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¿SE VEÍAN VENIR ESTE CAPÍTULO?

Las caprichosas propiedades de los sistemas observacionales del cerebro

Una de las aptitudes más fascinantes y (al parecer) singularmente humanas que nuestros poderosos cerebros nos proporcionan es la de la introspección. Tenemos conciencia de nosotros mismos, podemos sentir nuestro estado interior y nuestras propias mentes, e incluso evaluarlas y estudiarlas. Eso hace que tanto la introspección como el pensamiento filosófico sean bienes preciados por muchas personas. Sin embargo, la manera en que el cerebro percibe realmente el mundo que se extiende más allá del cráneo en el que reside es también de suma importancia, y buena parte de los mecanismos cerebrales están dedicados a uno u otro aspecto de esa percepción exterior. Percibimos el mundo a través de nuestros sentidos, nos centramos en los elementos importantes y actuamos en consecuencia.

Muchos podrían pensar que lo que captan nuestras cabezas es una representación cien por cien precisa del mundo tal como es, como si los ojos y los oídos y el resto de órganos sensoriales fuesen, en esencia, unos sistemas de grabación pasiva que reciben información y la transmiten al cerebro, el cual se encarga a su vez de clasificarla, organizarla y enviarla a sus destinos correspondientes, cual piloto en pleno proceso de comprobación de los instrumentos de vuelo. Pero eso no es para nada lo que sucede en realidad. Biología y tecnología no son la misma cosa. La información real que llega al cerebro a través de nuestros sentidos no es el rico y detallado torrente de visiones, sonidos y sensaciones que muchas veces creemos que es; en realidad, los datos en bruto que nos proporcionan los sentidos se parecen más a un hilillo de agua enfangada, y es nuestro cerebro el que realiza un trabajo ciertamente increíble depurando ese goteo turbio y dándole forma hasta conformar a partir de él la espléndida y completa visión del mundo que solemos manejar.

Imagínense a un dibujante de retratos robot policiales tratando de reconstruir la imagen de una persona a partir de descripciones proporcionadas por testigos no presenciales. Tengan en cuenta además que no es una sola persona la que facilita esas descripciones, sino cientos de ellas. Y todas a la vez. Y que no es el retrato robot de un sospechoso lo que tiene que crear, sino una versión tridimensional completa y a todo color de la ciudad en la que el crimen tuvo lugar y de todos sus habitantes. Y que hay que actualizarla a cada minuto. El cerebro es un poco como ese dibujante, aunque probablemente no esté ni de lejos tan agobiado como él estaría en una situación así.

Es impresionante, sin lugar a dudas, que el cerebro pueda crear una representación tan detallada de nuestro entorno a partir de una información tan limitada. Aun así, siempre se cuelan errores y fallos. El modo en que el cerebro percibe el mundo que nos rodea y en que selecciona a qué partes atribuir la suficiente importancia como para que sean merecedoras de nuestra atención es algo que ilustra tanto el asombroso poder del cerebro humano como sus muchas imperfecciones.