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El recorrido hasta la clínica Silvia López se me hace corto y muy ameno. La música siempre positiva de Efecto pasillo me acompaña durante casi todo el camino. Voy hacia allí para tener una reunión con el director y dueño del centro, Alexis o Alexei no sé qué. La verdad es que no recuerdo muy bien su nombre. Lo único que me ha dicho Sandra sobre él es que no es el típico hombre que dirige un sitio como este. ¡Ah! Y que está cañón. No entiendo porqué ese dato debería de importarme… A ver, no soy ciega ni nada, pero sigo a rajatabla la máxima de no mezclar trabajo y placer. Eso solo trae problemas.

Llego temprano. Lo he hecho adrede. Tengo la intención de tantear un poco el ambiente sin ningún supervisor de por medio. Tal vez así pueda, aunque solo sea echando alguna ojeada disimulada por los alrededores (y por alguna ventana), ver el verdadero ambiente que se respira allí y comprobar si es seguro. Sandra me ha dicho que sí, pero no me fio mucho. ¿Quién se fiaría de la palabra de una mujer que solo por diversión (la suya) me envió a una masajista, supuestamente especializada en lesiones como la mía, y que, al final, resultó ser una taiwanesa que me recibió en ropa interior? Y sí, sí estaba especializada, pero no en quiropráctica, sino en final feliz… ni que decir que salí de allí a la menor oportunidad. Eso fue tras tomarme un café con la terapeuta sexual (como le gustaba llamarse a sí misma),que resultó ser un amor y no tener el menor pudor aun escasamente vestida, llamar a Sandra para insultarla, pagarle a la chica los cincuenta euros por haberle hecho perder un cliente y prometerle que si conocía a algún hombre que necesitara del tipo de servicios que ella ofrecía, le daría su número. Salí rapidito de allí, sí…

Aparco mi adorable y precioso Fiat 500 color perla a un lado de la casona. Salgo del coche y me dispongo a rodear la propiedad. Lo que en un primer momento iba a ser fisgoneo puro y duro, se convirtió en pura recreación visual. La casa es preciosa. Tanto, que hasta creo que me he encaprichado un poco con ella. Saco mi móvil y me hago un selfie con la intención de enviársela a mi hermano para que vea que me encuentro sana y salva y deje de preocuparse acosándome a mensajes sobre si he llegado o no.

Voy a hacerme otro cuando siento un ruido que me asusta hasta la muerte y hace que mi teléfono salga disparado de mis manos y aterrice en el suelo. Me agacho para buscarlo entre la maleza. Cuando estoy con la cara enterrada entre la alta hierba, maldiciendo en italiano por lo torpe que soy, un carraspeo hace que levante la cabeza.

—Te noto un poco perdida —oigo que una voz grave y sensual dice a mi espalda.

Me enderezo, y eso hace que me percate de la postura tan poco apropiada en la que estaba. A cuatro patas y hasta hace un momento, mientras buscaba, con el culo en pompa. No sería tan grave si no llevara puesto un corto vestido Babydoll rosa claro, con vueltas de manga y cuello Peter Pan en encaje blanco. Muy mono, pero poco apropiado para la vida en el bosque y, por lo que veo, mucho menos adecuado para despatarrarme por el suelo. Y aunque no es precisamente mini, en esta posición, deja poco a la imaginación. «Menos mal que tengo puestas una bragas monas y que cubren todo lo importante».

Me levanto, sacudiéndome las rodillas, y doy, por el momento, por perdido a mi móvil. Me giro y, mientras lo hago, sé que me estoy poniendo como un tomate. No estoy segura de a quién pertenece esa voz, pero no es agradable que te pillen en una posición vergonzosa.

—Hola —saludo al enfrentarlo. Un chico espectacular, con aspecto que me es imposible de definir por lindar justo al cincuenta por ciento en la frontera entre de ser un malote o un buen chico, me sonríe—. Se me cayó el teléfono —me justifico a la vez que intento hacer que la tela de mi vestido se vuelva más larga—. No estaba cotilleando ni nada por el estilo —farfullo.

He quedado como una estúpida. Mi sonrojo se vuelve magenta fosforescente. El hombre ante mí eleva una ceja, pero sigue sin hablar. Por su expresión puedo jurar que me había pillado mucho antes de que yo misma me delatara.

—Me están esperando —balbuceo. Estoy nerviosa. Jugando con mis pies, dando involuntarios saltitos de uno a otro. Me paro, dándome un coscorrón mental. Tengo que parecer un conejo dando saltitos en medio de la hierba—. De verdad que me están esperando.

Se acerca y contengo la respiración, pero él solo se agacha a mi lado y, al elevarse, lleva mi móvil en la mano. Al parecer me están llamando. No tiene sonido pero la cara de mi hermano me saluda desde la pantalla. El descarado que lo sostiene no disimula la mirada que le ha echado y su sonrisa se vuelve más amplia antes de entregármelo.

—Cosimo, sto già qui. Sono appena arrivato7 —respondo automáticamente en italiano. Estoy incómoda con el escrutinio al que me tiene sometida este individuo. Ya me ha visto avergonzada y despatarrada, no quiero que también sepa que estoy hípercontrolada por mi hermano—. Un…impiegato8 —le cuento sin saber muy bien qué etiqueta ponerle a este hombre—, è uscito a ricevermi. Sto con lui in questi momenti. Devo lasciarti. Poi ti chiamo9.

Cuelgo sin darle opción a réplica. Mi hermano puede ser muy pesado.

—¿Trabajas aquí?

—Algo así —responde entre críptico y divertido.

—No es mentira lo que te dije. De verdad que me están esperando —le aclaro—. ¿Te importaría indicarme dónde está el despacho del director?

—Sin problema. Sígueme —me pide—. Estás un poco alejada de la puerta principal —deja caer al mismo tiempo que regresa al pequeño sendero que nos llevará al camino de entrada.

Mientras lo sigo, lo analizo: brazos repletos de tatuajes, ropa informal, botas desgastadas… Tiene pinta de ser una persona que trabaja con las manos y, a mi pesar, me veo dejando mi renuencia hacia él de lado. Siempre he creído que los que ocupan su tiempo en algún trabajo manual, de cualquier tipo, son buena gente

—Te voy a ser sincera. Estaba intentado ver un poco de los alrededores. Comprobar que era seguro y todo eso. Estar segura de que no iba a salir nadie a atacarme con un hacha. —Gira la cabeza y me lanza una mirada interrogadora—. Me he presentado voluntaria para impartir un curso de cocina, repostería, y lo he hecho de buena fe. No obstante, mi sobreprotector hermano ha conseguido meterme algunos miedos en el cuerpo… Una amiga también trabaja aquí. Sandra, tal vez la conozcas, y ella me ha dicho que es seguro, pero no puedo fiarme mucho de ella. —Vuelve a echarme una de esas miradas—. Si la conocieras, lo entenderías.

Seguimos caminado, esta vez, uno al lado del otro. Me doy cuenta de que estoy parloteando. Divagando sin sentido, pero no puedo parar. Estoy histérica.

—Me hago una idea.

—Espero no causarle una mala impresión al director, porque me hace mucha ilusión estar aquí. Ayudar a los demás, hacer algo bueno…

—No te preocupes por eso. Se ve que tienes buenas intenciones, el director verá eso también. —Me tranquiliza con una sonrisa—. No entiendo porqué las personas asocian un simple título con un carácter.

—Será algún complejo generado en la infancia. —Me río—. Siempre que amenazaban a algún compañero con llevarlo ante el director, tenía que levantar la mano y pedir permiso para ir al baño. Me ponía muy nerviosa.

—¿Nunca te enviaron a ti? —Me mira de arriba abajo—. No. Eras una niña buena.

—Dices eso como si fuera algo negativo.

—¿Y no lo es? —inquiere—. Me suena un poco aburrido.

—No. Era una buena alumna y amiga de mis amigos. Mi infancia fue maravillosa. Y la adolescencia fue aún mejor —añado con una sonrisa de añoranza.

—Suerte la tuya. No todos hemos tenido la misma suerte.

Tras ese extraño y demasiado personal comentario, seguimos caminando uno al lado del otro, pero sin hablar. Subimos las escaleras y entramos.

—Muchas gracias. Te debo un café por las molestias—le agradezco mirando de un lado a otro para tratar de ubicarme.

—No hay de qué. Te tomo la palabra. Creo que nos veremos mucho por aquí.

—Al final no me dijiste en qué trabajas.

—Soy el…

—¡Tazia! ¡Has venido! —El gritito alegre de Sandra lo interrumpe—. Menos mal, creía que te echarías atrás. —Como si se acabara de dar cuenta de que no estoy sola, le dedica un guiño a mi acompañante—. Veo que ya conoces a Aleksandr. Espero que no haya sido muy duro contigo.

—¿Por qué iba a serlo? —la interrogo divertida.

—Porque es muy estricto con las personas que deja entrar aquí —responde—. Se toma muy en serio su papel de guardián supremo y máster del universo.

Lo miro y lo entiendo todo. Mi cara pierde todo rastro de color y pido a Dios porque la tierra se abra y me trague. Le he enseñado mis vergüenzas, me ha visto divagar sin sentido… y es, ¡el jodido director!

—No nos hemos presentado formalmente. —Me tiende la mano y en sus ojos veo simpatía—. Soy Aleksandr Glazunov.

7 Ya estoy aquí. Acabo de llegar.

8 Un empleado.

9 Ha salido a recibirme. Estoy con él en estos momentos. Tengo que dejarte. Después te llamo.