21
Cuando Brigitte se levantó por la mañana, el corazón le dio un brinco al ver que tenía un e-mail de Marc. Como cuando era jovencita y un chico le pasaba una nota secreta en clase. Se sentía emocionada, culpable y asustada, aunque no sabía bien por qué. En París no había tenido esa sensación, pero ahora era distinto. Se le hacía raro escribirle desde Boston, estrechar más el lazo, expresar más cosas. Pero ella era quien había escrito en primer lugar, así que debía atenerse a las consecuencias. Abrió el mensaje, respiró hondo y suspiró aliviada cuando leyó la respuesta. Cordial y agradable.
Querida Brigitte:
Qué grata sorpresa tener noticias tuyas. ¿Qué tal por Boston? París está muy apagado sin ti, estos días he tenido muy poco que hacer. A mis alumnos les está afectando la primavera y faltan mucho a clase. ¡Yo también quiero faltar!
La novela va bien, mi editor me ha ayudado mucho y espero poder entregarla pronto. En la editorial se han calmado un poco y parece que mi vida ya no corre peligro.
Echo de menos a Wachiwi, y también te echo de menos a ti. Me alegro de que a tu madre le haya gustado el material que encontraste. Aún espero que algún día escribas el libro sobre tu antepasada india, y cuanto antes mejor. Deseo que te vaya todo bien. Seguiremos en contacto.
Terminaba con un «Je t’embrasse», que Brigitte sabía que era el equivalente en francés de «Un beso», de los que suelen darse en las mejillas, no en los labios. Era una fórmula de despedida inofensiva, y al final firmaba «Marc» y añadía una posdata:
Cada vez que veo la torre Eiffel me acuerdo de ti. Es como si en cierta forma te viera en ella, sobre todo cuando la iluminan, porque sé que te gustaba mucho. Yo también guardo muy buenos recuerdos. Espero que vuelvas pronto a París.
Era un e-mail muy tranquilo, agradable y cariñoso, y le pareció un bonito detalle que le dijera que él también guardaba muy buenos recuerdos. Había conseguido imprimir a su mensaje el tono perfecto. No resultaba atrevido, excesivamente íntimo ni incómodo. Era cordial, cariñoso y sincero, como él. Brigitte se alegró de haberle escrito. Su madre le había dado un buen consejo.
No tenía nada que hacer después, y las semanas siguientes se le antojaron las más aburridas e improductivas de toda su vida. Por fin llamó a unos amigos y salió a cenar con ellos. No le dieron excesiva importancia a lo de Ted, solo le dijeron que sentían que hubieran roto, pero que ahora veían que no era la persona adecuada para ella. Todos tenían pareja, la única persona sin novio a la que conocía era a Amy y siempre andaba ocupada con los niños. Durante las dos últimas semanas, cuando no estaba resfriado uno lo estaba el otro, así que su amiga no podía salir y a Brigitte no le apetecía pillar ningún microbio. Los niños de esas edades siempre caían enfermos.
Era primavera, y Boston estaba en plena floración. El día de los Caídos fue a Martha’s Vineyard, donde lo pasó muy bien, pero cuando regresó a Boston su vida volvió a decaer. Le costaba mantenerse activa sin trabajo, y de momento tenía el libro aparcado.
Había recibido unos cuantos mensajes de Marc, y ella seguía manteniendo las distancias cuando le escribía. No le dijo que estaba muy asustada porque aún no tenía trabajo y sentía un gran vacío en su vida.
Una noche, tras la visita a Martha’s Vineyard, decidió leer las anotaciones sobre Wachiwi, y su antepasada volvió a cautivarla por completo. Incluso más, puesto que veía las cosas con cierta distancia. Era una historia apasionante; ahora comprendía por qué su madre y Marc opinaban que debía escribir un libro sobre ella.
Estuvo varios días dando vueltas al tema, hasta que por fin, solo para probar qué tal se le daba, escribió un capítulo que narraba la historia de Wachiwi en el poblado indio. Buscó en internet información sobre los sioux, de modo que pudiera describirlos con rigor. Cuando empezó a escribir sobre la chica, tuvo la impresión de que las palabras brotaban de la nada. No le costaba ningún esfuerzo y, cuando lo terminó tras tres días de intenso trabajo, le pareció bello y místico. Esa era la historia que deseaba relatar; de pronto, ya no estaba asustada. Notaba cómo la llamaba, y se dedicó a ella en cuerpo y alma. A partir de ese momento, los días empezaron a fluir. Jamás había disfrutado tanto escribiendo. Pensó en enviar un e-mail a Marc para contarle que estaba empezando el libro, pero no quería gafar el proyecto. Decidió esperar un poco, hasta que hubiera escrito unos cuantos capítulos más. Todavía estaba en los inicios, aunque lo que tenía le gustaba muchísimo.
Llevaba diez días con su nuevo proyecto cuando, una noche que se había quedado escribiendo hasta tarde, el ordenador la avisó de que tenía un mensaje. Como no tenía ganas de interrumpir lo que estaba haciendo, siguió varias horas sin parar. Parecía que los dedos volaran, no quería dejarlo. La sorprendió descubrir que eran casi las cinco de la madrugada cuando por fin se recostó en el asiento con aire satisfecho. Guardó lo que había escrito. Entonces recordó que había recibido un mensaje. Abrió la bandeja de entrada y vio que le escribían de la Universidad Americana de París. Al leer el mensaje descubrió que era del hombre que la había entrevistado. No estaba especialmente interesada en el tema, pero lo leyó de todos modos y, en cuanto acabó, volvió a leerlo. Le ofrecían un trabajo a tiempo parcial, tres días a la semana, con un salario digno para poder mantenerse. También le decían que disponían de apartamentos para estudiantes y profesores a un precio simbólico. La vacante había surgido porque la mujer que ocupaba el segundo puesto de mayor responsabilidad en la oficina de admisiones había comunicado que estaba embarazada y solicitaba un permiso de maternidad de un año. El hombre explicaba que la mujer tenía cuarenta y dos años, era su primer embarazo y esperaba gemelos, así que le habían recomendado reposo absoluto desde el principio de la gestación. Por eso ofrecían a Brigitte cubrir su puesto durante un año. Y añadía que estaba previsto que el jefe de la oficina se jubilara al cabo de un año, así que era posible que surgieran nuevas oportunidades para ella en la AUP si el puesto que ahora le ofrecían no acababa por ser fijo, cosa que él no descartaba. En cualquier caso, le prometían trabajo por un año. Resultaba obvio que, si aceptaba, esta vez tendría que tomar las riendas y asumir más responsabilidades. Era un centro pequeño y necesitaban que todos los empleados arrimaran el hombro y se mostraran flexibles, y Brigitte estaba dispuesta a hacerlo. Había aprendido la lección. Por no haber querido asumir mayores responsabilidades en la Universidad de Boston, era la primera de quien habían prescindido. Esta vez quería que las cosas fueran distintas. Aunque ¿de verdad deseaba marcharse a trabajar a París? De eso no estaba segura.
Le ofrecían todo cuanto necesitaba: un empleo, un sueldo decente, un horario a tiempo parcial que le permitiría escribir el libro sobre Wachiwi si lo deseaba e incluso una vivienda por poco dinero. Si aceptaba, lo tenía todo solucionado. Sin embargo, no sabía qué hacer. Releyó el mensaje y se puso a andar de un lado a otro del piso.
Esa noche no llegó a acostarse y vio la salida del sol desde la ventana de la sala de estar. Quería pedir consejo a alguien, a Amy o a su madre, por ejemplo, pero temía que la animaran a aceptar. ¿Qué sabían ellas? Era muy fácil decirlo, pero ¿y si cometía un grave error? ¿Y si detestaba la experiencia? ¿Y si se sentía sola? ¿Y si se ponía enferma estando en París? ¿Y si por estar en París se perdía un empleo importante en Boston? Se le ocurrían un millar de circunstancias de lo más desfavorables. Claro que también sabía que en Boston no había trabajo; de momento no le habían ofrecido nada. No tenía precisamente un currículum espectacular y nadie le había respondido. ¿Y si todo seguía igual y no le ofrecían trabajo en Boston? ¿Y si...? ¿Y si...? ¿Y si...? A las diez de la mañana estaba completamente exhausta tan solo de darle vueltas al tema. La cuestión es que pedían que respondiera deprisa porque tenían que cubrir la vacante. Decían que la titular pensaba dejar el puesto de inmediato y querían que Brigitte se incorporara al cabo de dos semanas. Dos semanas para poner punto y final a su vida en Boston. Claro que ¿a qué vida?, se preguntó. En Boston no tenía vida. Poseía un piso que nunca había terminado de gustarle, no estaba saliendo con nadie y llevaba cuatro meses sin trabajo. Con suerte, podía decirse que había empezado a escribir un libro, y eso podía seguir haciéndolo en cualquier parte, incluso sería mejor hacerlo en París. Pero ¿y Amy? ¿Y su madre? A mediodía estaba llorando, y a media tarde tenía un ataque de pánico. A las seis sonó el teléfono. Tenía miedo de que fuera su madre, no quería que notara lo mal que estaba ni explicarle por qué. Se sentía como una niñita de cuatro años, y le entraron ganas de esconderse en el armario. El teléfono no paraba de sonar. Miró la pantalla de identificación de llamada, pero no reconoció el número, así que respondió; y aún la sorprendió más descubrir quién había al otro lado del hilo. Era Ted. No había vuelto a tener noticias de él desde que se marchó. Le extrañó mucho oír su voz por teléfono, no lograba imaginar qué quería de ella. A lo mejor se arrepentía por haberla dejado, y si era así, no tendría que marcharse a París. Le daba demasiado miedo.
—Hola —lo saludó intentando adoptar un aire despreocupado mientras pensaba que era tonta. Ted y ella se conocían demasiado bien para intentar engañarlo; al menos, así era antes de que se marchara.
—¿Qué tal estás, Brig? —Se le oía feliz y de buen humor. Brigitte no tenía ni idea de dónde estaba ni cuál era su huso horario.
—Estoy bien. ¿Ocurre algo?
Tal vez estaba en el hospital y la necesitaba. O había bebido demasiado y había marcado su número sin saber bien lo que hacía. Cabían muchas posibilidades tras cuatro meses de silencio.
—No, todo me va estupendamente. Solo me preguntaba qué tal estás. Siento que las cosas acabaran tan mal. Fue muy duro.
—Sí, sí que lo fue. Estoy bien —dijo, pero su voz revelaba que estaba en horas bajas. Él no pareció notarlo—. Estuve en París buscando información para mi madre.
Se dio cuenta de que Ted no sabía que la habían despedido, ella no había querido que se enterara.
—¿Has cogido vacaciones?
Parecía desconcertado.
—Bueno... La verdad es que... me he tomado un poco de tiempo libre para escribir.
Solo llevaba diez días con el libro, aunque eso no quiso decírselo. Por lo menos estaba ocupada en algo. Él estaba dirigiendo una excavación para una universidad importante y no quería que sintiera lástima por ella.
—Qué bien.
No le preguntó sobre qué estaba escribiendo.
—¿Qué tal te va con la excavación?
—Estupendamente. Cada día encontramos cosas. Al principio todo era muy lento, pero el último mes nos ha ido de maravilla. Bueno, ¿y qué otras novedades tienes?
—No muchas.
Brigitte detestaba dar la imagen de una perdedora; y entonces, sin tiempo de refrenarse y sin saber muy bien por qué motivo, si para impresionarlo o pedirle consejo, le soltó la noticia.
—Acaban de ofrecerme trabajo en París, Ted. No sé qué hacer. —Se echó a llorar otra vez, pero él no lo notó—. Lo supe anoche.
—¿Qué tipo de trabajo?
—En la oficina de admisiones de la Universidad Americana de París. Es un trabajo a tiempo parcial; el salario está muy bien y me dan un piso.
—¿Bromeas? Parece hecho a medida para ti. Acéptalo.
Era justo lo que temía que Ted le dijera.
—¿Por qué? ¿Y si no me gusta?
—¿Hasta qué punto pueden irte mal las cosas en París? Aquí ni siquiera tenemos agua corriente.
De repente, Brigitte se alegró de no haberse marchado a Egipto con Ted.
—Además, si tan mal te va, siempre puedes dejarlo y volver. Necesitas un cambio, Brig. Creo que la vida en Boston nos había quedado pequeña a los dos y no queríamos afrontarlo.
—Igual que la relación —añadió ella con sinceridad.
—Exacto, igual que la relación. Los cambios cuestan. Uno se acomoda a las situaciones y no quiere moverse. Tal vez te irá bien salir de tu zona de confort por un tiempo y hacer algo distinto. Además, podrás practicar el francés.
—Es una universidad norteamericana —le recordó.
—Pero está en Francia. No sé, Brig. La decisión es cosa tuya, pero parece cosa del destino. Llevas demasiados años en Boston, y tu trabajo se te da bien. Además, si el puesto es a tiempo parcial, tendrás tiempo de seguir con el libro que estás escribiendo. ¿A qué esperas? Lánzate. A veces me parece que la única posibilidad correcta es lanzarse. No tienes nada que perder, y no hay nada irreversible excepto la muerte. Además, nadie se muere por trasladarse a París por un tiempo. A lo mejor te encanta vivir allí.
Brigitte había estado tan ocupada pensando en todo lo que podía salir mal que no se le había ocurrido pensar que a lo mejor la experiencia le gustaba. Ted tenía razón. A lo mejor le encantaba vivir en París. Era la única posibilidad que no había contemplado.
—Sé que tienes miedo, Brig —prosiguió Ted—. Nos pasa a todos. Yo llegué aquí muerto de miedo, pero no me lo habría perdido por nada del mundo. Sé que lo de tu padre te marcó, pero a veces uno tiene que arriesgarse. Eres demasiado joven para no hacerlo y probablemente, si no aprovechas la oportunidad, lo lamentes toda la vida. Es lo que yo temía que me ocurriera con lo de Egipto. Si lo dejaba correr por la relación, me habría arrepentido siempre, y no quería que me ocurriera una cosa así.
Brigitte lo comprendía, aunque no por eso le resultaba menos doloroso.
—Podrías haberme pedido que te acompañara.
No se lo había dicho antes de que se marchara, y le sentó bien expresarlo en voz alta.
—No, no podía. Lo habrías pasado fatal aquí, créeme. Esto no es París. Hace calor y hay polvo y suciedad por todas partes. A mí me encanta, pero las condiciones de vida son muy pobres. Lo sabía de antemano por las excavaciones que había visitado. Habrías salido corriendo en menos que canta un gallo.
—Seguramente tienes razón. No suena muy bien lo que cuentas.
—Pero a mí es la vida que me gusta. Tú también tienes que hacer lo que te guste. Escribe tu libro, vete a París, cambia de trabajo y conoce a un hombre que te haga vibrar y que no te deje tirada al cabo de seis años para irse a Egipto. Te echo de menos, Brig, pero soy feliz. Espero que al final esto sea lo mejor para los dos. Por eso te llamo. Estaba preocupado por ti y me sentía culpable. Sé que es horrible que te haya dejado en la estacada después de seis años de relación, pero tenía que seguir mi camino. Y me gustaría que tú encontraras el tuyo. Tal vez esté en París; ojalá.
—Tal vez —respondió ella con aire pensativo.
Le gustaba que la hubiera llamado Ted, pero lo sentía como parte del pasado, y era probable que ni siquiera en el pasado acabaran de encajar. Habían compartido cosas, pero nunca habían tenido una conexión especial. Ahora se daba cuenta. Era posible que jamás hubieran sido felices juntos. Quizá no encontraría al hombre perfecto, pero lo que Ted le aconsejaba tenía sentido. No podía quedarse en Boston de brazos cruzados esperando que las cosas ocurrieran solas. Tenía que tomar las riendas, por mucho que la asustara, por muy arriesgado que pareciera. Además, ¿hasta qué punto era arriesgado marcharse a París? Ted también tenía razón en eso. A lo mejor el cambio de vida le encantaba. Y si no, volvería a su país. De pronto, se alegró mucho de que la hubiera telefoneado. Él le había infundido el valor que necesitaba. Su llamada había llegado como caída del cielo.
—Ya me contarás qué has decidido. Envíame un e-mail de vez en cuando.
—Lo haré —dijo ella en voz baja—. Gracias por llamar, Ted. Me has ayudado muchísimo.
—No, no es cierto —respondió él con sinceridad—. Tú sabes lo que más te conviene. Solo te falta atreverte a hacerlo. Arriésgate, Brig. No será tan difícil como crees. Nunca lo es.
Ella volvió a darle las gracias. Un poco más tarde colgaron, y Brigitte se quedó sentada mirando el teléfono mientras daba vueltas a la conversación. Le producía una sensación extraña haber estado hablando con él, pero en cierto modo le había sentado bien. Era una forma de acabar de poner las cosas en su sitio. Lo necesitaban, y no lo habrían conseguido de no haber sido por esa llamada. Ted no había tenido valor para llamarla antes, pero por fin lo había hecho.
Brigitte quería reflexionar un poco más sobre la oferta de la AUP. No deseaba tomar decisiones precipitadas. Necesitaba pensarlo unos días. Se preguntó si debía consultarlo con su madre, o con Amy. Regresó junto al ordenador y volvió a leer el mensaje. Era sencillo y preciso; una oferta atractiva y clara en una ciudad que adoraba. Además tenía un amigo allí, Marc. Bueno, sabía que era algo más que un amigo, pero tampoco en ese sentido había querido arriesgarse. De pronto, sin darse tiempo a cambiar de opinión, clicó en el botón de respuesta. Empezó agradeciéndoles su amable propuesta. Dijo que sabía que el centro era excelente y que había salido muy contenta de la entrevista. Entonces cayó en la cuenta de que todo eso parecía más bien el preámbulo de un rechazo. Respiró hondo y escribió la siguiente frase. Casi tuvo que gritar de puro nerviosismo mientras la escribía: «Acepto la oferta. Me gustaría ocupar uno de los apartamentos que proponen. Muchas gracias, y hasta dentro de dos semanas». Lo firmó y clicó sobre el botón de envío, y tuvo la sensación de que iba a desmayarse. ¡Lo había hecho! Y si al final no le gustaba, dejaría el trabajo y regresaría a Boston. Su nueva vida acababa de empezar.