PRÓLOGO

18 de septiembre de 1998

Querido diario:

Hoy estoy contenta. He descubierto qué quiero ser cuando sea mayor: esposa perfecta y prima ballerina. Tendré un marido que me adore. A poder ser, un dentista (que mi madre dice que ganan una fortuna…). No querrá separarse de mí en ningún momento, acompañándome en las giras con la compañía y trabajando, mientras, como voluntario con los pobres (ellos también se merecen tener unos dientes sanos). Tendremos seis hijos, tres niños y tres niñas, a los que malcriaremos sin parar.

Le cocinaré y lo mimaré con dulces muchísimo más ricos que los que hace el tonto presumido de mi hermano, y no querrá dejarme nunca. ¡¡Seremos taaaan felices!! Todas mis amigas se morirán de envidia.

Marzo de 2015

La vida es un asco. Todo me sale mal… Creía que a estas alturas ya sería conocida mundialmente como bailarina, pero mi lesión de rodilla lo impidió; estaba convencida de que estaría casada y con, como mínimo, dos niños sueltos en el mundo, pero nada. Aquí estoy, sin poder bailar profesionalmente, más sola que la una y sin un hombre a la vista.

Para colmo, el cerdo de mi hermano sigue sin dejarme vender mis dulces ni mis propios postres en la pasticeria1. «No son italianos, Tazia», me dice con su tono de voz prepotente.

¿Acaso no se da cuenta de que si el que los hace es un italiano se convierten en ítalos al instante? Corto de miras… hombre irritante.

Pero ¿sabes qué es lo peor? Saber que si mis padres estuvieran en España, le darían la razón al perfecto de Cosimo.

Tal vez sea hora de que deje el negocio familiar y busque algo por mí misma.

1 Pastelería.