6
—¿No te cansas de no creer en ti misma? —me interroga—. A esa actitud se le llama estupidez…
—No tengo ni idea de lo que hablas.
—¿Ah, no? —pregunta incrédulo—. Tazia, hace años que te conozco y siempre has sido igual. Bailas de forma espectacular, pero dejaste que una lesión casi te apartara definitivamente del ballet.
—Eso no fue mi culpa… —me defiendo.
—Verdad. Que tu rodilla se fastidiara no lo fue, pero el que te rindieras y pensaras en abandonarlo de forma permanente, sí. Sé de buena tinta que te ofrecieron seguir en la compañía como coreógrafa y dando clases a los más jóvenes.
Desvío la mirada. No quiero que sepa la vergüenza que sentí al escuchar aquella oferta. No podía dejar de repetirme a mí misma que era tan solo un pobre premio de consolación.
—Deja el tema, Óscar. —Lo interrumpo. Como siga hablando voy a acabar estallando de una forma u otra. Lágrimas o gritos, las dos son dramáticas y escandalosas cuando salen de mi—. Es agua pasada.
—Seguirías yendo de gira con ellos, vivirías el mundo del ballet, solo que de forma diferente. —Me ignora—. Imagina qué bien lo habrías pasado. Recorrerías el mundo haciendo lo que te gusta, conocerías a gente nueva… —añade soñador.
—Si tanto te gusta, todavía tengo contactos. Si te preparas bien, puedo conseguirte una prueba —comento sarcástica.
—No, gracias. Las mallas no son mi vestimenta preferida. No quiero que los demás sepan hacia qué lado cargo a mi pequeño amigo —dice, y sé que lo hace para hacerme reír. No surge efecto.
—Da igual. Lo que sea… Ese mundo ya no es para mí.
—¿Y los chicos? Puede que seas tímida para hablar, pero sé que no eres una virgen confiada. —Y dale con la manía de tocar temas incómodos—. Desde que estuviste con David, ese bailarín con el que te revolcabas a todas horas y donde fuera, no he conocido a ningún otro hombre con el que te sientas cómoda para abrirte de piernas.
—Eres un… un ordinario.
—Lo sé —afirma orgulloso—. No cambies de tema. Dime el porqué ha pasado bastante tiempo.
Un año, siete meses y quince días. No es que lo esté contando ni nada. Es que soy muy buena para las fechas y los números…
—Quería cosas de mí que no podía darle.
—¿Sexo anal? —pregunta muy serio—. No lo tendrías que haber descartado de primeras. Con una buena lubricación y juego previo llega a ser muy placentero.
—¡No, estúpido! —Aunque eso también lo quería—. Me pidió que abandonara todo y que saliera de gira con él. Le dije que no podía dejar solo a mi hermano con el negocio, me dio un ultimátum y lo envié, con muchísima educación, al infierno. Eso es todo.
Bueno, educación, lo que se dice educación, no tuve mucha… Por suerte, salió corriendo antes de que le pegara con la espumadera en la cabeza después de decirme que no llegaría a ser nadie en la vida si me conformaba tan solo con trabajar en el negocio familiar. Claro, para él era mucho mejor que me conformara con salir a recorrer el mundo a su lado sin nada más que hacer con mi tiempo que adorarlo… No, gracias.
Eso me pasa por desviarme de mis planes iniciales de buscar un hombre con un trabajo tranquilo y de carácter afable y confiado. David es un hombre intenso en todos los aspectos (sobre todo, en la cama) y con el cual pasé unos meses maravillosos, sin embargo, cometió el error de subestimarme y creer que lo abandonaría todo por él. Lo quería, sí; el sexo era maravilloso también, pero no lo amaba tan profundamente como para sacrificar todo por su causa.
—Ya lo sé, tonta. Tan solo quería quitar un poco de seriedad al tema. Tan solo estoy preocupado por ti. De un tiempo para acá te has cerrado en banda. Casi no tenías amigas, Tazia. Eso no es normal.
—Casi toda la gente que conocía es del mundo de la danza, Óscar. Ellos siguen en ello de forma profesional. —Su mirada de desconcierto me anima a explicárselo—. Solo hablaban de lo bien que se lo pasaban o de lo duros que eran los ensayos y yo…yo me sentía inferior. —Tomo una respiración profunda—. Me sentía como una impostora. Tenía miedo de que alguna vez me miraran y se dieran cuenta de ello. Preferí alejarme yo antes de que me hicieran daño.
—Me repito: eres tonta, rubita.
—No me des tantos ánimos, guapo —me quejo.
—No puedo ponerme en tu lugar. Tiene que ser duro pasar de casi cumplir tu sueño a no poder hacerlo, pero hay que reponerse. Estás bailando de nuevo…
—Estoy dando clases para no engarrotar los músculos. No es lo mismo. —Interrumpo.
—Estás bailando de nuevo, y eso es lo importante. No te centres en el por qué, sino en que estás haciendo otra vez algo que te apasiona—prosigue, ignorándome—. Vas a dar lecciones de repostería; te pondrás poner esos delantales con volantes que tanto te gustan y la gente se quedará asombrada de tu talento. Se te da muy bien la gente. Eres dulce, considerada y, lo más importante, tienes paciencia. —Sonríe—. Sé que estás un poco frustrada porque Cosimo no te deja poner a la venta lo que haces… A lo mejor, esta experiencia te anima a hacerle frente de una vez o a mover tus dulces por otros sitios, como él hace. Tengo contactos por ahí, no lo olvides. Podría ayudarte si quieres. Netta también te ha dicho muchas veces que le lleves algo a la gelateria13, sabes que si le gusta, le dará igual que no sea repostería italiana. Ella te quiere, Tazia, y confía en ti. Deberías hacer lo mismo.
Lo abrazo otra vez. Es un oso amoroso, por eso lo quiero tanto.
—Se me hace raro verte tan serio. No termino de acostumbrarme —le confieso apoyada en su hombro—. Aunque tienes razón. —Me aparto—. Tengo que confiar más en mí. Si llego y quemo algo, no me pondré a llorar por las paredes, haré otra cosa, y eso sí me saldrá bien.
He omitido totalmente la parte en la que me lanzo en solitario al mundo del azúcar. No estoy preparada para eso todavía. Como dicen por ahí: un pasito a la vez.
—¿Puedo volver a ser ya un capullo o quieres llorar un poco sobre mi varonil hombro?
—No tienes remedio, Óscar —me lamento—. Pero te quiero.
—Lo sé.
—Capullo.
—Tontita.
—Salido.
—Mojigata.
Nos echamos a reír como dos imbéciles, sin motivo aparente, y felices con ello.
—¿Y qué tal con el director? —pregunta cuando nos calmamos—. Tu hermano dice que es un buen tío.
—Solo hablamos del tema en cuestión. —«Y me vio las bragas. Dos veces»—.Parece un hombre bastante formal. Me dio un código de vestimenta. —Hago una mueca—. No puedo usar vestidos mientras esté dando clases —le explico.
—Pues él se lo pierde. Yo trabajaría más a gusto si pudiera entretenerme mirando algo que me guste…
Dibujo en mi cara un gesto de fingido horror y me bajo el dobladillo del vestido sin ningún disimulo.
—Tú no cuentas, Tazia. Eres como mi hermana. Podrías caminar desnuda delante de mí y no ocurriría nada. —Se toma su tiempo, como si reflexionara—. Bueno, eso es mentira. Seguramente me pondría duro como una piedra, solo que no actuaría en consecuencia. Ni si quiera estando solo —puntualiza.
—Mejor no vayamos por ahí. No me hace ninguna gracia imaginar ciertas cosas… Me da un poco de repelús.
—Pero ¿a qué te he distraído? —comenta divertido.
—Eso no lo voy a negar —admito—. Y ahora, sé mejor hermano que el que por desgracia me tocó por familia y ayúdame a elegir recetas para el curso.
13 Heladería.