamos un vino muy barato que venía en unas botellas azules y que sabía a rayos, pero podías comprar varias cajas por casi nada. Invitábamos a gente, otros estudiantes, a veces incluso chicos belgas, y nos divertíamos mucho. Reíamos y cantábamos hasta que la gente que vivía en el piso de abajo golpeaba el techo con el palo de la escoba, y eso nos hacía reír aún más. A veces había gente que traía otras cosas.

—Drogas, quieres decir.

Raleigh asintió y apartó la mirada.

—Pero a mí no me iba y siempre decía que no. Al principio, quiero decir. Cuando se pasaban un canuto, a mí me parecía asqueroso, con las babas de todo el mundo pegadas. A veces traían pastillas y se pasaban varios días sin dormir. A Jane le gustaba eso. Decía que le encantaba hacer los deberes a las cuatro de la madrugada, cuando no había ruido. El tío que traía las pastillas empezó a venir más a menudo. Se llamaba Piet y tenía unos ojos preciosos. Una vez estábamos en la cocina y me besó. Entonces se me quedó mirando durante mucho rato, hasta que yo me sentí violenta y salí corriendo. Esa misma noche se enrolló con Jane y a los pocos días se trasladó a vivir con nosotras. Empezó a invitar a sus amigos y algunos de ellos no eran tan… en fin, tan agradables. —Raleigh empezó a arañarse los brazos mientras hablaba, a clavarse las uñas en la parte interior del codo, a través de las mangas de su vestido holgado—. Tomaban heroína. Allí las cosas no son como aquí. La gente no te llama «yonqui» por haber probado algo una vez. Jane empezó a chutarse con Piet y se acabaron las noches en vela. En lugar de eso, los dos se caían en el sofá y no había quién los levantara. Jane dejó de ir a clase.

Caxton suspiró.

—¿Cuándo empezaste a consumir heroína? —preguntó.

La chica le dirigió la misma mirada de sorpresa que antes, como si Caxton acabara de leerle la mente.

—Yo no he dicho que tomara heroína. No lo he dicho nunca.

—Pero la probaste —respondió Caxton—. ¿Verdad?

Raleigh asintió.

—Sí. Decían que era la mejor sensación del mundo. Decían que podías probarla unas cuantas veces sin correr riesgo de engancharte. Que no pasaba nada si sólo lo probabas un par de veces. Y yo pensé que… en fin, estábamos ya casi al final del semestre y quise probarlo una vez. A lo mejor dos, si me gustaba. Entonces iba a volver a casa, porque ya tenía el billete de avión, y la tentación desaparecería.

—¿Y qué pasó?

—Que me gustó. Me gustó mucho. —Raleigh bajó los ojos y se miró las manos. Sus pies se balanceaban debajo de la mesa—. Lo hice más que «algunas veces». Ya he dicho que no teníamos dinero, de modo que no podíamos comprar dogas y pagar el alquiler al mismo tiempo. Teníamos que hacer algo. Jane me convenció para canjear los billetes de avión. Les contaríamos a nuestros padres que necesitábamos el dinero para pagar el alquiler y ellos nos mandarían otro billete. Sólo que en realidad no queríamos volver a casa. Llamaron del instituto y dijeron que si no asistíamos a clase, nos iban a expulsar. Lo que sucedía era muy raro: yo sabía que las cosas iban mal. Lo sabía pero, al mismo tiempo, no podía hacer nada al respecto. Cuando estaba subida, no me importaba nada. Y cuando me venía el bajón, sentía que no me podía concentrar para hacer lo que tenía que hacer. Nos echaron del apartamento porque no pagábamos el alquiler y nos fuimos a vivir con Piet y sus amigos.

—¿Y qué hiciste para conseguir dinero?

Raleigh levantó los ojos y miró fijamente a Caxton.

—No quiero decirlo. Por lo menos mientras me grabe.

—Vale —dijo Caxton. De todos modos tampoco necesitaba saber los detalles sórdidos.

—Me ha preguntado acerca de la última vez en que vi a mi padre. Lo siento, he divagado un poco. La respuesta es que lo vi hace unos seis meses. Él sabía que si yo no había vuelto a casa tenía que ser por algo. Fue a ver a Vesta Polder y le pidió que echara un vistazo e intentara descubrir mi paradero… Ella puede hacer ese tipo de cosas. En fin, que lo llamó y le dijo que había encontrado mi cuerpo, pero que no veía mi alma por ninguna parte. —La voz de la muchacha subió varias notas mientras terminaba de contar su historia—. Papá vino a buscarme. Se presentó en Bruselas e hizo daño a varias personas. A algunos de los amigos de Piet. Yo lo insulté y le dije de todo, pero él ni siquiera me escuchaba. Me sacó de allí y me metió en un avión. Hicimos todo el viaje uno al lado del otro. Yo me mareé, me mareé mucho. Me pasé el viaje vomitando. El me sujetó la cabeza cada vez, pero se negó a hablar conmigo, por lo menos mientras yo estuviera en ese estado. Le dijo a todo el mundo que volar me sentaba mal. Cuando llegamos a casa, me trajo directamente aquí. Él no podía cruzar la puerta, pero la hermana Margot me echó un vistazo y me aceptó al momento. Pasé varios días encerrada y cuando finalmente salí de mi habitación, me estaban esperando con un uniforme feísimo. Me dijeron que si quería quedarme aquí, tenía que vestirme como todo el mundo. Decidí ponerme la ropa, porque necesitaba algo. Algo que pudiera reemplazar la heroína. No tenía ni idea de dónde me estaba metiendo, soy incapaz de contarle lo asustada que estaba. Ahora todo ha cambiado.

—¿Y cómo se le ocurrió a tu padre traerte aquí?

—Vesta le recomendó este lugar, dijo que aquí podían volver a dejarme limpia. Esto es verdaderamente especial. Debería pasar usted una temporada aquí.

—Me encantaría —mintió Caxton—. O sea, que todo esto sucedió hace seis meses.

Durante el verano de 2004, tan sólo unos meses antes de la masacre de Gettysburg. Jameson nunca le había contado a Caxtón lo que había sucedido, ni siquiera lo había insinuado. Y, sin embargo, conociendo a Jameson Arkeley eso tampoco era tan sorprendente.

—Me salvó la vida —dijo Raleigh, que se reclinó en su silla. Parecía agotada, como si el esfuerzo de contar aquella historia hubiera removido algo en su interior—. Me salvó la vida. Y salvó mi alma. —Meneó la cabeza—. He oído lo que le hizo al tío Angus. Es horrible. Estoy haciendo un ayuno de tres semanas en su honor.

—Qué… detalle —murmuró Caxton.

—El ya no es mi padre. Porque ya no es la misma persona, ¿verdad?

—Eso mismo pensaba tu pobre madre —dijo Caxton.

—¿Mi pobre madre? ¿A qué se refiere?

A Caxton le dio un vuelco el corazón. Raleigh no lo sabía.

—Lo siento. Creía que la policía de Bellefonte se habría puesto en contacto contigo. Aunque supongo que no sabían dónde estabas. —Se preguntó si debía tenderle a la chica una mano por encima de la mesa, para consolarla, pero no lo hizo—. Anoche tu padre la mató. Exactamente de la misma forma que hizo con tu tío. Lo siento… Lo siento mucho.

Raleigh empezó a gritar.