Capítulo 39
Caxton dejó a Young y a Miller vigilando la casa, por si estaba equivocada. Si Simón regresaba mientras ella estaba fuera, tenían órdenes de no perderlo de vista, de vigilar todos sus movimientos y de seguirlo si salía de casa. Ya no tenía ningún sentido actuar con discreción. Si el chaval se les esfumaba delante de las narices y salía a pasear de noche, Caxton haría todo lo posible para evitar que cayera en manos de su padre.
Porque sabía que si no lo hacía, se las vería con un segundo vampiro tan peligroso como el primero.
El hecho de que Simón tuviera reticencias a hablar con ella o su evidente desconfianza hacia las fuerzas del orden Caxton podía achacarlos a la rebeldía típica de la juventud, o a la simple estupidez. Pero el truco de pedirle a su amiga que se sentara junto a la ventana era ya harina de otro costal: a lo mejor el chico tenía algo que ocultar.
—Cuando lleguemos a ese sitio, usted limítese a seguirme el juego —le dijo a Lu—. Deje que hable yo.
—De acuerdo —respondió él, no demasiado convencido. Caxton había tentado su paciencia cargándose la puerta de Simón y no sabía hasta cuándo iba a dejar que siguiera saliéndose con la suya. En cualquier caso, pronto iba a averiguarlo.
Condujo a una velocidad moderada hasta llegar al campus sur. No estaba demasiado lejos y la nevada hacía que circular resultara peligroso incluso con precaución. Los camiones de sal habían empezado a abrir camino en la nieve acumulada, pero Caxton no quería arriesgarse. Si se salía de la carretera y estropeaba el Mazda, iba a perder movilidad y un tiempo crucial.
—Usted conoce esto ¿verdad? Syracuse, quiero decir… Si llamamos a la puerta y encontramos una escena de drogas, ¿debemos prever que los infractores vayan armados?
Lu se quedó a cuadros.
—¡No, por Dios! Los consumidores aquí son estudiantes, adolescentes. Fuman marihuana y a lo mejor de vez en cuando toman ácido. Estamos en una ciudad universitaria y eso es algo con lo que hay que contar. Pero rara vez reaccionan con violencia. Aquí hace demasiado frío para ciertas estupideces.
—Vale —dijo Caxton y se removió en el asiento, tratando de relajarse.
Pero no era fácil. Pensó en el lugar, el apartamento, al que se dirigían. Jameson podía estar esperándola allí. Podía tratarse de una trampa. Era posible que le hubiera transmitido ya la maldición a Simón. El lugar podía estar lleno de siervos no muertos.
Podía esperar cualquier cosa, lo que fuera.
Salió por una calle llamada Skytop y le echó un primer vistazo al campus sur. La descripción del casero era bastante ajustada. Las residencias de estudiantes eran edificios sencillos de dos plantas, construidos con materiales baratos. Tenían pocas ventanas y eran todos parecidos. Parecían piezas de Monopoly repartidas por un vasto mar de aparcamientos cubiertos de sal. A Caxton se le ocurrían pocos lugares más deprimentes donde vivir, aunque imaginaba que, si eran lo bastante baratos, los estudiantes podían aguantarlo.
Detuvieron el coche en un aparcamiento tan grande que parecía el de un centro comercial y esperaron. Esperaron. Y esperaron un poco más. Caxton se impacientó y golpeó varias veces el volante, pero eso no le hacía ningún bien a nadie, de modo que decidió parar. Finalmente Young la llamó y le proporcionó una dirección. Había encontrado más de cien estudiantes que se apellidaban Murphy, pero los había descartado todos (porque o bien eran mujeres, o no vivían en el campus sur, o no eran pelirrojos) antes de probar con Murphy como nombre de pila. Resultó que había un único estudiante que se llamara Murphy de nombre: era varón y vivía en el campus sur. Si no era el tipo que buscaban, dijo Young, si Murph era un apodo, entonces no podía hacer nada más por ella. Le dio la dirección exacta y Caxton puso el coche en marcha sin tiempo siquiera para darle las gracias.
Aparcó frente al edificio que andaban buscando. Según la información de Young, estaba alquilado a nombre de un estudiante de tercer año llamado Murphy Frissell. Frissell estudiaba Ciencias Medioambientales, con la especialización en Ingeniería Forestal. Constaba que Frissell compartía piso con un tal Scott Cohén, que estudiaba música. Ambos habían sido arrestados el año anterior por posesión de marihuana, pero la sentencia había quedado suspendida al no ser reincidentes. Frissell encajaba perfectamente en la descripción del casero. Young incluso había descargado una fotografía de la oficina de registros que confirmaba que Frissell era pelirrojo.
Caxton y Lu salieron del coche y se dirigieron hacia la casa. Oyeron música que provenía del interior, y a Caxton le pareció percibir olor a marihuana. Le indicó a Lu que la cubriera, se acercó a la puerta y llamó.
—¡Abran! —gritó—. ¡Policía federal!
No hubo respuesta. Tampoco la había esperado: la música debía de estar a un volumen ensordecedor si podía oírla a través de las paredes del edificio. Volvió a aporrear la puerta, una y otra vez, y llamó al timbre varias veces. Finalmente se oyó movimiento al otro lado. Entonces fue hasta la ventana más próxima y golpeó el cristal con su porra plegable.
—¡Mierda! —exclamó alguien dentro de la casa—. ¿Habéis oído eso?
—Vamos —gritó Caxton—. ¡Abran de una vez!
La música paró de golpe y Caxton aporreó la puerta de nuevo. Finalmente, alguien se asomó a ver qué sucedía. Era un chico de la edad de Simón, con una mata de rizos negros que le caía hasta los hombros. Tenía los ojos inyectados en sangre y tardó unos segundos en ubicar la cara de Caxton.
—¿Qué pasa? —preguntó el chico.
Caxton soltó un suspiro.
—¿Scott Cohen? Soy la agente especial Caxton y éste es el agente especial Benicio. Queremos hablar con Simón Arkeley. ¿Podemos entrar, por favor?
El chico se pasó la lengua por los labios y pareció meditar seriamente su respuesta. Caxton hizo lo posible por mantener la calma y no perder los estribos, pero sabía que si Cohén no se hacía a un lado, pronto iba a sacarlo del umbral de un empujón.
—Pues… vale —dijo finalmente el chico—. Un momento, ¿sois polis?
Caxton lo apartó y entró en la casa.
—Agentes federales —le dijo y le hizo un gesto a Lu para que la siguiera.
—Pues no estoy seguro de si debo dejaros entrar —dijo Cohen, pero era demasiado tarde, Caxton ya estaba dentro.
La sala que había al otro lado de la puerta era una cocina con una encimera rota y chamuscada, y unos armarios desconchados. La nevera estaba decorada con un póster de una organización llamada NORML, el logo de la cual era una enorme hoja de marihuana. Dio la vuelta a la encimera y vio una reproducción enmarcada de Escher colgada de la pared. El resto de la planta baja lo ocupaba una espaciosa sala de estar. En el suelo había una maltrecha alfombra con numerosos agujeros redondos y ennegrecidos que dejaban ver el suelo, provocados tal vez por cigarrillos. Había también un enorme sofá encima del cual dormía un chico que debía de ser Murphy Frissell. Había un televisor de pantalla plana de cuarenta y cinco pulgadas, apagado, una mesita con una nutrida colección de cachimbas de cristal y de plástico, numerosos mecheros de butano y sopletes en miniatura de los que se utilizan para preparar natillas con azúcar quemado… o para mantener una pipa de crac encendida.
Caxton inspeccionó los rincones de la habitación en busca de pistolas, escopetas o incluso espadas: había visto muchas casas y sabía que podía encontrar las cosas más extrañas. Pero, no había rastro de armas.
Cohén la había seguido como un cachorro. Iba con las manos en alto, como si se entregara incluso antes de que ella lo hubiera acusado de nada.
—¿Dónde está? —le preguntó—. Arkeley, Simón Arkeley —insistió Caxton antes de que Cohén tuviera tiempo de preguntar a quién se refería.
El chico echó un vistazo a la habitación y frunció el ceño.
—No está aquí —dijo, y a Caxton le cayó el corazón a los pies. Entonces al chico se le iluminó la mirada—. A lo mejor está arriba. No sé…
—Vamos a comprobarlo —dijo Caxton y le hizo un gesto a Lu—. Scott, tú quédate aquí.
El chico le dirigió una mirada hosca.
—Vale —dijo.
Caxton se preguntó qué demonios hacía Simón con esa panda de perdedores. Cuando lo había conocido, no le había parecido que fuera un consumidor de drogas tan asiduo, aunque tan sólo lo había visto un momento y a lo mejor no lo había sabido juzgar correctamente.
La escalera estaba al fondo de la sala. La subió lentamente, preguntándose qué iba a encontrar arriba. Vio volutas de humo flotando encima de las lámparas y desenfundó el arma. Si Simón estaba ahí arriba fumando marihuana, era posible que no reaccionara bien ante la policía.
Sin embargo, el chico le evitó problemas cuando se asomó por una de las puertas del primer piso y le dirigió una mirada furiosa. Caxton se dio cuenta inmediatamente de que Simón estaba vivo. Vivito y coleando.
No era demasiado tarde.
—Señor Arkeley —dijo Lu—. Espero que no le molestemos, señor.
—Ni mucho menos —respondió Simón—. Hola, agente.
Caxton apretó los dientes.
—Ahora soy agente especial.
Simón asintió con la cabeza.
—Supongo que tendremos que hablar —dijo—. Pasen, por favor.