12
—¿Cómo ha ido tu primer día?
La clase ha terminado y Alek se ha quedado a ayudarme a dejarlo todo en orden. Su pregunta me sorprende, ha estado en la misma habitación que yo durante todo el tiempo.
—Eso deberías de decírmelo tú. No te has movido de mi lado en todo momento —le respondo.
—Me he expresado mal. Quería decir que cómo te ha ido a ti —rectifica—. Yo te he notado cómoda, pero no pondría la mano en el fuego por ello. No es la primera vez que me encuentro con alguien que aparenta ser feliz y en realidad se está muriendo por dentro.
—Bonito juego de palabras… Aunque viendo en donde trabajas, parece muy acertado.
—¿Y bien? ¿No vas a responderme?
—Al principio estaba muy nerviosa. Demasiado nerviosa. Algo que ya me esperaba —puntualizo—. Lo que sí que me tomó por sorpresa fue el sentirme tan a gusto en tan poco tiempo. Creo que, en realidad, el hecho de que mis alumnos fueran tan aplicados y simpáticos ayudó bastante… Amables de una manera un poco rara, pero, al fin y al cabo, agradables.
—Creía que te ibas a bloquear cuando Mario contó su historia —reconoce—. Me temo que, mientras estés por aquí, oirás mucho de ese tipo de cosas…
—Dije en serio lo de saber el nombre del restaurante. Es asqueroso. Debería de llamar a Sanidad y que le cierren el chiringuito.
—¿No tienes nada que decir sobre el tema de la droga?
—No —aseguro—. Como dijiste antes, aquí nadie juzga. Además, no es la única persona que ha hecho algo estúpido en alguna ocasión.
—¿Tú? —me cuestiona—. No me lo creo.
—¿Qué pasa? No me conoces de nada, Aleksandr. No tienes ni idea de lo que he hecho o he dejado de hacer en mi vida. —Estoy muy enfadada y no sé porqué. Bueno, sí que lo sé. Odio que la gente me trate como una muñeca de porcelana tan solo por mi apariencia o porque no me gustan los escándalos—. No he hecho nada tan radical como drogarme, pero digamos que no fui una adolescente dócil.
Alek arquea una ceja en señal de duda.
—Bueno, digamos que mis muestras de rebeldía fueron escasas y muy, pero que muy, espaciadas entre sí… —Me ciño a la realidad—. Pero como dicen por ahí: haberlas, haylas. —Sonrío al recordar algunas de las travesuras a las que mis compañeros de baile me arrastraban.
—Jugar a la nieve con los extintores en el instituto no es algo que yo consideraría como fuerte —se burla.
Lo miro horrorizada. ¿Acaso no recuerda el pavor que me causaba el director?
—Nunca me atrevería a hacer algo parecido… No es sensato jugar con aparatos realizados para y por la seguridad de las personas.
Acabo de quedar como una mojigata. Sueno tan repelente que me planteo contarle sobre mis noches desenfrenadas bailando encima de una barra en París o de aquella vez en la que besé a una chica… Con lengua. Descarto la idea, no quiero que se haga con ideas equivocadas sobre mí.
—¿Eso es lo que tú hacías? —pregunto—. ¿Eras el malote del cole?
—Si tenemos en cuenta que estudié en mi casa y que era el único alumno, podría decirse que sí. —Me muestra una sonrisa ladeada—. Y desde que tuve uso de razón, vivía para molestar a mi profesor.
—¿No fuiste escolarizado? —Es la primera vez que conozco a alguien en esa situación y me siento insultada por que no le hayan dado la oportunidad de la educación.
—No te alarmes, Tazia. Veo en tu cara que tienes ganas de llamar al defensor del menor. —Me tranquiliza—. Mi padre era un ferviente admirador del homeschooling15. Nací y pasé la mayor parte de mi infancia en Rusia, y allí es legal la educación en casa. Cuando mi padre quiso volver a España, decidió seguir con ese método de enseñanza. Hacía mis exámenes a distancia.
—¡Oh! No sabía que se podía hacer eso. —Me siento como una tonta.
—Pese a la creencia popular, los que estudiamos en casa no somos unos ignorantes.
—Bueno, pues me alegro. Aunque tuvo que ser un poco… solitario, ¿no? —Lo mejor de ir al colegio e instituto es la socialización con otras personas. Siempre he pensado que esas interacciones forman gran parte de lo que te que te hará ser quien eres en el futuro.
—Eso es verdad. No tenía mucho contacto humano con gente de mi edad en aquel entonces. Mi padre era compositor y vivía volcado en su trabajo. Solo se relacionaba con personas de ese ámbito, y aunque tuve que examinarme de todas las materias importantes, mi educación se centró más que nada en la música —admite taciturno—. Así que no era un paria total, pero los amigos mayores de mis padres no eran precisamente lo que se dice compañeros aptos de juegos; sin embargo, no todo fue malo, a los ocho años ya tocaba varios instrumentos a la perfección y leía partituras sin ningún problema.
«Solitario y triste», me digo a mí misma. ¿Qué padre no fomenta que su hijo se relacione con otros niños?
—Al crecer, me planté en mi sitio y con ayuda de mi madre, acudí a la universidad. A mi padre le dio un ataque, pero llegamos a un acuerdo —me dice en el mismo tono apagado, aunque me dedica una sonrisa ladeada para quitarle hierro al asunto—. Así que ya ves, no soy un ignorante total. Tienes ante ti a todo un antropólogo social.
—No sabes lo que me alivia oírte decir eso. —Suspiro en un intento por rebajar el cariz de la conversación al notar que no es agradable para él—. Estaba convencida de que habían dejado el mando de la clínica a un inepto al que le preocupan más como brillan su zapatos tipo Oxford y no arrugarse el traje ha hecho a medida que la rehabilitación de la gente a su cargo.
Mira hacia sus pies y sigue un recorrido por su propio cuerpo, comenzando en sus viejas y envejecidas botas de cuero marrones de cordones, pasando por sus pantalones vaqueros envejecidos, para acabar en su sencilla camiseta gris.
Me acabo de dar cuenta de que he seguido el mismo rumbo con mis ojos y que me gusta lo que veo. Demasiado. Me paro en su rostro y lo pillo mirándome con una expresión divertida, y me sonrojo… otra vez. Parece que, para mi desgracia, últimamente lo hago mucho.
Me obligo a tomar una respiración profunda y sacudirme el bochorno de encima porque, ¿qué culpa tengo yo si el hombre que tengo en frente es uno de esos por los que me daría la vuelta sin pensármelo dos veces para mirarlos en la calle? Que no sea tan guapo.
¡Por Dios, he crecido entre bailarines! Bailarines sin ningún pudor ante la desnudez… No puedo volverme escarlata cada dos por tres y mucho menos porque un hombre (y encima uno completamente vestido) me pille haciéndole un escaneo profundo.
—Es una suerte para todos que lo único que me interese de la ropa la mayoría de los días es que esté limpia.
—Sí. Es una suerte —repito como una tonta y me giro para frotar con el dedo suciedad inexistente en la superficie limpia—. Así que, ¿crees que debería de subir un poco el nivel de la clase de mañana o sigo yendo a lo seguro?
Soy la reina de la evasión.
—Ese tipo de cuestiones te las dejo a ti. Si no es estrictamente necesario, no me suelo inmiscuir en asuntos de los profesores. —Se acerca y me toca el hombro. Alzo la mirada para enfrentarlo—. Mañana ya no estaré para monitorearte barra espiarte, puedes hacer lo que quieras, aunque si no te sientes segura como para hacerlo tu sola, puedo cambiar mi horario.
—Te lo agradezco, pero no creo que sea necesario. —Estoy convencida de que lo haré genial—. Hoy he podido comprobar un poco cómo son y ya no tengo miedo de ellos.
—Lo peor que te harán será contarte sus historias. No sientas pena. Tan solo apóyalos, escúchalos… recuerda que sus anécdotas pueden ser cómicas, pero no dejan de ser dramáticas. Con el paso de los años me he dado cuenta de que hablar sobre sus experiencias los ayuda. Tu misión aquí no solo es enseñar recetas, es fomentar su confianza en sí mismos. Entretenerlos de sus vivencias por un rato, aumentar su autoestima. —Aparta su mano de mi hombro dejándola caer en una lenta, y casi imperceptible, caricia hasta mi codo—. Eres valiente, balerina. No todo el mundo estaría dispuesto a oír lo que tengan que decir unos cuantos adictos, sin embargo, tu hoy no solo los has escuchado, sino, lo que es más importante, no los has juzgado. Lo harás genial.
Y con esta inyección a mi autoestima, mi resolución de ser la mejor profesora se fortalece. La anterior conversación con Sandra, Alek y Mónica cobra sentido para mí. Ya no tengo locas fantasías de ser una maestra cuqui ganadora de premios por su labor humanitaria, soy una mujer dispuesta a dejar su granito de arena (por muy pequeño que sea) en la rehabilitación de estas personas. Y si lo que necesitan es una distracción para sus problemas, yo estoy dispuesta a dispensársela.
—Gracias, Aleksandr —reconozco—. Creo que en cierta manera necesitaba escuchar palabras de ánimo.
—Eso es normal. Enfrentarte a personas desconocidas puede ser perturbador—comenta—. Eres una persona que a primeras se muestra tímida, y esto es un gran cambio de registro en tu vida. Hasta la persona más extrovertida se sentiría insegura en este caso.
—Te digo una cosa: estoy contenta de estar aquí —confieso—. Como dice mi madre: Ogni cosa ha cagione16.
—Todo tiene una causa —traduce Alek sobre la marcha. Lo miro confundida—. Estudié música, ¿recuerdas? —me explica como si eso tuviera que decirme algo—. Además, mi madre fue cantante de ópera. Hablo varios idiomas, pero me obligué a aprender italiano para comprender qué es lo que cantaba.
—Eres una caja de sorpresas, señor Glazunov —admiro—. Ya veo que tendré que medir mis palabras delante de ti.
—Solo en inglés, italiano, ruso, francés y español —se burla.
—¿Nada de chino? Me decepcionas… —Niego con la cabeza al mismo tiempo que me lamento.
—Tiempo al tiempo —me dice—. Aún tengo vida por delante.
—Estoy intentado con todas mis fuerzas odiarte por ser tan listo y tener respuestas para todo como esos chicos del insti que me hacían sentir tonta… Por ahora, no lo estoy consiguiendo. —La verdad es que me siento un poco intimidada por su cerebro y asustada por perder mi vía de escape para maldecir… no tiene gracia si alguien sabe lo que digo—. ¿Podrías comportarte acorde con tu conocimiento y al más alto cliché y ser un pedante sabelotodo?
—Como dije antes: tiempo al tiempo. —Se ríe.
—¿Ves? Eso está mejor. Ya siento como la aversión va tomando forma en mi interior—digo—. Si tan solo hicieras el esfuerzo de corregirme sobre cualquier cosa cada dos por tres, serías igual que Daniel Galván, mi némesis. Aunque me temo que si hicieras eso, te quedarías sin una voluntaria.
—No te preocupes. Haré mi mayor esfuerzo. Dios me libre de perder a otro voluntario—se lamenta—. Con la mala suerte que tengo, tendría que dar esta clase yo, y se me da fatal la cocina…
—No puedo dejar que intoxiques a nadie, Alek. Es un imperativo moral.
—Sabía que eres una buena persona, Tazia.
Esta camaradería me fascina. Me recuerda un poco a la relación que tengo con Óscar… Ahora, si Aleksandr dejara de verse tan comestible, podría relajarme más a menudo ante su presencia. Es difícil parecer casual cuando tengo que hacer acopio de todas mis fuerzas por mantener mi vista al frente y no parecer una vieja pervertida con problemas para mantener el exceso de saliva en la boca.