Capítulo 46

—No puede hacer esto —dijo Caxton—. Ahora no.

Fetlock le tendió la mano.

—Debemos destruir su cuerpo. Si no lo hago yo…

—No soy tonto, Caxton. Yo me encargaré de ello. Pero no vamos a incinerarla así, en el aparcamiento. Para empezar, porque es ilegal. Y después porque no está bien.

—¡Usted me confió este trabajo! —protestó Caxton—. Dijo que iba a ser mi investigación y que podría trabajar como mejor me pareciera. ¡Dijo que no iba a entrometerse!

—Eso fue cuando creía que era usted una agente competente. No dudo que sabe lo que se hace, ni que esto es importante. Pero su actitud es cada vez más irregular y sus métodos no son aceptables. Desde este momento asumo la responsabilidad del caso.

«Nunca va a encontrar a Jameson —pensó Caxton—. Y si lo hace, Jameson va a destrozarlo vivo.» Caxton apretó los labios con fuerza, hasta que le dolieron, para que no se le pudiera escapar nada. Entonces se llevó la mano a la solapa y se quitó la estrella. La dejó en la mano de Fetlock y vio como éste se la metía en el bolsillo.

A continuación el agente federal actuó con celeridad. Les hizo un gesto a los agentes, que seguían ahí plantados, presenciando la humillación de Caxton.

—Usted y usted, saquen el cuerpo de ahí. Vuelvan a meterlo dentro y deposítenlo en una sala con una sola puerta. Usted, informe al comisionado que Laura Caxton ya no es empleada del gobierno federal. Si quiere readmitirla como agente estatal, allá él. Agente Glauer.

—Sí, señor —dijo el policía, poniéndose firme.

—A partir de ahora trabajará directamente para mí. Vuelva a la sala de la USE y empiece a escribir un informe sobre todo lo ocurrido. Quiero saber todo lo que la agente Caxton ha hecho durante mi ausencia.

Fetlock y Caxton se quedaron a solas en el aparcamiento. Ella lo miró con creciente horror: aquello era real. La estaban apartando del caso. La habían desposeído de la autoridad para cazar a Jameson y Malvern.

—¡Maldita sea, Fetlock! ¡Por lo menos deje que le arranque el corazón!

El federal le dirigió una mirada poco menos que reptil. Aguantó la mirada de Caxton como si fuera un vampiro hipnotizando a su víctima, durante demasiado rato. Finalmente, relajó la expresión y miró hacia abajo.

—¿Sabe? Estamos en deuda con usted por habernos permitido llegar hasta aquí. La dejaré mirar.

Entonces, dicho eso, se marchó para seguir dando órdenes y dejó a Caxton a solas. Eran las tres de la tarde y el sol estaba ya sobre la línea del horizonte, a punto de ponerse.

Antes de que eso sucediera, Caxton tenía que hacer una serie de cosas. Fue corriendo hasta su coche y se agachó junto a la puerta del acompañante. Intentando no hacer ruido, desabrochó el velcro que mantenía la pistolera sujeta a su muslo y su cintura. Le echó un vistazo a la Beretta 92 con su cargador lleno de balas de teflón y puntero láser incorporado, y comprobó que el seguro estuviera puesto y que no había ninguna bala en la recámara. Abrió la puerta y metió el arma y la pistolera debajo del asiento. Entonces abrió la guantera, sacó la pistola de reserva (la anticuada Beretta 92 que solía llevar antes de que Jameson decidiera ponerse chaleco antibalas) y se la metió en el bolsillo. No tenía otra pistolera de reserva, pero tendría que apañarse sin.

A continuación regresó al edificio y se dispuso a buscar a Glauer, decidida a cantarle las cuarenta. Lo encontró en la sala de la USE, obedeciendo órdenes.

—No debería dejarla entrar aquí —dijo éste, apartando la mirada del archivador.

—Me ha traicionado —le dijo—. Lo menos que puede hacer es dejarme comprobar cuatro cosas.

Se acercó al ordenador portátil que había junto a la librería y lo encendió. Nunca había asistido al primer despertar de un vampiro, pero sí disponía de varios relatos de primera mano de otros cazadores de vampiros. Tal vez lograra encontrar allí algo que confirmara sus temores. Quería estar preparada y saber qué debía esperar si Raleigh regresaba de entre los muertos.

Cuando Glauer le puso una mano encima del hombro, se puso hecha un basilisco. Caxton se revolvió, decidida a insultarlo o incluso a golpearlo, pero la expresión ofendida del policía le hizo perder el coraje.

Entonces, Glauer levantó un dedo y lo colocó encima del labio y el bigote. Caxton entrecerró los ojos. ¿Qué estaba intentando decirle? ¿Que no hiciera ruido?

Glauer señaló el cinturón de Caxton, donde ésta llevaba el teléfono móvil. Ésta lo cogió y se lo tendió. Nunca le había gustado, era demasiado grande y aparatoso. Estaría encantada de devolvérselo a Fetlock, si eso era lo que Glauer quería. El policía lo cogió, pero en lugar de metérselo en el bolsillo, lo estuvo manipulando un momento y finalmente metió la uña del pulgar en una estrecha rendija de la parte trasera. La batería salió disparada con un sonido desagradable, como de plástico rompiéndose. Finalmente, Glauer dejó la batería y el teléfono encima de uno de los pupitres.

—Cuando quiere puede ser una auténtica gilipollas, ¿sabe? —le espetó—. Yo no le llamé. No tuve necesidad de hacerlo.

Caxton se quedó mirando el teléfono.

—Ya sé que escuchaba mis llamadas —dijo—, pero ¿está sugiriendo que…?

—Me dijo que me iba a proporcionar uno de esos teléfonos a mí también. Dijo que podía oír todo lo que decía cuando lo llevaba, y casi todo lo que sucedía a su alrededor. Hay un micrófono adicional incorporado al micrófono del teléfono y está activo incluso cuando no se hace ninguna llamada. Fetlock podía oír todo lo que quisiera.

—¿O sea, que me estaba escuchando todo el tiempo? —preguntó Caxton, horrorizada—. ¿Me está diciendo que el gobierno federal me ha estado espiando?

Glauer se encogió de hombros.

—Es lo que se les da mejor.

—Joder, y encima se las daba de no intervencionista.

—Me va a poner a dirigir la investigación —la informó Glauer—. Pero no estoy preparado.

Entonces, Caxton hizo algo muy impropio de ella: se acercó a él y lo abrazó con fuerza. Glauer era tan grandullón que Caxton apenas logró rodearlo con los brazos.

—Tenga cuidado —le dijo—. No se arriesgue tanto como yo. Si en algún momento cree estar en peligro, corra.

Eso no era lo que Jameson le había enseñado y tampoco era la forma de cazar a un vampiro, pero podía servir para mantenerlo con vida.

—Siento las cosas que le he dicho antes. Sobre usted y Raleigh. Sé que hizo lo que pudo. Viéndola, nadie habría pensado que pudiera ser tan astuta.

—No, tenía razón en lo que dijo. Metí la pata y eso me ha valido un ascenso.

Él le devolvió el abrazo, tan fuerte que Caxton tuvo la sensación de que los globos oculares iban a salírsele de las cuencas, pero al poco la soltó.

—Escuche —siguió diciendo Glauer—, es probable que al comisionado esto no le guste nada y que vuelva a destinarla a la patrulla de tráfico. Si hay algo aquí que vaya a necesitar, cójalo ahora y escóndalo en lugar seguro.

Ella asintió con la cabeza y le dio las gracias. Entonces se inclinó sobre los restos de su teléfono móvil y sacó la tarjeta SIM. Antes de salir de la sala de reuniones, echó un vistazo a la pizarra. Dylan Carboy, Jameson Arkeley y Justinia Malvern le devolvieron la mirada.

—Buena suerte —le deseó a Glauer, y a continuación se dirigió hacia su despacho.

Allí copió el contenido de su correo electrónico en su dirección particular y recogió los pocos efectos personales que había colgado en la pared: una foto de Clara en el Salón del Automóvil; una foto de Wilbur, uno de los perros que había rescatado, y sus diplomas de la academia. Lo metió todo dentro de un sobre y se lo puso debajo del brazo. Recuperó su viejo teléfono móvil de un cajón del escritorio, volvió a insertar la tarjeta SIM y se lo guardó en el bolsillo. No tenía ninguna duda de que Fetlock sabría lo que había hecho, pero no le importaba.

Salió del despacho y se dirigió hacia una máquina de coca colas. La humillación sufrida y la reprimenda pública le habían dado sed, pero no llegó hasta la máquina. En el pasillo, Suzie Jesuroga, la capitana del equipo de emergencias local, le bloqueó el paso. La capitana Suzie, tal como Caxton la conocía, llevaba armadura de asalto completa, con casco y un enorme rifle de asalto semiautomático.

—Hola —dijo Caxton. Conocía a la capitana Suzie bastante bien, pues habían trabajado juntas alguna vez, pero no tenía ni idea de qué hacía allí—. ¿Puedo ayudarla en algo?

—Yo diría que es al revés —respondió la capitana—. Acompáñeme, el tal Fetlock me ha pedido que viniera a buscarla.

—Joder, ¿qué hora es? —preguntó Caxton.

Echó un vistazo a su reloj: eran las cuatro y cuarto. Se dio la vuelta rápidamente para mirar por la ventana y vio que el sol era apenas una mancha naranja encima del horizonte. Iba a ponerse en cuestión de minutos.