Nota histórica

En 1509, después de que Juana fuera recluida en Tordesillas, España fue gobernada por su padre, Fernando de Aragón, cuyos últimos años de reinado estuvieron plagados de paranoias e incesantes intrigas de los grandes, hasta su muerte en 1516. Pese a recurrir a muchos remedios caseros para aumentar la virilidad, incluido beber una bebida destilada hecha con testículos de toro, nunca engendró un hijo con Germaine de Foix. Convertido en un viajero incansable y nunca bienvenido en la tierra que en su día había gobernado con Isabel, no expresó nunca remordimiento por la enorme injusticia que había cometido con su hija.

A su muerte, España y todos sus dominios pasaron a pertenecer a Carlos de Habsburgo cuando contaba diecisiete años de edad. Había sido educado desde la niñez por su tía, la archiduquesa Margarita, para heredar el imperio de su padre. Conocido como Carlos I de España y V de Alemania, confió el gobierno de España a su regente, el cardenal Cisneros, que gobernó el territorio con mano de hierro hasta su muerte a la venerable edad de ochenta y un años. Entonces, Carlos viajó a España, donde las negociaciones con las Cortes castellanas fueron difíciles hasta que accedió a aprender castellano. Carlos no dio cargos a extranjeros y respetó los derechos de su madre, la reina Juana. Las Cortes le rindieron homenaje en Valladolid en 1518. Un año después fue coronado ante las Cortes de Aragón.

A pesar de sus promesas, Carlos favoreció a los cortesanos flamencos y austríacos, en detrimento de sus homólogos castellanos, y los elevados impuestos con los que grabó a los españoles para financiar sus guerras en el extranjero empujaron al pueblo a la rebelión. El intento más trágico para librarse del yugo de los Habsburgo fue la revuelta de los Comuneros, en 1520. Al principio los Comuneros intentaron devolver el trono a su reina cautiva. Pero su escasa preparación y organización, y los inmensos recursos con los que contaba Carlos I, acabaron rápidamente con ellos. Más de trescientos españoles fueron ejecutados por traición. Algunos, no obstante, lograron llegar a Tordesillas y, durante un breve periodo, una Juana desconcertada, que no tenía idea de que su padre había muerto ni de que su hijo ocupaba el trono, disfrutó de la libertad. Para cuando alcanzó a comprender la magnitud de los cambios ocurridos desde que la encerraron, era demasiado tarde.

Nunca más volvió a abandonar el recinto de Tordesillas.

Una vez reprimida la revuelta de los Comuneros, Carlos regresó a España y se entrevistó con su madre. No hay constancia de lo que Juana le dijo a su hijo después de más de veinte años de separación, pero tenía que saber que España era suya gracias a la negativa de su madre a renunciar a sus derechos como reina. Sin embargo, según la ley castellana, no sería rey de pleno derecho hasta su muerte y él no la dejó en libertad.

Prematuramente envejecido por sus responsabilidades, Carlos I abdicó en 1555 y se retiró a un monasterio de Cáceres, donde pasó los últimos años de vida, recluido y obsesionado con los relojes. Murió en 1558, legando España, los Países Bajos, Nápoles y los territorios españoles en el Nuevo Mundo, a su hijo Felipe II. Criado en España, Felipe se convirtió en el primer rey oficial del país que reinó sobre un reino unido y que lo elevó a un lugar destacado y poderoso. Su influencia se prolongaría en el siglo XVII y durante su reinado España alcanzó la cima del Siglo de Oro, reflejando la prosperidad de las artes bajo el reinado de Isabel I de Inglaterra. La era de Felipe estuvo marcada por el indudable salvajismo de las persecuciones religiosas y la destrucción de las poblaciones nativas en las Américas, pero también por el nacimiento del Don Quijote de Cervantes, la primera novela moderna, los cuadros de El Greco y Velázquez, y la dramaturgia de Lope de Vega.

Los territorios flamencos de Carlos de Habsburgo recayeron en su hermano el infante Fernando, el hijo más joven de Juana, que heredó el título de emperador del Sacro Imperio Romano. Convertido en un poderoso gobernante por derecho propio, firmó un tratado de paz con el imperio otomano y apoyó la Contrarreforma. Falleció en 1564 y fue enterrado en Viena.

Beatriz de Talavera se casó, tuvo hijos y murió en España. El almirante falleció a causa de una dolencia de estómago poco tiempo después del encarcelamiento de Juana. Se desconoce el destino de su doncella Soraya.

Leonor, la hija mayor de Juana, se casó con el rey de Nápoles. A su muerte se convirtió en la infeliz segunda esposa de Francisco I de Francia. Isabel se casó con el rey de Dinamarca, con quien vivió una vida aparentemente satisfactoria. María, la tercera hija de Juana, se casó con el rey de Hungría.

Catalina, la hermana pequeña de Juana, acabó siendo reina de Inglaterra y la primera de las seis esposas de Enrique VIII. Su homónima, la hija más pequeña de Juana, permaneció dieciséis años con su madre en Tordesillas, hasta que en 1525, por orden de su hermano Carlos, Catalina fue secuestrada mientras Juana dormía y enviada a casarse con el rey Juan III de Portugal, con quien tuvo nueve hijos. Falleció en 1578, veintidós años después que su madre, a quien nunca volvió a ver.

La pérdida de Catalina, el único consuelo que le quedaba a Juana, hundió a la reina prisionera en un absoluto despecho. Según la versión de quienes la custodiaban, que leo de primera mano, fue en ese momento cuando empezó a mostrar los altibajos y los indicios clínicos que muchos estudiosos creen que contaminaba la sangre de los Trastámara.

En 1555, después de cuarenta y seis años de cautividad, Juana de Castilla murió a la edad de setenta y seis años. Francisco de Borja, fundador de la Orden de los Jesuitas, la asistió en su muerte. Para entonces ya se había convertido en un mito, el de la reina inestable que había enloquecido de dolor, símbolo impotente del sufrimiento de España: Juana la Loca.

Fue enterrada junto a su esposo, Felipe el Hermoso. Hoy, los amantes que acabaron siendo enemigos mortales descansan en la catedral de Granada, frente a las tumbas de Isabel y Fernando.

La vida de Juana de Castilla ha sido objeto de dos películas galardonadas y de varias biografías, muy elogiadas, en español, además de una ópera y una obra de teatro. Sin embargo, ha sido ignorada en el orden más amplio de la historia, siendo conocida sólo como la trágica y enigmática figura cuya encarcelación apenas provocó reacciones. Sin embargo fue la legítima reina de Castilla y su negativa a abdicar dio origen a un imperio gobernado por Carlos I y su hijo Felipe II.

Se sabe que las leyendas son muy difíciles de investigar. Pese a la abundante documentación existente sobre el periodo, la mayor parte de la información disponible sobre Juana proviene de despachos y relatos de testigos, todos ellos escritos por hombres. Muchos de los que describieron sus primeros años, elogiando su belleza y su erudición, más tarde la describieron como una víctima trastornada, mientras los cuentos sobre su comportamiento celoso en Flandes y España varían de lo morboso a lo claramente absurdo.

Por supuesto, semejantes relatos, como buena parte de la historia escrita, reflejan el sentir de su época. El siglo XVI apenas reconocía el maltrato conyugal o la misoginia, y menos aún la enfermedad mental. En cuanto a Juana, no nos ha dejado apenas nada escrito de su puño y letra. Por eso, mientras me he esforzado por ser fiel a los hechos comprobados, esta novela es una interpretación ficticia de su vida, para la cual confieso haberme tomado algunas libertades en el tiempo y en el espacio para facilitar un empeño, cuando menos, difícil.

Una de esas libertades es la condensación de tiempo hacia el final del libro con el fin de agilizar la historia. También he adelantado tres años el casamiento de Fernando con Germaine de Foix, por el mismo motivo y para no confundir más una situación de por sí complicada. Creo que sus motivos para casarse fueron los que he descrito. También es fruto de mi imaginación buena parte de la relación entre Juana y el almirante. Mientras él ha sido descrito como uno de sus más fieles partidarios, no hay constancia de que se vieran después del regreso de Fernando a España. Sin embargo, es reconfortante pensar que ella le vio y supo que contaba con su amistad. Por último, no tengo pruebas de que Juana tuviese que ver con la muerte de Felipe, aunque corriese el rumor de que fue envenenado. Por supuesto, siempre que un miembro de la realeza moría de repente en semejantes circunstancias había sospechas de envenenamiento.

Para quienes tengan dudas, puedo asegurar que los episodios más atrevidos de la vida de Juana, incluido el nacimiento de Carlos I en un excusado, su rebelión en la Mota, el ataque a la amante de Felipe, su frenético intento de escapar a caballo estando embarazada y la apertura del féretro, han sido corroborados por varias fuentes contemporáneas.

¿Estaba Juana cuerda? ¿Podría haber gobernado su país? Los historiadores que han abordado el tema se han hecho estas preguntas durante siglos. Y yo, desde luego, las he tenido muy presentes. Esta novela es fruto de casi seis años de investigación y escritura y, muy parecida a la vida de Juana, ha sufrido muchos cambios hasta adoptar la forma actual.

Al final, sólo espero haber hecho justicia a su pasión, su coraje y su excepcional carácter español. Fue, por lo menos, una figura extraordinaria para su tiempo.