CAPITULO 29

—¿Dónde essstá la niña? —repitió el skal'tum, acercándose a Rocking-ham. Con una garra sostenía un trozo de la pata del caballo mientras lo desgarraba.
Incapaz de contener un estremecimiento, Rockingham se retiró un paso atrás y se acercó a la ninfa. El entrecejo fruncido de Nee'lahn le hacía torcer los labios en un gesto desagradable. Levantó una mano hacia Nee'lahn, porque la sabía capaz de salir en algún momento con algo que le arruinaría los planes con los skal'tum, por ejemplo, decir que él no tenía ni idea de dónde estaba aquella condenada bruja. ¡Malditos sean los que no engañan! ¿Cómo pueden llegar a viejos? Le acercó la palma de la mano para que callara. Pero ella no le hizo caso.
—Eres el escarabajo más abyecto que hay bajo la capa de la tierra —musitó Nee'lahn con rabia, creyendo que iba a traicionarlos. Y, efectivamente, lo habría hecho si hubiera creído que la traición le permitiría seguir con vida; sin embargo, todavía no había llegado el momento.
Se atrevió a apartar la vista del skal'tum y se volvió por completo hacia Nee'lahn. Forzó la voz para adquirir un tono muy grave; en Black-hall se decía que los lugartenientes del Señor de las Tinieblas tenían dificultades para captar frecuencias graves. Sus orejas puntiagudas, como las de un murciélago, captaban mejor las frecuencias agudas. Aunque Rockingham no sabía si eran meras conjeturas o afirmaciones ciertas, procuró mantener un tono grave y hablar rápidamente.
—Cállate. Si deseas vivir, deja que yo me encargue de esto. Confía en mí.
—¡Que confíe en ti! —dijo ella demasiado fuerte—. Antes confiaría en la mismísima Alma Negra.
—Si no quieres convertirte en su cena, mantén la lengua quieta.
La figura aterrada de Mogweed se acercó a Rockingham. El mutante todavía tenía la mirada clavada en la masa de huesos y sangre que antes había sido un caballo brioso. La yegua había dejado casi de tirar de la cuerda y permanecía de pie temblando. Tenía los ojos desorbitados de miedo, pero no hacía ruido. Rockingham pensó que el animal era listo.
Mogweed terció en la conversación.
—Si este señor conoce estos monstruos, tal vez sería bueno que siguiéramos sus consejos.
La diminuta mujer rechazó las palabras del mutante negando con la cabeza.
—El no sabe nada. El...
—¡Exacto! —dijo Rockingham, dispuesto a evitar a toda costa que ella continuara hablando en voz alta y dijera lo poco que él sabía. La atravesó con la mirada y habló con voz grave, en un susurro que era más murmullo que palabras—. No sé nada. Es verdad. No puedo decirles nada útil... pero puedo salvar nuestro pellejo. No tengo el menor deseo de que me atrapen. La muerte en sus garras sería placentera comparada con la que nos depararía ser arrastrados en ignominia frente al Señor de las Tinieblas. —Miró al caballo despedazado. Aquello era un acto de misericordia frente a lo que podía llegar a ocurrir en las mazmorras de Blackhall. Atravesó a Nee'lahn con la mirada para obligarla a callar—. Déjame hacer mi trabajo.
Y lo que él sabía hacer mejor era sobrevivir con su ingenio: su labia.
Ella— le dirigió una mirada de rencor, pero mantuvo los labios apretados.
Entonces él se volvió hacia el skal'tum que había terminado de romper el hueso de la pata y ahora apuraba la médula. Aquel monstruo era consciente de que estaban atrapados y parecía disfrutar aumentando la tensión. El otro skal'tum se acercó y clavó los ojos en Rockingham.
—Oigo zumbidosss de mosssquitos pero ninguna ressspuesssta. Dinosss dónde se esssconde la niña.
Rockingham se recompuso el chaleco de montar para adoptar un aspecto de confianza y tranquilidad delante de aquella pareja inmensa de skal'tum. Tosió para calmar la tensión que sentía en la garganta y luego empezó a explicarse:
—Al igual que vosotros, magníficos lugartenientes del Corazón Oscuro, yo voy en busca de la niña bruja.
—Has fracasssado. En Blackhall ya ssse sssabe. Hemosss sssido enviadosss para enmendar tu error.
Rockingham abrió las manos como si estuviera asombrado y ofendido.
—Pero el error no es mío. Es culpa de Dismarum, el viejo mago manco, que no accedió a mi deseo de usar la fuerza y la espada para prender a la niña y, en cambio, confió en sus trucos y engaños. Ha sido su fracaso y, desafortunadamente también, nuestro error. Esta niña está dotada de una inteligencia perversa y consiguió esquivar las numerosas trampas que le tendió el mago negro.
—¿Y dónde essstabasss mientrasss esssto ocurría, pequeño hombrecillo?
—El Corazón Oscuro me puso bajo las órdenes del mago negro —respondió Rockingham colocándose una mano en el pecho—. No tenía otra opción más que cumplir las órdenes de Dismarum, por muy equivocadas que fueran. Pero cuando Dismarum fracasó y utilizó la magia arcana para huir de su desgracia, yo quedé libre para perseguir a la niña. Y eso es lo que estoy haciendo.
—Y entoncesss, ¿por qué essstá libre ahora?
—Es veloz y está protegida por unos aliados poderosos y una magia muy poderosa.
—Esss una niña.
—Una niña —repuso dando un golpe con el dedo al animal que tenía más cerca— que mató a uno de los vuestros. Alguien cuyo poder no debe ser menospreciado como hizo vuestro desgraciado hermano.
El otro skal'tum se acercó de un salto; todavía tenía las garras manchadas con la sangre del caballo. Rockingham se esforzó por no retroceder. Era un momento importante en el que tenía que demostrar entereza.
—Mientes, hombre de poca carne —dijo—. Ya hemos encontrado al asesino de nuestro hermano. No fue la niña. Conoce incluso los puntos débiles de nuestra protección oscura.
¡Maldita mole de hombre! ¿Por qué todos hablaban tanto? El desánimo y el miedo le recorrieron las venas, pero mantuvo el rostro impávido, con una expresión de desinterés fingido, mientras en su mente tejía urdimbres de mentiras.
—¿Y quién creéis que reveló vuestros secretos a ese hombre? —replicó en un tono agudo.
Aquella pregunta hizo callar al skal'tum. Miró a su compañero y luego volvió de nuevo la vista hacia Rockingham.
—Pero de momento no ha sssido capturada —respondió el skal'tum con una voz menos malévola—. Así que la culpa recae exclusivamente en ti.
—¡Ah! Es cierto que todavía no está postrada a vuestros pies encadenada en espera de los placeres de nuestro señor. —Rockingham no pudo contener un estremecimiento al pensar en lo que complacía a su señor, pero prosiguió—: Sin... sin embargo, la he acosado y llevado delante de mí como una hoja en una tormenta y ahora la tengo encerrada y atrapada. Sólo tengo que recogerla.
—¿Dónde?
Rockingham señaló la boca de la galería protegida con raíces.
—Está atrapada a demasiada profundidad para que vosotros la alcancéis cavando. No llegaríais a ella antes de la luz de la mañana. —Los dos skal'tum levantaron la vista al horizonte del este; sus alas se estremecieron en un gesto protector. Todavía había cosas que lograban detener incluso a un skal'tum. Rockingham se permitió esbozar una sonrisa en los labios—. Sólo yo puedo obligarla a salir de ese agujero.
—Sssi ella ess tan ferozzz, ¿cómo un hombrecillo como tú cree que podrá arrassstrarla hasssta aquí?
—Tengo algo que ella quiere. —Rockingham hizo un gesto con la cabeza para señalar a Nee'lahn, que tenía una expresión helada por el disgusto y el odio. La siguiente mentira era esencial—: Tengo a su querida hermana.
Vio cómo los ojos de Nee'lahn se abrían de espanto. Sonrió ampliamente. En ocasiones incluso los virtuosos caían casualmente en sus mentiras. La mirada cargada de odio y espanto de la mujer era muy convincente. Volvió el rostro hacia la pareja de skal'tum.
—De hecho, estoy muy satisfecho de que hayáis llegado tan oportunamente. Ahora ya puedo confiarla a vuestras diestras manos mientras hago que nuestra presa salga de la madriguera.
Rockingham hizo un gesto para que Mogweed se apartara de Nee'lahn y se acercara a él. El si'lura estaba paralizado. Rockingham advirtió que temblaba.
—Con vosotros dos vigilando la hermana —dijo Rockingham a los skal'tum—, mi guarda y yo podemos perseguir a la niña con más rapidez.
De nuevo hizo un gesto a Mogweed para que se acercara. Esta vez, el mutante logró desasirse de lo que le retenía los pies y caminó hacia Rockingham con pasos tambaleantes. Se colocó incluso demasiado cerca, como si fuera una sombra.
Uno de los skal'tum se acercó sigilosamente a Nee'lahn. Su valor quedó demostrado al no estremecerse siquiera cuando tuvo cerca aquel monstruo. Nee'lahn tenía la vista clavada en Rockingham.
—Vigiladla bien —dijo—. Es esencial para capturar a la bruja.
—Cumpliremos con nuestro cometido —contestó el skal'tum que estaba cerca de Nee'lahn.
—Y tú, cumple el tuyo, hombrecito —añadió el otro skal'tum.
Rockingham inclinó la cabeza a modo de saludo mientras disimulaba una mueca de satisfacción. Luego dio un codazo al mutante asombrado y lo hizo llegar a la entrada de la oscura galería.
Detrás de ellos, el skal'tum de las garras sangrientas que había degollado al caballo exclamó:
—No creasss que por ssser una creación del Ssseñor sssi nosss traicionasss no seremosss capacesss de dessspedazzzarte ni de disssfrutar comiéndonosss tusss ojosss.
Rockingham levantó los hombros al oír aquellas palabras. No comprendía qué quería decir el monstruo con eso de que era una creación del Señor. Sin embargo, teniendo en cuenta la facilidad con que los había engañado, era difícil valorar todas las ideas equivocadas que ocupaban sus mentes extrañas. Empujó a Mogweed para que atravesara la cortina de raices y se dirigiera hacia la galería.
Luego se volvió hacia el skal'tum.
—Confiad en mí —les dijo en voz alta.
Luego posó la vista sobre Nee'lahn, pero apartó rápidamente los ojos de ella. La traición es un plato que es mejor servir frío. Aun así, su corazón se estremeció levemente. Le pareció recordar a una mujer que una vez lo había mirado de aquel mismo modo, con unos ojos llenos de dolor y rabia. Pero ¿quién podía ser? Pasó entre las raíces y siguió a Mogweed hasta la alfombra de hojas y podredumbre que se extendía en la boca de la galería. ¿Y cuándo? Era casi capaz de recordar el aspecto de aquella mujer de su pasado, de evocar incluso su olor a narciso y el reflejo de la luz del sol en su pelo dorado, pero, como si fuera una bandada de mariposas, el recuerdo se desvaneció de inmediato. Negó con la cabeza; probablemente fuera sólo una puta con la que se había acostado, cuyo aspecto no lograba recordar a causa de la borrachera. No obstante, en su interior sabía que no era eso.
Mogweed se aclaró la garganta para llamarle la atención. El mutante tenía los ojos abiertos de par en par, casi radiantes.
—Y ahora, ¿adonde vamos?
—Lo más lejos posible de estos monstruos —respondió Rockingham, ceñudo.
Mogweed se quedó quieto hasta que Rockingham lo empujó para que penetrara en el interior de la galería.
—Pero... ninguno de los que han tomado este camino ha regresado —musitó el mutante.
Tol'chuk descendió por la última de las piedras que le faltaba para llegar al fondo del precipicio. Levantó la mirada hacia donde Kral todavía se esforzaba por bajar desde una plataforma inestable de granito que se le balanceaba bajo los pies. Tol'chuk había dejado a Kral la piedra brillante para que pudiera iluminar mejor su descenso, pero la magia elemental de la piedra casi se había desvanecido y ahora era sólo un recuerdo de lo que había sido. Como tenía que llevar la piedra en la mano, para el hombre de las montañas era más una molestia que una ayuda al descender por la pared del precipicio, pero Kral trepaba por ella como un ogro a punto de ahogarse se agarraría a un tronco.
—¡A la izquierda! —dijo a Kral—. Ahí es más inclinado, pero para trepar es más escarpado. Más fácil encontrar punto de apoyo para pies y garras.
—Yo no tengo garras —gruñó Kral. Sin embargo, siguió el consejo del ogro y pasó al otro lado del desnivel rocoso.
Tol'chuk esperaba. No podía hacer otra cosa. Entretanto, contempló el avance del hombre de las montañas. Kral era un escalador experto. El ogro supuso que todos los hombres de las montañas tenían que serlo para poder sobrevivir por encima de la línea de nieve de la Dentellada. A pesar de tener mala vista y una mano ocupada con la piedra, Kral cubrió la última cara del precipicio oscuro con una velocidad y destreza sorprendentes.
Aun así, el descenso no era tan rápido como a Tol'chuk le hubiera gustado. El ogro movía los pies con impaciencia. Le resultaba difícil esperar después de esforzarse por bajar rápido. Tenía doloridos los músculos de la espalda, y la pérdida de una garra de la mano derecha le hacía estremecer de dolor. Incluso sus piernas, dos troncos de músculo, tendón y hueso, le temblaban a causa del cese súbito de actividad. Pero lo peor de todo era la intensa urgencia que sentía en el corazón para proseguir la búsqueda de Fárdale. Después de que las imágenes del hermano lobo penetraran en su mente, su espíritu era acosado por las punzadas que de vez en cuando el Corazón de su gente le hacía sentir para urgirlo a proseguir, especialmente cuando se detenía o estaba descansando, como ocurría en ese momento.
Se esforzó por distraerse, por no hacer caso del impulso que sentía de abandonar al hombre de las montañas en el precipicio y continuar solo. Pero ése no era el comportamiento propio de un ogro. Un miembro de la tribu no abandona jamás a otro que esté en peligro; aquél era un sentimiento inculcado en las entrañas de todos los ogros, incluso en las de los mestizos. Tol'chuk pensó que era un rasgo de nobleza, pero desafortunadamente era también la razón principal por la que las luchas entre tribus eran tan cruentas y prolongadas. Atacar a un miembro de una tribu era como atacar a la tribu entera. Ninguna afrenta quedaba sin respuesta y ningún desafío era desatendido hasta acabar con toda la población masculina de una de las dos tribus en guerra. Tol'chuk frunció el entrecejo ante aquellos pensamientos. Exceptuando las ceremonias religiosas, no había habido jamás un tiempo en que las tribus de ogros se hubieran unido. De todos modos, considerando el comportamiento de su gente y el código de honor de los guerreros, difícilmente podría haberlo.
A veces, el honor y la lealtad no eran rasgos tan nobles, concluyó suspirando.
A pesar de todo, no abandonó a Kral, aunque los ganchos que tenía clavados en lo más profundo del corazón lo obligaran a seguir. No podía obviar la sangre de incontables generaciones de ogros que corría por sus venas. A pesar de ser sentimientos que habían causado la muerte de miles de ogros, el honor y la lealtad todavía formaban parte de él, como los huesos y los tendones. Así pues aguardó.
Afortunadamente, Tol'chuk no tuvo que esperar mucho más. Kral, con la respiración entrecortada, saltó de la última piedra para caer a su lado.
—Espero que este camino haya sido una buena elección —dijo Kral respirando trabajosamente—. Jamás lograremos escalar de nuevo este camino.
—Encontraremos un camino de vuelta nuevo —repuso Tol'chuk encogiéndose de hombros.
A continuación, se encaminó hacia el lugar donde habían visto por última vez a Fárdale y las luces. Oyó un gemido leve cuando el hombre de las montañas forzó las piernas a moverse. Sin duda, a Kral le hubiera venido bien un descanso tras el descenso, pero Tol'chuk no quería que el hermano lobo se alejara demasiado de ellos. Si aquel sistema subterráneo era igual que las cavernas de la tribu de Tol'chuk, con su laberinto de galenas retorcidas y bifurcaciones, entonces bastaba una distancia corta para perder a Fárdale con facilidad.
—La velocidad es lo único que nos puede ayudar a mantenernos por delante de los goblins de roca —explicó al nombre de las montañas para urgirlo a avanzar.
—También puede ser el mejor modo de caer directamente en sus garras —agregó Kral. No obstante, mantuvo el ritmo del ogro.
Avanzaron en silencio, reservándose el aliento para desenvolverse por aquel terreno desigual. Conforme andaban, el aire se volvió espeso como la leche de cabra. La enorme caja torácica de Tol'chuk podía respirar sin dificultad: su cuerpo estaba preparado para resistir en cuevas profundas enterradas bajo las montañas. En cambio, Kral vivía en elevados picos nevados y estaba acostumbrado al aire ligero que soplaba en la Dentellada. El aire malsano y estancado no le facilitaba para nada el avance. Aquel hombretón tenía que esforzarse mucho para mantenerse cerca del ogro.
Tol'chuk estaba atento al hombre de las montañas y escuchaba su respiración dificultosa. Kral no se quejaba, pero Tol'chuk sabía que pronto sería necesario hacer un descanso. Escudriñó la caverna. Distinguió delante un montón de piedras. Tol'chuk pensó que si conseguían llegar hasta ahí antes de detenerse, estarían muy cerca de la galería por la que Fárdale había desaparecido. Sin embargo, la urgencia que se desprendía de la piedra del corazón de su gente lo hacía rechazar incluso ese breve retraso. Ahora que ya estaba en marcha, no quería detenerse.
Kral tosió detrás de él con una tos cavernosa y ronca. Tol'chuk frunció el entrecejo. Un poco más, se dijo, y prosiguió la marcha, atento al hombre de las montañas, por si daba más síntomas de extenuación.
Tol'chuk vigilaba tanto la respiración de Kral y el suelo resbaladizo de piedras sueltas, que no advirtió que una sombra salía de detrás de una piedra y avanzaba hacia él hasta que se la encontró en medio del camino.
—Quisiera mi piedra, por favor —dijo la figura.
Kral rodeó el enorme cuerpo de Tol'chuk con la luz. Gracias a ella vieron, que aquella figura era Meric, el elfo. Llevaba el jubón blanco roto y manchado de barro y de algo que, a jugar por el tono, sólo podía ser sangre. Tenía los pantalones verdes desgarrados y llevaba un trozo del jubón anudado en el muslo. Un reguero de sangre le recorría la pierna. En una de sus pálidas mejillas asomaba un cardenal. Repitió su exigencia con la mano extendida:
—Mi piedra de viento.
Pese al tono relajado de su voz y su actitud desdeñosa, la mano le temblaba ligeramente.
—Te creíamos muerto —dijo Kral, apretando todavía la piedra en el puño, en un gesto de clara desconfianza hacia el elfo—. La sangre, el rastro que quedó en el precipicio. ¿Cómo has logrado sobrevivir al salto hasta el primer saliente?
—No salté a ningún saliente. —Todavía tenía la mano extendida, por lo que usó la otra para apartarse el mechón de pelo plateado que se le había escapado de su larga cola—. Salté hasta aquí.
Kral escudriñó la oscuridad por la que habían saltado, trepado y andado hasta llegar a donde se encontraban.
—Nee'lahn ya nos avisó de tus mentiras —musitó volviendo la cabeza para mirar atentamente al delgado hombrecillo.
—No miento.
—Ni siquiera un ogro lograría sobrevivir a una caída así. —El tono de voz de Tol'chuk reflejaba su desconfianza.
—No caí. —De la voz rezumaba desdén.
—Entonces, ¿qué hiciste? —preguntó Kral—. ¿Volaste?
—No. Aunque los elfos dominamos el viento y el aire, ni siquiera nosotros somos capaces de volar. La magia elemental no es tan poderosa. No volé pero con poder natural logré controlar mi caída al fondo del precipicio. La detuve y convertí su energía en un planeo para llegar hasta aquí.
—¿Y nos has estado esperando?
—Me he estado curando las heridas —respondió ceñudo. Señalando sus piernas, añadió—: Esos monstruos me tomaron por sorpresa y sufrí algunas heridas antes de escapar. Mientras me restañaba la sangre, vi el brillo de mi piedra de viento en lo alto del precipicio. Observé que vosotros saltabais y bajabais hasta aquí y esperé. Pero no a vosotros, sino a mi piedra. —Extendió más la mano hacia Kral—. Por favor, devuélveme lo que es mío.
Kral retuvo la piedra en la mano.
—Es la única luz que tenemos y hemos de encontrar a un amigo.
—También yo.
Kral y Meric se miraron fijamente.
—Podemos ir... juntos —propuso Tol'chuk—. Si los goblins atacan de nuevo, nos hará falta la ayuda de todos.
—Yo llevaré la piedra —dijo Kral.
—Ahogarás la luz. Yo sé cómo hacer que su brillo vuelva a ser intenso.
Kral apretó la piedra con más fuerza. Tol'chuk advirtió que el brillo se había ido desvaneciendo rápidamente desde que habían saltado al precipicio. El hombre de las montañas vaciló, pero finalmente tendió la mano y apretó la piedra en la palma de la mano de Meric. Con la piedra y la mano del elfo asidas en su mano dijo:
—Vamos a ir juntos. Júralo.
—Hombre de las montañas, mi pueblo no acostumbra a jurar a la ligera.
—Tampoco el mío. —Kral apretó la mano—. Jura.
Los ojos de Meric adquirieron una expresión amenazadora. Por fin dijo con los dientes apretados:
—Te doy mi palabra. Te ayudaré a encontrar a tu amigo.
Kral mantuvo el apretón un instante más mientras atravesaba con los ojos al elfo. Luego asintió y le soltó la mano.
—Tenemos que irnos —dijo Tol'chuk.
—¿Adonde? —preguntó el elfo.
—Buscaremos a amigo nuestro en aquel túnel de ahí. El está con otros con luces.
—¿Luces? —preguntó Meric con un tono esperanzado—. ¿Alguna de ellas estaba suspendida en el aire? Podría ser mi pájaro.
—No —respondió Tol'chuk rascándose los pelos erizados de la cabeza. Aquella respuesta hizo fruncir los labios de Meric.
—¿No habéis visto otra luz?
Tol'chuk negó con la cabeza. El elfo parecía sobrecogido por aquella noticia.
—¿Por qué es tan importante encontrar ese pájaro de ti?
—Olió sangre real. Me di cuenta en cuanto entré en este valle.
—Yo no lo entiende.
Meric no hizo caso a Tol'chuk y escudriñó el precipicio oscuro.
—Dice que su pájaro sigue una pista, como un galgo, y que busca a un rey que perdieron —explicó Kral.
—Al descendiente de nuestro rey —corrigió Meric. Entonces frotó la piedra de viento y sopló sobre ella. La piedra volvió a iluminarse con intensidad destacando el cabello plateado y la piel blanca del elfo. Entonces él los miró y con un odio profundo explicó—: Cuando fuimos expulsados de nuestro territorio, a la reina se le permitió salir, pero nuestro rey fue retenido como rehén.
—¿Cómo puedes estar seguro de que después de tantos siglos su descendiente ha sobrevivido? —preguntó Kral señalando con una mano el precipicio y las tierras que se extendían más allá.
—El rey juró que mantendría su descendencia en nuestros territorios.
—Pero ¿y si no lo logró?
—He dicho que lo juró, hombre de las montañas —dijo Meric con odio en la voz—. Nosotros cumplimos nuestras promesas.
Tol'chuk, al darse cuenta de que la tensión iba en aumento, cambió el rumbo de la conversación.
—Ese halcón...
—Halcón de luna —corrigió el elfo, apartando su mirada de Kral.
—Bueno, sí, ese pájaro —prosiguió—. ¿Cómo es capaz de buscar a alguien que nunca él he visto? Incluso un rastreador necesito olor.
—No es tanto un rastro como un vínculo. Los huevos de los halcones de luna están bañados en sangre real. El nacimiento y la sangre van unidos. Éste es un descendiente directo del halcón de luna que estaba vinculado antiguamente a nuestro rey. Los descendientes se reconocen entre sí. Sólo brilla sobre quien tenga la sangre de nuestro rey perdido.
—Pero yo te vio con él —dijo Kral.
Meric resopló, como si todo fuera demasiado obvio.
—Yo soy de sangre real, soy el cuarto hijo de la Reina Tratal, la Estrella de la mañana. El sueño de nuestra gente es volver a unir las dos casas de nuestra raza: la descendencia actual de la reina y la descendencia antigua del rey.
—Por lo tanto, Meric, también eres un casamentero en busca de marido para una de tus hermanas —interrumpió Kral con una risotada cavernosa—. ¡Para reunificar vuestras nobles casas! ¡Cómo me alegro de que mis clanes abandonaran todo esto! Nosotros no nos tenemos que inclinar ante nadie.
Meric enrojeció ante la actitud burlona de Kral; apretó los labios y de sus ojos brotó el odio. Tol'chuk percibió en el interior de aquel hombre una energía que si llegaba a asomar a la superficie lo haría más peligroso que cien goblins juntos. Decidió que había llegado el momento de poner fin a aquella conversación. Además, en su pecho sintió de nuevo la urgencia de proseguir el camino.
—Ahí delante está el túnel. Mi amigo entra por él. Es posible que halcón de ti también.
El rostro de Meric volvió a su tono normal al volverse hacia él. Se encogió de hombros.
—Como he prometido, iré con vosotros. —Lanzó una mirada furibunda hacia Kral. Cuando volvió a dirigir los ojos hacia Tol'chuk prosiguió—: Dejaré que mi pájaro busque durante más tiempo.
—Entonces, vamonos.
Tol'chuk emprendió la marcha antes de que Kral dijera algo que enojara todavía más al elfo. Meric se colocó cerca de Tol'chuk y dejó que Kral fuera detrás de ellos.
En cuanto se abrieron camino entre un grupo compacto de piedras inmensas, el silencio los envolvió. Tol'chuk tuvo que ayudar a subir al hombre pequeño a algunas de las piedras más grandes. Kral sólo se lo permitió tras fruncir el entrecejo y con las mejillas sonrojadas. Al independiente hombre de las montañas le molestaba necesitar ayuda y era demasiado orgulloso para reconocer la realidad de su situación. Con un silencio siniestro permitió ser alzado hasta el borde de una roca escarpada.
En cambio, Meric aceptaba la ayuda de Tol'chuk sin siquiera un ademán de agradecimiento. Tenía la mano extendida incluso antes de que Tol'chuk se la ofreciera, parecía habituado a ser atendido por otros más fuertes que él. Al alzarlo, Tol'chuk se sorprendió de lo poco que pesaba; era como si tuviera los huesos huecos, como algunas aves zancudas de piernas largas. Levantó a Meric a la altura suficiente para que el elfo pudiera estirar el brazo hacia Kral y éste terminara de alzarlo. Pero éste hizo caso omiso y se limitó a mirar en la oscuridad. Al darse cuenta de que el hombre de las montañas no iba a ayudarlo, Meric se agarró a un saliente de la roca y se alzó solo.
Todo ello se produjo en silencio. Al tener los brazos y las piernas ocupadas en escalar, Tol'chuk pudo concentrarse en las palabras del elfo. Había algo que lo inquietaba, pero no acababa de saber dónde residía la desazón. El ascenso silencioso por las piedras le permitió revisar cuanto sabía del elfo. Rememoró su primer encuentro y, cuando todos alcanzaron un lugar seguro sobre las piedras, se dio cuenta por fin de cuál era la causa de su recelo.
Se volvió hacia Meric. Tras atravesar las rocas, el elfo se había agachado y respiraba trabajosamente. Incluso Kral estaba apoyado en una piedra cercana, masajeándose un calambre del muslo izquierdo.
—La primera vez que nosotros nos encuentra en el claro del bosque no dices nada sobre un descendiente del rey. Sólo tú habló de una bruja. ¿Qué significa esto?
Meric asintió mientras intentaba recuperar la respiración.
—Sí, éste es el otro motivo por el que se me permitió buscar al rey. Nuestros oráculos profetizaron que una bruja aparecería en el mismo valle que nuestro rey perdido atrayendo hacia sí a protectores de todas las tierras, como las polillas a una llama mortal, y que arrasaría nuestros antiguos hogares. Así que, además de buscar al rey busco algún indicio de ella.
—¿Para qué? —preguntó Kral, dando un paso hacia adelante con la pierna izquierda ranqueante.
—Para matarla.