10

Me separo de Mónica, ya más tranquila. Los nervios del inicio del día parece que se han evaporado en la nada y puedo respirar en paz. Me remango la camiseta 3/4 por encima de los codos y me dirijo a los diferentes muebles y estanterías. Observo con detalle lo que se encuentra en su interior, familiarizándome con ello para, en caso de que me haga falta algo de improviso, no quedarme buscándolo como loca. Mientras tanto, realizo un esquema mental de una mejor ubicación para ciertas cosas. Como el hecho de que los productos líquidos se deben poner en las baldas de abajo…

Me muevo de un lado a otro con la eficacia que me han dado los años de trabajar en la hostelería. Conozco los utensilios, los ingredientes y la receta… Lo único de lo que no tengo ni idea es sobre los alumnos y su disposición al trabajo en equipo e individual, así que decido aprovecharme de que a mi lado se encuentran el director del centro y una de sus psicólogas y pregunto sobre ello:

—¿Cuántos personas tendré al final hoy en mi clase?

—Solamente seis —me responde Aleksandr—. Los demás están ocupados con un proyecto de jardinería, pero durante la semana, se irán incorporando hasta ser un total de diez.

Asiento conforme con el número, ya que estoy segura de que podré manejarlo. Bueno, eso creo hasta que se me pasa una cosa por la cabeza.

—¿Hay alguna cosa en particular que tenga que saber de alguno de los residentes? —consulto a nadie en particular y evitando la palabra pacientes. Es mi primer día y no quiero insultar a nadie. No estoy muy al tanto de los protocolos a seguir.

—No te preocupes, Taz. La gente que ocupa actualmente el centro lleva varios meses con nosotros —me tranquiliza Sandra—. Y sin contar algún estallido ocasional, no están atravesando ninguna fase autodestructiva. Han reconocido que tienen un problema y que necesitan solucionarlo para ser felices. No es fácil… Poco a poco van saliendo hacia delante.

—Creía que el simple hecho de estar aquí los hacía conscientes de eso mismo—razono.

—No. El problema no es saber que estás mal o en aceptar que eres un adicto—responde Sandra—. Lo difícil es asumir lo que te metió primero en este mundo y luchar contra ello.

—Créeme cuando te digo que, antes de ingresar, sabía muy bien que lo que hacía estaba mal, pero me daba igual —interviene Mónica—. Acepté venir aquí para contentar a mi hijo, lo que me costó un poco más fue acceder a quedarme para contentarme a mí misma. —Comienza a jugar con un paquete que tiene entre las manos—. Los primeros días estaba tan desesperada por una raya que no habría sido capaz de estar aquí y no esnifar cualquier cosa como harina o azúcar… —Pone cara de asco—. Eso tendría que doler.

No sé qué responder. Nunca se me habría pasado por la cabeza un escenario parecido al que Mónica acaba de implantar en mi mente. He creado una imagen escabrosamente detallista en mi cerebro.

—¿Demasiado gráfico, no? —Se ríe—. Lo siento. Solo lo dije para que te dieras cuenta de que no soy la misma persona que entró aquí, y los otros pacientes tampoco. No nos vamos a volver locos ni nada de eso.

—Es solo que… me sorprendiste —confieso—. No esperaba que fueras tan clara para hablar sobre tu adicción, pero te agradezco el detalle. —La tranquilizo—. Aunque tengo que confesar que cuando pregunté si había algún detalle importante que tenía que saber, me refería a alergias, intolerancias o a algún desorden alimenticio. Sin embargo, me alegra saber que la harina y todos los demás polvos de la cocina estarán libres de ataques… —me burlo.

—¡Uy! —El gritito tímido de la madre de Iván me divierte. Se ha puesto roja como un tomate.

—¿Ves? Por este tipo de cosas hacemos cursos como estos —explica Aleksandr—. Pasamos tanto tiempo hablando sobre adicciones que cada vez que hablamos de forma automática sacamos el tema a colación. Desde que acabemos aquí, revisaré los informes médicos y te diré algo. En este momento, no estoy seguro de si hay algún alérgico y quiero asegurarme.

—Rubia, vas a venirnos de maravilla —me dice Sandra—. Una persona tan positiva como tú es lo que nos hacía falta por aquí. Casi cada individuo que cruza esa puerta viene con una idea negativa en la cabeza y no los tratan como personas normales con dificultades. Tú les darás eso. Los harás sentirse normales dentro de un mundo que los ha tachado de parias dentro de la sociedad.

«Si solo supieran que soy una de esos. No tan extremista como lo pinta ella, pero aun así… Menos mal que me ahorré la opinión para mí misma».

—Bueno, pues después de esta charla, tengo que ponerme a trabajar. No quiero que mi nuevo jefe me tilde de vaga el primer día —digo queriendo cambiar de tema. Doy dos palmadas rápidas para animarme al tiempo que le pido a Aleksandr—. Por favor, ¿puedes ir a mirar ya los expedientes? Quiero tener los ingredientes listos para la receta del día de hoy antes de que lleguen. No quiero comenzar tarde. Yo acabaré de colocar todo.

—Te lo tomas muy en serio, ¿verdad? —me interroga con curiosidad.

—¿Por qué no habría de hacerlo? —respondo curiosa. No comprendo cómo la persona que me contrató puede hacer ese tipo de pregunta—. ¿Preferirías que trajera de esos paquetes de repostería prefabricada tan de moda últimamente, en los que solo hay que mezclar el interior de un sobre con leche?

No sé cómo lo he hecho, pero consigo dar a mi voz el tono perfecto como para indicar que ese concepto me parece un sacrilegio.

—Me alegro de que estés aquí, Tazia. —Me sonríe como respuesta.

Y esa sonrisa lo hace parecer muy, pero que muy guapo. Más de lo habitual.

—Yo sí que me marcho ya —anuncia Sandra—. Voy a aprovechar para descansar un poco mientras repaso algunas cosas para la sesión de hoy.

Me da un rápido beso en el cachete y sale por la puerta

—Espera, voy contigo —le pide Aleksandr—. Voy a revisar lo de las alergias y hacer algunas llamadas antes de que comience la clase. Me gustaría estar presente.

—Porque eres el director y esta sería la primera lección, sino, diría que no te fías de mí y te quedas para vigilarme… —No puedo evitar dejar caer.

—Quiero hacer las presentaciones y ver cómo te desenvuelves con los chicos —aclara—. Aunque, pensándolo mejor, creo que en cierta forma te estaré vigilando—se mofa antes de irte—. Por lo menos hoy no llevas vestido.

—No eres gracioso —farfullo. Pero ya se ha ido.

—¿A que ha venido eso del vestido? —curiosea la madre de Iván.

—Nada. No tengo ni idea de a qué se refiere —contesto haciéndome la loca, cambiando de tema a uno más seguro y que no lleve directo a una explicación sobre porqué el director del centro me ha visto la ropa interior. Dos veces—. Y dime, Mónica, ¿estarás en el curso?

—Sí. No me va mucho la jardinería.

—Vaya, gracias.

—No me malinterpretes. Lo que quiero decir es que no faltaré como los demás, que están entusiasmados con la idea de crear un huerto ecológico. Yo quiero aprender algo que me sea útil cuando salga de aquí —explica.

—¿Quién sabe? El saber no ocupa lugar. Tal vez algún día te dediques a plantar hortalizas por cada esquina y te hagas rica con ello—bromeo.

—Tal vez… Pero prefiero no arriesgarme y centrarme en cosas que me serán útiles a corto plazo —afirma—. Quiero que mi hijo se sienta orgulloso de mí como madre. ¿Sabes que en toda su vida lo máximo que le he cocinado son unos macarrones? Por no decir que si no llega a ser por Netta, se hubiera muerto de hambre…

Suena tan triste. Derrotada. Siento la necesidad fisiológica de animarla.

—¿No es penoso cómo era capaz de moverme de casa para ir de fiesta o follar con cualquier desconocido y no para ir a hacer la compra o llevar a mi hijo a un parque? Yo era penosa.

—¿Puedo ser sincera? —pregunto con cautela.

—Lo agradecería —dice mientras asiente.

—Lo es. Que fueras de esa forma era lamentable —confirmo—. Estabas enferma, Mónica. No lo justifica, no obstante, es una razón de peso para tu comportamiento.

—Aún lo estoy.

—Soy consciente de ello. Pero ahora eres más fuerte. Estás decidida a cambiar. —La animo—. Tu hijo me ha hablado sobre ti y se le ilumina la cara al hacerlo. Está tan orgulloso de los progresos que has hecho, Mónica.

Sus ojos se llenan de lágrimas al oírme. Tiene la cara descompuesta por las fuerzas que hace por no llorar, eso solo me insta a continuar hablando.

—No existe nada penoso en ti. Al mirarte, solo observo fortaleza, y eso que nos acabamos de conocer. He notado al instante lo maravillosa persona que eres. Ahora solo falta que tú te lo creas. —La empujo—. Existe un mundo maravilloso para ti ahí fuera. No estás sola, Mónica. No das pena. Eres un ejemplo de superación.

—Tendrías que haberme visto cuando entré aquí. No opinarías lo mismo.

—Pues Netta sí que estuvo y está asombrada por tus progresos. Me ha dicho que en tres meses has cambiado tanto que pareces otra persona.

—Ella ve lo que quiere ver. Soy la misma.

—¿Estamos hablando de la misma Simonetta? Porque la que yo conozco es tan sincera que a veces ofende y tiene tendencia a exagerar… —aclaro.

—Bueno, tal vez he cambiado un poco —admite—. Pero estando aquí dentro sin ninguna tentación y con la medicación adecuada es fácil. Lo que me preocupa es lo que pasará conmigo en cuanto salga de aquí.

—No te adelantes a los acontecimientos, Mónica. Con esos pensamientos, solo conseguirás agobiarte por tonterías —comento—. Cuando llegue el momento de salir, no te encontrarás sola. Estaremos (y sí, me estoy incluyendo) a tu lado.

—Tengo miedo, Tazia. Soy una inútil. Tengo treinta y tres años y no sé hacer nada. ¿Cómo voy a ganarme la vida? ¿Cómo voy a sacar a mi hijo a delante?

—Te lo repito: no te agobies. Netta me dijo que recibes algún tipo de asignación mensual, ya partes con más de lo que cualquier otro tendría. Vive el momento y concéntrate en recuperarte. No tienes que preocuparte por nada más.

—Verdad. —Hace una respiración profunda—. Eso es lo que me dice Sandra. Que me concentre en mí. Iván es lo único por lo que debería preocuparme, y él se encuentra en buenas manos.

Cierra los ojos como si se estuviera dando fuerzas a sí misma, y decido dar un cambio radical a la conversación.

—Vamos —le digo señalándole el cajón en donde se encuentran los utensilios de cocina—, sé una buena ayudante y empieza a repartir batidores por las mesas de trabajo. Quiero dejar todo preparado para cuando lleguen tus compañeros.