19
Brigitte
El lunes Brigitte pasó el día haciendo varios recados y algunas compras. Quería encontrar un regalo para su madre y algo para Amy y los niños. Después volvió a dar un paseo por el Sena y se dirigió a una exposición que le llamaba la atención desde su llegada pero que aún no había tenido tiempo de ver. Imaginó que pasaría un par de días más visitando museos y monumentos en los que estaba interesada, y luego ya no habría excusas que valieran: tendría que marcharse. Era necesario que reanudara su vida. Y su vida real estaba en Boston, no allí. Con todo, le encantaba estar en París.
Cuando el domingo Marc la dejó en el hotel, le dijo que la llamaría pronto. Sabía que Brigitte se marcharía esa misma semana. Él comentó que al día siguiente tenía una reunión con su editor, y que la llamaría a última hora de la tarde para invitarla a cenar. Le propuso ir a un restaurante del que ella no había oído hablar jamás, situado en el distrito XVII, donde le aseguró que servían una comida excelente.
La recogió a las ocho en punto y pasaron juntos una magnífica velada, como siempre, hasta que al final de la cena, mientras tomaban café filtre y compartían un helado con macarons, Marc la miró con timidez y le dijo que tenía que confesarle una cosa. Ella no lograba imaginar de qué se trataba, y se quedó de piedra cuando él se lo explicó. Había telefoneado al amigo que trabajaba en la oficina de admisiones de la AUP y le había preguntado si recibirían a Brigitte para una entrevista de trabajo. Al instante reconoció que era un atrevimiento por su parte, pero insistió en que no perdía nada con probarlo. Si no tenían nada que ofrecerle, ahí quedaría todo, y si lo tenían, siempre podría rechazarlo en caso de que no le interesara. Ella dijo que no iría, y se mostró escandalizada y enfadada ante lo que Marc había hecho, aunque sabía que era con buena intención. Con todo, no le gustaba nada su osadía.
—Si tantas ganas tienes de que estemos juntos, ¿por qué no te trasladas tú a Boston? —le espetó.
Sin embargo, la gran diferencia consistía en que él tenía trabajo y ella no, por lo que le costaba mucho menos trasladarse. En Boston tenía muy pocas ocupaciones, a diferencia de las que Marc tenía en París. Aún daba clases en la Sorbona y se debía a más obligaciones que Brigitte.
—¿Estás muy enfadada conmigo?
Hablaba en un tono de disculpa y comprendía que lo que había hecho era arriesgado, pero Brigitte le gustaba mucho, no parecía tener ataduras y a Marc le habría encantado que se trasladara a vivir a París, aunque fuera solo por un año. Como mínimo, podían hacerse buenos amigos. No albergaba duda alguna a ese respecto, y Brigitte tampoco. Pero, ella no estaba dispuesta a trasladarse a París por un amigo, ni por un trabajo en la AUP. Regresaría a Boston para encontrar trabajo en el mundo académico que tan familiar le resultaba.
—No estoy enfadada —aclaró—. Solo sorprendida... halagada... Es agradable saber que alguien se interesa lo bastante por mí para esforzarse tanto por que me quede. No estoy acostumbrada a que la gente concierte entrevistas en mi nombre ni tome decisiones por mí.
Ted nunca lo había hecho, y Brigitte lo prefería así. Era una mujer independiente, por mucho que se hubiera quedado sin empleo; era más que capaz de encontrar uno por sí misma. Marc la había ofendido un poco al concertar la entrevista en su nombre; sin embargo, Brigitte sabía que su intención era buena, y por eso lo perdonaba.
—La decisión tienes que tomarla tú, Brigitte —concluyó él con firmeza—. Solo quería abrirte una puerta por si te apetecía probar.
A ella no le apetecía, pero no quería ser descortés.
—¿Qué has dicho en la AUP?
El asunto le había despertado curiosidad, aunque no pensaba acudir a la entrevista de trabajo.
—Que eres una mujer brillante y encantadora con un fondo increíble, y que estoy seguro de que se te da muy bien lo que haces; aparte de que has trabajado diez años en la Universidad de Boston y que necesitas un cambio.
—Bueno, me parece todo bastante correcto —admitió ella—, sobre todo lo de que soy una mujer brillante y encantadora con un fondo increíble.
Estaba preparada para un cambio, aunque no sabía hacia dónde tirar y trabajar en la oficina de admisiones de otra universidad se le antojaba demasiado parecido a lo que siempre había hecho. No era un trabajo muy emocionante, y ahora se daba cuenta de que la mayor parte del tiempo se aburría.
Había llevado a cabo tareas muy pesadas, lo cual era la consecuencia directa de no haber optado por asumir más responsabilidades. Por eso se encargaba de cosas sin importancia. Una cosa iba por la otra.
—Es un centro muy pequeño, y te divertirás más que en uno grande. Seguramente tendrás más contacto con los alumnos y también influirás más en ellos. Creo que son menos de mil.
En la Universidad de Boston había treinta y dos mil alumnos entre los de licenciatura y los de posgrado. Era un centro enorme, por lo que la observación de Marc era pertinente.
—No me cuesta nada ir a hablar con ellos, y al menos no te dejo en mal lugar. Luego me marcharé y buscaré trabajo. Si no surge ninguna oportunidad que merezca la pena, siempre me puedo plantear volver aquí en última instancia.
Menuda ocurrencia la de guardarse un trabajo en París como colchón. Brigitte sabía que para otras personas ocuparía el primer puesto en la lista de prioridades, pero ella deseaba regresar a su país. Se dijo que su vida estaba en Boston. Claro que ¿qué vida, sin trabajo y sin novio? Sin embargo, en París tampoco tenía lo uno ni lo otro, y Marc era su único amigo allí. No estaba mal para empezar, pero no bastaba, y hacía muy poco tiempo que lo conocía, por muy bien que se hubiera portado con ella. Brigitte tenía una vida construida, con amigos, en otro lugar. Aun así, no era del todo reacia a acudir a la entrevista de la AUP, puesto que ya estaba concertada. Marc se mostró complacido. Por la noche, antes de dejarla en el hotel, le pasó todos los datos y le dijo que al día siguiente la llamaría para preguntarle cómo le había ido.
Para gran sorpresa de Brigitte, la entrevista fue genial. El hombre que la recibió en la oficina de admisiones era afable y de trato fácil, y estaba muy volcado en el centro. Era el mejor relaciones públicas que la institución podría tener y, cuando terminó de hablar, Brigitte se moría de ganas de formar parte de la plantilla. De todos modos, por muy bien que le hubiera hablado de la oficina no disponían de ningún puesto vacante, y a ella le apetecía volver a trabajar en Boston. Por el resto, todo fue estupendo. Así se lo explicó a Marc cuando la telefoneó. Él ya había recibido una llamada de su amigo, que le había dicho entusiasmado que Brigitte les vendría de maravilla en la oficina y que, tal como le había comunicado a ella, la avisarían si surgía alguna oportunidad. No consiguieron atar nada, pero a ella le había servido de práctica. Hacía mucho tiempo que no se presentaba a una entrevista, y la experiencia le había servido para calentar motores de cara a buscar trabajo en Boston.
—Bueno, por lo menos lo he intentado —dijo Marc, y por un momento pareció haberse puesto triste—. Supongo que todo habría sido demasiado perfecto si te hubieran ofrecido trabajo.
—No lo esperaba —respondió ella con amabilidad—. Has sido muy amable al concertar la entrevista. Un poquito prepotente, tal vez —añadió para provocarlo—, pero amable a fin de cuentas.
Había decidido actuar como lo había hecho él, de buena fe.
—Bueno, ¿y cuándo te marchas? —preguntó Marc con preocupación.
—Pasado mañana —respondió ella sin inmutarse.
Había hecho prácticamente todo lo que tenía previsto y estaba preparada para marcharse. Era hora de reanudar su vida. La entrevista en la AUP había resultado interesante, pero no cambiaba el curso de las cosas. No le habían hecho ninguna oferta y estaba a punto para alzar velas rumbo a su hogar.
—Esta noche tengo una cena con mi editor. Voy tarde con el libro y tengo que hacerle un poco la pelota; si no, la cancelaría. Y mañana me toca dar clase. ¿Cenarás conmigo mañana?
Era la última noche que Brigitte pasaría en París.
—Me encantará.
Marc se había mostrado amable y generoso con ella, y Brigitte no podía pensar en una forma más agradable de pasar su última noche en la ciudad que cenar con su nuevo amigo. Además, con suerte en algún momento iría a visitarla a Boston, o ella regresaría a París de vacaciones. Resultaba un placer tener amigos repartidos por el mundo. Y Marc era alguien muy especial. Era un hombre de veras adorable.
Él le dijo que la recogería a las ocho de la tarde siguiente, y Brigitte fue todo el día a la carrera para no dejar ningún cabo suelto. Cuando llegó Marc, tenía las maletas hechas y todo estaba a punto para su partida a la mañana siguiente, así que podía relajarse y pasar una tranquila velada con él. Llevaba un vestido rojo que había comprado esa misma tarde, y él alabó su aspecto en cuanto bajó la escalera.
—¡Estás preciosa!
—Lo he visto esta tarde en un escaparate y no he podido resistirme. He pensado que debía llevarme algún recuerdo de París.
También había comprado un bonito fular para su madre, juguetes para los hijos de Amy y un bello jersey para su amiga. El vestido rojo había sido un último capricho.
Marc la llevó a otro restaurante acogedor, y, como siempre, conversaron de forma muy animada durante la cena. Los dos expresaban mil opiniones, se explicaban experiencias y reían a carcajadas. Y por primera vez ninguno de los dos mencionó a Tristan y Wachiwi; esa noche era para ellos solos. Brigitte lo pasó muy bien, y Marc parecía verdaderamente triste cuando salieron del restaurante y dieron un paseo por la zona de Notre Dame, que estaba muy iluminada.
—¿Cómo puedes abandonar una ciudad como esta? —preguntó a la vez que extendía las manos, de nuevo con un típico gesto francés.
Tenía una de esas caras expresivas al máximo que mostraban mil estados de ánimo distintos. Siempre había tenido un aire muy francés, y a Brigitte le gustaba su aspecto. Ted, en cambio, era muy anglosajón. Era guapo, pero no seductor. Por algún motivo los labios de Marc resultaban sensuales, aunque ella siempre fingía que no lo notaba.
—Tengo que reconocer que no es fácil dejar esta ciudad.
Brigitte también parecía triste; lo había pasado muy bien con él. Claro que no podía permanecer allí por siempre, sobre todo porque ya había acabado lo que había ido a hacer. No quería que su antepasada india se convirtiera en una obsesión. Pensaba entregarle toda la documentación a su madre para que hiciera con ella lo que gustara. A fin de cuentas, el proyecto lo había iniciado ella, no Brigitte, por mucho que Wachiwi hubiera acabado cautivándola.
Charlaron un buen rato mientras contemplaban el Sena, y luego, ya de regreso, él se desvió de la ruta para llevarla al Trocadero. Era la estampa perfecta de París. La torre Eiffel se erguía ante ella con todo su esplendor; y en ese momento, mientras él aparcaba el coche, la torre se iluminó como si saliera a escena, arrojando su fulgor en todas direcciones. Era el punto final perfecto para su última noche en la ciudad. Y tanto Marc como Brigitte se apearon del coche, incapaces de resistirse a tanta belleza. Ella se embelesó observando la torre, como una chiquilla cautivada por los focos resplandecientes y la exquisita vista de París que se extendía hasta el Sagrado Corazón. Y mientras contemplaba el panorama en silencio, Marc la rodeó con los brazos y la besó. Ella se quedó demasiado sorprendida para moverse o apartarse, y luego se dio cuenta de que no deseaba hacerlo. En vez de eso, se abrazó a él y también lo besó. No era un momento para perdérselo, y Brigitte sabía que jamás olvidaría esa noche. Acabara como acabase su relación, si es que llegaban a tener alguna relación, Marc le gustaba mucho y se habría mostrado dispuesta a ir más allá si tuviera previsto quedarse en París. Sin embargo, no era así, de modo que todo quedaría reducido a una gloriosa noche romántica frente a la torre Eiffel, besando a alguien que de verdad le gustaba. No había más, a menos que sintiera una pasión desenfrenada. Pero, no era lo que ella necesitaba ni deseaba, pues habría complicado las cosas entre ellos. Así era fácil, limpio y despreocupado. Cuando se separaron, ella le sonrió, y él volvió a besarla a la vez que un jovencito se aproximaba e intentaba venderles una reproducción de la torre Eiffel. Marc sacó el monedero y compró una para Brigitte. Se la entregó diciéndole que era en recuerdo de una de las mejores noches de su vida, y ella se mostró de acuerdo y le dio las gracias.
Hablaron poco en el trayecto de regreso al hotel. No quedaba nada más que decir. Los dos sabían que Brigitte no pensaba acostarse con Marc antes de partir, y él no se lo pidió. Se marcharía a su país y tal vez jamás volvieran a verse, o por lo menos no ocurriría hasta dentro de mucho tiempo. Los momentos que habían compartido eran perfectos. Disfrutaban de la compañía mutua, se respetaban el uno al otro y se gustaban extraordinariamente; lo habían pasado bien juntos y él la había ayudado en grado sumo con la investigación. Sabía que conservaría por siempre el recuerdo de Marc y de esa noche. Y cuando le dio las buenas noches, sostenía en la mano el pequeño souvenir de cristal.
—Gracias por todo —dijo ella con cariño—. He pasado una noche fantástica. Otra vez.
Había disfrutado del viaje a Bretaña en su compañía, y también de la Biblioteca Nacional, los restaurantes a los que la había llevado, las conversaciones serias, las risas, lo que le había enseñado sobre la historia de Francia y los paseos por el Sena. Habían hecho muchas cosas en poco tiempo.
—Espero que regreses pronto —repuso Marc con expresión nostálgica, y a continuación sonrió—. Si no, a lo mejor voy a visitarte a Boston. No está tan lejos —añadió como tratando de convencerse a sí mismo. Pero sí que estaba lejos. Sus vidas pertenecían a esferas diferentes—. Espero que encuentres trabajo —le deseó, y ella le dirigió una sonrisa.
—Yo también lo espero. Tengo que ponerme en serio en cuanto llegue a mi país. Seguro que pronto me saldrá una oportunidad.
—Seguro —la tranquilizó, y sin decir nada más volvió a besarla.
El beso se prolongó durante largo rato, y en un instante de locura Brigitte deseó no estar a punto de abandonar París para poder quedarse allí con él.
—Cuídate, Marc —dijo con tristeza cuando se dispuso a marcharse—. Gracias por todo.
—À bientôt —se despidió él con un hilo de voz, rozándole los labios con los suyos, y luego ella regresó al hotel y él, al coche.
Cuando subió a la habitación, Brigitte dejó la pequeña torre Eiffel sobre el escritorio y se quedó mirándola mientras se preguntaba por qué no se había decidido a acostarse con él. ¿Qué podía ocurrir? Que se enamorara, se recordó a sí misma, lo cual no se le antojaba buena idea. Era mejor dejar las cosas como estaban. Permitió que una lágrima le resbalara por la mejilla y se la enjugó. Luego fue a limpiarse los dientes, se puso el viejo camisón de franela y se metió en la cama. Sin embargo, cuando esa última noche en París se quedó dormida, soñó con él.