3
EL MIEDO, NADA QUE TEMER
Las muchas maneras que encuentra el cerebro de tenernos constantemente asustados
¿Qué le preocupa en este instante? Montones de cosas, probablemente.
¿Tiene ya todo para la fiesta de cumpleaños de su hijo (que es dentro de nada)? ¿Está yendo ese gran proyecto de trabajo todo lo bien que podría? ¿Subirá la factura del gas más de lo que usted puede pagar? ¿Cuándo llamó a su madre por última vez: estará bien? No hay manera de que se vaya ese dolor de cadera, ¿está seguro de que no es artritis? Esa carne picada que sobró del otro día lleva ya una semana en la nevera: ¿y si alguien la come y se intoxica? ¿Por qué me pica el pie? ¿Recuerda aquella vez, cuando tenía nueve años, en que se le cayeron los pantalones en el colegio: y si la gente todavía se acuerda de aquello? ¿No le parece que el coche no tira bien? ¿Qué es ese ruido? ¿Es una rata? ¿Y si tiene la peste? ¿Cómo iba a creerle su jefe si le llamara diciéndole que no puede trabajar por haber enfermado de algo así? Y sigue, y sigue, y sigue.
Como ya vimos anteriormente, en la sección sobre la respuesta de lucha o huida, nuestro cerebro está especialmente diseñado para figurarse amenazas potenciales. Uno de los posibles inconvenientes de nuestra sofisticada inteligencia es que la etiqueta «amenaza» no es exclusiva de unos peligros en concreto. En un determinado punto de nuestro nebuloso pasado evolutivo, se refería únicamente a riesgos reales, físicos, que ponían en peligro la vida del individuo, porque el mundo estaba básicamente lleno de ellos. Pero hace ya mucho tiempo que nuestras vidas no son así. El mundo ha cambiado, pero nuestros cerebros no se han puesto aún al día de la realidad humana de los últimos siglos y pueden inquietarse con cualquier cosa, literalmente. La extensa lista del inicio del capítulo no es más que la minúscula puntita del colosal iceberg neurótico creado por nuestros cerebros. Todo aquello que pueda tener una consecuencia negativa, por pequeña o subjetiva que resulte, es clasificado como «preocupante». Y, a veces, ni siquiera es necesario pasar por ese proceso clasificador. ¿Alguna vez ha evitado pasar por debajo de una escalera, o se ha tirado un puñadito de sal por encima del hombro, o se ha quedado en casa un martes 13? Pues si es así, presenta todos los síntomas de ser una persona supersticiosa: alguien que se estresa de verdad por situaciones o procesos que carecen de toda fundamentación real. Ello le lleva a seguir comportamientos que, considerados con un mínimo de realismo, no pueden tener efecto alguno en la evolución de los acontecimientos y que solo le sirven para que usted se sienta más seguro.
También podemos dejarnos absorber por las llamadas teorías conspirativas, disgustándonos o volviéndonos incluso paranoicos por cosas que, aunque técnicamente posibles, resultan tan improbables como inverosímiles. Y nuestro cerebro puede crear fobias que hagan que nos angustie algo que, aun entendiendo que es inofensivo, nos produzca un desproporcionado temor. Puede haber ocasiones, incluso, en las que el cerebro ni se moleste en encontrar motivación alguna para inquietarse sin más y simplemente se preocupe por (literalmente) nada. ¿Cuántas veces no habrá oído a alguien quejarse de que hay «demasiado silencio», o de que algo malo se avecina porque las cosas han estado demasiado tranquilas últimamente? Esa inquietud puede inducir en una persona un trastorno de ansiedad crónica. Y no es más que una de las muchas maneras en que la tendencia del cerebro a preocuparse puede tener unas consecuencias físicas reales en nuestros organismos (presión arterial elevada, tensión, temblores, pérdida/ganancia de peso) y en nuestras vidas en general, pues, obsesionándonos por cosas inocuas, podemos hacernos mucho daño en realidad. Los estudios realizados por organismos como la Oficina de Estadísticas Nacionales (ONS) de Gran Bretaña recogen que una de cada diez personas adultas en el Reino Unido sufrirán un trastorno relacionado con la ansiedad en algún momento de su vida[70], y en su informe «In the Face of Fear» («Ante el miedo») de 2009, UK Mental Health reveló un aumento de 12,8 puntos porcentuales en la incidencia de afecciones ligadas a la ansiedad entre 1993 y 2007[71]. Eso significa cerca de un millón de británicos adultos más que padecen problemas de ansiedad.
¿Quién necesita predadores cuando nuestros crecidos cráneos nos cargan con el peso del estrés persistente?