25
Citar a las chicas en mi casa, la cual tengo repleta de elementos distractores (revistas del corazón), no ha sido una buena idea. Es verdad que desde que han llegado, le he estado dando largas al asunto en cuestión. Tendría que haber comenzado a desembuchar nada más abrir la puerta, pero no me veía capaz, y ahora que por fin me he decidido, no me hacen puñetero caso.
—Chicas… ¡Chicas! —Levanto la voz para llamar su atención—. Tengo algo que decirles.
Las dos giran sus cabezas y me miran.
—¿Qué has hecho ahora, alma de Dios? —pregunta Simonetta y regresa los ojos a su revista.
—Yo…yo —balbuceo nerviosa.
—Habla ahora o calla para siempre, chica. Sabes que no soy una persona paciente —me exhorta Sandra. Sin embargo, no me hace verdadero caso, ya que también está mirando la dichosa revistita—. Siento como la vejez me está reclamando…
—Yo… Yo… —Comienzo de nuevo. Pero es que es difícil hablar sin que me miren.
Las oigo comentar los diferentes modelitos de las famosas y la rabia me embarga. Lo veo todo rojo y, en un arranque de furia, les quito la dichosa publicación de las manos y la destrozo.
Eso sí que consigue, por fin, llamar su atención.
Levantan la mirada con aspecto interrogante.
—Tengo algo que confesar. —Empiezo otra vez.
—¿Qué? ¿Cómo? —demanda, alterada, mi cuñada preferida.
La pobre, he debido asustarla. Le entrego las pocas páginas intactas que me quedan entre las manos. Eso parece confundirla todavía más.
—Creo… He cometido un gran error —enuncio.
—Si querías que te hiciéramos caso, tendrías que haber empezado por ahí, Tazia —me reprende.
—Así que, por fin, tienes algo jugoso que contar—comenta Sandra como si nada—. No sabes cuánto tiempo llevo esperando este momento… —dice colocando una mano a la altura del corazón de forma dramática—. Eso no me lo pierdo.
Aunque, en apariencia, tranquila, noto lo intrigadas que se encuentran, así que decido no alargarlo más e ir al lío.
—He tenido un encuentro sexual con Alek.
—¿Alek, como Aleksandr Glazunov, nuestro jefe? ¿El amo y señor del mundo de la rehabilitación?—exclama la pelirroja.
—¿Te lo has follado?—me interroga, en su forma directa y sin pelos en la lengua, Netta—. Si la respuesta es sí, quiero todos los detalles. Comenzando por el tamaño y grosor de su miembro y terminando por el de sus bolas…
Comienza a reírse de su ocurrencia y Sandra la sigue. Les frunzo el ceño. Se están descojonando a mi costa.
«Relájate, Tazia —me tranquilizo—. Sabes muy bien que si la cosa tuviera que ver con otra persona, también te reirías».
—Eso no te lo puedo decir. —indico para, a continuación, expulsar de mis labios una miríada de chapurreos—. Alek solo…él me realizó… me masturbó —confieso absolutamente ruborizada.
—¡Ay, mujer! Tanto teatro para decir que te hizo un dedo. Creía que ya habíamos dejado la fase de la vergüenza atrás.
—¡Eso, Taz! La timidez es cosa del pasado —concuerda Sandra—. Las amigas nos lo contamos todo. Por lo menos nosotras lo hacemos.
Respiro en profundidad, intentado librarme del sentimiento de haber hecho algo incorrecto y de la decepción que ha supuesto la reacción tan pasota de mis amigas. Parece que ellas no le dan mucha importancia, pero para mí, sincerarme supone dar un gran salto de fe. Quitarme un gran peso de encima.
—No parezcas tan culpable —me consuela Netta captando mi primera preocupación—. No has hecho nada malo. Si no estuviera tan enamorada de tu hermano, hasta yo querría un pedazo de ese hombre. ¡Está buenísimo! —Termina abanicándose con la mano.
Escuchar eso me anima y les termino de contar toda la historia, omitiendo la parte en la que me quedaba con ganas de más. No quiero más burlas a mis expensas.
—Eso fue todo —concluyo—. Como veis, un error aislado que no se volverá a repetir.
—¿Llamas a eso error? —pregunta, incrédula, Sandra—. Nena, un error es cuando, en la ducha, en lugar de coger el gel íntimo, alcanzas el mentolado. El que, por cierto, no recomiendo usar tras una depilación… ¡quema que no veas!
—O estar jugando dentro de la bañera con tu novio y masturbarlo con un exfoliante… —prosigue Netta, que se calla de repente—. De esto, ni una palabra a tu hermano —amenaza señalándome con el dedo.
—Como si fuera a abrir la boca para contarle sobre eso… —El pobre tuvo que sufrir una barbaridad. Nunca se lo recordaría—. Se la tuviste que dejar pulida al máximo —bromeo.
—Digamos que, a modo de pago y durante una temporada, tuve que hacerle unas curas especiales —comenta misteriosa.
«Yo sí que sé a qué cuidados se refiere. ¡Son como animales en celo! Y que envidian me causan…».
—Bueno, a lo que iba antes de que Simonetta, la limadora de miembros, me interrumpiera —retoma la palabra, Sandra—. Cabalgar una falange…
—Dos —la corrige mi cuñada.
—Cabalgar dos falanges de un hombre sexi hasta llegar a un orgasmo revienta cerebros no es un error. A mí me parece todo lo contrario.
—¡Bruta! —la acuso, aunque solo ha estado diciendo la verdad—. No me refiero al acto en sí, sino al con quien lo hice.
—Ahora nos dirás que no te gustó. Porque te advierto que eso no se lo cree nadie.
—Ese es el problema. Lo disfruté demasiado. —Me pongo roja como un tomate—. No sé con qué cara podré mirarlo a partir de ahora… —«Y no suplicarle que me permita violarlo…». No. Corto el pensamiento de golpe. Nada de violaciones. Y mucho menos después de cómo te trató—. Delante de él me hice la dura, pero no exagero cuando digo que no tengo ni idea de qué hacer cuando lo vea.
—¿Pues qué vas a hacer? —dice Simonetta—. Lo que hacemos todas las que nos hemos visto en una situación similar: apechugar. Disimular con frases corteses mientras por detrás te lo comes con los ojos hasta que consigas pillarlo a solas y meterle la lengua hasta la campanilla.
—¡Ni en broma! —exclamo—. Me dijo que fui una distracción, un error… ¡Un jodido error, chicas! Trituró mi ego de mil formas. Paso de él y de su culito respingón.
—Espera un momento, Tazia —me pide Sandra con voz seca. De repente parece haber perdido su amigable forma de ser. «¡Ups! Tal vez si no me hubiera centrado en toda la parte sexual, no hubiera pasado esto»—. Rebobina y empieza a contar esta historia desde el principio y, esta vez, no omitas nada.
Miro a mi cuñada que, por su expresión, parece que está planeando un asesinato. Mueve la mano instándome a hablar y así lo hago. Les termino de contar esta aventura de sexo y horror sin omitir nada esta vez.
—¡Me siento tan humillada! Ahora no estoy tan segura sobre lo de renunciar. Creo que será lo mejor.
—Dirás, lo mejor para él. El muy cerdo —dice Simonetta—. Y yo que lo tenía incluido dentro de mi top ten de machos a los que me follaría.
—Lo peor de todo es que, por un instante, realmente llegué a pensar que le gustaba de verdad —confieso—. Ahora, tras pensarlo con detenimiento, solo me siento ridícula.
Sus miradas desaprobadoras me obligan a explicarme mejor.
—Sé que el sexo no implica nada. Pero tenía puestas mis esperanzas en que pusiera fin a mi sequía con alguien que realmente me deseara a mí. Por mi cuerpo, por mi mente o por las dos cosas. Yo que sé… Me conformaba que con que le gustaran mis dulces —aclaro—.Todo, menos que me escogiera como su último pasatiempo tan solo porque me encontraba más a mano. Me merezco más que eso.
—No te lamentes. Hay de todo en la viña del Señor, gilipollas incluidos —me anima Sandra.
Agradezco sus intentos de levantarme le ánimo, pero en estos momentos no tengo ganas de reír.
—De todas formas (y solo es una teoría), no estoy tan segura sobre eso de utilizarte —comenta la morena—. El verbo utilizar implica un uso y disfrute, ¿no?, y que yo sepa, él no disfrutó mucho. ¿Cierto?
La miro incrédula.
—No creo que Netta vaya muy desencaminada. Alek se comportó como un cabrón, pero no creo que haya sido del todo sincero contigo —declara la pelirroja—. Una persona que se limita a usar a otra no intenta bromear después. Simplemente se da la vuelta y adiós muy buenas. Te dice una persona que sabe del tema.
—Eso es verdad. Si alguien sabe algo del ámalos y déjalos, es ella —confirma mi cuñada.
—¿Qué le voy a hacer si me gusta repartir amor? —habla la aludida—. Digamos que proporciono un servicio público a todo aquel que me interese.
—¡Oh! —asiento confusa—. Yo pensaba que solo te limitabas a recoger al primero que se dejaba engañar por tus artimañas y a darte un revolcón para después salir corriendo.
—Esa es otra forma de decirlo —ratifica y me saca la lengua—. Eso, y que soy un poco puta.
—No nos desviemos del tema. Ya sabemos que a la pelirroja aquí presente le va la marcha —se burla Netta con la familiaridad que solo pueden tener las verdaderas amigas—. Tenemos que idear un plan de contingencia. Aprecio a Alek por todo lo que está haciendo por Iván y Mónica, sin embargo, estoy a esta —junta los dedos índice y pulgar— de dejarlo inservible para la población femenina.
—No hay nada que hacer. Mañana volveré y haré como si nada. Tampoco es como si lo viera demasiado. Si no tengo ningún problema grave o algo que no pueda solucionar, no tengo porque cruzarme con él.
—Déjate de tonterías. —Me corta alzando la mano—. Hay que hacer que se arrepienta de tratarte como a un Kleenex.
—Paso. Prefiero ir por libre. —La freno al ver la cara de entusiasmada que se le ha puesto, secundada por una idéntica por parte de Sandra—. En serio, nada de vendettas. Prefiero dejarlo estar.
Y no me hacen caso. Cuando me quiero dar cuenta, mi pelo tiene ese recogido estilo pin up que no consigo imitar por mucho que vea tutoriales en YouTube y mi raya del ojo está perfectamente alineada en mi párpado móvil.
Según ellas, si tengo que volver a enfrentarme a él, mejor hacerlo con la autoestima en alto. No seré yo quien las contradiga…
Ahora solo me queda encontrar la forma de dormir sin estropearlo todo.