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LA MEMORIA ES REGALO DE LA NATURALEZA
(PERO NO TIREN LA FACTURA DE COMPRA)
El sistema de los recuerdos humanos y sus extrañas características
«Memoria» es una palabra que se escucha mucho en nuestros días, aunque en su acepción más tecnológica. La «memoria» de un ordenador, por ejemplo, es un concepto corriente que todos entendemos: es el espacio del que ese aparato dispone para el almacenamiento de información. Hablamos también de la memoria de un teléfono o la de un iPod. Incluso una unidad flash externa de USB se conoce también como un «lápiz de memoria». Y no hay muchas cosas que sean más simples que un lápiz. Así que es perdonable que la gente piense que la memoria de un ordenador y la de una persona sean más o menos idénticas en lo que a su funcionamiento se refiere. La información entra por algún lado, el cerebro la registra y luego accedemos a ella cuando la necesitamos. ¿No es así?
Pues no. En la memoria de un ordenador, los datos y la información entran y permanecen el tiempo que sea necesario, y, salvo que lo impida algún fallo técnico, pueden recuperarse en exactamente el mismo estado en que fueron almacenados inicialmente. Hasta aquí, todo parece perfectamente lógico.
Pero imaginen ahora un ordenador decidiendo que una parte de la información contenida en su memoria es más importante que otra, y por razones que nunca se aclararan del todo. O figúrense que hubiera un ordenador que archivara información siguiendo un criterio carente de todo sentido lógico y les obligara a buscar hasta los datos más básicos entre carpetas y unidades aleatoriamente dispuestas. O un ordenador que estuviese abriendo continuamente los archivos más personales y embarazosos para ustedes (esos en los que guardan cómics eróticos protagonizados por los Osos Amorosos, por ejemplo) sin preguntárselo antes y en momentos elegidos totalmente al azar. O un ordenador que decidiera que en realidad no le gusta la información que ustedes han guardado en él y, para ajustarla mejor a sus propias preferencias, la modificara sin pedirles permiso.
Imagínense un ordenador que hiciera todo eso y en todo momento. Un aparato así no duraría ni media hora en sus despachos antes de que ustedes mismos lo arrojaran por la ventana hartos de él para que tuviera un encuentro urgente y terminal con el suelo de cemento del aparcamiento de tres pisos más abajo.
Pero nuestro cerebro hace todas esas cosas con su memoria y las hace todo el tiempo. Y mientras que, cuando de ordenadores se trata, siempre podemos comprarnos un modelo más nuevo o llevar el que no funciona a la tienda para cantarle las cuarenta al dependiente que nos lo recomendó, en el caso de nuestro cerebro, básicamente tenemos que aguantarnos. Ni siquiera podemos apagarlo y encenderlo para reiniciar el sistema (dormir no cuenta, como ya hemos visto en el capítulo anterior).
Este es solo un ejemplo de por qué lo de que «el cerebro es como un ordenador» es algo que solo deberíamos decir a un neurocientífico moderno si disfrutamos viendo a alguien temblar de indignación contenida. Y es que se trata de una comparación muy simplista y engañosa, y el sistema memorístico ilustra a la perfección por qué. Este capítulo examina algunas de las más desconcertantes y fascinantes propiedades del sistema de la memoria cerebral, propiedades que yo mismo calificaría incluso de «memorables», si no fuera porque no hay modo de garantizar que lo sean, dado lo enrevesado que puede ser el sistema memorístico.