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Barakaldo - 24 de setiembre del año 2035-14:00 horas.
Goitiandía había desplegado un mapa a gran escala de Bilbao encima de la mesa, estábamos solos.
“Bolto, tú estarás al mando de esta operación. No es la más arriesgada, pero sí la más importante”, me dijo, “con suerte no tendrás que involucrarte en ninguna refriega, pero el sigilo y el secreto de vuestros movimientos debe primar por encima de todo”.
“¿De qué se trata?”, pregunté.
“Debéis mantener la emisión de imágenes televisivas ininterrumpidamente durante cuarenta y ocho horas”.
Entendía que Goitiandía no se fiase mucho de mí, pero apartarme de la primera línea de fuego me parecía excesivo. A fin de cuentas yo ya había tenido experiencia en tiroteos y nunca me había faltado la sangre fría.
“Hemos requisado tres unidades móviles de la ETB y militarizado a varios de sus técnicos”.
Aunque pareciese un chiste, me estaba hablando en serio.
“Las unidades móviles estarán emplazadas en el Pagasarri, en Sollube y en Archanda”, Goitiandía señaló las prisiones en el mapa. “Las camuflarás para que sean invisibles, y un pelotón de tus hombres defenderá cada una de ellas. Hasta la muerte si fuese necesario”.
Este comentario me sonó a un pequeño exceso de ardor guerrero por su parte. Lo que sí quedaba claro es que Goitiandía había elegido los puntos más altos en torno al Botxo, puestos lo suficientemente separados los unos de los otros como para tener que ser atacados de forma independiente. La caída de uno no significaría que el resto tuviese que dejar de retransmitir su señal al satélite correspondiente.
“Tendrás que coordinar diez grupos de cámaras y sobre todo protegerlas. Formarán pelotones de cinco personas, entre los cuales deberías tener a un tirador y a alguien que sepa de transmisiones para mantener el contacto. Iréis equipados con fusiles de asalto. Os acompañarán dos técnicos de televisión con sus cámaras y éstos tienen prioridad absoluta para llevar los pocos chalecos anti-balas que tenemos. Vuestra máxima protección será la movilidad”.
“Seremos silenciosos como el vuelo de una pluma e invisibles como una aguja en un pajar”, le dije.
Me miró fijamente. Mi comentario no le había hecho ninguna gracia.
“En todo momento cinco de tus grupos deben estar situados en torno al Guggenheim, cogiendo planos de éste desde lugares distintos. No importa dónde estén teniendo lugar los enfrentamientos, cinco cámaras estarán siempre allí. El resto los puedes emplazar donde quieras, pero sugiero que tengas un par de ellos en reserva para cubrir las bajas. ¿Alguna pregunta?”.
“Yo no tengo ni idea de cámaras, ni de emisiones, ni de planos”.
“Ni falta que te hace. Sólo tienes que saber que todas las unidades móviles estarán recibiendo las imágenes capturadas por todos los cámaras simultáneamente. Si cae un grupo aún quedarán nueve. Si cae una unidad móvil quedarán otras dos. Si caen todos, habremos sido derrotados”.
“Vuelvo a repetirte que no sé nada de la técnica. No sé lo que es posible de transmitir y lo que lo impediría. Técnicamente hablando”, insistí.
“Por eso vas a tener un lugarteniente. Se llama Nuria Dyer.”