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Nada más empezar la reunión de seguimiento, cuando Estabile casi no ha tenido tiempo de abrir su libreta, Ribera lo deja caer.
—He leído tu libro. Fascinante.
Desde el momento en que lo tuvo entre sus manos —era fácil acceder a él, no hacía falta que Macipe le dejara su ejemplar porque en cada departamento había al menos uno—, tuvo la intuición de que el libro sería una especie de llave. Así que nada más llegar a casa, y antes incluso de preparar la habitación para la esperada visita de su hija Lucía, el viernes por la tarde, se lanzó a la lectura del libro. Estaba poco acostumbrado a leer, es más, sus últimos libros leídos se remontaban a sus años de primera juventud, y salvo algunos best sellers contados, su régimen de lecturas cotidianas se limitaba a ojear la prensa deportiva cuando se la encontraba en un bar. Aun así no pudo pasar por alto la ligereza del libro de Estabile. Con un cuerpo de letra escandalosamente grande —recordaba algunos libros infantiles con un tamaño bastante más discreto—, en el libro abundaban los espacios en blanco, y algunos gráficos y esquemas, que ocupaban páginas completas, resultaban redundantes. Pero se sorprendió a sí mismo pasando hojas, y una hora más tarde había leído más de la mitad del libro. Estabile, de eso no cabía duda, escribía de manera muy sencilla, cualquier otro lector habría dicho básica, cualquier otro lector con un mínimo de lecturas a sus espaldas habría añadido vergonzosamente elemental, y no hubiera sido ajeno a las faltas sintácticas que se esparcían por todo el libro. Las siete A del cambio eran, por este orden, Ataraxia, Adaptabilidad, Acción, Asertividad, Ambición, Amplitud de miras y Amor. En su introducción, Estabile presentaba las razones por las que se había decidido por la letra A (la A es el alfa, el principio, la génesis, el Aleph), y para justificar la elección del número siete apelaba a la mística.
Siete son los días de la semana. Siete son los colores del arco iris, siete los pecados capitales, siete los astros que los antiguos astrónomos observaban desde el cielo y sirvieron para poner nombre a los días. Siete son las vidas que tiene un gato, las notas con las que se ha compuesto toda la música que conocemos. Es un número sagrado, el número perfecto de la Biblia, la escala que determina nuestro régimen laboral. Estabile había alumbrado por ello siete conceptos, siete elementos cuya asimilación puede conducirnos al cambio y, consecuentemente, al éxito personal y profesional. Cada capítulo estaba dedicado a uno de esos aspectos, y todos ellos estaban formulados del mismo modo: la definición etimológica, una descripción personal —fruto de la reflexión interna y de un trabajo de campo resultado de años de observancia en el desempeño del asesoramiento empresarial activo (sic)— y una serie de consejos pretendidamente prácticos para aplicar el concepto a la actividad cotidiana. Frases cortas, estilo apelativo (tú puedes, ¿por qué no lo haces?, ¡ahora!, es tu oportunidad, etc.) y una gran generosidad con determinados términos (liderazgo, emprendimiento, motivación, gestión del cambio, dinamismo) eran los elementos más significativos de su estilo, a lo que se unía el gusto por pequeñas historias, de intención fabuladora, con su correspondiente moraleja. El hecho de recurrir al mundo animal —un león, un perro, un loro, incluso un koala— para protagonizar aquellas historias, en un intento por emular el estilo de las fábulas clásicas, introducía una nota adicional de bochorno al conjunto, tanto más cuanto que muchas de aquellas historias estaban desastrosamente mal rematadas, con moralejas imprecisas y sonrojantes. El disparate culminaba con varios test, uno correspondiente a cada valor, encaminados a conocer el nivel individual de interiorización de dichos aspectos. El lector podía acceder directamente, mediante el cómputo de sus contestaciones, a su grado de asimilación del valor en cuestión. Las distintas opciones del diagnóstico parecían escritas por el responsable de la redacción del horóscopo en una revista femenina. En su primera lectura, Ribera prescindió de realizar ningún test, pero ya el sábado por la noche, después de haber acostado a Lucía, tras un ajetreado día en el que padre e hija habían cumplido con la mayor parte de las promesas aplazadas, regresó al libro. Estaba feliz por poder volver a disfrutar de su hija, y aunque en la primera lectura no había entendido muy bien el objeto del capítulo —en realidad, concluyó, no había entendido muy bien ninguno—, ese sentimiento de felicidad lo llevó de forma natural al capítulo referido al Amor. El amor, explicaba Estabile, era el verdadero motor del mundo. El amor estaba en el aire, se respiraba, y bien orientado podía ser el arma más fuerte e invencible para el desarrollo personal y profesional. El test del amor le proporcionó un diagnóstico que lo contentó. Vives el amor, forma parte de tu vida. Te entregas con pasión a los tuyos. Pero debes poner más amor en tus actos cotidianos, abrir el espectro de tu amor hacia la vida diaria y hacia los que te rodean. Amar sin bajar la guardia. Amar con rigor para mejorarte a ti mismo y a los que tienes cerca. Amar poniendo calidad en tu desempeño, exigiendo a los demás tanto como te exiges a ti. La excelencia es la meta. La excelencia es amor. Puto Estabile, Ribera no acababa de entender del todo, pero aquella música le gustaba, le sonaba bien.
—Me gusta mucho el capítulo del amor —le confiesa, y por el brillo en los ojos de Estabile, subrayado por una sonrisa escueta y orgullosa, concluye que, en efecto, como había intuido, aquel libro podía ser una llave.
—Es un libro antiguo. Después han venido otros que me han permitido profundizar en algunos aspectos que sólo están apuntados en ese libro.
—Nunca he leído nada igual. —Desde sus tiempos en el Rotary Club había aprendido que nada resultaba tan infalible para ganarse a alguien como la alabanza desmesurada—. No es sólo la enseñanza, sino todas esas historias. Están, no sé, llenas de vida.
—La experiencia.
Sí, la experiencia. Toda una vida de intensas vivencias, con momentos buenos y con otros no tan buenos, pero todos ellos enriquecedores, sumando nuevas piedras preciosas a su alforja. Qué era la vida sino un camino; en ese camino había aprendido todo lo que sabía, y ahora tenía la satisfacción de devolvérselo a la gente a través de sus modestas enseñanzas.
Estabile estaba encantado de conocerse, y cada cabezazo de asentimiento, cada palabra alentadora, cada fruncimiento de pestañas de Ribera era como un aplauso para el coach, que prácticamente consumió la hora de la sesión hablando de él y divagando sobre cuestiones espirituales. Faltó sólo que se despidieran con un abrazo, pero Ribera concluyó la sesión con la seguridad de que las llaves habían encontrado la cerradura adecuada.
Ahora necesita no cerrar la puerta, mantenerla encajada y esperar el momento propicio para entrar. Debe ser hoy mismo, sin dejar que nada se enfríe, sin cercenar la corriente que debe llevarlos juntos, río abajo. Se ha hecho tarde ya y Ribera espera fuera, en el aparcamiento. Por fin, ve salir al coach, que se dirige junto a un par de directivos de Monsalves hacia la salida del recinto. Está de suerte, para que la corriente los lleve juntos también necesita un poco de suerte, le asaltan las cosquillas en la zona baja del vientre, después de tanto tiempo de infortunio toda la suerte parece acumularse en un solo día, porque Estabile se lo está poniendo fácil, desde lejos acaba de ver cómo el coach, acompañado de los dos directivos a los que no conoce, se acaba de internar en la calle que conduce al Picari’s. Nada mejor que una copa para evitar que esto se enfríe, nada mejor que el alcohol para que la lengua se caliente y pida más, y entonces, quién sabe, puede ser el momento del roinol. La suerte, esa puta escurridiza, qué ladina y qué canalla es, pero esta noche se levanta la falda juguetona, sonríe, como sonríe Ribera mientras pide una cerveza al tiempo que observa a Estabile en el otro extremo de la barra. Julio Iglesias canta En la carretera, dispersos por el local hay bastantes enchaquetados, algunos le suenan de Monsalves, y el ambiente es discreto, casi se diría susurrante. Espera a la segunda cerveza para dejarse ver, pero Estabile parece muy enfrascado en la conversación con sus dos acompañantes, o más bien habría que decir el monólogo, porque de lejos Ribera puede distinguir sus gesticulaciones e incluso de vez en cuando, en los momentos en que Julio Iglesias se calla, oír la voz del coach. Ha pasado casi una hora, así que Ribera decide pasar a la acción, atraviesa el local en dirección al servicio y propicia el careo con su objetivo.
—¡Muy buenas, Ribera! —lo saluda Estabile, interrumpiendo su prédica por un instante. Lo agarra del brazo y le presenta a sus dos oyentes, que resultan ser mandos intermedios del departamento de Recursos Humanos. Estabile tiene un vaso de whisky entre los dedos, y por su forma de hablar, arrastrando ligeramente las sílabas, con derrapes en algunos finales de frase, no debe ser el primero. El coach retoma su conversación, y tras regresar del servicio Ribera intenta engancharse al grupo. Pide una cerveza y permanece allí, primero silencioso, en segunda fila, poco a poco abriéndose camino a través de gestos, una sonrisa bien medida para celebrar una ocurrencia, un adjetivo superlativo para valorar una sentencia, incluso ya al final la invitación a una ronda cuando los hielos tintinean en el vaso vacío del coach.
Está la noche para Ribera, y Ribera le va a dar a la noche lo que le está pidiendo. Porque ahora que los dos responsables de compras se han ido y el Picari’s se ha animado con la llegada de nuevos directivos y Nat King Cole canta en español Cachito, cachito mío, la corriente fluye más intensa que nunca, y Estabile parece haber bajado un poco la guardia, y es el momento de que Ribera retome sus alabanzas, de que enaltezca sin ninguna mesura Las siete A del cambio, y la labor que Estabile realiza en Monsalves, y de todo lo que ayude a que el coach siga instalado como una gallina clueca en el centro del gallinero. Todo le viene de cara, porque Estabile está más fácil que nunca, tiene el rostro colorado y las cejas arqueadas como un tejado endeble, casi no hará falta ni el roinol. Cuáles son tus otros títulos, pregunta Ribera, cuál me recomiendas, y Estabile titubea, muchos, tengo muchos, puedes verlos en mi web. Parece muy cansado, parece muy borracho, y entonces por fin se produce lo que Ribera esperaba.
—¿Podrías acercarme a casa?
Menuda puta, la suerte. Las piernas abiertas, la falda levantada, el rostro sonriente, desvergonzado. Lo va a dar todo, Ribera, esta noche. La fiesta no ha hecho más que empezar.