39

Y así, poco a poco, los perros van haciendo el camino de regreso. Algunos no lo consiguen, han olvidado el recorrido, o en su vuelta se topan con nuevos perros, y pierden el rastro confundidos por los olores de otros perros callejeros, a los que se suman. Pero en su mayor parte consiguen volver, y una mañana la señora baja a realizar la compra y en el portal se topa con Titi, el yorkshire que se le extravió hace semanas, y al que casi había renunciado ya con todo el dolor de su corazón. La pequeña Ali, a la que sus padres compraron un foxterrier hace dos años y que lleva un mes alicaída y sollozante, vuelve a recuperar toda su felicidad con un abrazo. El pequeño Milú huele mal pero está perfectamente, incluso tiene un aspecto saludable, como si lo hubieran cuidado.

Todos vuelven, algunos se transforman y otros siguen donde siempre. En Monsalves, el Gran Perro continúa con su labor, mansamente entregado a la producción de Detroxin, CleanWay, Amoniac 2000, como si fuera consciente de que eso es lo que hace avanzar el mundo, su mundo, el mundo de Monsalves, que acaba de culminar con gran éxito una nueva convención anual.

Ha salido todo tal y como se había planeado. Y ha ocurrido lo que suele ocurrir en estos casos, los errores, que los ha habido, han pasado desapercibidos para la mayoría. Había cincuenta corbatas cuyo pantone no era exactamente igual que el pantone de la marca, pero nadie se ha dado cuenta. En la cena de gala faltaron cinco cubiertos, pero la empresa de catering supo resolverlo sobre la marcha y se habilitó una nueva mesa. Han brillado mucho más los éxitos. Las ponencias han gustado mucho, especialmente la de Gabriel Sureda y la del doctor Zambrano. Con Sureda, fueron no pocos los que acabaron llorando emocionados, y con el doctor Zambrano, qué decir: muchos han tomado nota sobre la influencia de una buena alimentación en el desempeño. La necesidad, en contra de la creencia generalizada, de tomar carne roja, cuyas proteínas, como confirmó el reputado doctor y conferenciante, estimulan nuestro componente animal y nos refuerzan en cierto modo la competitividad. Todo ha estado perfecto, como le trasladaron algunos clientes a Luis Monsalves hijo en el cóctel de clausura, que recibía las felicitaciones pletórico y a la vez contenido.

Definitivamente, Monsalves no arderá hoy. No será el día del Juicio Final de los maniquíes, no habrá bombas atómicas descomponiendo el bonito amanecer de esta jornada de clausura de la convención anual. El sueño de Gertru deberá esperar, pero quién sabe si mañana, quizá pasado, el perro que produce toneladas y toneladas de detergente no acabará consumido por las llamas, o hundido en un gran charco de sangre. Martita Pineda está descocada, fuera de sí. Todo el mundo la ha alabado por su buen trabajo, incluso el consejero delegado, en sus palabras de clausura, ha agradecido públicamente su labor. Gertru la ha recibido sonriente, después del baño de abrazos. Todo muy bien, Gertru, le ha dicho. Has sido esencial en esto. Recuérdame que tenemos que hablar de tus condiciones, hay que mejorarlas. Gracias, ha dicho Gertru, y no ha podido reprimir un hipido, una especie de tos, trasunto de carcajada. No te preocupes, ha pensado por dentro. Quizá no haga falta esperar a eso. Esta mañana, en el desayuno, después de la sesión de Estabile, Macipe se había dirigido a ella. Su aspecto era peor que el de la víspera, cuando habían intercambiado unas palabras antes de la cena de gala. Tenía grandes ojeras y el pelo desaliñado. Gertru, le había dicho, estoy decidido. Voy a hacerlo. Pero tendrás que ayudarme.

Los perros son libres, los perros saben qué hacer. Dice el Gran Libro del Tao: El proceder del cielo es no luchar y saber vencer. No hablar y saber responder. No llamar y atraer al pueblo. No inquietarse y saber tejer la trama. La red del cielo es grande, tiene anchas mallas. Nada se le escapa.

Nada se le escapa al cielo, ningún perro está perdido. Y todos los perros son en realidad hermanos. Se reconocen, identifican sus dramas, que son dramas parejos, porque todos aspiran a lo mismo: sobrevivir a cada nueva madrugada, espantarse el frío, encontrar el próximo resto de alimento que echarse a la boca. Tras la sesión de coaching de Estabile, Julián ha intentado apretar el paso para salir rápido de la sala, pero ha sido inevitable enfrentarse a las sonrisas y los comentarios de sus compañeros de camino hacia la puerta. Ya te vale, le ha dicho alguien, otro le ha palmeado la espalda con indulgencia, algún otro lo ha observado con tristeza, como se contempla a un moribundo. Por fin ha conseguido salir de la sala, y cuando ha alcanzado el hall del hotel, ha abierto las puertas y ha echado a correr. Un coche por poco no lo atropella cuando Julián ha atravesado la carretera a la carrera. Ha corrido hasta que se ha sentido asfixiado, hasta que la asfixia ha conseguido agarrar como un guante la bola que se le ha formado en la garganta. A horcajadas, casi a punto de vomitar, frente a la estatua inidentificable de un conquistador a caballo, de repente, por un instante, ha sentido como si su cuerpo se volviera más liviano, como si fuera posible echar a volar. Se ha incorporado y ha sido algo verdaderamente extraño, porque todo parecía encajar. Quizá, sí, por fin la había alcanzado, quizá la tenía allí, era la ataraxia, la primera de las siete A del cambio de Estabile, ausencia de turbación, equilibrio definitivo del estado de ánimo. Quizá, sin más, era simplemente que algo acababa de fundirse en su cabeza, que la batería había muerto, un ictus, ausencia de flujo, colapso, pero el resultado era milagroso. Porque en ese momento había sonado el móvil, y en la pantalla, junto al sonido de la llamada, se reproducía la foto de quien estaba intentando contactar con él, que no era otro que Novoa, Miguel Novoa, el desahuciado Novoa, el ex comercial de la Zona Norte, que a buen seguro lo requería para pedirle explicaciones. Y debía ser el ictus, la ausencia de flujo, o sin más la ataraxia, porque al acercar la pantalla del móvil a su rostro, mientras seguía sonando, su reflejo se había enfrentado a la imagen de Novoa, y Julián había sentido que él y Novoa eran la misma persona, que estaban unidos para siempre, que en realidad eran hermanos.

A unos metros de allí, a las puertas del hotel Plaza Convenciones, las banderolas de Monsalves ondean vigorosas agitadas por el viento. Es en la zona de los taxis donde por fin Ribera y don Luis Padre tienen su aparte. Ribera, algo nervioso, le traslada sus impresiones. La deslumbrante sesión de Estabile para las fuerzas de venta lo había zarandeado hasta el punto de hacerle perder la calma y dudar. Una vez más había recordado al bueno de don Raimundo, sus palabras. Había recordado, como un carrusel, los malos tiempos, pero también los buenos. La suerte, esa puta escurridiza, se ponía de cara otra vez, y había que aprovechar el momento. Don Luis Monsalves había escuchado con cierta decepción, pero a la vez algo incrédulo, cuando Ribera le había trasladado que, definitivamente, la influencia de Estabile sobre el Consejo de Dirección era evidente, pero que no le parecía negativa, ya que había podido comprobar por sí mismo que el coach estaba contribuyendo de forma activa al buen clima laboral y al sentimiento de pertenencia de los empleados. Le parecía, había dicho, un importante activo, pero don Luis no debía tener dudas de que Ribera le mantendría totalmente informado de cualquier cosa extraña en torno a Estabile que pudiera percibir.

Don Luis lo miró con seriedad antes de introducirse en el taxi. Le tendré al corriente, le había tranquilizado Ribera, puede usted confiar en mí. Al alejarse el vehículo, Ribera suspiró con alivio. Los perros volvían a ser libres, las jaulas estaban vacías, y otra vez, por fin, había llegado el momento de morder en libertad, de cabalgar la gran ola.