14

Al irse todos, noto que Mónica se demora en la puerta, dubitativa entre quedarse o seguir a los demás. Se aferra al marco de la puerta con tan solo un pie adelantado y una postura tensa. No sé qué tiene que decirme, mas creo que es importante para ella. Decido sacarla de su miseria y darle una mano para que hable.

—Mónica, ¿tienes algo que hacer ahora?—Curioseo y reprimo una sonrisa al ver como se relaja. Le he dado la excusa perfecta para quedarse—. Tengo un poco de tiempo todavía y me gustaría hacer un pequeño inventario de lo que nos queda en la despensa. Creo que, al hacer el pedido, no calculé la merma que conllevarían los casos de prueba y error de mis alumnos… ¿Puedes ayudarme?

Asiente con la cabeza y regresa al aula.

La instruyo de forma rápida para dividirnos el trabajo en dos hemisferios. Ella, en el de la izquierda y yo, en el de la derecha. Mi intención es que, si no se atreve a hablar mientras estemos separadas, lo haga al acabar, cuando nos encontremos en el medio. Por suerte para mí, parece haber encontrado el valor antes de lo esperado.

—Tazia… —me llama con suavidad, sin mirarme y sin parar de hacer el inventario.

—¿Sí, Mónica? —le respondo con el mismo tono.

—¿Ves mucho a Iván? —me pregunta—. Me refiero a si hablas con él.

—Si te digo la verdad, últimamente, entre el trabajo, las clases de baile y ahora el venir aquí… no lo veo mucho. Ese sería más mi hermano —le contesto con sinceridad—. Entre que se pasa casi todo el tiempo libre en casa de Netta y que suele llevarlo a los entrenamientos y ayudarlo a estudiar, casi siempre están juntos.

—¡Oh! —exclama desilusionada—. Tenía que haberlo asumido.

—Pero no soy una total desconocida para tu hijo —me apresuro a decirle al oírla—. Si quieres saber algo sobre él o estás preocupada por algo, puedes decírmelo. Aunque te aseguro que es un chico muy bueno, no tienes nada que temer.

—No es eso —susurra aun sin dejar de colocar bien lo que hay en los estantes—. Solamente… sé que no fui la mejor de las madres y que la mayoría de las veces él cuidaba de mí, pero ¿crees que me echa de menos? Cada vez que me visita veo contento y siempre tiene historias divertidas que contar… lo noto tan feliz. —Por fin se gira y me enfrenta—. No me malinterpretes, me alegro muchísimo por él (Dios sabe que se lo merece más que nadie). Tan solo es que no puedo evitar pensar si, tal vez, yo sobre en su vida. Con Netta tiene todo lo que siempre deseé para él. No quiero quitarle nada más.

Entiendo sus dudas. De verdad que sí, pero está completamente equivocada.

—Es cierto que Simonetta lo cuida y lo quiere, pero no le puede dar lo que tu hijo más desea: el amor de su madre. Y, Mónica, no dudes de que Iván te quiera.

—Sé que lo hace y yo a él. Por eso tengo que mirar por su futuro, y es mejor que yo no me encuentre en él —me explica—. Netta es mejor madre de lo que yo seré nunca.

—Ella no quiere ser su madre —le aseguro—. Es más bien una tía consentidora.

—Eso mismo me dice ella, pero…

—Te sientes amenazada. —Acabo su frase. Me acerco y le pongo una mano consoladora en el hombro—. No tienes por qué estarlo. Tienes que sentirte orgullosa de que tengas a alguien que haya cuidado (y que siga haciéndolo) de tu hijo.

—Ella lo conoce mejor que yo. Es mi culpa, lo sé. Nadie me obligó a perderme todos esos años de su vida —admite—. Quiero conocerlo fuera de aquí, que confíe en mí. Es solo que no tengo ni idea de cómo hacer para borrar esa imagen del pasado que tiene que tener grabada en su memoria. La mente de un niño no olvida fácilmente… —Suena derrotada—. Tengo miedo a que no pueda diferenciar a la persona que soy ahora de la de antes. Que el vivir conmigo le conlleve revivir momentos desagradables. No estoy segura de si lo resistiría.

—Lo único que te puedo decir es que es normal tener miedo. —Suspiro—. Siento comunicarte que no eres la única que tiene ese sentimiento. La vida puede ser aterradora.

—¿De qué vas a tener miedo tú, Tazia? —pregunta incrédula—. Eres guapa y lista. Eres una grandísima cocinera. Llevas dos días aquí y a todo el mundo le caes bien.

—No todo lo que reluce es oro. Aunque no lo creas, esta no es la vida que elegí para mí —confieso—. Pensaba que a estas alturas estaría viajando por todo el mundo con una importante compañía de baile y casada con el amor de mi vida…Sin embargo, aquí me tienes: trabajando en el negocio familiar y viviendo en la casa que me dejaron mis padres. ¿Me quejo? Tal vez un poquito, pero he sabido adaptarme. En eso consiste la vida o como le gusta decir a mi madre: O mangiar quella minestra o saltar quella finestra17. Que viene siendo: no te queda otra que seguir adelante.

—Tu madre parece muy sabia.

—No dirás eso cuando la conozcas y comience a ponerte comida en la boca como si no hubieras comido en décadas —le advierto riendo—. Eso es lo que me hace a mí y a todas las mujeres solteras que vienen a casa. Es una celestina consumada y dice que lo único que necesita una mujer para pescar a un buen hombre son carnes en abundancia… no vale de nada que le repita por activa y por pasiva que las bailarinas no deben tener carnes extras, pero ni caso. —Acordarme de mi madre siempre me pone de buen humor—. Se toma muy en serio eso de la extinción de la especie humana.

—Pues yo ya cumplí con la natalidad española —asegura—. No quiero ni un hijo más ni tampoco ningún hombre. Estoy bien sola. —Se acaricia el estómago—. No obstante, si finalmente la conozco, no rechazaré la comida. Parece que mi cuerpo quiere recuperar el tiempo perdido y siempre tiene hambre.

—Con lo que me acabas de decir, seguro que lo harás. Me aseguraré de ello. Tengo que tener una aliada. —Le dedico un guiño—. Desde que mi pobre perro huyó horrorizado, no he tenido a nadie al que pasar mi comida sin que me pillen.

—¡Pobre perro! —se lamenta entre risas—. No habrá sido para tanto.

—¡Pobre de mí! —me quejo—. Solo decirte que desde que se marchó he tenido que controlar mi colesterol…

—¡Eres una exagerada! —Se carcajea.

—Cierto —reconozco—, pero eso no te libra de comerte todo lo que no quiera…

Y así, entre risas, nos encuentra Alek, el cual pone cara de alivio al vernos.

—¡Menos mal que estás aquí, Mónica! —dice mientras toma una respiración profunda—. Al no encontrarte presente en la sala común, nos preocupamos… Sabes que tienes que decir siempre dónde te encuentras. Es por tu seguridad.

—Lo siento —se disculpa la aludida.

—Ha sido por mi culpa —la defiendo sin dudar—. Quería hacer un inventario y le pedí ayuda. La verdad es que no pensé en reportarlo a nadie. —Siendo sincera conmigo misma, ni se me había pasado por la cabeza. Simplemente, actué sin pensar—. Espero que no haya causado demasiadas molestias con mi torpeza.

—Tan solo no lo vuelvas a repetir —me dice en un tono neutro, pero que a mí me recuerda sospechosamente a una reprimenda—. No somos una cárcel, pero nos gusta tener a todos nuestros… internos localizados en todo momento.

—No lo volveré a olvidar —le respondo paseando la mirada entre la cara seria del director y la nerviosa de Mónica—. Gracias por tu ayuda —le digo a la chica—, y piensa en lo que te dije y sigue adelante.

Asiente y se va. Nada más salir por la puerta, Alek me enfrenta.

—Soy consciente de que quieres ayudar y de que haces las cosas de buena fe, pero aquí tenemos unas normas y todos, absolutamente todos, tenemos que cumplirlas —me abronca—. No podemos dejar que los pacientes se salten ninguna porque ellos ahora mismo, por mucho que no lo sepan, necesitan de ellas para centrarse y mantener el control de sus mentes.

Hago un esfuerzo y me muerdo la lengua antes de empezar a defender mi caso y no precisamente de una manera muy profesional. Habida cuenta, Alek es mi jefe y le debo un respeto. O eso creo hasta que suelta esta perlita por la boca:

—No creas que por tener una cara bonita, te vas a librar de seguir las normas como todo el mundo.

Y aquí, en este instante, exploto sin importarme quién o qué es este hombre que tengo delante para mí. Lo único que me viene a la mente es la palabra: bastardo.

17 O comes esta sopa o saltas por la ventana. Expresión usada para referirse a una situación en la que no tienes alternativa.