31
Ese «no tardaré mucho» se convirtió en unas largas y aburridas horas. Aproveché ese tiempo para mandarle un mensaje a mi hermano y comunicarle que era la peor copropietaria que se puede tener por avisarle con tan poco margen, pero que me tomaba el día libre. Él me respondió con el emoticono del dedo levantado, sin embargo, me quedé tranquila. Mientras no me llamara, todo estaría bien. Mi hermano es una mamá gallina. Si en realidad estuviera preocupado, mi teléfono ya habría sonado.
«Creo que se está dando cuenta, por fin, de que ya no soy una niña. Bueno, eso o es que estaba ocupado haciendo cosas guarras con Netta».
Alek se deja caer de vez en cuando para ver si necesito cualquier cosa o simplemente para comprobar que no me he ido. La expresión que pone al descubrirme en su cama, cambiando los canales de su televisión de 42”, o en el estudio, escuchado música, es de asombro. Como si no se terminara de creer que aún estoy aquí esperándolo. Pero yo siempre estoy allí para recibirlo con una sonrisa y robarle algún beso.
Al principio, su cara reflejó muchísima tristeza. No obstante, eso comenzó a cambiar a lo largo del día. Empezó a parecerse mucho más al Aleksandr al que me he llegado a acostumbrar en los últimos tiempos, mezclado con otra cosa. No solo parece relajado, casi feliz… es como si se hubiera quitado un peso de encima de los hombros.
Me alegro profundamente por él porque eso quiere decir que está en vías de cambio. De aceptar que hay cosas que no puede cambiar por mucho que se esfuerce y que hay que dejar el pasado atrás. Y lo más importante, está cerca de alcanzar la ansiada paz mental que tanto necesita su cuerpo.
Al final, la media tarde llega y Aleksandr regresa con ella. Me encuentra en el estudio descalza, enfundada en unos pantalones cortos (suyos) y en una gastada camiseta sin mangas de propaganda de un famoso refresco (también suya) que me queda tan grande que deja ver casi todo mi sostén (eso sí que es mío).
Estoy practicando algunos pasos, improvisando más que nada, la suave música de Love me like you do, de Ellie Goulding, que acaba de comenzar, cuando lo veo observándome a través de los espejos. No paro de bailar, la música me llena. Y cuando la interprete canta:I let you set the pace / because I’m not thinking straight. / My head’s spinning around / I can’t see clear no more. / What are you waiting for?29, se lo dedico a él. Giro y estiro mi cuerpo mezclando pasos clásicos con la danza contemporánea. Dejándome la piel en cada movimiento. Sintiendo hasta en los huesos cada letra cantada. Al acabar la canción, con ella pidiéndole, suplicándole, retando a su amante que la quiere y la acaricie, me dejo caer en el suelo.
Todavía agachada, sudorosa y temblando por el esfuerzo, Alek se acerca y se sienta a mi lado.
—Eres lo más bonito que he visto en mi vida —afirma—. Verte bailar es maravilloso.
Me sonrojo como una tonta. Como si no hiciera casi veinticuatro horas que nos hemos visto desnudos.
Desliza su dedo por mi brazo, dejando una línea en mi piel allí por donde pasa. Se arrima aún más y lleva su cara a mi cuello.
—Mmm… Hueles bien —comenta, olisqueándome, al tiempo que me roza con la punta de la nariz.
Solo hace falta eso para encenderme. Me revuelvo y me siento sobre su regazo con las piernas abrazando sus caderas.
—¿Cómo ha ido todo? —me obligo a preguntar porque lo que más me apetece en estos instantes es sentir dentro de mí el bulto en el que estoy apoyada.
—Ha sido, a falta de una palabra mejor, sorprendente. —Lo miro con asombro—. Bueno, sorprendente es ahora. Al principio fue desconcertante —matiza—. Tras unos cuantos gritos e insultos por mi parte, me tranquilicé. Hablamos las cosas con calma. No lo he perdonado, pero ya no lo odio tanto como antes.
—Me alegro. Has dado un paso importante —digo colocando las manos en sus hombros e, involuntariamente, rozándome con su dura erección.
Gime y me agarra con fuerza de las nalgas. Sin embargo, no me para, sino que me mece contra él.
—Se va a casar —farfulla mientras me mueve más rápido—. Con una compañera de trabajo. Una profesora como él. Quiere que vaya a la boda —dice con rapidez—. Su prometida y su madre han venido con él a España. La futura suegra es una mujer con tendencia a usar perfumes muy fuertes y dar abrazos. Mi padre no puede deshacerse de la peste por nada. Creo que está inmunizado, pero yo no… hemos tenido que irnos al jardín.
—¡Ajá! —acierto a murmurar.
—Renunció al apellido de mi madre. Ha vuelto a ser Gregorio García. Es feliz.
—Ajá…
—Hemos quedado en vernos mañana otra vez… Mmm. Creo que mejor te lo cuento después.
De repente nos gira y estoy bajo su cuerpo, con las piernas abiertas, y la conversación se ve relegada a lo más profundo de mi mente.
***
Estamos en la cama, los dos desnudos, boca abajo. Entre hablar de todo y nada y practicar sexo, se nos ha pasado la tarde en un santiamén.
Me encuentro cien por cien relajada. Las tensiones pasadas me han abandonado y me siento otra vez como mí misma.
—¿Sabes? Creo que voy a ir a un psicólogo. Creo que me hará bien hablar de todo este tema con alguien imparcial.
—Veo que no tienes miedo de hablar sobre médicos con mala fama… —me burlo—. Creo que es lo mejor que puedes hacer. Seguro que te ayudará a ver las cosas desde otra perspectiva.
—Eso seguro. Eso siempre ayuda —responde—. Quiero hacer lo máximo posible para no volver a cometer los mis fallos de mis padres. Ya sabes, no quiero que mis futuros hijos salgan tan desquiciados como yo.
Esa palabra, hijos, me trae a la memoria algo que mi subconsciente se esforzó en hacerme olvidar: no hemos tomado precauciones.
Todo vuelve a mí como si de un tsunami se tratase. Mi desmayo, todas las veces que lo hemos hecho y ninguna se me ocurrió a mí, una mujer moderna del siglo XXI, sacar el tema de la protección. Y esa es otra, espero que no me haya pegado nada…
—Alek —lo llamo y me siento. Gira el cuerpo para prestarme toda su atención. Esa es una de las cosas que me encantan de él. Al hablarle, me presta todo su interés—. No hemos tomado precauciones. Yo estoy limpia, hace muchísimo tiempo que no me acuesto con nadie, pero todavía quedan otros riesgos… No sé si entiendes lo que te quiero decir.
No habla. Se ha quedado con la boca abierta.
—Te lo tendría que haber dicho antes, pero con todo lo que ha pasado lo olvidé.
—Lo olvidaste —repite—. ¿Olvidaste decirme que no estabas tomando la píldora? ¡¿Cómo coño olvidaste algo como eso?! —acaba gritando.
—¿Eh! Tú tampoco fuiste lo que se dice muy responsable que digamos. Ni una sola vez oí de tus labios la palabra protección, preservativo, gomita, condón, sombrerito feliz…
—La primera vez me olvidé y, como no decías nada, pensé que tomabas algo.
—… Profiláctico, funda, chubasquero, goma —sigo con mi lista, ignorándolo, hasta que escucho: «espero que no sea una estrategia» saliendo de sus labios—. Espera un momento, ¿qué acabas de decir?
—Digo que espero que no sea una estrategia para pillarme. Te va a salir el tiro por la culata.
Lo suelta de un tirón y sin parpadear.
—Mira, guapo de cara—le digo levantándome y buscando mi ropa—. Lo menos que quiero en este momento es un bebé y mucho menos de un hombre que piensa que quiero cazarlo. Bájate de la nube de prepotencia en la que estás subido y pasa de mí.
Comienzo a vestirme mientras mascullo insultos mezclando el italiano con el español.
—Espera, Tazia. Lo siento. —Se para a mi lado, desnudo—. No quería ofenderte. Es solo que es extraño. Te ves como una mujer responsable, no creía que te olvidarías de algo como eso.
Lo fulmino con la mirada.
—Perdona por no saberme de memoria mi calendario de ovulación.
—No puedo permitirme tener un hijo en estos momentos. Casi no nos conocemos —dice metiendo el dedo en la llaga—. No quiero cometer el mismo error de mis padres.
—No te preocupes, por suerte para ti, aún estoy en la fase en la que un viaje a la farmacia más próxima solucionará mi problema.
Suspira aliviado.
Termino de vestirme y me dispongo a irme, pero antes necesito hacerle el mismo daño que él me ha hecho a mí.
—Y para que lo sepas, ya has cometido el mismo error de tus padres. —Me mira confuso. Me arranco la cadena del cuello y se la lanzo—. Tener el talento de hacer sentir a las personas que te quieren como la mierda, debe ser hereditario.
Salgo de allí sin mirar atrás. Que le den a Aleksandr y que le den a todo esto.
Bajo tan rápido que, en un descuido, me resbalo y acabo rodando por las escaleras y estrellándome contra el suelo, con la pierna lesionada por delante.
Me quedó allí, aguantando las lágrimas y sujetándome la rodilla. Por la periferia, puedo ver a los pacientes y a algunos compañeros que se están reuniendo a mi alrededor. No se acercan y lo agradezco. Bueno, lo agradezco hasta que siento a Alek dando órdenes a todos en busca de hielo.
—Te he visto caer. ¿Cómo estás? —me pregunta.
—¿En serio? —le devuelvo sin apartar la vista de mi cuerpo. Siento como mi rodilla se está inflamando por momentos y ahora mismo comenzaré a verlo también.
—Necesitas ir al hospital.
—Llama a una ambulancia.
—No. Te llevaré yo.
—Si no quieres, llama a mi hermano, él vendrá a buscarme.
—He dicho que no, Tazia. No hay tiempo —insiste—. Voy a ponerme algo encima y salimos pitando. Te van a traer hielo, póntelo mientras me visto y llamo a Cosimo para informarle de todo.
Alzo la mirada y veo que solo lleva puesto unos vaqueros y una cara de preocupación.
—Está bien —transijo.
«A lo mejor tenía prisa por disculparse», me digo. Aunque sé que me estoy engañando a mí misma.
29 Permitiré que tú impongas el ritmo porque yo no pienso con claridad. Mi cabeza está dando vueltas, ya no puedo ver con claridad. ¿A qué estás esperando?