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CUANDO EL CEREBRO SE AVERÍA…

Los problemas de salud mental y de dónde surgen

¿Qué hemos aprendido hasta el momento sobre el cerebro humano? Pues que enreda y desordena los recuerdos; se sobresalta con las sombras; le aterran cosas inocuas; nos fastidia la dieta, el sueño y hasta los movimientos; nos convence de lo brillantes que somos cuando no es verdad que lo seamos; se inventa la mitad de lo que percibimos; nos induce a hacer cosas irracionales cuando se emociona; y nos induce a formar amistades a una velocidad increíble y a enemistarnos con ellas en un instante.

Preocupante lista de capacidades y discapacidades, ¿no? Pues más preocupante aún es que son las que trae de serie, las que se le aprecian cuando funciona adecuadamente. ¿Qué pasa, entonces, cuando el cerebro empieza a funcionar mal, digámoslo así? Pues que es entonces cuando podemos terminar desarrollando un trastorno neurológico o mental.

Las afecciones neurológicas son debidas a la aparición de alteraciones o problemas físicos en el sistema nervioso central, como puede ser una lesión en el hipocampo que provoque amnesia, o una degradación de la sustancia negra del mesencéfalo que desencadene una enfermedad de Parkinson. Son dolencias terribles, pero suelen tener unas causas físicas identificables (aun cuando a menudo no podamos hacer gran cosa para arreglarlas). Se manifiestan mayormente en forma de problemas físicos, como ataques, trastornos del movimiento o dolores (migrañas, por ejemplo).

Los trastornos mentales son anomalías del pensamiento, la conducta o la forma de sentir de las personas y no tienen por qué obedecer a una causa «física» clara. Lo que los provoca está basado en la composición física del cerebro, sí, pero este continúa siendo físicamente normal: lo que ocurre es que hace cosas que no ayudan y que más bien estorban. Invocaré una vez más la dudosa analogía del ordenador para decir que una afección neurológica es un problema de soporte físico, de hardware, mientras que un trastorno mental es un problema de soporte lógico, de software, si bien no hay que olvidar que existe siempre un amplio solapamiento entre uno y otro tipo de problemas y que nunca es tan nítida la separación entre ambos como puede serlo en un ordenador.

¿Cómo definimos un trastorno mental, entonces? El cerebro está compuesto de miles de millones de neuronas que forman billones de conexiones que producen miles de funciones derivadas, a su vez, de infinidad de procesos genéticos y experiencias aprendidas. No hay dos que sean exactamente iguales, así que ¿cómo determinamos qué cerebro está funcionando bien y cuál no? Todos tenemos hábitos extraños, peculiaridades, tics o excentricidades que, en muchos casos, están incorporados a nuestra identidad y nuestra personalidad. La sinestesia, por ejemplo, no parece causar problemas funcionales a nadie y, de hecho, son muchas las personas que no se dan cuenta de que tengan nada diferente a otras hasta que ven las caras de extrañeza en sus interlocutores cuando les comentan lo mucho que les gusta el olor del color morado[206].

Los trastornos mentales se definen generalmente como patrones de conducta o de pensamiento que ocasionan molestias y padecimiento, o que dificultan la capacidad para funcionar en la sociedad «normal». Esta última parte de la frase es importante, pues significa que, para que una enfermedad mental sea reconocida como tal, tiene que compararse con lo que se considera «normal» y esto puede variar considerablemente con el paso del tiempo. Pensemos que la Asociación Estadounidense de Psiquiatría no descatalogó la homosexualidad como trastorno mental hasta 1973.

Los profesionales del ámbito de la salud mental están reevaluando constantemente la categorización de los trastornos mentales debido a los avances en el conocimiento de los mismos y al descubrimiento y la aplicación de nuevas terapias y enfoques, así como a cambios en las escuelas de pensamiento dominantes o, incluso, a la preocupante influencia de las grandes empresas farmacéuticas, que gustan siempre de tener nuevas dolencias que haya que tratar con medicamentos que ellas puedan comercializar. Todo esto es posible porque, examinada de cerca, la línea divisoria entre el «trastorno mental» y la «normalidad mental» es tremendamente borrosa y se basa a menudo en decisiones arbitrarias basadas en meras normas sociales.

Si añadimos a lo anterior el hecho de que son dolencias muy comunes (casi una de cada cuatro personas experimentan alguna forma de trastorno mental, según los datos disponibles)[207], es fácil comprender por qué los problemas de salud mental representan un tema tan controvertido. Incluso en aquellos casos en que se reconoce que la persona padece alguna de esas afecciones realmente (un reconocimiento que no se puede dar por sentado de antemano, ni mucho menos), es fácil que otros (los afortunados y las afortunadas que no los padecen) resten importancia al carácter debilitante que pueden llegar a tener los trastornos mentales o simplemente lo ignoren. Por ejemplo, muchos hablan de «enfermedades mentales», pero también hay quienes consideran que ese es un término engañoso, ya que implica la existencia de algo que puede curarse, como una gripe o una varicela. Los trastornos mentales no cursan de ese modo: a menudo, no presentan ningún problema físico que haya que «subsanar», lo que significa que cuesta identificar una «cura» para ellos.

Hay quienes también critican el uso del término «trastorno mental», pues hace que parezca algo malo o dañino, cuando bien podría verse en muchos casos como una simple forma alternativa de pensar o de comportarse. Existe un sector amplio en la comunidad de profesionales de la psicología clínica que opina que hablar y pensar de las cuestiones mentales como si fueran enfermedades o problemas es perjudicial en sí mismo, y se muestra a favor de impulsar términos más neutrales y menos connotados a la hora de hablar de esos temas. También crecen las objeciones al dominio que la medicina y las aproximaciones médicas a la salud mental tienen en este campo, y dado el carácter arbitrario con el que muchas veces se determina lo que es «normal» y lo que no, es comprensible que se alcen tantas voces críticas.

Aun teniendo en cuenta la existencia de todos esos argumentos y debates, este capítulo se ceñirá a la perspectiva más propiamente médica-psiquiátrica, pues ese es mi propio campo de origen y de formación y constituye para la mayoría de nosotros, además, la forma de describir este tema con la que estamos más familiarizados. Lo que vendrá a continuación, pues, será un breve repaso general de algunos de los ejemplos más comunes de problemas de salud mental —acompañado de explicaciones de por qué (y cómo) nos fallan nuestros cerebros— dirigido tanto a quienes se ven afectados por los susodichos problemas como a las personas de su entorno que con tanta frecuencia les cuesta reconocer y entender lo que está pasando.