CAPITULO 29
—¿Dónde essstá la niña? —repitió el
skal'tum, acercándose a Rocking-ham. Con una garra sostenía un
trozo de la pata del caballo mientras lo desgarraba.
Incapaz de contener un estremecimiento,
Rockingham se retiró un paso atrás y se acercó a la ninfa. El
entrecejo fruncido de Nee'lahn le hacía torcer los labios en un
gesto desagradable. Levantó una mano hacia Nee'lahn, porque la
sabía capaz de salir en algún momento con algo que le arruinaría
los planes con los skal'tum, por ejemplo, decir que él no tenía ni
idea de dónde estaba aquella condenada bruja. ¡Malditos sean los
que no engañan! ¿Cómo pueden llegar a viejos? Le acercó la palma de
la mano para que callara. Pero ella no le hizo caso.
—Eres el escarabajo más abyecto que hay bajo
la capa de la tierra —musitó Nee'lahn con rabia, creyendo que iba a
traicionarlos. Y, efectivamente, lo habría hecho si hubiera creído
que la traición le permitiría seguir con vida; sin embargo, todavía
no había llegado el momento.
Se atrevió a apartar la vista del skal'tum y
se volvió por completo hacia Nee'lahn. Forzó la voz para adquirir
un tono muy grave; en Black-hall se decía que los lugartenientes
del Señor de las Tinieblas tenían dificultades para captar
frecuencias graves. Sus orejas puntiagudas, como las de un
murciélago, captaban mejor las frecuencias agudas. Aunque
Rockingham no sabía si eran meras conjeturas o afirmaciones
ciertas, procuró mantener un tono grave y hablar rápidamente.
—Cállate. Si deseas vivir, deja que yo me
encargue de esto. Confía en mí.
—¡Que confíe en ti! —dijo ella demasiado
fuerte—. Antes confiaría en la mismísima Alma Negra.
—Si no quieres convertirte en su cena,
mantén la lengua quieta.
La figura aterrada de Mogweed se acercó a
Rockingham. El mutante todavía tenía la mirada clavada en la masa
de huesos y sangre que antes había sido un caballo brioso. La yegua
había dejado casi de tirar de la cuerda y permanecía de pie
temblando. Tenía los ojos desorbitados de miedo, pero no hacía
ruido. Rockingham pensó que el animal era listo.
Mogweed terció en la conversación.
—Si este señor conoce estos monstruos, tal
vez sería bueno que siguiéramos sus consejos.
La diminuta mujer rechazó las palabras del
mutante negando con la cabeza.
—El no sabe nada. El...
—¡Exacto! —dijo Rockingham, dispuesto a
evitar a toda costa que ella continuara hablando en voz alta y
dijera lo poco que él sabía. La atravesó con la mirada y habló con
voz grave, en un susurro que era más murmullo que palabras—. No sé
nada. Es verdad. No puedo decirles nada útil... pero puedo salvar
nuestro pellejo. No tengo el menor deseo de que me atrapen. La
muerte en sus garras sería placentera comparada con la que nos
depararía ser arrastrados en ignominia frente al Señor de las
Tinieblas. —Miró al caballo despedazado. Aquello era un acto de
misericordia frente a lo que podía llegar a ocurrir en las
mazmorras de Blackhall. Atravesó a Nee'lahn con la mirada para
obligarla a callar—. Déjame hacer mi trabajo.
Y lo que él sabía hacer mejor era sobrevivir
con su ingenio: su labia.
Ella— le dirigió una mirada de rencor, pero
mantuvo los labios apretados.
Entonces él se volvió hacia el skal'tum que
había terminado de romper el hueso de la pata y ahora apuraba la
médula. Aquel monstruo era consciente de que estaban atrapados y
parecía disfrutar aumentando la tensión. El otro skal'tum se acercó
y clavó los ojos en Rockingham.
—Oigo zumbidosss de mosssquitos pero ninguna
ressspuesssta. Dinosss dónde se esssconde la niña.
Rockingham se recompuso el chaleco de montar
para adoptar un aspecto de confianza y tranquilidad delante de
aquella pareja inmensa de skal'tum. Tosió para calmar la tensión
que sentía en la garganta y luego empezó a explicarse:
—Al igual que vosotros, magníficos
lugartenientes del Corazón Oscuro, yo voy en busca de la niña
bruja.
—Has fracasssado. En Blackhall ya ssse
sssabe. Hemosss sssido enviadosss para enmendar tu error.
Rockingham abrió las manos como si estuviera
asombrado y ofendido.
—Pero el error no es mío. Es culpa de
Dismarum, el viejo mago manco, que no accedió a mi deseo de usar la
fuerza y la espada para prender a la niña y, en cambio, confió en
sus trucos y engaños. Ha sido su fracaso y, desafortunadamente
también, nuestro error. Esta niña está dotada de una inteligencia
perversa y consiguió esquivar las numerosas trampas que le tendió
el mago negro.
—¿Y dónde essstabasss mientrasss esssto
ocurría, pequeño hombrecillo?
—El Corazón Oscuro me puso bajo las órdenes
del mago negro —respondió Rockingham colocándose una mano en el
pecho—. No tenía otra opción más que cumplir las órdenes de
Dismarum, por muy equivocadas que fueran. Pero cuando Dismarum
fracasó y utilizó la magia arcana para huir de su desgracia, yo
quedé libre para perseguir a la niña. Y eso es lo que estoy
haciendo.
—Y entoncesss, ¿por qué essstá libre
ahora?
—Es veloz y está protegida por unos aliados
poderosos y una magia muy poderosa.
—Esss una niña.
—Una niña —repuso dando un golpe con el dedo
al animal que tenía más cerca— que mató a uno de los vuestros.
Alguien cuyo poder no debe ser menospreciado como hizo vuestro
desgraciado hermano.
El otro skal'tum se acercó de un salto;
todavía tenía las garras manchadas con la sangre del caballo.
Rockingham se esforzó por no retroceder. Era un momento importante
en el que tenía que demostrar entereza.
—Mientes, hombre de poca carne —dijo—. Ya
hemos encontrado al asesino de nuestro hermano. No fue la niña.
Conoce incluso los puntos débiles de nuestra protección
oscura.
¡Maldita mole de hombre! ¿Por qué todos
hablaban tanto? El desánimo y el miedo le recorrieron las venas,
pero mantuvo el rostro impávido, con una expresión de desinterés
fingido, mientras en su mente tejía urdimbres de mentiras.
—¿Y quién creéis que reveló vuestros
secretos a ese hombre? —replicó en un tono agudo.
Aquella pregunta hizo callar al skal'tum.
Miró a su compañero y luego volvió de nuevo la vista hacia
Rockingham.
—Pero de momento no ha sssido capturada
—respondió el skal'tum con una voz menos malévola—. Así que la
culpa recae exclusivamente en ti.
—¡Ah! Es cierto que todavía no está postrada
a vuestros pies encadenada en espera de los placeres de nuestro
señor. —Rockingham no pudo contener un estremecimiento al pensar en
lo que complacía a su señor, pero prosiguió—: Sin... sin embargo,
la he acosado y llevado delante de mí como una hoja en una tormenta
y ahora la tengo encerrada y atrapada. Sólo tengo que
recogerla.
—¿Dónde?
Rockingham señaló la boca de la galería
protegida con raíces.
—Está atrapada a demasiada profundidad para
que vosotros la alcancéis cavando. No llegaríais a ella antes de la
luz de la mañana. —Los dos skal'tum levantaron la vista al
horizonte del este; sus alas se estremecieron en un gesto
protector. Todavía había cosas que lograban detener incluso a un
skal'tum. Rockingham se permitió esbozar una sonrisa en los
labios—. Sólo yo puedo obligarla a salir de ese agujero.
—Sssi ella ess tan ferozzz, ¿cómo un
hombrecillo como tú cree que podrá arrassstrarla hasssta
aquí?
—Tengo algo que ella quiere. —Rockingham
hizo un gesto con la cabeza para señalar a Nee'lahn, que tenía una
expresión helada por el disgusto y el odio. La siguiente mentira
era esencial—: Tengo a su querida hermana.
Vio cómo los ojos de Nee'lahn se abrían de
espanto. Sonrió ampliamente. En ocasiones incluso los virtuosos
caían casualmente en sus mentiras. La mirada cargada de odio y
espanto de la mujer era muy convincente. Volvió el rostro hacia la
pareja de skal'tum.
—De hecho, estoy muy satisfecho de que
hayáis llegado tan oportunamente. Ahora ya puedo confiarla a
vuestras diestras manos mientras hago que nuestra presa salga de la
madriguera.
Rockingham hizo un gesto para que Mogweed se
apartara de Nee'lahn y se acercara a él. El si'lura estaba
paralizado. Rockingham advirtió que temblaba.
—Con vosotros dos vigilando la hermana —dijo
Rockingham a los skal'tum—, mi guarda y yo podemos perseguir a la
niña con más rapidez.
De nuevo hizo un gesto a Mogweed para que se
acercara. Esta vez, el mutante logró desasirse de lo que le retenía
los pies y caminó hacia Rockingham con pasos tambaleantes. Se
colocó incluso demasiado cerca, como si fuera una sombra.
Uno de los skal'tum se acercó sigilosamente
a Nee'lahn. Su valor quedó demostrado al no estremecerse siquiera
cuando tuvo cerca aquel monstruo. Nee'lahn tenía la vista clavada
en Rockingham.
—Vigiladla bien —dijo—. Es esencial para
capturar a la bruja.
—Cumpliremos con nuestro cometido —contestó
el skal'tum que estaba cerca de Nee'lahn.
—Y tú, cumple el tuyo, hombrecito —añadió el
otro skal'tum.
Rockingham inclinó la cabeza a modo de
saludo mientras disimulaba una mueca de satisfacción. Luego dio un
codazo al mutante asombrado y lo hizo llegar a la entrada de la
oscura galería.
Detrás de ellos, el skal'tum de las garras
sangrientas que había degollado al caballo exclamó:
—No creasss que por ssser una creación del
Ssseñor sssi nosss traicionasss no seremosss capacesss de
dessspedazzzarte ni de disssfrutar comiéndonosss tusss
ojosss.
Rockingham levantó los hombros al oír
aquellas palabras. No comprendía qué quería decir el monstruo con
eso de que era una creación del Señor.
Sin embargo, teniendo en cuenta la facilidad con que los había
engañado, era difícil valorar todas las ideas equivocadas que
ocupaban sus mentes extrañas. Empujó a Mogweed para que atravesara
la cortina de raices y se dirigiera hacia la galería.
Luego se volvió hacia el skal'tum.
—Confiad en mí —les dijo en voz alta.
Luego posó la vista sobre Nee'lahn, pero
apartó rápidamente los ojos de ella. La traición es un plato que es
mejor servir frío. Aun así, su corazón se estremeció levemente. Le
pareció recordar a una mujer que una vez lo había mirado de aquel
mismo modo, con unos ojos llenos de dolor y rabia. Pero ¿quién
podía ser? Pasó entre las raíces y siguió a Mogweed hasta la
alfombra de hojas y podredumbre que se extendía en la boca de la
galería. ¿Y cuándo? Era casi capaz de recordar el aspecto de
aquella mujer de su pasado, de evocar incluso su olor a narciso y
el reflejo de la luz del sol en su pelo dorado, pero, como si fuera
una bandada de mariposas, el recuerdo se desvaneció de inmediato.
Negó con la cabeza; probablemente fuera sólo una puta con la que se
había acostado, cuyo aspecto no lograba recordar a causa de la
borrachera. No obstante, en su interior sabía que no era eso.
Mogweed se aclaró la garganta para llamarle
la atención. El mutante tenía los ojos abiertos de par en par, casi
radiantes.
—Y ahora, ¿adonde vamos?
—Lo más lejos posible de estos monstruos
—respondió Rockingham, ceñudo.
Mogweed se quedó quieto hasta que Rockingham
lo empujó para que penetrara en el interior de la galería.
—Pero... ninguno de los que han tomado este
camino ha regresado —musitó el mutante.
Tol'chuk descendió por la última de las
piedras que le faltaba para llegar al fondo del precipicio. Levantó
la mirada hacia donde Kral todavía se esforzaba por bajar desde una
plataforma inestable de granito que se le balanceaba bajo los pies.
Tol'chuk había dejado a Kral la piedra brillante para que pudiera
iluminar mejor su descenso, pero la magia elemental de la piedra
casi se había desvanecido y ahora era sólo un recuerdo de lo que
había sido. Como tenía que llevar la piedra en la mano, para el
hombre de las montañas era más una molestia que una ayuda al
descender por la pared del precipicio, pero Kral trepaba por ella
como un ogro a punto de ahogarse se agarraría a un tronco.
—¡A la izquierda! —dijo a Kral—. Ahí es más
inclinado, pero para trepar es más escarpado. Más fácil encontrar
punto de apoyo para pies y garras.
—Yo no tengo garras —gruñó Kral. Sin
embargo, siguió el consejo del ogro y pasó al otro lado del
desnivel rocoso.
Tol'chuk esperaba. No podía hacer otra cosa.
Entretanto, contempló el avance del hombre de las montañas. Kral
era un escalador experto. El ogro supuso que todos los hombres de
las montañas tenían que serlo para poder sobrevivir por encima de
la línea de nieve de la Dentellada. A pesar de tener mala vista y
una mano ocupada con la piedra, Kral cubrió la última cara del
precipicio oscuro con una velocidad y destreza sorprendentes.
Aun así, el descenso no era tan rápido como
a Tol'chuk le hubiera gustado. El ogro movía los pies con
impaciencia. Le resultaba difícil esperar después de esforzarse por
bajar rápido. Tenía doloridos los músculos de la espalda, y la
pérdida de una garra de la mano derecha le hacía estremecer de
dolor. Incluso sus piernas, dos troncos de músculo, tendón y hueso,
le temblaban a causa del cese súbito de actividad. Pero lo peor de
todo era la intensa urgencia que sentía en el corazón para
proseguir la búsqueda de Fárdale. Después de que las imágenes del
hermano lobo penetraran en su mente, su espíritu era acosado por
las punzadas que de vez en cuando el Corazón de su gente le hacía
sentir para urgirlo a proseguir, especialmente cuando se detenía o
estaba descansando, como ocurría en ese momento.
Se esforzó por distraerse, por no hacer caso
del impulso que sentía de abandonar al hombre de las montañas en el
precipicio y continuar solo. Pero ése no era el comportamiento
propio de un ogro. Un miembro de la tribu no abandona jamás a otro
que esté en peligro; aquél era un sentimiento inculcado en las
entrañas de todos los ogros, incluso en las de los mestizos.
Tol'chuk pensó que era un rasgo de nobleza, pero desafortunadamente
era también la razón principal por la que las luchas entre tribus
eran tan cruentas y prolongadas. Atacar a un miembro de una tribu
era como atacar a la tribu entera. Ninguna afrenta quedaba sin
respuesta y ningún desafío era desatendido hasta acabar con toda la
población masculina de una de las dos tribus en guerra. Tol'chuk
frunció el entrecejo ante aquellos pensamientos. Exceptuando las
ceremonias religiosas, no había habido jamás un tiempo en que las
tribus de ogros se hubieran unido. De todos modos, considerando el
comportamiento de su gente y el código de honor de los guerreros,
difícilmente podría haberlo.
A veces, el honor y la lealtad no eran
rasgos tan nobles, concluyó suspirando.
A pesar de todo, no abandonó a Kral, aunque
los ganchos que tenía clavados en lo más profundo del corazón lo
obligaran a seguir. No podía obviar la sangre de incontables
generaciones de ogros que corría por sus venas. A pesar de ser
sentimientos que habían causado la muerte de miles de ogros, el
honor y la lealtad todavía formaban parte de él, como los huesos y
los tendones. Así pues aguardó.
Afortunadamente, Tol'chuk no tuvo que
esperar mucho más. Kral, con la respiración entrecortada, saltó de
la última piedra para caer a su lado.
—Espero que este camino haya sido una buena
elección —dijo Kral respirando trabajosamente—. Jamás lograremos
escalar de nuevo este camino.
—Encontraremos un camino de vuelta nuevo
—repuso Tol'chuk encogiéndose de hombros.
A continuación, se encaminó hacia el lugar
donde habían visto por última vez a Fárdale y las luces. Oyó un
gemido leve cuando el hombre de las montañas forzó las piernas a
moverse. Sin duda, a Kral le hubiera venido bien un descanso tras
el descenso, pero Tol'chuk no quería que el hermano lobo se alejara
demasiado de ellos. Si aquel sistema subterráneo era igual que las
cavernas de la tribu de Tol'chuk, con su laberinto de galenas
retorcidas y bifurcaciones, entonces bastaba una distancia corta
para perder a Fárdale con facilidad.
—La velocidad es lo único que nos puede
ayudar a mantenernos por delante de los goblins de roca —explicó al
nombre de las montañas para urgirlo a avanzar.
—También puede ser el mejor modo de caer
directamente en sus garras —agregó Kral. No obstante, mantuvo el
ritmo del ogro.
Avanzaron en silencio, reservándose el
aliento para desenvolverse por aquel terreno desigual. Conforme
andaban, el aire se volvió espeso como la leche de cabra. La enorme
caja torácica de Tol'chuk podía respirar sin dificultad: su cuerpo
estaba preparado para resistir en cuevas profundas enterradas bajo
las montañas. En cambio, Kral vivía en elevados picos nevados y
estaba acostumbrado al aire ligero que soplaba en la Dentellada. El
aire malsano y estancado no le facilitaba para nada el avance.
Aquel hombretón tenía que esforzarse mucho para mantenerse cerca
del ogro.
Tol'chuk estaba atento al hombre de las
montañas y escuchaba su respiración dificultosa. Kral no se
quejaba, pero Tol'chuk sabía que pronto sería necesario hacer un
descanso. Escudriñó la caverna. Distinguió delante un montón de
piedras. Tol'chuk pensó que si conseguían llegar hasta ahí antes de
detenerse, estarían muy cerca de la galería por la que Fárdale
había desaparecido. Sin embargo, la urgencia que se desprendía de
la piedra del corazón de su gente lo hacía rechazar incluso ese
breve retraso. Ahora que ya estaba en marcha, no quería
detenerse.
Kral tosió detrás de él con una tos
cavernosa y ronca. Tol'chuk frunció el entrecejo. Un poco más, se
dijo, y prosiguió la marcha, atento al hombre de las montañas, por
si daba más síntomas de extenuación.
Tol'chuk vigilaba tanto la respiración de
Kral y el suelo resbaladizo de piedras sueltas, que no advirtió que
una sombra salía de detrás de una piedra y avanzaba hacia él hasta
que se la encontró en medio del camino.
—Quisiera mi piedra, por favor —dijo la
figura.
Kral rodeó el enorme cuerpo de Tol'chuk con
la luz. Gracias a ella vieron, que aquella figura era Meric, el
elfo. Llevaba el jubón blanco roto y manchado de barro y de algo
que, a jugar por el tono, sólo podía ser sangre. Tenía los
pantalones verdes desgarrados y llevaba un trozo del jubón anudado
en el muslo. Un reguero de sangre le recorría la pierna. En una de
sus pálidas mejillas asomaba un cardenal. Repitió su exigencia con
la mano extendida:
—Mi piedra de viento.
Pese al tono relajado de su voz y su actitud
desdeñosa, la mano le temblaba ligeramente.
—Te creíamos muerto —dijo Kral, apretando
todavía la piedra en el puño, en un gesto de clara desconfianza
hacia el elfo—. La sangre, el rastro que quedó en el precipicio.
¿Cómo has logrado sobrevivir al salto hasta el primer
saliente?
—No salté a ningún saliente. —Todavía tenía
la mano extendida, por lo que usó la otra para apartarse el mechón
de pelo plateado que se le había escapado de su larga cola—. Salté
hasta aquí.
Kral escudriñó la oscuridad por la que
habían saltado, trepado y andado hasta llegar a donde se
encontraban.
—Nee'lahn ya nos avisó de tus mentiras
—musitó volviendo la cabeza para mirar atentamente al delgado
hombrecillo.
—No miento.
—Ni siquiera un ogro lograría sobrevivir a
una caída así. —El tono de voz de Tol'chuk reflejaba su
desconfianza.
—No caí. —De la voz rezumaba desdén.
—Entonces, ¿qué hiciste? —preguntó Kral—.
¿Volaste?
—No. Aunque los elfos dominamos el viento y
el aire, ni siquiera nosotros somos capaces de volar. La magia
elemental no es tan poderosa. No volé pero con poder natural logré
controlar mi caída al fondo del precipicio. La detuve y convertí su
energía en un planeo para llegar hasta aquí.
—¿Y nos has estado esperando?
—Me he estado curando las heridas —respondió
ceñudo. Señalando sus piernas, añadió—: Esos monstruos me tomaron
por sorpresa y sufrí algunas heridas antes de escapar. Mientras me
restañaba la sangre, vi el brillo de mi piedra de viento en lo alto
del precipicio. Observé que vosotros saltabais y bajabais hasta
aquí y esperé. Pero no a vosotros, sino a mi piedra. —Extendió más
la mano hacia Kral—. Por favor, devuélveme lo que es mío.
Kral retuvo la piedra en la mano.
—Es la única luz que tenemos y hemos de
encontrar a un amigo.
—También yo.
Kral y Meric se miraron fijamente.
—Podemos ir... juntos —propuso Tol'chuk—. Si
los goblins atacan de nuevo, nos hará falta la ayuda de
todos.
—Yo llevaré la piedra —dijo Kral.
—Ahogarás la luz. Yo sé cómo hacer que su
brillo vuelva a ser intenso.
Kral apretó la piedra con más fuerza.
Tol'chuk advirtió que el brillo se había ido desvaneciendo
rápidamente desde que habían saltado al precipicio. El hombre de
las montañas vaciló, pero finalmente tendió la mano y apretó la
piedra en la palma de la mano de Meric. Con la piedra y la mano del
elfo asidas en su mano dijo:
—Vamos a ir juntos. Júralo.
—Hombre de las montañas, mi pueblo no
acostumbra a jurar a la ligera.
—Tampoco el mío. —Kral apretó la mano—.
Jura.
Los ojos de Meric adquirieron una expresión
amenazadora. Por fin dijo con los dientes apretados:
—Te doy mi palabra. Te ayudaré a encontrar a
tu amigo.
Kral mantuvo el apretón un instante más
mientras atravesaba con los ojos al elfo. Luego asintió y le soltó
la mano.
—Tenemos que irnos —dijo Tol'chuk.
—¿Adonde? —preguntó el elfo.
—Buscaremos a amigo nuestro en aquel túnel
de ahí. El está con otros con luces.
—¿Luces? —preguntó Meric con un tono
esperanzado—. ¿Alguna de ellas estaba suspendida en el aire? Podría
ser mi pájaro.
—No —respondió Tol'chuk rascándose los pelos
erizados de la cabeza. Aquella respuesta hizo fruncir los labios de
Meric.
—¿No habéis visto otra luz?
Tol'chuk negó con la cabeza. El elfo parecía
sobrecogido por aquella noticia.
—¿Por qué es tan importante encontrar ese
pájaro de ti?
—Olió sangre real. Me di cuenta en cuanto
entré en este valle.
—Yo no lo entiende.
Meric no hizo caso a Tol'chuk y escudriñó el
precipicio oscuro.
—Dice que su pájaro sigue una pista, como un
galgo, y que busca a un rey que perdieron —explicó Kral.
—Al descendiente de nuestro rey —corrigió
Meric. Entonces frotó la piedra de viento y sopló sobre ella. La
piedra volvió a iluminarse con intensidad destacando el cabello
plateado y la piel blanca del elfo. Entonces él los miró y con un
odio profundo explicó—: Cuando fuimos expulsados de nuestro
territorio, a la reina se le permitió salir, pero nuestro rey fue
retenido como rehén.
—¿Cómo puedes estar seguro de que después de
tantos siglos su descendiente ha sobrevivido? —preguntó Kral
señalando con una mano el precipicio y las tierras que se extendían
más allá.
—El rey juró que mantendría su descendencia
en nuestros territorios.
—Pero ¿y si no lo logró?
—He dicho que lo juró, hombre de las
montañas —dijo Meric con odio en la voz—. Nosotros cumplimos
nuestras promesas.
Tol'chuk, al darse cuenta de que la tensión
iba en aumento, cambió el rumbo de la conversación.
—Ese halcón...
—Halcón de luna —corrigió el elfo, apartando
su mirada de Kral.
—Bueno, sí, ese pájaro —prosiguió—. ¿Cómo es
capaz de buscar a alguien que nunca él he visto? Incluso un
rastreador necesito olor.
—No es tanto un rastro como un vínculo. Los
huevos de los halcones de luna están bañados en sangre real. El
nacimiento y la sangre van unidos. Éste es un descendiente directo
del halcón de luna que estaba vinculado antiguamente a nuestro rey.
Los descendientes se reconocen entre sí. Sólo brilla sobre quien
tenga la sangre de nuestro rey perdido.
—Pero yo te vio con él —dijo Kral.
Meric resopló, como si todo fuera demasiado
obvio.
—Yo soy de sangre real, soy el cuarto hijo
de la Reina Tratal, la Estrella de la mañana. El sueño de nuestra
gente es volver a unir las dos casas de nuestra raza: la
descendencia actual de la reina y la descendencia antigua del
rey.
—Por lo tanto, Meric, también eres un
casamentero en busca de marido para una de tus hermanas
—interrumpió Kral con una risotada cavernosa—. ¡Para reunificar
vuestras nobles casas! ¡Cómo me alegro de que mis clanes
abandonaran todo esto! Nosotros no nos tenemos que inclinar ante
nadie.
Meric enrojeció ante la actitud burlona de
Kral; apretó los labios y de sus ojos brotó el odio. Tol'chuk
percibió en el interior de aquel hombre una energía que si llegaba
a asomar a la superficie lo haría más peligroso que cien goblins
juntos. Decidió que había llegado el momento de poner fin a aquella
conversación. Además, en su pecho sintió de nuevo la urgencia de
proseguir el camino.
—Ahí delante está el túnel. Mi amigo entra
por él. Es posible que halcón de ti también.
El rostro de Meric volvió a su tono normal
al volverse hacia él. Se encogió de hombros.
—Como he prometido, iré con vosotros. —Lanzó
una mirada furibunda hacia Kral. Cuando volvió a dirigir los ojos
hacia Tol'chuk prosiguió—: Dejaré que mi pájaro busque durante más
tiempo.
—Entonces, vamonos.
Tol'chuk emprendió la marcha antes de que
Kral dijera algo que enojara todavía más al elfo. Meric se colocó
cerca de Tol'chuk y dejó que Kral fuera detrás de ellos.
En cuanto se abrieron camino entre un grupo
compacto de piedras inmensas, el silencio los envolvió. Tol'chuk
tuvo que ayudar a subir al hombre pequeño a algunas de las piedras
más grandes. Kral sólo se lo permitió tras fruncir el entrecejo y
con las mejillas sonrojadas. Al independiente hombre de las
montañas le molestaba necesitar ayuda y era demasiado orgulloso
para reconocer la realidad de su situación. Con un silencio
siniestro permitió ser alzado hasta el borde de una roca
escarpada.
En cambio, Meric aceptaba la ayuda de
Tol'chuk sin siquiera un ademán de agradecimiento. Tenía la mano
extendida incluso antes de que Tol'chuk se la ofreciera, parecía
habituado a ser atendido por otros más fuertes que él. Al alzarlo,
Tol'chuk se sorprendió de lo poco que pesaba; era como si tuviera
los huesos huecos, como algunas aves zancudas de piernas largas.
Levantó a Meric a la altura suficiente para que el elfo pudiera
estirar el brazo hacia Kral y éste terminara de alzarlo. Pero éste
hizo caso omiso y se limitó a mirar en la oscuridad. Al darse
cuenta de que el hombre de las montañas no iba a ayudarlo, Meric se
agarró a un saliente de la roca y se alzó solo.
Todo ello se produjo en silencio. Al tener
los brazos y las piernas ocupadas en escalar, Tol'chuk pudo
concentrarse en las palabras del elfo. Había algo que lo
inquietaba, pero no acababa de saber dónde residía la desazón. El
ascenso silencioso por las piedras le permitió revisar cuanto sabía
del elfo. Rememoró su primer encuentro y, cuando todos alcanzaron
un lugar seguro sobre las piedras, se dio cuenta por fin de cuál
era la causa de su recelo.
Se volvió hacia Meric. Tras atravesar las
rocas, el elfo se había agachado y respiraba trabajosamente.
Incluso Kral estaba apoyado en una piedra cercana, masajeándose un
calambre del muslo izquierdo.
—La primera vez que nosotros nos encuentra
en el claro del bosque no dices nada sobre un descendiente del rey.
Sólo tú habló de una bruja. ¿Qué significa esto?
Meric asintió mientras intentaba recuperar
la respiración.
—Sí, éste es el otro motivo por el que se me
permitió buscar al rey. Nuestros oráculos profetizaron que una
bruja aparecería en el mismo valle que nuestro rey perdido
atrayendo hacia sí a protectores de todas las tierras, como las
polillas a una llama mortal, y que arrasaría nuestros antiguos
hogares. Así que, además de buscar al rey busco algún indicio de
ella.
—¿Para qué? —preguntó Kral, dando un paso
hacia adelante con la pierna izquierda ranqueante.
—Para matarla.