Capítulo 22
Caxton y Glauer regresaron a la casa caminando por la nieve. Desde su llegada a Bellefonte la temperatura había bajado considerablemente y el cielo había adquirido un amenazante color plomizo. La nevisca que había empezado a caer con la puesta del sol había cesado, pero parecía que las nubes aún no habían terminado de descargar por aquella noche.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Glauer, aunque el crujido de sus pasos sobre la nieve en polvo casi le silenció voz.
A Caxton aquello le sonaba a rechinar de dientes. Meneó la cabeza. Eran sólo las siete de la tarde, aunque parecía mucho más tarde.
—Precintar la escena del crimen, llamar a quien corresponda y esperar a que lleguen.
—Yo me refería a… —empezó a decir Glauer, pero se limitó a asentir.
Realizaron el resto del camino en silencio. La casa de Astarte estaba tal como la habían dejado. Los coches que había aparcados en la calle tenían una fina capa de nieve recién caída que reflejaba las luces azules y rojas de las sirenas, que en lugar de atravesar la noche resplandecían intermitentemente, primero de un color y luego de otro. Glauer quería apagar los motores de los coches, pero Caxton le dijo que no lo hiciera. Era importante mantener la integridad de la escena, hasta el último detalle.
Realizó las llamadas telefónicas de rigor. Un solitario agente del departamento de policía local acudió al momento, pero hizo poco más que precintar la zona con cinta amarilla y ni siquiera entró en la casa. Las ambulancias fueron las siguientes en llegar, pero los enfermeros tuvieron que esperar a que el juez de instrucción declarara a todos muertos. El técnico de la morgue llegó media hora más tarde. Era un médico de aspecto huraño que vestía un grueso anorak, con la capucha puesta. Entró en la casa y salió al cabo de cinco minutos. Les hizo un gesto a los enfermeros para que entraran, aunque lo cierto era que nada podían hacer ya.
Las luces se fueron encendiendo en el resto de las casas de la calle. Los vecinos, con gestos de inquietud, miraban por las ventanas, aunque ninguno salió a echar un vistazo de cerca. Glauer se ofreció para preguntar por el vecindario, ir puerta a puerta por si alguien había visto algo.
—Lo dudo mucho —dijo—, pero se sentirán mejor si pueden hablar del asunto con alguien.
A Caxton le importaba muy poco lo que pudieran pensar los vecinos de Astarte, pero así por lo menos tenía a Glauer ocupado, de modo que le dio permiso con un suspiro de alivio. El agente llevaba ya un rato paseándose por la acera, de aquí para allá, como si quisiera decir algo pero no se atreviera.
La tensión de Caxton fue creciendo hasta que su único deseo fue marcharse de allí. Era de noche (iba a ser de noche durante las siguiente doce horas) y sabía que no iba a poder relajarse hasta que amaneciera. Tenía cosas que hacer pero no podía largarse hasta que la escena del crimen no estuviera en manos de alguien capacitado para hacerse cargo de ella. Sin darse cuenta, ella misma empezó también a pasearse de un lado a otro. Por lo menos hacer ejercicio evitaba que se le congelaran las articulaciones.
Un coche sin marcas, antiguo, se acercó a la casa. Caxton entrecerró los ojos por la luz de los faros e intentó adivinar de quién se trataba. Había dos personas dentro, un hombre y una mujer. Cuando los reconoció se llevó una verdadera sorpresa: eran Fetlock y Vesta Polder.
El marshal la saludó con la cabeza y se acercó al policía local que montaba guardia delante de la casa. Vesta fue hacia Caxton y le estrechó la mano.
La anciana miró por encima del hombro hacia los árboles que había a ambos lados de la calle, como si esperara ver a un fantasma.
—Astarte ha muerto —dijo, y no era una pregunta—. Normalmente no habría venido, y mucho menos a estas horas. Ya sabes que no me gusta estar lejos de casa por la noche, pero tengo que verla.
Caxton no sabía qué hacer. Permitir la entrada de un civil en una escena del crimen que aún estaba bajo investigación iba contra las normas. En algunas ocasiones se hacían excepciones con familiares próximos, pero Vesta Polder no estaba emparentada con los Arkeley. Vesta tampoco quería explicarle por qué era tan importante que viera el cuerpo. Miró a Caxton a los ojos como si quisiera hipnotizarla.
—Acompáñame —cedió finalmente Caxton.
Hasta que se presentara algún detective del departamento de policía, ella estaba al cargo de la escena y decidía quién entraba en la casa y quién no.
La viuda yacía en la misma posición que cuando Caxton la había visto por primera vez. La sangre del suelo había empezado a secarse por el calor de la casa, pero Vesta se acercó al cuerpo caminando con mucho cuidado, procurando no mancharse las botas. Caxton conocía a Polder lo suficiente como para saber que la mujer no actuaba así porque fuera aprensiva.
Vesta se colocó a los pies de la cama y cerró los ojos. Sus labios se movieron pero Caxton no oyó lo que decía. Supuso que se trataba de una plegaria. Cuando terminó se quedó allí, con los ojos cerrados y las manos ligeramente extendidas a ambos lados.
Caxton se preguntó cuánto tiempo iba a durar todo aquello. Al cabo de uno o dos minutos carraspeó y Vesta abrió los ojos.
—A juzgar por el tamaño de la herida, no creo que le hiciera demasiado daño —dijo Caxton, señalando el brazo de Astarte—. Cuando mató a Angus, tenía prisa, pero aquí se tomó su tiempo.
Vesta asintió.
—Primero su hermano. Ahora su esposa.
—¿Sabes por qué la mató? —preguntó Vesta en un tono que parecía indicar que ella ya lo sabía, pero quería que Caxton lo dijera en voz alta.
Aquello era típico de Vesta Polder, la mujer que lo veía y lo sabía todo (o eso quería hacer creer a los demás). Caxton estaba casi segura de que generalmente hacía comedia, que se trataba de una técnica estudiada para lograr que la gente le contara lo que ella quería saber. Aquella mujer le daba un poco de miedo.
—Creo que les hizo la misma oferta a los dos. Podían elegir entre unirse a él y convertirse en vampiros o morir en el acto. Lo que aún no entiendo es por qué.
—Jameson los amaba —respondió Polder—. Los amaba pero eran humanos. Para un vampiro, la vida humana es detestable. Era incapaz de conciliar esos dos sentimientos. Para resolver esa tensión debía convertirlos en lo mismo que él, llevarlos a su mismo nivel, o acabar con ellos.
—Hasta ahí ya había llegado yo —dijo Caxton, encogiéndose de hombros—. Pero los vampiros nos ven como presas, como ganado. Aun así, no se bebió la sangre de ninguno de los dos, simplemente los hirió y dejó que se desangraran.
—A lo mejor, viniendo de Jameson, eso es una muestra de afecto —dijo Vesta—. En lugar de darse un festín con ellos, como si fueran un animal de granja, les dio una inyección letal, como se hace con un animal de compañía.
Vesta rodeó la cama y se inclinó sobre el rostro de Astarte. Se acercó tanto que Caxton hizo el gesto de levantar la mano para advertirla. Vesta pasó una mano por encima de los labios de Astarte, sin tocarlos, y luego entrelazó aquellos dedos cargados de anillos, como si hubiera cazado una mosca.
—Se ha marchado ya. Jameson no podrá convertirla en su sierva. Eso es a lo que vine. ¿Puedo cerrarle los ojos?
Esa era otra de las cosas que uno no hace en el escenario de un homicidio, pero Caxton se mordió un labio y asintió.
Vesta le cerró los ojos a la fallecida suavemente, con dos dedos de la mano izquierda. Ahora sí había terminado. Sin embargo, antes de dejar que se marchara, Caxton tenía algunas preguntas para ella.
—La noche acaba de empezar. Temo que pueda volver a atacar.
—Esta noche no —dijo Vesta, sacudiendo la cabeza, y sus rizos rubios bailotearon sobre su austero vestido negro—. Esto lo habrá emocionado, habrá afectado la parte de su corazón que aún es capaz de amar. No, hoy regresará a su guarida a deprimirse.
A Caxton le costaba mucho imaginar a Jameson deprimiéndose, pero le concedió a Polder el beneficio de la duda. En cualquier caso, aquella mujer sabía cosas que el resto de las personas no sabían. Y era mejor no preguntarle cómo las sabía.
—No sabrás por casualidad dónde está su guarida, ¿verdad?
Polder volvió a sacudir la cabeza.
—Eso se me escapa, y está oculto a los ojos de los mortales. Buenas noches, Astarte —se despidió.
Volvió a rodear la cama, como si quisiera marcharse, pero Caxton la detuvo.
—Te has tomado muchas molestias para estar aquí esta noche.
—Astarte era mi amiga. Alguien tenía que venir y hacer lo que he hecho.
Pero Caxton pensaba de otra forma.
—Raleigh… Durante la farsa de funeral, Raleigh me habló de lo que había entre tú y Astarte. Dijo que os habíais enemistado por algo. ¿Te importaría hablarme de eso? La muchacha me contó que hacía años que no os hablabais.
—¿No lo has adivinado aún? —preguntó Polder, que apartó la mirada—. Es evidente, tuve una aventura con Jameson.
Caxton se quedó de piedra. Si le costaba imaginar a Jameson deprimiéndose en su guarida, era completamente incapaz de imaginar lo que Vesta le estaba confesando.
La mujer levantó la cabeza y miró el techo.
—Fue en 1987. Jameson y Astarte llevaban sólo unos años casados, pero ya habían empezado a distanciarse. Fue una especie de matrimonio de conveniencia. Jameson era el gallardo héroe que había derrotado las fuerzas oscuras, el hombre que sin la ayuda de nadie había barrido a los vampiros de la faz de la tierra. O eso creíamos. Al principio no le contó a nadie que Justinia Malvern había sobrevivido. Astarte provenía de una familia muy respetable, de mucha alcurnia. Su linaje se remontaba hasta los inicios de este país.
—¿Hasta los padres fundadores de Plymouth Rock, quieres decir?
Vesta sonrió.
—No, Salem. En todo caso, no hacían buena pareja. Para empezar, él le sacaba veinte años. Nunca fueron felices. Jameson pasaba demasiado tiempo trabajando y ella debía ocuparse de la casa. Se sentía abandonada. Al parecer, tan sólo la veía para fecundarla: ese mismo otoño y en invierno del año siguiente. Astarte tuvo que criar a sus hijos sola, como si fuera una madre soltera. Yo la ayudaba tanto como podía, por aquel entonces yo no estaba tan limitada de movimientos. Era mi mejor amiga, ¿sabes? Así fue como conocí a Jameson. Al principio no me gustó nada. Nunca le pegó a Astarte, por supuesto, y de su boca tan sólo salían palabras cariñosas, pero aun así yo pensaba que era un monstruo por abandonarla de aquella forma.
—Y, sin embargo, terminaste liándote con él —dijo Caxton.
—Algunas personas nos sentimos atraídas por los monstruos —dijo Vesta, y Caxton se encogió al ver su expresión de complicidad—. Era un hombre tan fuerte, apasionado e impetuoso… Es muy difícil resistirse a ese tipo de atención.
Caxton se rascó una ceja.
—Hace poco hablé con Astarte y… bueno… la mujer insinuó que había habido una conexión romántica entre su marido y yo.
—Menuda tontería. Cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que a ti te van las mujeres.
Caxton decidió que la conversación había dado un giro que no iba a ayudarla en la investigación. Acompañó a Vesta fuera de la casa y la dejó en la calle. Allí la estaba esperando Fetlock, que parecía impaciente.
—Entonces conoce a esa mujer —le dijo el federal a Caxton cuando Vesta hubo subido a la parte trasera de su coche—. Llegó a jefatura poco después de que llegara usted y nos pidió que la trajéramos aquí. Intenté que me mostrara algún tipo de documentación pero dijo que no había tiempo para eso.
—Es probable que no tenga documentación, vive bastante apartada del mundanal ruido. Pero es de los buenos.
Fetlock asintió como dando a entender que se daba por satisfecho si Caxton respondía por ella.
—Ya podría haber más de ésos —dijo el federal—. Particularmente teniendo en cuenta que acabamos de perder a siete —añadió, señalando la casa con la cabeza—. Es consciente de que esto no nos deja demasiado bien, ¿verdad? Que ha sido poco menos que un desastre…
Caxton entendía que lo viera de esa forma.
—Cuando los seres humanos se enfrentan a los vampiros, algunos de ellos mueren —murmuró. Una respuesta digna de Jameson.
—Dígame por lo menos una cosa buena que hayamos sacado de esto —insistió Fetlock. Caxton lo miró fijamente—. Sé dónde atacará a continuación.