CAPITULO 20
Una exclamación de júbilo brotó de la
garganta de Elena cuando avanzó corriendo entre las ramas del sauce
para ir hacia su yegua.
—¡Oh, Mist, todavía estás aquí!
Abrazó el cuello del animal y aspiró su
olor, aquella mezcla intensa de heno y almizcle, que le resultaba
tan familiar. La cuadra de su familia siempre había olido
exactamente así. Se abrazó más fuerte a la yegua. Si cerraba los
ojos, se sentía casi como si estuviera en casa.
Mist relinchó y la apartó para acercarse a
unos brotes tiernos que crecían cerca, en una actitud completamente
indiferente ante el regreso de Elena. Aquel rechazo tan propio hizo
brotar lágrimas en los ojos de la niña.
Er'ril habló detrás de ella, pero sus
palabras iban dirigidas a Kral. Elena no le hizo caso: le bastaba
con tocar a Mist. El animal estaba bien: tenía los músculos firmes,
los huesos fuertes y el pelo áspero. La yegua no había
desaparecido.
—Kral, ten cuidado. Limítate a coger
nuestros bártulos y monturas de la posada y vuelve hacia
aquí.
—Nadie logrará detenerme. ¿Qué haremos con
el prisionero?
—Por el momento, átalo al árbol.
Elena apretó los labios al oír las palabras
de Er'ril y desató a Mist del tronco del sauce.
—Pero, niña, ¿qué estás haciendo? Deja la
yegua donde está —chasqueó Er'ril con tono cansado.
—No quiero que ese hombre esté cerca de
Mist. —Tiró del cabestro del animal y lo condujo hacia el extremo
del entramado de ramas. La presencia de Mist le daba confianza. A
pesar de lo mucho que había perdido, todavía la tenía a ella—. Y me
llamo Elena, no niña.
Nee'lahn avanzó para acercarse a Elena con
una sonrisa divertida en los labios; sus ojos violáceos y el pelo
de color miel reflejaban la luz que se colaba entre las ramas.
Elena contuvo el aliento ante la belleza de aquella pequeña mujer.
En la ciudad, le había parecido más bien fea, pero allí, debajo de
los árboles, destacaba como una flor en el bosque. Elena incluso
podía asegurar que las ramas del sauce se movían expresamente para
acentuar con los rayos de sol la belleza de aquella mujer.
—Es una yegua preciosa —dijo Nee'lahn.
—Gracias —dijo Elena con timidez—. Yo misma
la he criado desde que era un potrillo. Elena bajó la vista,
avergonzada por su propio aspecto desgarbado. De cerca, Nee'lahn
olía a madreselva.
—Entonces, vosotras dos tenéis que estar muy
unidas. Me alegra que nos hayas guiado hasta aquí para
recogerla.
Nee'lahn ofreció a Mist un trozo de manzana
de las mercancías que habían comprado mientras se escabullían del
pueblo. La yegua levantó las orejas complacida y atrapó toda la
manzana con sus labios gruesos.
—¡Mist!\Sé bien educada!
Nee'lahn se limitó a sonreír.
—Elena, ¿sabrás encontrar el camino a casa
de tu tío con la misma facilidad con que has encontrado este
sitio?
—Sí. Vive en el valle siguiente, en Winter's
Eyrie, en lo alto, junto a las ruinas.
—¡¿Cómo?¡ —Er'ril tenía una expresión de
asombro. Kral ya había partido hacia la ciudad y él acababa de
comprobar las ataduras y la mordaza de Rockingham. Avanzó a grandes
pasos hacia Elena—. ¿Dónde has dicho que vive?
—Ha dicho que vive cerca de unas ruinas. Y
no levantes más la voz —repuso Nee'lahn, mientras agarraba a Elena
por la muñeca.
El caballero se incomodó con la reprimenda y
su rostro se oscureció.
—Está bien. Bueno, niña... quiero decir,
Elena, ¿acaso son las ruinas de una antigua escuela?
—No dejan que nos acerquemos a ellas porque
hay miles de serpientes venenosas. Pero el tío Bol siempre está
hurgando entre las piedras y saca libros y cosas así.
—¿Y tu tío ha encontrado alguna vez algo...
poco usual? —preguntó Er'ril tras un bufido.
Elena se encogió de hombros y negó con la
cabeza.
—Nunca ha dicho algo así, de todos modos, es
algo reservado.
—Er'ril, ¿conoces el lugar? —preguntó
Nee'lahn.
—Estuve allí la última vez que vine por aquí
—dijo con las mandíbulas apretadas.
—¿Así que conoces el camino?
—Sí.
—Entonces, en cuanto Kral regrese con tus
caballos podremos ponernos en marcha. —Nee'lahn se volvió de
espaldas a Er'ril y miró directamente a Elena—. Mientras esperamos
tal vez podrías contarnos cómo terminó la historia con aquellos
hombres malvados.
Elena dio un golpecito en el suelo con el
pie; no tenía ganas de rememorar toda la historia, porque sentía
que el dolor todavía era muy reciente. Entonces Nee'lahn extendió
una mano y acarició con ella la mejilla de Elena.
—Tranquila. Er'ril es muy bueno con la
espada. No permitirá que nadie te haga daño. Pero para poder ayudar
a tu hermano tenemos que saber más cosas. Y quieres que lo
ayudemos, ¿no?
Elena dobló la cabeza y, mientras hablaba
con una voz tan baja que Er'ril tuvo que acercarse para oírla, no
la levantó.
—Ese hombre y el de la túnica vinieron a
nuestra granja la pasada noche... —Mientras contaba todo lo
ocurrido Elena se miró la mano, que ahora estaba normal. Omitió
deliberadamente lo referente a su mano roja—. Entonces Joach y yo
huimos antes de que los gusanos o el fuego nos alcanzaran. Pero
cuando llegamos a la ciudad nos estaban esperando y nos
atraparon.
—¿Sabes por qué os buscaban? —preguntó
Nee'lahn.
—No... yo, no... —Elena bajó la vista. Con
el rabillo del ojo observó que Nee'lahn y el caballero se
intercambiaban miradas llenas de desconfianza.
—Tal vez debería interrogar a nuestro
prisionero —dijo Er'ril por fin— y arrancarle la verdad.
—Creo que todos... —repuso Nee'lahn ceñuda,
señalando con disimulo a Elena, quien advirtió el gesto— hemos
tenido suficiente violencia por una tarde. ¿Por qué no esperamos a
que la chica esté con su tío para empezar con tu...
interrogatorio?
Er'ril frunció el entrecejo con disgusto,
pero finalmente cedió con un suspiro.
—De todos modos, deberíamos esperar a Kral.
Sus habilidades podrían resultarnos útiles.
—Elena, deberías descansar. Tenemos todavía
una buen trecho a caballo por delante —dijo Nee'lahn volviéndose
hacia ella.
Elena asintió y se fue hacia la sombra de
Mist. Manoseó el cabestro de la yegua para dar la impresión de
estar ocupada. ¿Por qué les había mentido? Al fin y al cabo, aunque
no habían podido salvar a Joach, la habían protegido a ella. Miró
de nuevo su mano derecha y escudriñó la palma. La rojez había
desaparecido, se había desvanecido en un abrir y cerrar de ojos,
como Joach. Se esforzó por no volver a llorar. Por mucho que odiara
pensar en que tenía un talento mágico, si aquel poder podía hacer
regresar a su hermano, aceptaría contenta aquella maldición. Bajó
la mano. Ahora todo parecía haber acabado.
El anochecer se aproximaba.
Er'ril se esforzaba por mantener la vista
clavada en el camino que cruzaba el bosque y vigilar la presencia
de peligros escondidos bajo las sombras moteadas. Sin embargo, su
mente aún evocaba la imagen del mago negro en el momento en que se
desvaneció de la calle. Er'ril no era capaz de comprender todas las
consecuencias de aquel encuentro. Se esforzó por dejar a un lado
esos pensamientos hasta que pudiera recopilarlos y analizarlos
atentamente, pero sus esfuerzos eran inútiles.
¿Cómo podía ser que Greshym estuviera vivo?
¿Acaso se lo había imaginado? No. Aquél era un rostro viejo, pero
aun así, el de Greshym. Intentó atravesar con la mente los años que
habían transcurrido desde aquella medianoche en la que se creó el
Libro en la posada. Recordó el vínculo que unía a Greshym y a su
hermano. Todavía percibía el respeto y el afecto que había
profesado por aquel anciano mago lisiado. ¿Cómo comparar ese
sentimiento con el odio que sentía ahora? Se estremeció al recordar
las artes oscuras que el mago dominaba. ¡Maldito embustero! ¿Qué
juego se había traído entre manos durante esa eternidad de
años?
¿Y qué había ocurrido con el Libro? ¿Qué
significaba todo aquello?
El caballo redujo la marcha al avanzar por
una cuesta empinada del camino y Er'ril le propinó una patada en el
flanco más fuerte de lo necesario. El caballo soltó un relincho y
corcoveó unos pasos. Er'ril acarició el cuello del animal para
calmarlo. Su rabia y frustración podían hacerle perder el control,
pero el caballo no tenía que pagar por eso.
Er'ril se giró sobre su silla y observó al
grupo. Una vez que Kral regresó con los caballos y los bártulos que
habían dejado en la posada, Er'ril los hizo avanzar a buen ritmo.
El posadero había intentado detener a Kral, proclamando a gritos
que el hombre de las montañas estaba robando las propiedades de
otros clientes. Pero como los guardas estaban ocupados con las
gentes airadas, no hicieron caso de los gritos del posadero. Kral
partió una mesa con el hacha y el posadero se apartó rápidamente
del paso del hombre de las montañas. En cuanto Kral hubo regresado,
Er'ril, temeroso de las repercusiones procedentes de la guarnición
de la ciudad, no quiso perder ni un minuto de luz de sol, que ya
menguaba. Por ello los hizo montar a todos y los condujo hacia las
tierras altas.
Detrás de él, Nee'lahn y Elena cabalgaban
juntas en la yegua de la niña. Kral y el prisionero iban montados
en uno de los enormes caballos de guerra del pueblo de las
montañas. La mirada feroz y los cascos calzados con metal lo
convertían en una montura que sólo un tonto intentaría
detener.
Nee'lahn advirtió la mirada de Er'ril y
señaló hacia adelante con la cabeza.
—Se avecina una tormenta. Es preciso que
lleguemos a casa del tío de Elena antes de que sea de noche.
Er'ril contempló a la niña. ¿Qué papel
desempeñaba en todo aquello? Sin duda, sólo era un instrumento
inconsciente, tal vez una virgen que se quería utilizar para algún
conjuro perverso. En el transcurso de sus viajes había oído
murmuraciones acerca de ese tipo de acciones malsanas. Se volvió a
girar hacia adelante sobre la silla y advirtió que unas nubes
negras estaban oscureciendo el sol de poniente. En cuanto lograra
desembarazarse de la niña, se concentraría en el asunto del mago.
Con un golpecito suave, animó al caballo a adoptar un paso más
rápido. Recuperar el niño era sólo una parte de su afán por
doblegar a Greshym. Aquel mago negro tenía que responder por muchas
cosas.
Conforme el grupo avanzaba hacia las tierras
altas, el bosque empezó a cambiar. Las hojas otoñales de los robles
y alisos, radiantes por los torios crepitantes de fuego que
albergaban, dieron paso a una alfombra verde de árboles alpinos de
hoja perenne. Un mar de hojas aciculadas desechadas abatía olas
amarillas al camino.
Er'ril no necesitaba que lo guiaran. Conocía
la ruta que llevaba a las ruinas enterradas del valle de Winter's
Eyrie. ¿Por qué alguien había construido su granja en un lugar tan
solitario y ventoso? A aquella altura, en invierno las nevadas
podían alcanzar el techo de una casa de dos pisos. Él sabía el
motivo por el cual la escuela se había erigido ahí: el aislamiento
era fundamental para entrenar a los novicios de la Orden. Además de
que así los estudiantes tenían pocos motivos para distraerse de sus
estudios, el aislamiento evitaba que las regiones habitadas
sufrieran daños derivados de los accidentes mágicos cometidos por los neófitos en
el arte.
Pero tras el abandono de Chi, ¿para qué
vivir allí?
Er'ril hizo que el caballo avanzara a medio
galope por una subida empinada; los cascos de su montura estuvieron
a punto de resbalar sobre el colchón liso de hojas de abeto. Se
detuvo en lo alto de la cuesta. En el pequeño valle que se extendía
ante él, una columna de humo solitaria se elevaba en el cielo del
anochecer. Las nubes negras procedentes de las montañas que había
detrás parecían atraídas por aquella columna, como las polillas por
la luz de una vela. La tormenta amenazaba. Entre las nubes asomaban
los destellos de los rayos.
Siguió con la vista el recorrido del humo
hasta su origen. En el valle se elevaba una granja de piedra cuya
chimenea desplegaba el olor del humo de la madera por el valle.
Er'ril percibió el calor acogedor que emanaba de la casa. La luz
amarillenta que salía por las pequeñas ventanas daba el toque final
a aquella sensación de bienvenida.
La yegua que llevaba a Nee'lahn y Elena
adelantó a su caballo.
—Es la casa de mi tío. Parece que está en
casa —afirmó la niña.
Er'ril arreó el caballo para que descendiera
por la pendiente que conducía a la granja.
—Esperemos que esté preparado para recibir
visitas.
Er'ril estudió con los labios apretados el
terreno circundante, escudriñando vías de escape y puntos desde los
que luchar si era preciso. Su experiencia como veterano en las
guerras contra Gul'gotha había convertido aquello en algo
instintivo, como el latido del corazón. 1 Estudió también la granja
del tal tío Bol. Al comprobar el estado
de la casa, Er'ril perdió algo de respeto hacia el hombre. Estaba
muy destartalada. El musgo se había apoderado de la madera. Las
puertas que daban a una pequeña cuadra oculta a un lado de la casa
colgaban inclinadas en las bisagras. Un pequeño redil con tres
cabras mostraba señales de mordeduras en los maderos de la cerca.
Tres cabezas con cuernos se asomaron por esos agujeros para
observar el paso de los recién llegados mientras proferían unos
balidos nada acogedores.
Er'ril movió la cabeza en señal de
desaprobación mientras recordaba el orden y la majestuosidad de la
granja de su familia en la planicie. Volvió la vista hacia las
montañas que se erguían detrás de la granja. Unas piedras
desmoronadas dispuestas en líneas rectas poco naturales sobresalían
en una pendiente cercana. Recordó las galerías de pasillos y
dormitorios de la academia de la Orden. Aquellas piedras
derrumbadas eran un vestigio mudo del antiguo lugar de
estudio.
De repente, la puerta de la casa se abrió,
arrojando luz sobre los tres caballos. La silueta de un hombre de
pie se recortó con la luz de una chimenea.
—¿A qué estáis esperando? ¡Rápido! La
tormenta está a punto de estallar.
El hombre agitó un brazo y desapareció en el
interior. Elena descabalgó de un salto de la yegua y los miró a
todos con expresión de extrañeza.
—Mi tío no acostumbra ser tan agradable con
la gente.
—Pero por lo menos parece que nos estaba
esperando —repuso Er'ril preso de una cautela súbita.
En cuanto hubieron descabalgado y entraron
en la granja, su nerviosismo se acentuó. Tras aquel largo viaje por
las frías tierras altas, el calor de la granja sofocaba los
pulmones. Sin embargo, Er'ril no le dio gran importancia, pues su
atención se centró en la mesa del comedor, profusamente servida.
Tres largas velas sobresalían como islas en un mar humeante de
comida: ternera asada, patatas rojas hervidas y una sopa espesa de
lentejas con una hogaza de pan a la pimienta tan grande como su
cabeza. Unas bandejas de zanahorias y otras de guisantes adornaban
la mesa entre tazones de zarzamoras. Había seis copas de ko'koa
dispuestas delante de seis platos planos.
—Sentaos, sentaos —dijo el hombre de pelo
cano, mientras colocaba los tazones sobre los platos para servir la
sopa. Se detuvo un momento para darle a Elena un beso en la
frente—. Apenas he tenido tiempo. Fila se enfadaría mucho si no
hiciera las cosas como ella me dijo que las hiciera.
—Tío..., tío Bol —dijo la niña con suavidad
tomando al anciano de la mano—, traigo malas noticias. Fila ha
muerto.
El apartó su mano de las de Elena y le
acarició la mejilla.
—Sí, claro, ya lo sabía. No importa. ¡Ahora,
sentaos! Si no, se va a enfriar todo.
Er'ril logró hablar por fin.
—¿Esperaba invitados? ¿Invitados? —El
anciano se rascó la cabeza con un dedo manchado de tinta—. Oh, no,
no. Te estaba esperando a ti, Er'ril de Standi.