33

Parásito: forma de vida (Aleksandr) que se alimenta de las sustancias que elabora un ser vivo (la comida que me trae mi hermano o cualquier alma caritativa) de distinta especie (yo. Porque estoy segura de que no pertenezco a su especie), viviendo en su interior o sobre su superficie (mi casa), con lo que suele causarle algún daño o enfermedad (nervios crónicos).

Solo lleva un día en mi casa. Solo uno, y la mitad de ese día estuve dormida, y ya estoy que me jalo de los pelos. A este paso me voy a quedar calva.

Cierto es que se encarga de que este cómoda. Coloca mi pierna sobre un par de cojines y se asegura de que no la mueva; me alimenta de su mano como si fuera un bebé para que no me incorpore, me lleva al baño en brazos cuando me entran ganas porque me niego a usar un chato y me entretiene con historias sobre su vida, pero… se pasea por mi casa sin camiseta y se acerca demasiado al colocarme esos dichosos cojines; me alimenta y me dan ganas de besarlo; y para colmo de males, me lleva en brazos sin quejarse, es más, parece que lo hace encantado; cuenta historias que lo hacen parecer adorable…

¡Esto es insufrible! Me está provocando, lo sé.

Y si eso por sí solo no fuera poco, lo pillo observándome cada dos por tres. Y no es una mirada de tipo clínico, no. Es una mirada que consigue que comience a imaginar que se acerca y me hace cosas maravillosas con su boca en partes de mi cuerpo que no son mi boca…

Quiero que se largue a la de ya. Y que se lleve con él todo el deseo y el rencor que estoy sintiendo.

Rencor porque no ha tocado el tema de lo ocurrido ayer ni una sola vez y porque, a pesar de ello, sigo queriéndolo.

Ahora lo veo caminar de un lado al otro mientras habla por teléfono con alguien que creo que es Sandra. Alterna frases profesionales con alguna que otra risa, y yo me muero de celos.

No debería estar contento. Tendría que estar suplicándole que lo perdone por ser un capullo insensible y así podríamos pasar a la parte del sexo.

Cuelga y se viene hasta mi cama. Se recuesta a mi lado con naturalidad, como si se hubiese acostado en ella desde hace años.

—Lárgate de aquí —espeto—. No puedo hacer nada para que te marches de mi casa, pero sí que puedo echarte de mi habitación.

Suelta una risita.

—Me encantaría verte intentándolo —me reta—. Si no temiera que te hicieses daño, te animaría a hacerlo.

—No me haces gracia, estúpido. Sal de mi habitación.

—No. A decir verdad, me viene de perlas que no puedas moverte —explica—. Si no puedes moverte, no puedes huir, y si no puedes huir, tendrás que escucharme.

—Tienes una cara que te la pisas —lo acuso, pero por dentro estoy saltando entusiasmada. ¡Por fin se decidió!

Se sienta a mi lado para que lo pueda mirar a los ojos.

—Lamento cómo te traté ayer. Cuando me estreso tiendo a atacar a las personas —aclara—. Al final va a ser verdad que me parezco a mi padre más de lo que creía en un principio.

—Entiendo que estabas sometido a mucho estrés, pero llamarme oportunista fue un golpe bajo.

—Lo sé. Me quedé en shock y dije lo primero que se me ocurrió.

—Lo que más me duele es que hayas pensado así de mí. ¿Acaso te he dado motivos para creer que soy una aprovechada? ¿Que soy el tipo de persona que usaría un bebé para ganar dinero?

—Por Dios, no. Estoy convencido de que no eres ninguna de esas cosas.

—¿Y ahora qué hacemos? —pregunto—. Te agradezco que me cuides, pero no tienes que obligarte a ello. Por lo que pudiste comprobar ayer, no estoy desvalida en el mundo. Tengo gente que me respalda.

—Sí. Sobre todo el que se ofreció a hacerte masajes —masculla.

—Deja en paz a Óscar. Es como mi hermano. Tan solo dice esas cosas para molestarme.

—Si tú lo dices…

—Sí. Lo digo.

Algo en su rostro me huele mal.

—Espera un momento… ¿Estás celoso? —Desvía la mirada—. ¡Estás celoso!

—Sí —dice en su habitual estilo directo—. No hace nada que hemos estado juntos. Podrías llevar mi bebé contigo y ese tío no paraba de insinuarse… hace años que sois amigos, te conoce mejor que yo… Me puse furioso.

—Te repito que es como mi hermano. Con el añadido de que puedo contarle cualquier cosa y no amenaza con matar a quien sea.

—Ahora no hace falta que hables con él. Me tienes a mí.

—Primero: ya que no te poseo ni tú a mí, no te tengo. No nos tenemos ninguno de los dos; segundo: es mi amigo. Nunca dejaré de hablar con él.

—No he dicho eso… no soy tan troglodita. Tan solo digo que si quieres hablar de cualquier cosa, no tienes porqué llamarlo si yo ya estoy contigo. Te prometo no amenazar a nadie.

—¿Y si necesito hablar sobre ti?

—Me lo cuentas también.

—No sabes nada sobre mujeres, Aleksandr.

—Lo admito. Nunca he tenido una novia, pero estoy dispuesto a aprender lo necesario. —Reflexiona durante unos segundos—. Tan solo no le cuentes nada demasiado íntimo.

—¿Novia? Nadie ha dicho nada de novias…

—No sé. Creía que estarías contenta de formalizar relación. Ya que me quieres y todo eso.

—Yo no te quiero —niego demasiado rápido.

—Pues ayer cuando saliste de mi habitación hecha una furia, lo afirmaste con bastante ímpetu.

—No he dicho nada sobre eso. Nunca.

—¿No? —cuestiona—. ¿No me dijiste que hacía daño a las personas que me quieren?

—Fue una forma de hablar.

—¿En serio? Pues es una pena… experimentar el amor no correspondido será una experiencia desastrosa para mi ego. Seguramente compondré canciones con tu nombre, te enviaré flores a todas horas y te inundaré de mensajes de texto —lo dice con la cara seria, pero sus ojos brillan con humor—. Por tu culpa, me convertiré en un patético hombre despechado.

Mi corazón está bailando al son del heavy metal. No puedo creer lo que me está diciendo y cómo yo me empeño en desmentir lo evidente. Estoy enamorada de él y soy tan tonta como para negarlo después de habérselo confesado en un ataque de furia.

—No puedo dejar que sufras por mi culpa, Aleksandr —admito—. No sé. A lo mejor yo, tal vez… te quiera un poquito.

La sonrisa que sale de su cara es más de lo que puedo soportar. Lo agarro del hombro y lo atraigo hacia mí.

—Dímelo —le ordeno.

—Antes te voy a contar una historia. —Asiento instándolo a seguir—. Hace algún tiempo, un chico de dieciséis años vivía con sus padres alcohólicos. Un día, se enfadó tanto con la situación tan injusta en la que vivía, que se escapó de casa dejando a su madre sola. Al tiempo regresó, pero su madre se había ido sin decir nada. Su padre tampoco se encontraba en casa, y él se vio solo, en medio de esa gran propiedad, buscándola. Al cabo de dos horas, la encontró desmayada entre los árboles. El chico se asustó muchísimo porque pensó que estaba muerta, y el corazón se le hizo pedazos. Al verla respirar, él pudo hacerlo también, ya que no había sabido cuanto quería a su madre hasta ese momento.

»Eso es lo que me pasó hoy contigo. Cuando te vi caer, lo hice en cámara lenta. Y en un instante, me imaginé la vida sin ti. No me gustó. Y como el muchacho de la historia, sentí que algo en mi interior se rompía para volverse a juntar al ver que estabas bien. ¿Si eso no es amor, que otra cosa puede ser?

Estoy llorando lágrimas agridulces Por lo triste que es esa historia y por lo feliz que estoy al escucharla.

—Esta es la historia que me nombraste cuando creías que Mónica había desaparecido.

—Sí.

—La mujer es tu madre y tú eres ese pobre muchacho, ¿verdad?

—Sí. Te la he contado, no para ponerte triste, sino para que sepas que estoy muy seguro de lo que siento por ti.

Nos quedamos mirándonos durante lo que parece una eternidad. Un tiempo que aprovecho para memorizar sus rasgos, su expresión al mirarme… Sí, me confirma su mirada. Está enamorado de mí.

—Aleksandr, a diferencia de ti, no me hizo falta que tuvieras una experiencia cercana a la muerte para saber lo que siento —bromeo—. Ya sabía que te amaba desde mucho antes.

Se acerca a mis labios y me besa. Algo suave se convierte con rapidez en algo voraz. Toca mi cuerpo y yo el suyo, pero cuando abro las piernas para acomodarlo mejor, un dolor cortante que proviene de mi rodilla me detiene.

—Te traeré tus pastillas.

Llega al momento con un vaso de agua en una mano, las pastillas en la otra y una sana y desperdiciada erección en medio.

—Odio estar lesionada —me quejo al tiempo que lo devoro con la mirada.

—No hay problema. Solo tendremos que ser imaginativos —asegura—. No he comprado una caja de condones de las grandes para que una simple rodilla me impida usarlos todos y cada uno de ellos con mi chica.

Al oírlo, mi estado de ánimo mejora muchísimo y me revuelvo de placer, cosa que hace que la pierna vuelva a dolerme.

—Por desgracia para nosotros, la experiencia completa tendrá que esperar algunos días —dice al ver lo que acaba de pasar—. No te preocupes. No quedarás insatisfecha.

No tarda en demostrarme que no es tan solo fanfarronería.

Seis semanas después…

Estoy sentada en medio del cuarto de baño de la casa de Alek, rodeada de barritas de plástico. Todas y cada una de ellas dicen lo mismo: positivo.

No lo entiendo. Hemos usado protección cada una de las veces y toda ha ido bien.

Me empecé a sentir mal el fin de semana pasado al llevarme a Aleksandr a una nueva experiencia de la infancia que no se podía perder: una acampada.

Y ahora estoy aquí, delante de la confirmación visual de algo que no habíamos planeado, muerta de miedo por cómo se lo tomará el hombre que me metió en todo este lio. Vale, eso es injusto. Hay dos implicados en un embarazo y yo fui una participante dispuesta en todo el proceso.

—Tazia, nena, ¿dónde estás? —grita Alek acercándose a donde me encuentro. Viene directo al baño porque últimamente no me he sentido muy bien. Bueno, ya sabemos por qué—. Llevo rato esperándote abajo. Vamos a empezar la ceremonia en poco menos de media hora y quería saber si tienes todo arreglado o si necesitas que te echen una mano.

Entra y se detiene al verme. Tengo que tener una pinta asquerosa. Con la máscara de pestañas corrida, el peinado echo una mierda y el rastro de mis lágrimas grabadas en el maquillaje… ¡Ah, sí! Y diez pruebas de embarazo rodeándome, que no se me olviden. Le aportan más dramatismo a la escena.

Lo miro y suelto:

—Te juro que no lo planeé. No quiero atraparte, Aleksandr. —Todavía recuerdo las palabras que me dedicó en su día. ¡Joder! Aún me duelen.

—Estás embarazada.

Asiento, preparándome para lo peor.

Se pone de cuclillas y agarra una al azar. Se lo que está leyendo: más de tres semanas de gestación.

La suelta y se acerca a mí, abrazándome.

—No llores, balerina. Vamos a ser buenos padres.

Me separo, asombrada por lo que acaba de decir.

—¿De verdad quieres seguir adelante? —pregunto confundida.

—¿Y tú no? —pregunta a su vez—. Te confieso que no tenía planeado proponértelo hasta dentro de un tiempo, pero ahora que lo estás, cada vez me gusta más la idea.

—Es un bebé, Aleksandr. No es algo que puedes devolver cuando se pase la novedad.

—No, Tazia. No es cualquier bebé. Es tuyo y mío. Eso lo hace perfecto. —Me besa—. Te prometo que lo querré tanto como te quiero a ti.

—Gracias, Alek.

—¿Por qué me das las gracias, nena?

—Por ser así. Por apoyarme en todo, aunque ese todo, ahora mismo, sea algo que cambiará nuestras vidas para siempre.

—Ahora y siempre. —Vuelve a besarme.

—Vas a ser un gran padre para este niño —afirmo.

—Nunca se me ocurriría discutir contigo, Tazia. —Sonríe—. Tienes fama de ser una chica muy sabia.