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Cierro el diario al que últimamente he dado tan poco uso. Releer la última anotación —aunque es bastante antigua— me ha dado la prueba palpable de que mi vida es una absoluta decepción.

Sigo sin poder bailar tanto como me gustaría porque, si lo hago, mi pierna empieza a cantarme la canción del dolor extremo, y mi otra pasión, la pastelería, no puedo desarrollarla de la manera que deseo.

Soy una tonta, lo sé, me he dado cuenta de que, aunque en el pasado me quejara día sí y día también, albergaba esperanzas sobre que Cosimo me permitiera poner mis tartas a la venta, entrar a la pastelería y verlas, jugosas y exquisitas en el expositor, listas para ser devoradas allí mismo o para ser la guinda final de alguna celebración…, pero no. Nada. Nothing. Rien. Niente. Estoy de las crostatas2 hasta el moño.

Me siento como a un pintor al que solo le permiten dibujar en una única gama de color… Resumiendo: frustrada.

«Tazia, sé positiva. Con esta actitud consigues tan solo amargarte. Y eso no te sienta bien. ¿Quieres acabar teniendo la cara repleta de arrugas de preocupación, igualitas a las de la tía abuela Agostina?».

Me voy a mi cuarto, me cambio de ropa, y me preparo para ir al estudio de danza. Bailar siempre me ayuda a desestresarme.

Ya preparada, me dispongo a bajar cuando oigo la risa de una de mis mejores amigas y novia de mi hermano, Netta. Subo las escaleras para saludarla y enterarme del motivo de sus carcajadas. Conociéndola como lo hago, seguramente será algo escandaloso.

Al llegar, me encuentro con la puerta abierta, así que asomo la cabeza al mismo tiempo que pregunto: «¿Se puede?», manteniendo los ojos cerrados en todo momento. No quiero llevarme un susto en la forma del culo desnudo de mi hermano moviéndose adelante y atrás… Sé de lo que hablo. Me ha pasado. «¡Puaj! Necesitaré terapia para borrar esa imagen de mi mente».

—Pasa, Taz. Estamos vestidos —me dice Netta riendo. Seguro que está recordando todas las veces en la que la he visto con los pechos al aire—. Tu visita me viene como anillo al dedo. Tienes que apoyarme en contra del cabeza dura de tu hermano.

Entro y me trago una maldición. ¡La muy puñetera me ha vuelto a engañar! Está vestida, sí. Pero no muy vestida. Lleva solo un sujetador deportivo color rosa y unas braguitas de Hello Kitty. Con una coleta de caballo deja su rostro al descubierto. Tengo que reconocer que está preciosa de una manera muy de actriz porno si nos fijamos del cuello para abajo. Ni siquiera la cicatriz que le cruza el lado izquierdo de casi todo el cuerpo la desluce.

Al principio, no llevó muy bien su nuevo look, sin embargo, ahora parece que se enorgullece de ello. «Soy una belleza con carácter», dice sonriente, «la gente se lo pensará dos veces antes de meterse conmigo». Con esta imagen de dura, hasta yo me lo pensaría.

La relación de estos dos comenzó de una extraña forma. Llevaban entre ellos un rollito del tipo: te odio a muerte, pero no me importa comerte con los ojos… Gracias a Dios, se dejaron de tonterías y comenzaron algo muy bonito que ha sobrevivido a pesar de algunos malos entendidos… Por la forma en que se miran y el ruido que oigo desde mi casa procedente del piso de arriba, están más enamorados que nunca y se lo pasan muy bien juntos. «No estoy celosa. No. Bueno, tal vez un poco… ¿Por qué no puedo pasármelo bien yo también?».

Mi hermano, el que solo lleva puesto un pantalón de atletismo, la mira como si con ello pudiera matarla.

Me acerco y le doy un beso en la mejilla a cada uno antes de hablar. Intento analizar sus rostros para ver en qué me he metido sin querer. Pero solo saco dos conclusiones: Cosimo está cabreado y Netta, ella, divertida.

—No quiero molestar —digo cautelosa—. Mejor me voy. Ya volveré en otro momento.

—No, Tazia. Quédate —me pide mi hermano—. Nos hace falta un juez imparcial que nos ayude a decidir quién tiene razón. Y estoy seguro de que, como la hermana querida que eres, sabrás a quién dársela.

—Eso no es justo… y cuando digo esto, me refiero a que no sería justo para ti, limone3 —se queja la morena—. Como una de sus mejores amigas y fiel defensora ante ti y tus raras paranoias de hermano mayor, sé que se pondrá de mi parte.

Levanto una ceja y miro a Cosimo, que ha copiado el gesto. Los dos sabemos que es un razonamiento irrebatible.

—Está bien. Oye las dos versiones y da tu opinión sincera —claudica Cosimo cruzando las manos delante del pecho—. Estoy seguro de que me darás la razón —acaba murmurando.

—A ver. —Comienza mi cuñada—. Como sabes, Sandra está trabajando en la clínica como psicóloga y me ha pedido un favor. Siendo quién es, no puedo negarme, y este cabeza cuadrada, aquí presente, no lo entiende.

Sandra —la mejor amiga y empleada de Simonetta— comenzó a trabajar hace algunos meses en el centro de desintoxicación en donde se encuentra ingresada la madre del casi hijo adoptivo de Netta, Iván. A todos nos alegra que por fin pueda ejercer profesionalmente de lo que verdaderamente le entusiasma. Aunque ella diga que sin la heladería se sentiría incompleta, la psicología es su verdadera y única pasión. Si no, que se lo digan a todos a los que regala tratamientos gratuitos e involuntarios…

—¡Qué no, Fragola!¿Cómo puedo hacértelo entender?—exclama, frustrado, Cosimo—. Sí lo comprendo. Solo digo que no te puedes echar más cosas encima. No entiendo ni cómo Sandra se ha atrevido a pedírtelo.

—Es mi tiempo y haré con él lo que me venga en gana.

—Pues si encuentras la forma de multiplicar las horas, házmelo saber. Porque me da la impresión de que a tu reloj le van a faltar minutos.

—Ya me inventaré algo.

Mientras debaten de forma acalorada sobre quién tiene razón o no, me siento como si estuviera en medio de un partido de tenis. Muevo la cabeza de un lado para el otro, como si estuviera siguiendo la dichosa pelotita amarilla. No sé ni para qué me han pedido que me quede.

—Chicos, ¿pueden parar de discutir un ratito y decirme cuál es ese favor tan importante y, por lo que veo, polémico? —digo en un intento por apaciguar las cosas—. No creo que pueda ser algo tan malo. Sandra nunca pediría a nadie cualquier cosa perjudicial y mucho menos que fuera contraproducente para Netta.

—¡Claro que no! Ella nunca lo haría —recalca la aludida—. Tan solo me ha solicitado, muy amablemente, que me ocupe de uno de los talleres del centro.

—Dirás que más bien que te ha rogado barra chantajeado para que aceptaras. —La corta mi hermano.

—… El anterior profesor que cubría esas horas se ha ido a África o por ahí, y se han quedado colgados. —Prosigue sin alterarse lo más mínimo por la interrupción—. Le he dicho que tendría que revisar horarios y tal, y tras comprobarlo, creo que soy capaz de hacerlo. Tan solo estaré un poco apurada algunos meses. Nada grave.

—¿Y qué me dices de la gelateria4? ¿Cómo te la vas a apañar para abrir si tienes que estar en otro sitio? —inquiere Cosimo—. Es lo que te da de comer.

—Puedo permitirme cerrar temprano —contesta sin inmutarse.

—¿E Iván? —dice quemando su último cartucho—. El chico te necesita.

—Es mayorcito. Puede apañárselas unas cuantas horas sin mí —responde Netta con la convicción de quien posee todas las respuestas dibujada en una sonrisa.

—¿Y yo? ¿No has pensado en mí?

—Cosimo, no me vengas con chiquilladas. No me voy a China, solo a las afueras, y será por unas horas.

—¡Joder! ¡¿Es qué no lo comprendes?! —estalla Cosimo y corre a abrazarla—. No quiero que vayas con prisa de un lado a otro. Me da miedo que te vuelva a pasar algo. No puedo perderte.

Se abrazan durante un tiempo, susurrándose al oído cosas que no acierto a oír, envueltos en su propia burbuja de amor. De repente, mi bombilla se enciende. Tengo la solución.

—Yo lo haré —digo alto y claro para hacerme escuchar.

—¿Cómo? —preguntan los dos a la vez, solo girando sus cabezas para enfrentarme.

—He dicho que yo lo haré —repito—. ¿Hace falta algún tipo de titulación o especialización técnica? ¿Tienes que ir obligatoriamente tú? —le pregunto a Netta—. Si no es así, estoy dispuesta a intentarlo. ¿Tengo que hacer algo especial?

—No. Nada de eso. Yo iba a dar clases de heladería. La cosa está en hacer algo diferente con los pacientes —explica—. No todo va a ser terapias y charlas sobre las adicciones. Creo que si fuera así, hasta los mismos empleados se darían a la bebida.

—No eres graciosa.

—No pretendía serlo. Lo pienso de verdad. Imagina cómo sería estar hablando todo el día sobre adicciones. Te aburrirías como una ostra —aclara—. El tema es hacer cosas normales e intentar pensar en ello lo menos posible. Llenar el tiempo con diversas actividades que distraigan la mente. Enseñarles que no todo tiene por qué girar en torno al motivo de su adicción.

—Lo entiendo. Tan solo tengo que ir allí y entretenerlos durante un ratito. Me gusta la idea.

—¿En serio harías eso por mí? —pregunta Netta.

—Sí. Lo que sea por ayudar a la salud mental de mi hermano. —Me río dedicándole un guiño—. Ahora en serio, ¿por qué no? Es una buena acción y no es que tenga mucho que hacer por las tardes excepto ir a ballet. Además, por fin alguien podrá apreciar mi repostería creativa…

—¿Estás segura? —insiste Cosimo—. Allí estarás rodeada por personas emocionalmente inestables. No quiero que te acabe pasando factura.

—No te preocupes tanto, hermano —digo en un intento por apaciguar algo de sus temores—. Voy a enseñarles algo que calmaría hasta al hombre más enojado. Ya sabes lo que dicen, ¿no?«A nadie le amarga un dulce».

«Y cuando, durante mis clases, comience a circular el azúcar y el frosting5, nadie se atreverá a hacerlo», pienso con la mente ya puesta en lo ideales que serán mis pupilos y la clase en sí.

—Chicos, me voy —digo, olvidando mi idea de ir a bailar—. Tengo que llamar a Sandra e ir a comprarme un nuevo delantal. Quiero estar presentable para mis alumnos.

—Frena un poco y no te adelantes, Tazia —dice mi hermano. Al ver la cara de asombro con la que lo miro, me aclara—: Te conozco, sorella6. Tu cabeza ya se ha montado una película al más puro estilo de las comedias románticas juveniles de Hollywood contigo como profesora de cocina como protagonista… Tan solo recuerda una cosa: no vas a dar clases a adolescentes salidos, sino a adultos con problemas. Tal vez no sea tan fácil.

—Ya lo sé —suelta mi boca. No obstante, lo que en realidad pasa por mi cabeza es todo lo contrario. «Será coser y cantar». Al momento, recuerdo algo muy importante—. Tan solo le veo una pega: trabajo por las tardes.

—Por eso no te preocupes, tonta —me recrimina—. Ya tenemos a Óscar para cubrirte—se mofa—. Estoy deseando oír sus quejas.

Óscar, nuestro repartidor y relaciones públicas. Un chico divertido, ligón y caradura al que hemos acabado queriendo como se quiere a ese pariente al que a veces deseas matar, pero sin el cual no podrías vivir.

—Dejen que del caramelito me encargue yo. Sé muy bien cómo explicarle las cosas —pide, misteriosa, mi cuñada—. Digamos que tengo en mi poder algo que no le gustaría que viera la luz… —Sonríe de forma siniestra.

—Si es lo que tienes en tu salvapantallas, yo también cedería —concuerda mi hermano. Le acaricia con suavidad el lado marcado de su cara—. Tienes un retorcido sentido del humor, Simonetta.

Me encuentro totalmente perdida. No tengo ni idea de lo que hablan, pero si se trata de una de las novatadas de Netta, todo es posible. ¡Pobre Óscar!

—Ahora sí que me marcho, chicos —me despido por segunda vez—. Tengo llamadas que hacer y clases que planear.

Me voy dejándolos solos, mucho más contentos que antes de mi llegada, con una sonrisa en sus rostros y sintiendo la satisfacción personal que brinda el hacer algo bueno por los demás.

Un trabajo bien hecho. Sí, señor.

2 Tarta de origen italiano.

3 Limón.

4 Heladería.

5 Tipo de crema muy dulce utilizada en repostería para decorar tartas, cupcakes, etc…

6 Hermana en italiano.