1
Las minas de Ergoth
Las minas de Klanath, bajo la dirección de tres sucesivos emperadores de Ergoth occidental, se habían convertido en un vasto complejo de fosos, pozos y galerías que se extendía kilómetros a lo largo de las vertiginosas pendientes de las cumbres que se alzaban como un muro de monolitos alineados por encima de los grandes bosques del norte y del oeste. Llamadas así en memoria del primer emperador del reino humano de Ergoth, Klanath el Conquistador, las minas, así como toda la región que dominaban, se habían convertido en un importante puesto avanzado del poder central del imperio, en la lejana Daltigoth. Incluso antes del reciente descubrimiento de nuevos y ricos yacimientos metalíferos en las agrestes montañas al sur del paso de Tharkas, las minas de Klanath habían suministrado más de la mitad del valioso abastecimiento de hierro, níquel y coque de Ergoth, así como cobre y estaño en menores cantidades. Pero, desde el descubrimiento de los yacimientos metalíferos en Tharkas, el complejo minero casi había duplicado su extensión.
El propio Sakar Kane había dirigido las fuerzas humanas que cruzaron en masa el paso para atacar y derrotar a los mineros enanos en su pueblo de Tharkas, y había reclamado para el imperio las tierras al sur del paso. Los enanos que sobrevivieron, junto con miles más capturados por los tratantes de esclavos que actuaban por las tierras altas, pasaron a ser propiedad de lord Kane. Trabajaron en pozos y galerías, en cavernas y sumideros, en fosos y escoriales, en vertientes y minas abiertas.
Entre los esclavos había también miembros de otras razas: humanos, globlins, ogros e incluso unos cuantos elfos. Pero los más numerosos y los más valorados por sus amos eran los enanos. Testarudos e implacablemente hostiles, a menudo dispuestos a luchar entre sí como contra otros, los millares de enanos cautivos aquí eran una molestia constante para los capataces. Pero, cuando se trataba del trabajo en las minas, cada enano valía por cinco de cualquier otra raza. Expertos en abrir túneles, escalar, excavar y quebrar o dar forma a la piedra, los enanos eran mineros natos.
Las montañas al sur del paso de Tharkas estaban llenas de enanos. Según la leyenda allí había habido en el pasado una poderosa nación enana protegida por la gigantesca fortaleza subterránea llamada Thorbardin. Pero Thorbardin ya no tenía dominio alguno sobre las tierras altas. Pueblo tras pueblo, mina tras mina y valle tras valle, los invasores lo habían arrasado todo lanzando ataques en masa hasta que casi todos los enanos instalados al norte de la agreste cordillera ahora estaban muertos o eran esclavos, o simplemente habían desaparecido en las tierras agrestes.
Con la expansión de las minas de Klanath también había crecido la población humana en la zona. Lo que antes no era más que un pequeño núcleo de unas cuantas chozas y cabañas de capataces se había convertido en una ciudad de considerable tamaño que se iba extendiendo por los llanos del extremo norte del paso de Tharkas, y era aquí donde gran parte de la riqueza del imperio estaba localizada.
En consecuencia, no era inusitado que diversos personajes de alta alcurnia procedentes de la corte del emperador formaran parte de las visitas anuales de inspección llevadas a cabo por el gobernador de las minas. Muchos cortesanos habían visitado Klanath en el pasado, aunque por lo general sólo lo habían hecho una vez. Podía ser rica, pero la superpoblada Klanath era fea y maloliente, y carecía de cualquiera de las comodidades y lujos de Daltigoth, la opulenta urbe en la que vivían.
Durante los últimos años, sin embargo, había habido cambios. Estos se habían producido con las repetidas visitas de Sakar Kane, el alto y severo hombre al que se conocía más como lord Kane. Tres veces en igual número de años, Kane, un primo del emperador según algunos, había pasado por Klanath en su camino hacia las conquistadas regiones mineras al sur del paso de Tharkas.
Desde su segunda visita, multitudes de artesanos y esclavos habían estado trabajando para construir una nueva fortificación en el centro de los barrios en expansión. Ahora, la residencia de lord Kane, que dominaba el acceso norte del paso de Tharkas, era la estructura más formidable de la región. Por Klanath se había corrido el rumor, incluso entre los esclavos, de que la siguiente visita de lord Kane sería permanente. Se decía que lo habían puesto al mando de la región, incluso con autoridad sobre el gobernador de las minas, y que Klanath sería su base de operaciones.
Se murmuraba que el emperador tenía intención de extender su reino hacia el este, tal vez tan lejos como las tierras elfas de Silvanesti. También se decía que la autoridad de lord Kane era parte de un plan más ambicioso, y que su fortaleza serviría para algo más que como cuartel general de las explotaciones mineras del imperio.
Se sospechaba que Klanath se convertiría en una plaza fuerte para los ataques al este, un eslabón en la cadena de conquistas que se llevarían a cabo por todo el sur de Ansalon.
Shalit Mileen había oído todos los rumores y los había saboreado. Como jefe de fosos, Shalit era uno de los doce adjuntos del viejo Renus Sabad, el delegado de las minas. Uno entre doce, pero, según lo veía él, distinto de sus homónimos. Casi todos ellos parecían sentirse completamente satisfechos con su posición, con tener un poco de autoridad en una área de Klanath, y más que dispuestos a limpiarle las botas al viejo Renus, a adularlo y a llevarle su jarra de cerveza a fin de asegurarse su posición y conservar el favor de su superior.
Casi todo el funcionamiento de las minas dependía de estos adjuntos. Al igual que Shalit Mileen dirigía los fosos de metales blandos impartiendo órdenes y llevando registros, presionando a sus capataces para que ellos a su vez azuzaran a los esclavos para incrementar la producción cada año, lo mismo hacían los otros adjuntos con sus respectivas áreas de responsabilidad. Sin embargo, cada año, cuando los personajes de alto copete llegaban de Daltigoth con un espléndido séquito para inspeccionar los recursos del emperador, no eran los adjuntos quienes los recibían y tenían el honor de informar sobre los últimos éxitos. No. Cuando se presentaban los inspectores, a los adjuntos encargados de las minas se los enviaba a sus respectivos trabajos, bien profundo bajo tierra. Era el delegado de las minas, el viejo Renus, quien cada año se reunía con los dignatarios y recibía humildemente todo el mérito por los logros conseguidos.
Sólo cuando las cosas no iban bien había algún adjunto ante los dignatarios. Como Shalit había advertido, cuando todo iba bien era al delegado de las minas a quien se le reconocía el mérito; mientras que, si algo iba mal, siempre era uno de los adjuntos en quien recaían las culpas. Shalit había visto cómo utilizaban así a cuatro de sus homónimos durante los últimos años. Tres de ellos eran esclavos ahora, aunque no en las mismas minas que habían dirigido en el pasado, ya que un encargado convertido en esclavo no habría durado ni un día entre los cautivos que lo conocían. El cuarto había sido culpado por un derrumbe que había disgustado tanto a los grandes señores que fue ejecutado allí mismo.
Rara vez se reunían en grupo los adjuntos, pero Shalit había oído sus comentarios individuales de tanto en tanto, y sacudía la cabeza con incredulidad. Cada adjunto era, al igual que él, un hombre fuerte, brutal. Pero, a diferencia de Shalit, los otros eran como borregos. Les faltaba ambición para maquinar un modo de mejorar su posición, o el valor para poner en práctica tales proyectos.
Y eso le convenía a Shalit, porque a él no le faltaba tal ambición. Se había enterado de que habría un nuevo dirigente en Klanath, y tenía intención de ganarse el favor de ese personaje. De un modo u otro, pretendía dar una buena imagen de sí mismo a lord Kane, y hacer que el viejo Renus pareciera un necio.
Si lo conseguía, Shalit no tardaría mucho en ser el delegado de las minas y tendría sus propios adjuntos.
Estos planes los guardaba en secreto, ya que no confiaba en nadie; pero, a medida que la época de la inspección se aproximaba, dirigió sus fosos con gran cuidado, preparándose. Reservaba los mejores minerales, acumulándolos en galerías donde no se trabajaba, esperando el momento en el que pudiera descubrir nuevos filones ricos. Hacía que sus esclavos conservaran las energías, ofrecía a sus capataces lo mejor de comida y bebida, sobornaba al capitán de la compañía de guardias asignada a sus fosos, y almacenaba las mejores herramientas. Cuando llegara la inspección, los delegados recibirían de Renus el informe de una producción más bien corriente en los fosos de metales blandos; se enterarían de que los fosos estaban produciendo, pero sólo al límite de la cuota. Después verían algo totalmente distinto. Verían salir los ricos metales de las minas de Shalit en cantidades mucho más abundantes que las presentadas por Renus en su informe.
El viejo caería en desgracia, puede que hasta fuera sospechoso de robar los metales para su propio beneficio. Y entonces Shalit entraría en acción. Presentaría su propio informe al nuevo dirigente, lord Kane.
Los días pasaban, y Shalit estuvo muy ocupado en los fosos metalíferos. En esta zona había cuatro profundas y anchas excavaciones, un rectángulo de grandes cicatrices en las vertientes debajo de Tharkas. Habían empezado como minas abiertas, donde ejércitos de esclavos habían trabajado con rastras y narrias para retirar la capa de tierra que cubría el estrato de piedra y descubrir las vetas metalíferas que entonces se extraían con taladros y pernos. Pero la explotación se había extendido en los últimos meses. A medida que se seguían las vetas, fue necesario excavar profundos túneles hacia el interior de la montaña y después hacia el exterior. En la actualidad, el área era una vasta red de pozos y galerías que se internaban en las entrañas de la montaña, y los fosos sólo eran áreas visibles de excavaciones más profundas.
La distribución era muy adecuada para minas de esclavos. Los cuatro fosos estaban conectados entre sí por largos túneles, donde guardias y capataces iban en una y otra dirección. Cada foso tenía su propio contingente de esclavos, alrededor de unos dos mil, así como una única celda excavada, lo bastante grande para que cupieran los esclavos de ese foso. Pero sólo existía un acceso a todo el complejo: una rampa muy inclinada y estrecha que siempre estaba muy bien vigilada. Para los esclavos que trabajaban en los fosos, el mundo estaba bajo la superficie. Pasaban sus vidas allí y sólo salían al morir, cuando sus cadáveres eran arrastrados fuera para deshacerse de ellos.
Ahora, Shalit Mileen recorría pausadamente los fosos, leyendo sus mapas, repasando sus cálculos, preparando sus planes. Sólo hablaba con los capataces, pero sus palabras llegaron a los esclavos que iban y venían entre los pozos, y se corrieron en susurros.
—El jefe de fosos está dirigiendo mal las excavaciones, —le dijo un enano de anchos hombros, cargado con cubos de mineral, a otro—. En ese séptimo pozo, y en el noveno, está acumulando los mejores minerales metalíferos de todas las galerías. Los picadores dicen que hay una fortuna en ricos metales guardada allí.
—Quizá no lo sabe, —sugirió el otro enano—. O quizá los picadores mienten. Tal vez sólo buscan jaleo.
—Ellos no. —El cargador de minerales frunció el ceño—. Esos excavadores son todos daergars. Puede que mientan sobre el día que es o sobre quién escamoteó el cuenco de gachas, pero no mentirían sobre cosas relacionadas con minerales. En lo concerniente a la minería, los daergars son todos unos fanáticos.
—Entonces, el jefe de fosos trama algo, —susurró un tercer enano—. Quizá quiere guardar el material bueno para él.
El cargador se encogió de hombros y siguió su camino, pero los rumores se propagaron, como suele ocurrir, y en el descanso de mediodía para la comida Vin se acercó a Taladro.
—¿Te has enterado? —susurró—. El jefe de fosos está almacenando los mejores metales.
—Sí, lo he oído. ¿Qué significa?
—Creo que significa que los inspectores están al llegar. —El enano estrechó los grandes ojos capacitados para ver en la oscuridad—. Creo que los humanos están maquinando unos contra otros.
—A nosotros eso ni nos va ni nos viene, —dijo Taladro—. Lo que nos interesa es lo que ese hylar está haciendo. Lo he estado observando, y ha estado muy atareado con el cincel, pero durante los dos últimos días no lo ha tocado. Creo que los remaches han desaparecido, y que él está preparado para actuar.
—Ah. —Vin asintió con un cabeceo—. Ha elegido el momento oportuno. Planea huir cuando los inspectores estén aquí. Con el jaleo, es posible que lo consiga, porque los humanos estarán distraídos.
—Sí, quizá tenga éxito, —se mostró de acuerdo Taladro—. Un enano solo podría escabullirse, pero ¿y el resto de nosotros?
Vin guardó silencio un momento, pensativo.
—Con la distracción necesaria, también podríamos escapar. Claro que, tal cosa quizá estropearía los planes del hylar, si es que realmente está planeando huir como pensamos.
—Al infierno con sus planes. —Taladro frunció el ceño—. Intenté que nos incluyera en ellos, y rehusó. Le estaría bien empleado si hiciéramos de su huida la diversión que nosotros necesitamos.
A un lado, un viejo enano de barba canosa se detuvo, soltó el balde de gachas que transportaba, y se limpió el sudor con su única mano. Viejo, mutilado y achacoso, Calan Pie de Plata ya no llevaba cadena. Los demás ni siquiera recordaban desde cuándo era esclavo, y formaba parte de los fosos como las propias piedras. Se encargaba de trabajos livianos tales como servir las gachas que comían los esclavos, y casi nadie se fijaba en él. Le faltaba el brazo izquierdo, que ahora sólo era un corto muñón, y los ajados rasgos de su rostro que la barba no cubría estaban tan curtidos y arrugados como cuero viejo.
Sólo los ojos, de un color azul claro, —entrecerrados en un semblante que antaño habría parecido astuto y jovial—, y los vestigios dorados en su cabello y barba plateados, denotaban lo que en tiempos había sido: un daewar puro, un enano destacado. Y sólo el oído más fino habría percibido el leve vestigio de acento en su pronunciación que delataba que no había sido un neidar, sino un habitante del reino subterráneo de Thorbardin.
De hecho, en Klanath eran pocos los que alguna vez habían reparado en estos detalles, y había transcurrido mucho tiempo desde que alguien, ya fuera amo o esclavo, reparara en Calan Pie de Plata. El viejo iba a su aire, hablaba poco y no tenía trato con los demás. Los largos años de esclavitud le habían enseñado mucho. Se las arreglaba para estar ocupado en todo momento y no llamar la atención. Como siempre, observaba y escuchaba. Y esperaba.
Ahora, sin embargo, presentía que la espera había llegado a su fin.
Discretamente, se dirigió hacia una de las paredes del pozo envuelta en sombras, donde colgó el balde de una clavija y luego echó un vistazo a su alrededor. Nadie lo miraba, así que, con un movimiento rápido, se inclinó, se metió en las sombras, y se coló por detrás de un saliente en la roca burdamente tallado. El hueco era virtualmente invisible. Si alguien hubiera estado observando, habría creído que el viejo enano desaparecía en el muro de piedra.
Detrás había un nicho poco profundo y oscuro, poco mayor, que un agujero abierto en la piedra porosa por la erosión del viento; pero, al meterse presuroso en la oquedad, pareció extenderse delante de él, convirtiéndose en un angosto túnel. Al cabo de pocos metros, el túnel se ensanchó, y se vio la mortecina luz que se colaba por una grieta, muy arriba. Allí había una persona, sentada en el suelo con las piernas cruzadas, contemplando fijamente el somero y oscuro recipiente de madera donde un líquido turbio reflejaba la débil luz. En la penumbra resultaba imposible distinguir algo más que la silueta de la persona, envuelta en ropas sueltas de la cabeza a los pies. Podría haber sido un humano o un elfo o un miembro de cualquier otra raza de las docenas que poblaban Ansalon. Lo único evidente, a juzgar por la longitud de su espalda y de sus brazos cubiertos, era que no se trataba de un enano.
—¿Has visto y oído? —preguntó Calan a la imprecisa figura.
—He estado observando, —sonó la queda respuesta.
—Entonces, ¿crees que es él? Me refiero al hylar. ¿Es el predestinado?
El que contemplaba fijamente el recipiente no alzó la vista.
—Lo es, —respondió su suave voz—. Céfiro lo ha estado observando, como le pedí. El hylar tiene espíritu de líder, y creo que es el hijo de Harl Lanzapesos.
—Entonces, ¿se acerca el momento?
—Planea esperar a la inspección, —musitó la figura encapuchada—; pero, si lo hace, los otros estarán preparados para ir con él… o intentarlo.
—¿Tengo que advertirle acerca de los otros?
—Dile lo que tienes que decirle, —repuso el encapuchado—. Infórmale de la situación, y después libéralo de estas minas, como lo habíamos proyectado.
—¿He de hablarle sobre su destino, Despaxas?
La capucha se movió, y el rostro oculto en las sombras del embozo se volvió hacia Calan.
—Ninguna persona acepta lo que otra le diga acerca de su destino, —musitó la voz—. No, debe descubrirlo por sí mismo a medida que pase el tiempo. Pero hazle comprender lo de los otros esclavos, que conocen su plan, y que pueden ponerlo en peligro.
Calan miró hacia atrás al parecerle que había oído ruido en el túnel. La tenue luz fuera del túnel parecía titilar, como si en ella se movieran sombras, y entonces sonó un débil y espeluznante susurro. Con los pelos de punta, el viejo enano gateó hacia un lado cuando algo apareció en la boca del túnel, algo que no se veía con claridad. Era grande, pero insustancial. Ni caminaba ni volaba, sino que parecía ondear en el aire, como si nadara. Se posó a la entrada de la gruta, en completo silencio, y su tamaño se redujo al envolverse en las anchas y transparentes alas que más parecían aletas de una manta raya.
Calan no había conseguido acostumbrarse a la sombra mascota que Despaxas llamaba Céfiro. La criatura parecía ser completamente inmaterial, sólo un indefinido tejido de sombras, engañoso a la vista. Casi resultaba invisible, y a menudo Calan había imaginado que si la tocara, —cosa que jamás haría—, descubriría que tampoco era tangible. Al mismo tiempo, sin embargo, Céfiro irradiaba una sensación de gran fuerza, y con frecuencia a Calan le había dado la impresión de atisbar unos dientes afilados como agujas debajo de las rendijas de los ojos rasgados.
—Me gustaría que impidieras que esta cosa entrara cuando estamos reunidos, —gruñó el enano—. Cada vez que la veo sufro pesadillas durante una semana, —sacudió la cabeza al tiempo que hacía un gesto de crispación, y se volvió hacia Despaxas, pero allí se había quedado solo. Tanto Despaxas como su extraña criatura habían desaparecido.
—¿Despaxas? —susurró el enano, que se estremeció. Pocos de su raza lograban sentirse a gusto con la magia, y el viejo daewar no era una excepción—. ¡Herrín! —masculló—. Ojalá dejara de hacer eso. No sé qué es peor, si su sombra mascota o sus desapariciones repentinas.
De vuelta al pozo, el viejo Calan se detuvo un instante en las sombras, en lo que de nuevo era sólo un agujero poco profundo detrás de un saliente, y después salió con sigilo y recuperó su balde de gachas. Tras llenarlo en el humeante caldero donde unos hoscos esclavos humanos trabajaban preparando comida de las sobras y desperdicios de las raciones de los guardias, regresó a las celdas situadas debajo de las galerías y deambuló entre los esclavos, parándose de vez en cuando para llenar los cuencos de los que acababan de volver de los fosos. Reservó la última ración del sopicaldo para el joven hylar y se quedó acuclillado en su oscuro rincón; cuando Derkin llegó se acercó a él y soltó el balde, simulando que llenaba el cuenco de madera.
—¿Están ya sueltos tus grilletes, Derkin? —susurró al tiempo que levantaba el cucharón—. Si tienes intención de escapar, ahora es el momento.
—¿Qué? —El hylar alzó la vista, sobresaltado.
—Que a menos que intentes huir ahora, esta noche, muchos otros tratarán de acompañarte. Saben lo que planeas, y han decidido hacerte su líder y seguirte. Sin embargo, el plan para uno puede fracasar para muchos.
—Hablas de manera enigmática, anciano, —gruñó Derkin—. ¿Qué es lo que quieres de mí?
—Quiero que me lleves contigo cuando te marches, —susurró el viejo enano—. Sólo yo, y nadie más.
—Cuando me marche de aquí, lo haré solo.
—Oh, pero tendrás que llevarme o nunca podrás salir. Me necesitas, Derkin. Puedo ayudarte.
—¿Ayudarme? ¿En qué?
El viejo enano se puso en cuclillas a su lado y ladeó el balde como si apurara los restos del contenido.
—A escapar. ¿Has visto lo que hay más allá de estos fosos? ¿Las defensas? Supongo que tienes intención de escabullirte por la rampa, pero nunca lo conseguirás por allí.
—No necesito tu ayuda, —siseó el hylar.
—Testarudo. —Calan esbozó una leve sonrisa—. ¿Qué prefieres? ¿Lograr escapar de ese sitio con mi ayuda, o encontrarte siendo el líder de una fallida huida en masa con el resto de estos esclavos? Te seguirán, Derkin, lo quieras o no. En esas cosas uno no tiene opción.
—Paparruchas, —gruñó Derkin.
—He oído decir que la sabiduría está en dejar que te ayuden quienes quieren hacerlo, —comentó el anciano—. Acepta tener amigos, y te servirán. Recházalos, y te utilizarán.
Derkin miró a su alrededor, con los ojos animados con una repentina curiosidad.
—Había oído esas mismas palabras antes. ¿Quién eres, anciano?
—Sólo un viejo enano. —Calan se encogió de hombros—. Pero tienes razón, esa frase no es mía. Se la oí decir a tu padre muchas veces. Y apuesto que tú también.
—¿Conocías a mi padre?
—Sí, y a ti también. ¿Querrás escuchar ahora lo que tengo que decirte, Derkin Semilla de Invierno?
—¿Cómo sabes mi nombre? —siseó el hylar.
—Sé mucho más que eso. ¿Querrás escucharme?
—Ya lo estoy haciendo, —replicó Derkin malhumorado.
—Entonces, cree lo que te digo, —instó el viejo enano—. Esta noche, cuando hayas regresado a la celda, vendré a reunirme contigo. Estate preparado para entonces. Conozco el camino para salir de los fosos.
—Si conoces la forma de salir, ¿por qué sigues aquí?
—Te he estado esperando, —contestó Calan.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que quieres de mí?
—Haces demasiadas preguntas para ser alguien que no tiene elección en el asunto, Derkin Semilla de Invierno. Estate preparado esta noche. Conozco la salida.