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Bilbao-18 de junio del año 2045-12:30 horas.

Siempre existe una especie de emborrachamiento colectivo cuando se juntan por primera vez las personas que han participado en una operación llevada a cabo con éxito, y no hace falta descorchar champán, de tenerlo a mano, para que esto se produzca. Se mezcla la alegría con el alivio, y se rememoran los momentos críticos y las sensaciones vividas por los distintos protagonistas. Eso era precisamente lo que estábamos haciendo Nuria, Gonzalerría y yo en aquel momento, escondidos en la cocina de El Zascandil a la espera de Cintia.

“¿Quién es Cintia?”, preguntó Nuria y me alivió que contestase Gonzalerría con la respuesta más obvia.

“Es la viuda de Josu Irati”, dijo. En realidad con eso no hacía falta dar más explicaciones, aunque mi confusión acerca de la noche que pasé con Cintia persistía, como la gota de un grifo que no para de caer. La presencia de Nuria añadía enteros a mi desconcierto, no porque yo sintiese ningún remordimiento, a fin de cuentas ella había estado en la cama de Delaría todos estos últimos años, sino porque la exótica belleza de Cintia y su salvaje desenfreno me turbaban cada vez que intentaba pensar en lo que sentía por Nuria.

“A mí me llegaron directamente al corazón, casi me emociono”, opinaba Gonzalerría acerca de mis últimas palabras a cámara. “Pero tuvimos que salir de allí cagando leches. Las órdenes de cortar la emisión ya estaban llegando al control desde la Consejería de Información y aunque no les estábamos haciendo ni puto caso, era mejor largarnos antes de que viniese la Ertzaintza para obligarnos a hacerlo y, de paso, detenernos”.

“Me abstengo de darte mi opinión”, Nuria, de pie delante de mí, me agarraba de las manos al decírmelo. “Pero creo que conseguiste el efecto deseado, si Gonzalerría nos sirve de ejemplo”. Vi cómo miraba por encima de mi hombro a Gonzalerría, que se había situado a mis espaldas.

Y me di cuenta de la señal casi imperceptible que le hizo. Al empezar a girarme no tuve tiempo para reaccionar y poder evitar el golpe que Gonzalerría me dio con su puño americano en la cabeza.

Sabía que alguien me iba a traicionar, pero esperaba que no fuesen precisamente esas dos personas.

Al caer tuve una sensación de vértigo y me pregunté dónde estaría Cintia. Inmediatamente todo se fundió a negro.