CAPITULO 18

Mogweed permanecía acurrucado bajo el saliente. No había duda de que Fárdale había recibido un golpe fuerte en la cabeza contra una roca mientras luchaba contra el rastreador. La bestia que había ahí fuera nó podía ser si'lura. Por mucho que Fárdale insistiera, no se movería para ver mejor los ojos del ogro. No estaba dispuesto a ponerse al alcance del brazo de aquel ser. Prefería permanecer oculto y morir de hambre que permitir que su cuerpo tuviera el mismo final que el del rastreador muerto.
Sin embargo, las palabras siguientes del ogro lo tranquilizaron.
—¿Cómo es posible que tus pensamientos de lobo estén en mi cabeza? —preguntó el ogro con una voz que parecía proceder de una garganta llena de piedras toscas—. ¿Qué truco es éste?
¿El ogro oía a Fárdale? Mogweed se dispuso a salir de su escondite, lo suficiente para echar un vistazo al exterior. Había dejado de llover, y unos pocos claros entre las nubes iluminaban el paisaje mojado. Miró al ogro que tenía sólo a unos pasos. Sus rasgos pétreos estaban empañados por una expresión de cautela. Permanecía sentado entre los restos del rastreador, vestido sólo con un taparrabos de piel y una bolsa atada a la pierna. Era igual que las ilustraciones de ogros que había visto, pero éste no parecía tan malvado y deforme como sugerían esos esbozos. Tal vez los dibujos exageraban. Aquél era el primer ogro que veía, bueno, si es que realmente lo era.
Observó los ojos rasgados. Fárdale estaba en lo cierto. Podía ser si'lura... Pero aquel ser era enorme. Los si'lura no podían aumentar su tamaño al modificar su forma. La carne es carne. El peso de un si'lura era siempre igual; independientemente de la forma que escogiera —ciervo, zorro, oso, hombre o águila de las montañas—, su tamaño era el mismo.
Fárdale se volvió a mirar a Mogweed. Tenía los ojos brillantes de curiosidad. Los pensamientos de Fárdale penetraron en Mogweed: Un zorro reconoce el aullido de su manada.
¡El ogro sentía la presencia de su hermano! Mogweed se arrastró a gatas hacia adelante. ¿Cómo podía ser? Aquel ogro por lo menos les triplicaba el peso. Ningún si'lura había alcanzado tal tamaño.
—Sal, hombrecito. No tenga miedo. Yo no va a comerte.
Mogweed se dio cuenta de que los ojos del ogro lo habían distinguido entre las sombras oscuras y lo observaban directamente. Tenía que tener una vista muy aguda, sobre todo debido a la vida en las cavernas.
—Ven —atronó la voz.
Mogweed no se movió y se mantuvo parcialmente oculto detrás de Fárdale. Sin embargo, las palabras del ogro habían tranquilizado de algún modo el temor que le atenazaba el corazón. Entonces logró soltar la lengua.
—¿Qué quieres de nosotros? —exclamó con una voz que, comparada con la del ogro, parecía un gritito agudo.
—Sales aquí fuera. Yo entonces ver a ti mejor.
Mogweed se puso tenso. Fárdale se volvió para mirar a su hermano. Un halcón con el ala rota no puede volar. Los animales felinos del bosque rondan por los arbustos. Fárdale decía que, si pretendían atravesar el territorio de los ogros, necesitarían ayuda.
Fárdale dio un salto sobre sus tres patas hacia el enorme ser dejando espacio para que Mogweed pudiera salir. Mogweed aún vacilaba. Sabía que no tenía elección, pero sus piernas se negaban a moverse.
—Yo no va a hacerte ningún mal, hombrecito. Te da mi palabra.
El ogro levantó una de las garras ensangrentadas y la colocó en el pecho. Sus palabras tenían un deje de pena y abatimiento. Por fin la voz, más que las palabras, logró que las piernas de Mogweed se movieran.
Saltó del saliente y se irguió para observar al ogro de frente. Al contemplar su cara chata y aplastada, con la nariz enorme y los labios tan gruesos, Mogweed no pudo ocultar una mueca de disgusto. La mole de músculos y huesos paralizó la lengua de Mogweed.
Fárdale lo empujó suavemente con el hocico. Mogweed lo apartó con un golpe suave. ¿Qué se le puede decir a un ogro?
Fárdale se ofendió de forma ostentosa y se estiró sobre la piedra mojada. El lobo volvió la vista al ogro. Mogweed sintió la presencia de un mensaje. Pero los pensamientos de Fárdale no se dirigían a él. Mogweed observó que el ogro levantaba una garra y se rascaba la frente gruesa. Luego meneó la cabeza.
—¿Valle lejano? —musitó el ogro—. ¿Qué es eso?
Mogweed, al comprender la intención de su hermano, habló con su voz aguda.
—Es el nombre del lobo, valle lejano, Fárdale. Se comunica por imágenes.
—¿Los lobos hacen eso?
—No. —La confianza de Mogweed iba en aumento al ver que el ogro no parecía querer atacarlos—. El no es un lobo. Es mi hermano. Mi nombre es Mogweed.
—Yo, Tol'chuk. —El ogro movió la cabeza en señal de saludo—. ¿Cómo puedes ser este lobo tu hermano?
—Somos si'lura, mutantes. Entre nosotros hablamos mediante el espíritu.
Tol'chuk retrocedió. Su voz atronó entre las piedras.
—¡Son tu'tura! ¡Embusteros! ¡Ladrones de niños!
—¡Eso es mentira! Sólo somos un pueblo que habita en el bosque que ha sido calumniado por las demás razas. No hacemos daño a nadie y vivmos en paz.
Una punzada de rabia le había atravesado el miedo. Mogweed estaba indignado. ¿Por qué su gente era perseguida?
Sus palabras hicieron mella en el ogro. Mogweed observó que Tol'chuk fruncía el entrecejo sumido en sus pensamientos. Cuando volvió a hablar, su voz era mucho más suave.
—1Yo ha oído verdad en tus palabras. Lo siente. Yo oye historias malas.
—No todas las historias son ciertas.
—Hoy he aprendido esto muchas veces. —El ogro estaba abatido y tenía los hombros hundidos.
—Lo único que queremos es pasar por aquí. Esa bestia que has matado nos condujo hacia tu territorio. Por favor, permite que pasemos.
—Yo no os detiene, pero no sobreviviréis en nuestro territorio si va solos. Las tribus de los ogros os darán caza antes de que logres pasar.
Mogweed se estremeció.
—Incluso ahora, los gritos de esta bestia han llegado a mis hermanos. —Señaló los huesos esparcidos del rastreador—. Pronto su sangre atraerá a muchos, muchos ogros y éstos os comen.
Al oír estas palabras, Fárdale se puso de pie y se acercó a su hermano. Mogweed se quedó sin aliento. ¡Los ogros iban hacía allí!
Tol'chuk pareció notar el pánico de Mogweed y habló con suavidad.
—Esta noche yo tiene que abandonar mis tierras. Si quieres, pueden venir conmigo. Yo protege y ayuda a ocultarse en este territorio.
¿Viajar con un ogro? Mogweed tenía la boca seca. Fárdale lo miró y Mogweed recibió el mensaje de su hermano: Una manada es más fuerte si su tamaño crece.
Mogweed asintió sin apenas darse cuenta, pero no podía apartar su vista de los enormes colmillos del ogro que tenía delante. Esperemos, que la manada no sea engullida por uno de sus miembros, pensó.
Tol'chuk contempló a los dos hermanos desde el lado opuesto de la hoguera. Habían avanzado bien durante la noche antes de detenerse por fin a descansar unas pocas horas antes de la salida del sol. El hermano lobo yacía enroscado con el hocico hundido en la cola empapada. La pata delantera entablillada le sobresalía señalando la hoguera chisporroteante. Tol'chuk observó su respiración regular. Fárdale casi estaba dormido.
Un movimiento llamó la atención de Tol'chuk. El hermano yacía abrigado con una manta más lejos de la hoguera, pero no dormía pues la luz de la hoguera se reflejaba en los ojos abiertos. Ese Mogweed se había mantenido en una actitud cautelosa con respecto a Tol'chuk durante todo el trayecto.
—Tú necesita dormir. Yo vigila. Yo no necesita dormir mucho —dijo Tol'chuk en voz baja, esforzándose por emplear la lengua común.
—No tengo sueño.
Sin embargo, la voz de Mogweed sonaba rota de cansancio. Tenía los ojos rojos y ojeras. Tol'chuk lo miró atentamente. La raza de los humanos era muy frágil. Unos brazos menudos, como las ramas en ciernes de los árboles jóvenes, y un pecho tan pequeño que uno se preguntaba cómo eran capaces de respirar. Habló a Mogweed para invitarlo a que durmiera.
—Día duro es mañana. Hay dos días más de viaje largo para atravesar el paso y abandonar la tierra de mi gente.
—Y entonces, ¿qué?
Tol'chuk arrugó la frente con preocupación.
—Yo no lo sabe. Busca respuestas. Cuando yo encuentra a vosotros, espera una señal, un significado de nuestro encuentro. Pero sólo eres viajadores perdidos.
—Nosotros también buscamos respuestas —musitó Mogweed hacia la hoguera tras un bostezo.
—¿A qué?
—A por qué no podemos cambiar de forma.
—¿Vosotros no puede cambiar?
—No. Hubo un... accidente... y nos quedamos atrapados en estos cuerpos. Mi hermano y yo, igual que tú, viajamos para descubrir el modo de liberar nuestros cuerpos. Buscamos una ciudad con vestigios de magia en los territorios de los humanos, una ciudad llamada A'loa Glen.
—El viaje que emprende es peligroso. ¿Por qué no sois felices como están?
Tol'chuk observó que Mogweed torcía los labios en señal de desdén ante la pregunta.
—Somos si'lura. Si permanecemos en una forma durante más de catorce lunas, vamos olvidando nuestro origen como si'lura mientras nos convertimos en ese cuerpo. No quiero olvidar quién soy ni de dónde procedo y, lo más importante, no quiero ser un humano para siempre.
Mogweed había hablado tan alto que Fárdale se agitó en su sueño. Era evidente que aquél era un tema muy importante para Mogweed. Tol'chuk hizo una mueca con la cara y luego se rascó la barbilla con una garra. Cuando volvió a hablar, intentó cambiar el curso de la conversación.
—Tu lobo... quiere decir, tu hermano... me envía siempre la misma imagen: un lobo que ve a otro lobo. Una y otra vez. Yo no entiende esta imagen.
Mogweed vaciló. La pausa se prolongó. Si no fuera por el reflejo de la hoguera que mostraba los ojos abiertos de Mogweed, Tol'chuk hubiera creído que estaba dormido. Por fin, Mogweed habló:
—¿Todos los ogros son como tú?
Aquella pregunta sorprendió a Tol'chuk. ¿Acaso sus deformidades eran tan evidentes que cualquier otra raza podía adivinar su fealdad?
—No —dijo por fin—. Soy mestizo. En mí hay una mezcla de sangre humana y de ogro.
—Te equivocas, ogro. —En aquellas palabras se percibía cierto regocijo amargo—. No eres medio humano, eres medio si'lura.
—¿Qué está diciendo?
—Conozco los cazadores y los otros humanos de los Altos Occidentales. Por tus venas no fluye sangre de los humanos. Ninguna raza de los muchos territorios existentes es capaz de oír el lenguaje del espíritu de los si'lura. Tú, en cambio, sí. Tus ojos... son iguales que los nuestros. Tienes que tener sangre si'lura, no humana.
Tol'chuk permaneció sentado, inmóvil. El corazón latió más lentamente y de repente el suelo le heló los huesos. Se acordó de la respuesta que la Tríada había susurrado cuando él habló sobre su sangre impura:
no sabe. Si conocían su verdadero origen, ¿por qué no se lo habían dicho?
Tol'chuk se estremeció. Las palabras de Mogweed parecían ciertas..., sobre todo si consideraba lo débiles y pequeños que eran los humanos. Una hembra humana no podría resistir el apareamiento con un ogro. Incluso las hembras de ogro, que no pesaban más que un humano, tenían los huesos grandes y gruesos. Una hembra humana no podía resistir el envite y el vigor de un ogro adulto en celo. Incluso había hembras de ogro muy bien dispuestas que habían muerto aplastadas y rotas por machos excitados. Por eso un macho mantenía un harén de hembras pequeñas: si una moría aplastada, siempre quedaba otra.
Tol'chuk bajó la cabeza, la colocó entre las manos y sintió que le daba vueltas. Un si'lura con la forma de una hembra de ogro podía haber resistido a su enorme padre. La cuestión era si lo había hecho de forma deliberada o si se había quedado atrapada en la forma de ogro y había olvidado su pasado de si'lura. Tol'chuk nunca lo sabría. Su madre había muerto al dar a luz, por lo menos, eso le habían dicho. De todos modos, ¿dónde estaba la verdad?
Mogweed notó la sorpresa de Tol'chuk. La lengua se le pegó al paladar; tenía miedo de haberlo ofendido.
—Siento si...
Tol'chuk tuvo que levantar una mano para tranquilizarlo, porque tenía las mandíbulas paralizadas y no podía hablar. Las palabras se le habían quedado atrancadas en la garganta. Sólo podía mirar en silencio a los dos hermanos al otro lado de la hoguera. Aquélla también era su tribu. Observó la mirada inquieta de Mogweed. De nuevo, al igual que entre los ogros, nunca sería completamente aceptado allí. Su mitad de ogro sería siempre algo molesto y amenazador para su grupo.
Tol'chuk observó que Mogweed se acomodaba entre las sábanas y se colocaba un ángulo de lana sobre la cabeza. Tol'chuk estaba aturdido. Durante aquella noche ni la hoguera proporcionaba calor. Miró las pocas estrellas que brillaban entre los claros de las nubes. El fuego estallaba en chispas mientras devoraba leños.
Nunca se había sentido tan solo.
A la tarde siguiente, Tol'chuk se arrepintió de sus lamentos de soledad; de pronto, los caminos de las montañas resultaron demasiado concurridos. Las palabras de Mogweed aguijonearon el pensamiento de Tol'chuk durante toda la noche. Sólo la distracción matutina de levantar el campamento logró sacarlo de su asombro. El estado de consternación creciente y la falta de descanso socavaron la cautela extrema de Tol'chuk. Así, antes de que el ogro tuviera tiempo de ocultar a sus compañeros, tres ogros los atacaron desde una escarpadura a sotavento situada en el camino de la montaña.
Clavó la vista en los tres ogros de la tribu Ku'ukla, precisamente la que había matado a su padre durante la guerra. Los tres eran musculosos y tenían el cuerpo lleno de cicatrices, lo cual probaba que habían visto muchas batallas y estaban bien curtidos en la lucha. El jefe de la manada se irguió por encima de Tol'chuk.
—¡Pero si es el mestizo de la tribu Toktala! —dijo el ogro gigante con un gruñido. Señaló a Tol'chuk con un leño de roble que llevaba en su mano desocupada—. Parece que incluso un mestizo es capaz de capturar alguna presa por estos caminos.
Tol'chuk se colocó delante del acobardado Mogweed. Fárdale, apoyado sobre sus tres patas sanas, se apostó junto al grueso muslo de Tol'chuk mientras gruñía a la banda de ogros. Tol'chuk mantenía una mano doblada en un puño sobre la piedra mojada para mantener en lo posible la forma real de ogro. Si había algún modo de sobrevivir a aquel ataque, era no provocar su aversión. Aliviado por poder utilizar de nuevo el idioma de los ogros, se esforzó en adoptar el tono gutural más masculino.
—No son comida. Están bajo mi protección.
—¿Desde cuándo un ogro sigue las órdenes de un humano? —Al decir eso, el jefe de la manada abrió la boca y mostró los colmillos en uña expresión de amenaza divertida—. ¿Acaso tu mitad humana se está apoderando de tu mitad de ogro?
—Yo soy un ogro. —Tol'chuk dejó ver un trozo de colmillo de su boca en señal de que las palabras del jefe de la manada podrían obtener respuesta.
Sin embargo, su gesto sólo sirvió para divertir al inmenso ogro.
—¿Así que el hijo de Len'chuk se cree mejor que su padre? No es bueno amenazar a quien envió a tu padre a la caverna de los espíritus.
Tol'chuk se irguió y los músculos del cuello se le hincharon. Si aquellas palabras eran ciertas, tenía frente a él al asesino de su padre. Recordó que la Tríada le había dicho que el Corazón lo conduciría a donde tenía que estar. Tol'chuk mostró los colmillos por completo.
Al verlo, la expresión divertida de los ojos brillantes del jefe de la manada se desvaneció y se convirtió en una amenaza.
—No quieras más de lo que puedes, pequeño mestizo. Si nos das tu presa dejaré pasar esta afrenta y te perdonaré la vida. —El jefe de la manada señaló con los ojos al lobo y a Mogweed—. Serán un estofado delicioso.
Aunque hablaban en el idioma de los ogros, a Mogweed le pareció entender algo de lo que decían. O tal vez fuera la mirada hambrienta del jefe de la manada. Sea como fuere, Mogweed gimió y se escondió más detrás de ToPchuk. Fárdale estaba en guardia, pero sus gruñidos se volvieron más graves.
—Están bajo mi protección —repitió Tol'chuk—. Tienen que salir ilesos de aquí.
—Sólo una pelea puede decidir eso —espetó el jefe. Dejó caer el leño al suelo del camino. El golpe resonó en las cumbres que los rodeaban.
Tol'chuk miró sus manos vacías. No tenía armas. Mostró sus manos vacías.
—Entonces, que sea una lucha de garras.
—La primera ley de la guerra, mestizo, es no abandonar jamás la posición de superioridad —cacareó el gigante mientras volvía a recoger el leño.
Tol'chuk frunció el entrecejo. ¿Qué oportunidades tenía de vencer si luchaba contra un oponente armado?
—Así que ése es el honor de la tribu Ku'ukla.
—¿Qué es el honor? El único honor verdadero es la victoria. La tribu Ku'ukla prevalecerá sobre todas las demás.
Mientras el jefe de la manada gruñía y se preparaba para atacar, Tol'chuk escudriñó rápidamente el camino en busca de un arma: una piedra, un palo, cualquier cosa. Pero la lluvia de la noche se había llevado todos los escombros del camino. No tenía nada a mano.
Entonces se acordó. Sí tenía un arma: la piedra. Abrió la bolsa que llevaba colgada del muslo y sacó de ella una enorme piedra del corazón.
El jefe de la manada vio la piedra que Tol'chuk llevaba en la mano. Al reconocerla, los ojos se le agrandaron.
—¡Piedra del corazón! —La avaricia se apoderó de su cuerpo—. ¡Dámela y dejaré pasar!
—No.
El jefe de la manada profirió un rugido de rabia y blandió en alto el tronco de roble. Tol'chuk apartó a Mogweed y Fárdale y se dispuso a enfrentarse con el gigante, utilizando la piedra como arma. Ya había matado antes con piedras, tal vez así lograría vencer.
Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de saberlo. Al levantar el Corazón de los Ogros, un rayo de luz del sol atravesó las nubes por encima y dio contra la piedra. Al posarse en ella, el rayo de sol se desplegó en miles de colores.
Deslumhrado por la luz tan intensa, Tol'chuk cubrió los ojos para protegerse del brillo y observó que el jefe de la manada estaba bañado en la luz del Corazón. Un humo suave se desprendía del cuerpo del gigante, que durante unos instantes mantuvo la forma de ogro. A continuación, como si fuera el hollín de un fuego posándose en una chimenea, el humo fino fue absorbido por la piedra y desapareció en el interior de su brillo.
En cuanto el humo hubo desaparecido, las nubes se cernieron sobre sus cabezas, el sol desapareció y la piedra perdió su brillo.
Tol'chuk y los dos otros ogros permanecieron quietos como estatuas de granito mientras el cuerpo del jefe de la manada se balanceaba durante unos instantes y luego caía sobre el camino. El leño rodó de sus garras inertes.
Había muerto.
Los otros dos ogros tenían los ojos abiertos de par en par. Entonces, como si obedecieran a una señal invisible, los dos se dieron la vuelta a la vez y huyeron corriendo del camino.
Mogweed se acercó a Tol'chuk.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó con los ojos clavados en la piedra.
—Justicia.
Tol'chuk tenía la mirada clavada en el cuerpo muerto del asesino de su padre.
Durante los dos días siguientes, Mogweed advirtió un cambio en la actitud de Tol'chuk. Viajaban preferentemente de noche para no ser avistados por otras tribus de ogros. Sin embargo, incluso en la oscuridad, Mogweed observó que el ogro avanzaba pesadamente, como si soportara una carga muy pesada en la espalda. Apenas hablaba y mantenía la mirada distante. Ni siquiera respondía a los mensajes que Fárdale le enviaba.
Tol'chuk sabía de dónde procedía. ¿Cómo podía afectarle tanto una noticia así?
Mogweed había olvidado sus inquietudes con respecto al ogro. Se sentía aliviado porque aquella tarde habían logrado atravesar el territorio de los ogros y estaban en territorios más seguros. Tenían delante de ellos la cumbre del paso de la Dentellada. Más allá de aquella estribación se encontraban los territorios del este... las tierras de los humanos.
A pesar de que la caída de la noche estaba próxima y pronto tendrían que preparar el campamento, Tol'chuk avanzaba pesadamente a la cabeza de los demás en dirección hacia la cúspide de la estribación. Como un perro entrenado, Fárdale iba a la zaga.
Mogweed observó que su hermano andaba con dificultad por la roca. La pata delantera herida le impedía ir a buen paso, pero no lo detenía.
Hacía mucho tiempo que aparentemente nada lo detenía. Mogweed palpó un lado de la bolsa de piel que llevaba a la espalda y notó el tacto del hierro del bozal del rastreador muerto. Cuando los demás tenían la vista puesta en otro lugar, lo había recogido disimuladamente. Podría resultarle útil alguna vez si tenía que controlar a Fárdale. Tocó el utensilio. Lo mejor era estar preparado.
Mogweed se detuvo junto a una piedra y miró las colinas del este. Las sombras de los picos se extendían sobre la tierra mientras el sol se ponía detrás.
A partir de ahí todos los caminos iban hacia abajo.
Fárdale levantó el hocico hacia la brisa que venía de las tierras más bajas. Incluso el débil olfato de Mogweed era capaz de distinguir el olor de la sal procedente del mar lejano. Era un olor muy extraño y fascinante, muy distinto al de su hogar. Pero había algo que también ocupaba el aire y casi se sobreponía a los aromas más sutiles. Era un olor más habitual.
—Huelo a humo —dijo Mogweed.
—Humo viejo —apuntó Tol'chuk con una voz más fuerte de lo que había sido durante los últimos días. Inspiró profundamente el olor en la garganta para analizarlo—. Es fuego de un día, por lo menos.
—¿Es seguro proseguir? —La piel de Mogweed se estremecía ante la perspectiva de un fuego en el bosque.
El ogro asintió y luego dijo:
—Y ahora que nosotros ya está fuera territorio de los ogros, ha llegado el momento de separarnos.
Cuando Mogweed se disponía a decir unas palabras de agradecimiento, Tol'chuk dio un súbito respingo y se agarró el pecho con la mano.
—¿Qué te sucede? —preguntó Mogweed, mirando a izquierda y derecha en busca del peligro. Fárdale saltó desde la piedra y acudió junto a Tol'chuk. Luego el lobo colocó una pata sobre la pierna del ogro en un gesto de preocupación.
Tol'chuk se irguió y bajó la mano hacia su bolsa. De entre sus pertenencias sacó la joya enorme que había matado al ogro. Ahora ésta relucía en la semioscuridad con un brillo rojo. La luz hería la vista. A continuación, la luz disminuyó dentro de la piedra y dejó de brillar, como las brasas que se enfrían después de una cena.
—¿Qué es eso? Nunca nos lo has dicho —Mogweed intentó disimular la codicia en el tono de su voz. Aquella joya tenía que ser extremadamente valiosa. Podría ser útil si tenían que negociar en los territorios de los humanos.
—Piedra del corazón. —Tol'chuk volvió a colocar la joya en la bolsa—. Una piedra sagrada de mi pueblo.
—¿Y ese brillo? —Mogweed tenía la vista clavada en la bolsa—. ¿Por qué hace eso? ¿Qué significa?
—Es una señal. Los espíritus indican que debo proseguir.
—¿Hacia dónde?
Tol'chuk señaló hacia la amplia extensión en las estribaciones situadas al este de los picos. Unos remolinos de humo a lo lejos se levantaban bajo la luz tenue.
—Si me lo permitís, viajaré con vosotros por el territorio de los humanos. Parece que nuestros caminos todavía no tienen que separarse. Ahí delante se encuentran las respuestas que buscamos.
—O nuestra condena —murmuró Mogweed.