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Brigitte pensó en escribir un correo electrónico a Marc después de enviar la respuesta a la AUP, pero decidió no hacerlo. Le parecía una forma de imponer presión a ambas partes y de adelantarse a lo que pudiera ocurrir, o no ocurrir. Ya estaba lo bastante preocupada por el trabajo en sí, lo último que necesitaba durante las siguientes dos semanas era tener que estar pendiente de lo que Marc opinara al respecto, así que no le dijo nada. Sí que le envió un mensaje al cabo de unos días, pero lo hizo como si en Boston todo siguiera su curso habitual. Le explicó que había escrito algunas páginas, que hacía buen tiempo y le preguntó por su libro. Los correos que se enviaban eran cordiales y relajados, y eso era todo cuanto Brigitte deseaba de momento; por lo menos, hasta que estuviera en París.

Tardó dos días en reunir el valor suficiente para comunicarle la noticia a su madre, y otro más para decírselo a Amy. Marguerite se sorprendió, aunque no en exceso. Quiso saber si la decisión tenía algo que ver con el escritor que la había ayudado a recopilar información, y Brigitte le respondió que no, cosa que no era del todo cierta. Pero aún no estaba preparada para confesar lo contrario a su madre, ni siquiera a sí misma. Además, fuera cual fuese el motivo, su madre lo consideró una gran idea. Dijo que detestaba que se marchara tan lejos, pero pensaba que a Brigitte el cambio le vendría de maravilla, que era justo lo que necesitaba. Prometió ir a visitarla en otoño; y, después de leer todo el material que había recopilado para ella, también deseaba visitar el Château de Margerac.

Por algún motivo, a Brigitte le resultaba más difícil explicárselo a Amy. Se sentía culpable por abandonar Boston, era como si estuviera abandonando a su amiga, como si la dejara sola con sus dos hijos. No obstante, la decisión de tenerlos había sido de Amy, y jamás se quejaba.

—¿Qué dices? —le espetó Amy mirándola de hito en hito cuando Brigitte le contó su decisión mientras estaba sentada en la cocina de su casa.

Se lo había explicado a media voz, después de preguntarle si podía pasarse por su casa. En cuanto cruzó la puerta, Amy notó que a su amiga le ocurría algo. La notó incómoda y nerviosa, y por un momento tuvo miedo de que se le hubiera ocurrido ir a Egipto a ver a Ted. No estaba preparada para la noticia del viaje a París y la pilló totalmente por sorpresa.

—Que he aceptado un trabajo en la AUP y me traslado a París —repitió Brigitte con aire decaído. Decírselo le costó más de lo que creía, pero tenía que hacerlo. Solo faltaban diez días para su partida.

—¡Joder, tía! —estalló Amy con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Es fantástico! ¿Cómo ha sido? ¿Cuándo? No me contaste que les habías pedido trabajo.

—No lo hice... Bueno, sí, pero no fue una cosa premeditada. Marc habló con un amigo suyo mientras yo estaba allí. Me presenté a la entrevista para no dejarlo en mal lugar. Se pusieron en contacto conmigo hace tres días. Me daba mucho miedo decírtelo, creía que te enfadarías.

Sonrió aliviada ante su exultante amiga. Amy era la persona más generosa que conocía y siempre se alegraba de los triunfos y los éxitos de los demás en lugar de recrearse en los fracasos como hacían otros. Costaba poco darse cuenta de que se sentía encantada por Brigitte.

—Pues claro que estoy enfadada. Te voy a echar mucho de menos, pero este no es tu sitio. Ya has hecho todo lo que tenías que hacer aquí. Ha estado bien durante un tiempo, pero Ted se ha ido, te han despedido del trabajo y es lógico que te largues de aquí y pruebes algo nuevo. Además, París es la mejor ciudad del mundo. ¿Qué dice tu amigo, el tal Marc o como se llame?

—No se lo he explicado. Le he escrito al hombre que me ha ofrecido el trabajo para pedirle que no se lo diga. Me supone demasiada presión, no puedo cumplir con el nuevo trabajo y con sus expectativas a la vez.

Amy se mostró sorprendida. Creía que su amigo tenía bastante más que ver en el asunto de lo que parecía, y a Brigitte también se la veía nerviosa con respecto a él, no solo por el trabajo.

—¿Se lo dirás cuando estés allí?

Le habría extrañado que ni siquiera hiciera eso, aunque conocía muy bien a su amiga y sabía que detestaba los cambios y odiaba correr riesgos.

En esos momentos Brigitte se enfrentaba a ambas cosas, y tenía un miedo atroz. De todos modos, lo haría. Por una vez en la vida no optaría por el camino fácil, arrostraría los peligros de frente y mandaría la prudencia al cuerno. La investigación sobre Wachiwi la ayudaba. No paraba de recordarse lo valientes que eran algunas personas y cómo a veces los riesgos daban como resultado algo bueno. La historia de Wachiwi tenía un final feliz, y Brigitte empezaba a pensar que también la suya podía tenerlo. Además, no podía quedarse escondida en un rincón por miedo a tomar decisiones.

—Sí, se lo diré a Marc cuando llegue —dijo respondiendo a la pregunta de Amy—. De momento, prefiero no hacerlo. Tengo mucho miedo —reconoció a continuación—. ¿Qué haré si antes de marcharme me ofrecen un buen trabajo aquí?

Llevaba días pensando en esa posibilidad. Si ocurriese, se vería en un gran dilema.

—Pues rechazarlo, qué tonta. ¿Entre París y Boston? La decisión es bien fácil.

Tal vez para Amy lo fuera, pero para Brigitte no. Jamás había tenido el valor de Amy para tomar decisiones, y no le habría gustado encontrarse en su piel. Deseaba tener hijos, pero no tal como los había tenido Amy, acudiendo a un banco de esperma. Suponía dejar demasiadas cosas en manos del azar, y consideraba que tener hijos implicaba demasiada responsabilidad para asumirla en solitario. Si no llegaba a casarse ni a conocer al hombre apropiado, su opción sería no tenerlos. Amy y ella eran dos personas distintas con necesidades distintas.

Las dos amigas estuvieron un rato más hablando, y a Amy la asaltó la idea de que Brigitte se marchaba al cabo de diez días. Faltaba muy poco, y Brigitte tenía mil cosas que hacer antes de su partida. Había decidido deshacerse de muchos objetos y guardar el resto en un trastero. El apartamento que le ofrecían en París estaba amueblado y no deseaba llevarse demasiadas cosas. Le preguntó a Amy si había algo que quisiera quedarse y su amiga respondió que acudiría a echar un vistazo durante la semana, antes de que vaciaran el piso.

—Bueno, ¿y cuándo exactamente piensas decírselo a tu amigo? —insistió Amy, que sentía curiosidad por la relación de Brigitte con Marc.

Ella no dejaba de repetir que solo eran amigos, pero Amy no la creía. Cada vez que lo nombraba le brillaban los ojos, y repetía demasiadas veces lo de que solo eran amigos.

—Cuando esté en París. Puede que primero me instale.

—No esperes mucho —le advirtió Amy—. Si vale la pena, te lo quitarán.

—Entonces es que no era para mí —repuso Brigitte con frialdad.

Pensaba en Wachiwi, que se embarcó rumbo a Francia porque se había enamorado de Jean y acabó casándose con su hermano. Nunca podía saberse lo que iba a ocurrir. En todas las cosas había una parte que determinaba el destino y contra la que no podía actuarse. Eso también era válido para la relación con Marc. Ocurriera lo que ocurriese al final, sería lo mejor. Estaba convencida de ello y no pensaba precipitarse.

Luego explicó a Amy que la había llamado Ted, y su amiga volvió a sorprenderse.

—¿Qué quería?

—Acabar de poner las cosas en su sitio, supongo. Estuvo bien. Al principio se me hizo raro hablar con él. Me llamó justo después de que recibiera el correo electrónico de la AUP, y estaba histérica. De hecho, él me ayudó a decidirme. Cree que debo probarlo.

—Pues claro. Es normal. Si te vas a París y rehaces tu vida, ya no tendrá que sentirse tan culpable por haberte dejado de sopetón, y encima el día de San Valentín.

Amy nunca había aprobado el modo tan despiadado en que la había dejado Ted. Se le había caído a los pies como persona, y lo había sentido mucho por Brigitte.

—Quizá al final sea lo mejor. Podría haberme pasado cinco o seis años más perdiendo el tiempo. Las cosas no iban bien desde el principio —confesó a su amiga—. Solo que no quería verlo.

—Pero él podría haber hecho las cosas de otra forma —repuso Amy con dureza.

—Sí, es cierto —reconoció Brigitte—. La verdad es que ya no estoy enamorada de él. Se me hizo raro hablar con él, era como estar hablando con un extraño. Claro que a lo mejor eso es lo que siempre ha sido.

Amy asintió sin hacer comentarios. Nunca había creído que ni Ted ni la relación que tenía con Brigitte merecieran mucho la pena. Le parecía alguien desprovisto completamente de pasión, excepto por su trabajo. Esperaba que el amigo de París le resultara mejor si al final Brigitte decidía intentar algo con él. Se preguntó si estaría dispuesta, aunque empezaba a parecerle probable. Ya no podía aferrarse a la excusa de la distancia geográfica. Tal vez fuera por eso por lo que se mostraba tan recelosa a la hora de comunicarle su decisión, quería dejar la puerta abierta a diferentes opciones, o por lo menos eso creía Amy. Todo cuanto deseaba a su amiga era que encontrara a un hombre que valiera la pena, y esperaba que ese fuera el caso con Marc.

Brigitte pasó el resto de la semana guardando en cajas todo lo que quería conservar y apartando aquello de lo que quería deshacerse. Regaló libros, recuerdos que ya no significaban nada, prendas de deporte que Ted se había dejado en su casa y que no le había pedido jamás. Se sorprendió de la cantidad de objetos que había acumulado. También formó una pila con todo lo que quería llevarse al apartamento de París: fotografías de su madre, algunos libros de consulta y artículos de investigación y unos cuantos objetos preciados que sabía que echaría mucho de menos si los guardaba en el trastero. Entre ellos había fotografías de sus padres con ella cuando era pequeña, y una muy bella de Amy con sus hijos. En cambio, se deshizo de todas las que tenía con Ted; ya no las necesitaba. De hecho, hacía meses que quería deshacerse de ellas. Era un buen momento para revisarlo todo y decidir qué era lo que ya no quería o no tenía sentido en su vida. Colocó todos los recuerdos de Ted en una caja destinada al trastero. No era capaz de tirarlos a la basura.

Por fin terminó. El piso había quedado vacío, las maletas estaban preparadas y los muebles se encontraban en el trastero. Amy se había quedado con unas cuantas cosas, entre ellas el sofá que Brigitte había comprado junto con Ted. Ya no lo necesitaba; y si algún día regresaba a Boston, prefería empezar de cero. Ahora iba a comenzar una nueva vida en París.

En los últimos momentos con Amy se mezclaron las risas y el llanto. Rememoraron tonterías que habían hecho juntas y bromas que se habían gastado la una a la otra o que habían gastado a otros amigos. Brigitte se acordaba del nacimiento de los hijos de Amy, puesto que había estado presente en ambos, y ahora iba a poner cinco mil kilómetros de por medio. Con todo, se sentía más tranquila que al principio.

—Sé que parece una tontería —confesó a Amy mientras estaban sentadas en la cocina de su casa—, pero tengo la sensación de que por fin he crecido. Supongo que me he pasado años y años vegetando sin saberlo. Creo que es la primera vez que tomo una decisión importante en vez de dejarme llevar por las circunstancias o resguardarme en lo conocido.

—Creo que acabas de dar justo en el blanco —alabó Amy. Aprobaba por completo la decisión de marcharse a París. Si al final el trabajo no cumplía sus expectativas, por lo menos habría valido la pena probar y tal vez eso le abriría otras puertas. Tal cual se lo expresó a Brigitte—. Confío en que con Marc también te vaya bien.

—No espero nada más allá de la amistad —se limitó a responder Brigitte, y hablaba bastante en serio, aunque no del todo.

—Una cosa es lo que esperas y otra lo que quieres, Brig. Si tuvieras una varita mágica, ¿qué deseo pedirías? ¿Querrías pasar la vida junto a él o junto a otra persona?

Era una pregunta importante, y Brigitte reflexionó antes de contestar. Cuando lo hizo, habló con un hilo de voz.

—No lo conozco lo suficiente para estar segura, pero diría que junto a él. Es una buena persona, y me gusta mucho. Congeniamos, y creo que nos respetamos el uno al otro. Además, tenemos muchas cosas en común. No está mal para empezar.

—Eso me parece a mí también —opinó Amy sonriendo a su amiga—. Entonces cruzaré los dedos para que la cosa funcione. Aunque si te quedas allí para siempre, te echaré muchísimo de menos.

—Boston no está tan lejos. Vendré de visita. Y, de todas formas, tendré que ir a Nueva York de vez en cuando para ver a mi madre.

—Y yo viajaré a Europa si algún día consigo civilizar a mis indios salvajes.

De todas formas, ambas sabían que pasaría mucho tiempo antes de que llegara ese momento, entre otras cosas porque Amy necesitaba hasta el último céntimo de que disponía para sustentar a sus hijos. No recibía ayuda de nadie, por lo cual su valiente decisión aún tenía más mérito.

—Te llamaré —prometió Brigitte en el momento de marcharse.

También podían enviarse mensajes; solían hacerlo incluso en Boston. Con todo, encontrarse a cinco mil kilómetros de distancia de su amiga supondría un gran vacío en la vida de Amy. Cuando trabajaban juntas solo las separaba un pasillo, y vivían a pocos minutos de distancia.

Ambas derramaron lágrimas cuando se abrazaron; luego Brigitte bajó corriendo la escalera mientras se despedía con la mano y regresó caminando a su casa. Había vendido el coche la semana anterior por una suma digna. En cuestión de diez días se había deshecho de toda una vida. Sus últimos doce años en Boston tocaban a su fin.

Ninguno de los centros a los que había enviado el currículum le había respondido con una oferta de última hora, así que la decisión de aceptar el empleo en París había sido la correcta. Brigitte no podía por más que preguntarse si sería el único trabajo que le ofrecerían. Unos días antes había escrito a Ted para decirle que se trasladaba a París y agradecerle su ayuda, que, la verdad, no había sido poca. Él le había infundido los ánimos que necesitaba para atreverse a dar el salto. Faltaba ver qué efecto le produciría su llegada a París. Aún tenía que descubrir qué ocurriría cuando se incorporara a la AUP y después, cuando se encontrara con Marc.

 

 

La mañana después de despedirse de Amy, Brigitte alquiló un coche y se dirigió a Nueva York. No quiso coger un vuelo interno con las dos pesadas maletas. Además, el trayecto hasta la ciudad era agradable. Hacía un bonito día de junio, con un sol radiante, y sin darse cuenta se puso a cantar mientras conducía. Se sentía a gusto con la decisión tomada.

Pasó tres días con su madre. Fueron al teatro y salieron a cenar. Su madre le enseñó cómo había organizado la información que le había dado y cómo encajaba con el resto. Todo estaba en orden, por lo que les resultó fácil retroceder en el árbol genealógico hasta 1750. Su madre aún quería retroceder más en el tiempo, hasta el momento en que se había construido la mansión en el siglo XII, pero por fin había dado con la manera de hacerlo y creía que podía proseguir sola.

—¿Qué tal te va con el libro? —preguntó a Brigitte durante la cena.

—No he tenido tiempo de escribir más, he estado demasiado ocupada con la mudanza. Seguiré en París.

—Es fascinante —opinó Marguerite con una sonrisa de orgullo—. Otro trabajo, otra ciudad, otro libro, incluso puede que otro novio.

Lo deseaba por el bien de su hija. Daba igual que fuera Marc u otra persona siempre que la hiciera feliz. Claro que esos días a Brigitte se la veía muy contenta. Desde que había vuelto de Francia tenía otro humor. Cuando Marguerite la vio a su llegada de París aún estaba emocionada por el viaje y todo lo que había descubierto. Durante ese tiempo también había pasado por momentos desagradables, que habían acabado por impulsarla a tomar la decisión de abandonar Boston. No se arrepentía de nada, solo tenía algunos temores. Cada día que pasaba, la decisión le parecía más oportuna. El trabajo le merecía confianza. El gran interrogante era Marc.

Habían intercambiado varios correos electrónicos, todos muy cordiales. Las vacaciones de verano estaban a punto de interrumpir las clases, cosa que le apetecía mucho. Dijo que en agosto iba a marcharse unos días a la montaña para visitar a unos primos lejanos, y que en julio estaría en París. Le había preguntado qué haría ella, y Brigitte contestó que aún no tenía planes, lo cual era cierto. Quería acostumbrarse al trabajo y a la vida en la ciudad. Le había explicado que tenía un nuevo empleo, pero no dónde, y él no le había preguntado el nombre del centro, así que no tuvo que eludir la respuesta. No le mintió, simplemente no le dijo nada. No lo engañó, solo omitió información. Algún día le daría las gracias por haberle presentado a su amigo de la AUP, pero todavía no. Quería volver a verlo antes de decirle nada y observar qué sentían. Había algunos puntos sin resolver entre ellos; primero, ambos habían disfrutado de una amistad despreocupada; luego, la última noche, habían acabado besándose al pie de la torre Eiffel. Brigitte no sabía cuál de las dos relaciones retomar, ni cuál de ellas quería, si la amistad o el noviazgo. Ya no estaría en la ciudad de paso; viviría allí a tiempo completo, así que la relación que iniciaran debía ser algo importante para ambos, no solo el resultado del azar. No quería repetir los errores que había cometido con Ted, ni dejarse llevar por la comodidad sin cuestionarse las cosas adecuadas, de él y de sí misma. Esta vez buscaría las respuestas antes de seguir adelante. No quería actuar por pereza ni por miedo, quería actuar de forma inteligente y mantener los ojos bien abiertos, no solo abrir el corazón.

La última noche en Nueva York, su madre y ella cenaron temprano. Estuvieron charlando hasta que Brigitte salió hacia el aeropuerto; antes de que se marchara, su madre la abrazó muy fuerte.

—Cuídate, corazón. Pásalo muy bien. Espero que conozcas a mucha gente y que disfrutes.

Se prometieron que se llamarían por teléfono, Brigitte estaba segura de que así sería. Solían llamarse a menudo y estar pendientes la una de la otra. En los ojos de Marguerite brillaban las lágrimas cuando besó a su hija. Todo cuanto quería era que fuera feliz; y esa felicidad era la que Brigitte quería para sí misma, y la que esperaba encontrar en París.

Bajó en el ascensor con las maletas mientras pensaba lo emocionante que resultaba saber que nueve horas más tarde estaría allí. No veía el momento.