CAPITULO 18
Mogweed permanecía acurrucado bajo el
saliente. No había duda de que Fárdale había recibido un golpe
fuerte en la cabeza contra una roca mientras luchaba contra el
rastreador. La bestia que había ahí fuera nó podía ser si'lura. Por
mucho que Fárdale insistiera, no se movería para ver mejor los ojos
del ogro. No estaba dispuesto a ponerse al alcance del brazo de
aquel ser. Prefería permanecer oculto y morir de hambre que
permitir que su cuerpo tuviera el mismo final que el del rastreador
muerto.
Sin embargo, las palabras siguientes del
ogro lo tranquilizaron.
—¿Cómo es posible que tus pensamientos de
lobo estén en mi cabeza? —preguntó el ogro con una voz que parecía
proceder de una garganta llena de piedras toscas—. ¿Qué truco es
éste?
¿El ogro oía a Fárdale? Mogweed se dispuso a
salir de su escondite, lo suficiente para echar un vistazo al
exterior. Había dejado de llover, y unos pocos claros entre las
nubes iluminaban el paisaje mojado. Miró al ogro que tenía sólo a
unos pasos. Sus rasgos pétreos estaban empañados por una expresión
de cautela. Permanecía sentado entre los restos del rastreador,
vestido sólo con un taparrabos de piel y una bolsa atada a la
pierna. Era igual que las ilustraciones de ogros que había visto,
pero éste no parecía tan malvado y deforme como sugerían esos
esbozos. Tal vez los dibujos exageraban. Aquél era el primer ogro
que veía, bueno, si es que realmente lo era.
Observó los ojos rasgados. Fárdale estaba en
lo cierto. Podía ser si'lura... Pero aquel ser era enorme. Los
si'lura no podían aumentar su tamaño al modificar su forma. La
carne es carne. El peso de un si'lura era siempre igual;
independientemente de la forma que escogiera —ciervo, zorro, oso,
hombre o águila de las montañas—, su tamaño era el mismo.
Fárdale se volvió a mirar a Mogweed. Tenía
los ojos brillantes de curiosidad. Los pensamientos de Fárdale
penetraron en Mogweed: Un zorro reconoce el
aullido de su manada.
¡El ogro sentía la presencia de su hermano!
Mogweed se arrastró a gatas hacia adelante. ¿Cómo podía ser? Aquel
ogro por lo menos les triplicaba el peso. Ningún si'lura había
alcanzado tal tamaño.
—Sal, hombrecito. No tenga miedo. Yo no va a
comerte.
Mogweed se dio cuenta de que los ojos del
ogro lo habían distinguido entre las sombras oscuras y lo
observaban directamente. Tenía que tener una vista muy aguda, sobre
todo debido a la vida en las cavernas.
—Ven —atronó la voz.
Mogweed no se movió y se mantuvo
parcialmente oculto detrás de Fárdale. Sin embargo, las palabras
del ogro habían tranquilizado de algún modo el temor que le
atenazaba el corazón. Entonces logró soltar la lengua.
—¿Qué quieres de nosotros? —exclamó con una
voz que, comparada con la del ogro, parecía un gritito agudo.
—Sales aquí fuera. Yo entonces ver a ti
mejor.
Mogweed se puso tenso. Fárdale se volvió
para mirar a su hermano. Un halcón con el ala
rota no puede volar. Los animales felinos del bosque rondan por los
arbustos. Fárdale decía que, si pretendían atravesar el
territorio de los ogros, necesitarían ayuda.
Fárdale dio un salto sobre sus tres patas
hacia el enorme ser dejando espacio para que Mogweed pudiera salir.
Mogweed aún vacilaba. Sabía que no tenía elección, pero sus piernas
se negaban a moverse.
—Yo no va a hacerte ningún mal, hombrecito.
Te da mi palabra.
El ogro levantó una de las garras
ensangrentadas y la colocó en el pecho. Sus palabras tenían un deje
de pena y abatimiento. Por fin la voz, más que las palabras, logró
que las piernas de Mogweed se movieran.
Saltó del saliente y se irguió para observar
al ogro de frente. Al contemplar su cara chata y aplastada, con la
nariz enorme y los labios tan gruesos, Mogweed no pudo ocultar una
mueca de disgusto. La mole de músculos y huesos paralizó la lengua
de Mogweed.
Fárdale lo empujó suavemente con el hocico.
Mogweed lo apartó con un golpe suave. ¿Qué se le puede decir a un
ogro?
Fárdale se ofendió de forma ostentosa y se
estiró sobre la piedra mojada. El lobo volvió la vista al ogro.
Mogweed sintió la presencia de un mensaje. Pero los pensamientos de
Fárdale no se dirigían a él. Mogweed observó que el ogro levantaba
una garra y se rascaba la frente gruesa. Luego meneó la
cabeza.
—¿Valle lejano? —musitó el ogro—. ¿Qué es
eso?
Mogweed, al comprender la intención de su
hermano, habló con su voz aguda.
—Es el nombre del lobo, valle lejano,
Fárdale. Se comunica por imágenes.
—¿Los lobos hacen eso?
—No. —La confianza de Mogweed iba en aumento
al ver que el ogro no parecía querer atacarlos—. El no es un lobo.
Es mi hermano. Mi nombre es Mogweed.
—Yo, Tol'chuk. —El ogro movió la cabeza en
señal de saludo—. ¿Cómo puedes ser este lobo tu hermano?
—Somos si'lura, mutantes. Entre nosotros
hablamos mediante el espíritu.
Tol'chuk retrocedió. Su voz atronó entre las
piedras.
—¡Son tu'tura! ¡Embusteros! ¡Ladrones de
niños!
—¡Eso es mentira! Sólo somos un pueblo que
habita en el bosque que ha sido calumniado por las demás razas. No
hacemos daño a nadie y vivmos en paz.
Una punzada de rabia le había atravesado el
miedo. Mogweed estaba indignado. ¿Por qué su gente era
perseguida?
Sus palabras hicieron mella en el ogro.
Mogweed observó que Tol'chuk fruncía el entrecejo sumido en sus
pensamientos. Cuando volvió a hablar, su voz era mucho más
suave.
—1Yo ha oído verdad en tus palabras. Lo
siente. Yo oye historias malas.
—No todas las historias son ciertas.
—Hoy he aprendido esto muchas veces. —El
ogro estaba abatido y tenía los hombros hundidos.
—Lo único que queremos es pasar por aquí.
Esa bestia que has matado nos condujo hacia tu territorio. Por
favor, permite que pasemos.
—Yo no os detiene, pero no sobreviviréis en
nuestro territorio si va solos. Las tribus de los ogros os darán
caza antes de que logres pasar.
Mogweed se estremeció.
—Incluso ahora, los gritos de esta bestia
han llegado a mis hermanos. —Señaló los huesos esparcidos del
rastreador—. Pronto su sangre atraerá a muchos, muchos ogros y
éstos os comen.
Al oír estas palabras, Fárdale se puso de
pie y se acercó a su hermano. Mogweed se quedó sin aliento. ¡Los
ogros iban hacía allí!
Tol'chuk pareció notar el pánico de Mogweed
y habló con suavidad.
—Esta noche yo tiene que abandonar mis
tierras. Si quieres, pueden venir conmigo. Yo protege y ayuda a
ocultarse en este territorio.
¿Viajar con un ogro? Mogweed tenía la boca
seca. Fárdale lo miró y Mogweed recibió el mensaje de su hermano:
Una manada es más fuerte si su tamaño
crece.
Mogweed asintió sin apenas darse cuenta,
pero no podía apartar su vista de los enormes colmillos del ogro
que tenía delante. Esperemos, que la manada
no sea engullida por uno de sus miembros, pensó.
Tol'chuk contempló a los dos hermanos desde
el lado opuesto de la hoguera. Habían avanzado bien durante la
noche antes de detenerse por fin a descansar unas pocas horas antes
de la salida del sol. El hermano lobo yacía enroscado con el hocico
hundido en la cola empapada. La pata delantera entablillada le
sobresalía señalando la hoguera chisporroteante. Tol'chuk observó
su respiración regular. Fárdale casi estaba dormido.
Un movimiento llamó la atención de Tol'chuk.
El hermano yacía abrigado con una manta más lejos de la hoguera,
pero no dormía pues la luz de la hoguera se reflejaba en los ojos
abiertos. Ese Mogweed se había mantenido en una actitud cautelosa
con respecto a Tol'chuk durante todo el trayecto.
—Tú necesita dormir. Yo vigila. Yo no
necesita dormir mucho —dijo Tol'chuk en voz baja, esforzándose por
emplear la lengua común.
—No tengo sueño.
Sin embargo, la voz de Mogweed sonaba rota
de cansancio. Tenía los ojos rojos y ojeras. Tol'chuk lo miró
atentamente. La raza de los humanos era muy frágil. Unos brazos
menudos, como las ramas en ciernes de los árboles jóvenes, y un
pecho tan pequeño que uno se preguntaba cómo eran capaces de
respirar. Habló a Mogweed para invitarlo a que durmiera.
—Día duro es mañana. Hay dos días más de
viaje largo para atravesar el paso y abandonar la tierra de mi
gente.
—Y entonces, ¿qué?
Tol'chuk arrugó la frente con
preocupación.
—Yo no lo sabe. Busca respuestas. Cuando yo
encuentra a vosotros, espera una señal, un significado de nuestro
encuentro. Pero sólo eres viajadores perdidos.
—Nosotros también buscamos respuestas
—musitó Mogweed hacia la hoguera tras un bostezo.
—¿A qué?
—A por qué no podemos cambiar de
forma.
—¿Vosotros no puede cambiar?
—No. Hubo un... accidente... y nos quedamos
atrapados en estos cuerpos. Mi hermano y yo, igual que tú, viajamos
para descubrir el modo de liberar nuestros cuerpos. Buscamos una
ciudad con vestigios de magia en los territorios de los humanos,
una ciudad llamada A'loa Glen.
—El viaje que emprende es peligroso. ¿Por
qué no sois felices como están?
Tol'chuk observó que Mogweed torcía los
labios en señal de desdén ante la pregunta.
—Somos si'lura. Si permanecemos en una forma
durante más de catorce lunas, vamos olvidando nuestro origen como
si'lura mientras nos convertimos en ese cuerpo. No quiero olvidar
quién soy ni de dónde procedo y, lo más importante, no quiero ser
un humano para siempre.
Mogweed había hablado tan alto que Fárdale
se agitó en su sueño. Era evidente que aquél era un tema muy
importante para Mogweed. Tol'chuk hizo una mueca con la cara y
luego se rascó la barbilla con una garra. Cuando volvió a hablar,
intentó cambiar el curso de la conversación.
—Tu lobo... quiere decir, tu hermano... me
envía siempre la misma imagen: un lobo que ve a otro lobo. Una y
otra vez. Yo no entiende esta imagen.
Mogweed vaciló. La pausa se prolongó. Si no
fuera por el reflejo de la hoguera que mostraba los ojos abiertos
de Mogweed, Tol'chuk hubiera creído que estaba dormido. Por fin,
Mogweed habló:
—¿Todos los ogros son como tú?
Aquella pregunta sorprendió a Tol'chuk.
¿Acaso sus deformidades eran tan evidentes que cualquier otra raza
podía adivinar su fealdad?
—No —dijo por fin—. Soy mestizo. En mí hay
una mezcla de sangre humana y de ogro.
—Te equivocas, ogro. —En aquellas palabras
se percibía cierto regocijo amargo—. No eres medio humano, eres
medio si'lura.
—¿Qué está diciendo?
—Conozco los cazadores y los otros humanos
de los Altos Occidentales. Por tus venas no fluye sangre de los
humanos. Ninguna raza de los muchos territorios existentes es capaz
de oír el lenguaje del espíritu de los si'lura. Tú, en cambio, sí.
Tus ojos... son iguales que los nuestros. Tienes que tener sangre
si'lura, no humana.
Tol'chuk permaneció sentado, inmóvil. El
corazón latió más lentamente y de repente el suelo le heló los
huesos. Se acordó de la respuesta que la Tríada había susurrado
cuando él habló sobre su sangre impura:
no sabe. Si
conocían su verdadero origen, ¿por qué no se lo habían dicho?
Tol'chuk se estremeció. Las palabras de
Mogweed parecían ciertas..., sobre todo si consideraba lo débiles y
pequeños que eran los humanos. Una hembra humana no podría resistir
el apareamiento con un ogro. Incluso las hembras de ogro, que no
pesaban más que un humano, tenían los huesos grandes y gruesos. Una
hembra humana no podía resistir el envite y el vigor de un ogro
adulto en celo. Incluso había hembras de ogro muy bien dispuestas
que habían muerto aplastadas y rotas por machos excitados. Por eso
un macho mantenía un harén de hembras pequeñas: si una moría
aplastada, siempre quedaba otra.
Tol'chuk bajó la cabeza, la colocó entre las
manos y sintió que le daba vueltas. Un si'lura con la forma de una
hembra de ogro podía haber resistido a su enorme padre. La cuestión
era si lo había hecho de forma deliberada o si se había quedado
atrapada en la forma de ogro y había olvidado su pasado de si'lura.
Tol'chuk nunca lo sabría. Su madre había muerto al dar a luz, por
lo menos, eso le habían dicho. De todos modos, ¿dónde estaba la
verdad?
Mogweed notó la sorpresa de Tol'chuk. La
lengua se le pegó al paladar; tenía miedo de haberlo
ofendido.
—Siento si...
Tol'chuk tuvo que levantar una mano para
tranquilizarlo, porque tenía las mandíbulas paralizadas y no podía
hablar. Las palabras se le habían quedado atrancadas en la
garganta. Sólo podía mirar en silencio a los dos hermanos al otro
lado de la hoguera. Aquélla también era su tribu. Observó la mirada
inquieta de Mogweed. De nuevo, al igual que entre los ogros, nunca
sería completamente aceptado allí. Su mitad de ogro sería siempre
algo molesto y amenazador para su grupo.
Tol'chuk observó que Mogweed se acomodaba
entre las sábanas y se colocaba un ángulo de lana sobre la cabeza.
Tol'chuk estaba aturdido. Durante aquella noche ni la hoguera
proporcionaba calor. Miró las pocas estrellas que brillaban entre
los claros de las nubes. El fuego estallaba en chispas mientras
devoraba leños.
Nunca se había sentido tan solo.
A la tarde siguiente, Tol'chuk se arrepintió
de sus lamentos de soledad; de pronto, los caminos de las montañas
resultaron demasiado concurridos. Las palabras de Mogweed
aguijonearon el pensamiento de Tol'chuk durante toda la noche. Sólo
la distracción matutina de levantar el campamento logró sacarlo de
su asombro. El estado de consternación creciente y la falta de
descanso socavaron la cautela extrema de Tol'chuk. Así, antes de
que el ogro tuviera tiempo de ocultar a sus compañeros, tres ogros
los atacaron desde una escarpadura a sotavento situada en el camino
de la montaña.
Clavó la vista en los tres ogros de la tribu
Ku'ukla, precisamente la que había matado a su padre durante la
guerra. Los tres eran musculosos y tenían el cuerpo lleno de
cicatrices, lo cual probaba que habían visto muchas batallas y
estaban bien curtidos en la lucha. El jefe de la manada se irguió
por encima de Tol'chuk.
—¡Pero si es el mestizo de la tribu Toktala!
—dijo el ogro gigante con un gruñido. Señaló a Tol'chuk con un leño
de roble que llevaba en su mano desocupada—. Parece que incluso un
mestizo es capaz de capturar alguna presa por estos caminos.
Tol'chuk se colocó delante del acobardado
Mogweed. Fárdale, apoyado sobre sus tres patas sanas, se apostó
junto al grueso muslo de Tol'chuk mientras gruñía a la banda de
ogros. Tol'chuk mantenía una mano doblada en un puño sobre la
piedra mojada para mantener en lo posible la forma real de ogro. Si
había algún modo de sobrevivir a aquel ataque, era no provocar su
aversión. Aliviado por poder utilizar de nuevo el idioma de los
ogros, se esforzó en adoptar el tono gutural más masculino.
—No son comida. Están bajo mi
protección.
—¿Desde cuándo un ogro sigue las órdenes de
un humano? —Al decir eso, el jefe de la manada abrió la boca y
mostró los colmillos en uña expresión de amenaza divertida—. ¿Acaso
tu mitad humana se está apoderando de tu mitad de ogro?
—Yo soy un ogro. —Tol'chuk dejó ver un trozo
de colmillo de su boca en señal de que las palabras del jefe de la
manada podrían obtener respuesta.
Sin embargo, su gesto sólo sirvió para
divertir al inmenso ogro.
—¿Así que el hijo de Len'chuk se cree mejor
que su padre? No es bueno amenazar a quien envió a tu padre a la
caverna de los espíritus.
Tol'chuk se irguió y los músculos del cuello
se le hincharon. Si aquellas palabras eran ciertas, tenía frente a
él al asesino de su padre. Recordó que la Tríada le había dicho que
el Corazón lo conduciría a donde tenía que estar. Tol'chuk mostró
los colmillos por completo.
Al verlo, la expresión divertida de los ojos
brillantes del jefe de la manada se desvaneció y se convirtió en
una amenaza.
—No quieras más de lo que puedes, pequeño
mestizo. Si nos das tu presa dejaré pasar esta afrenta y te
perdonaré la vida. —El jefe de la manada señaló con los ojos al
lobo y a Mogweed—. Serán un estofado delicioso.
Aunque hablaban en el idioma de los ogros, a
Mogweed le pareció entender algo de lo que decían. O tal vez fuera
la mirada hambrienta del jefe de la manada. Sea como fuere, Mogweed
gimió y se escondió más detrás de ToPchuk. Fárdale estaba en
guardia, pero sus gruñidos se volvieron más graves.
—Están bajo mi protección —repitió
Tol'chuk—. Tienen que salir ilesos de aquí.
—Sólo una pelea puede decidir eso —espetó el
jefe. Dejó caer el leño al suelo del camino. El golpe resonó en las
cumbres que los rodeaban.
Tol'chuk miró sus manos vacías. No tenía
armas. Mostró sus manos vacías.
—Entonces, que sea una lucha de
garras.
—La primera ley de la guerra, mestizo, es no
abandonar jamás la posición de superioridad —cacareó el gigante
mientras volvía a recoger el leño.
Tol'chuk frunció el entrecejo. ¿Qué
oportunidades tenía de vencer si luchaba contra un oponente
armado?
—Así que ése es el honor de la tribu
Ku'ukla.
—¿Qué es el honor? El único honor verdadero
es la victoria. La tribu Ku'ukla prevalecerá sobre todas las
demás.
Mientras el jefe de la manada gruñía y se
preparaba para atacar, Tol'chuk escudriñó rápidamente el camino en
busca de un arma: una piedra, un palo, cualquier cosa. Pero la
lluvia de la noche se había llevado todos los escombros del camino.
No tenía nada a mano.
Entonces se acordó. Sí tenía un arma: la
piedra. Abrió la bolsa que llevaba colgada del muslo y sacó de ella
una enorme piedra del corazón.
El jefe de la manada vio la piedra que
Tol'chuk llevaba en la mano. Al reconocerla, los ojos se le
agrandaron.
—¡Piedra del corazón! —La avaricia se
apoderó de su cuerpo—. ¡Dámela y dejaré pasar!
—No.
El jefe de la manada profirió un rugido de
rabia y blandió en alto el tronco de roble. Tol'chuk apartó a
Mogweed y Fárdale y se dispuso a enfrentarse con el gigante,
utilizando la piedra como arma. Ya había matado antes con piedras,
tal vez así lograría vencer.
Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de
saberlo. Al levantar el Corazón de los Ogros, un rayo de luz del
sol atravesó las nubes por encima y dio contra la piedra. Al
posarse en ella, el rayo de sol se desplegó en miles de
colores.
Deslumhrado por la luz tan intensa, Tol'chuk
cubrió los ojos para protegerse del brillo y observó que el jefe de
la manada estaba bañado en la luz del Corazón. Un humo suave se
desprendía del cuerpo del gigante, que durante unos instantes
mantuvo la forma de ogro. A continuación, como si fuera el hollín
de un fuego posándose en una chimenea, el humo fino fue absorbido
por la piedra y desapareció en el interior de su brillo.
En cuanto el humo hubo desaparecido, las
nubes se cernieron sobre sus cabezas, el sol desapareció y la
piedra perdió su brillo.
Tol'chuk y los dos otros ogros permanecieron
quietos como estatuas de granito mientras el cuerpo del jefe de la
manada se balanceaba durante unos instantes y luego caía sobre el
camino. El leño rodó de sus garras inertes.
Había muerto.
Los otros dos ogros tenían los ojos abiertos
de par en par. Entonces, como si obedecieran a una señal invisible,
los dos se dieron la vuelta a la vez y huyeron corriendo del
camino.
Mogweed se acercó a Tol'chuk.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó con los ojos
clavados en la piedra.
—Justicia.
Tol'chuk tenía la mirada clavada en el
cuerpo muerto del asesino de su padre.
Durante los dos días siguientes, Mogweed
advirtió un cambio en la actitud de Tol'chuk. Viajaban
preferentemente de noche para no ser avistados por otras tribus de
ogros. Sin embargo, incluso en la oscuridad, Mogweed observó que el
ogro avanzaba pesadamente, como si soportara una carga muy pesada
en la espalda. Apenas hablaba y mantenía la mirada distante. Ni
siquiera respondía a los mensajes que Fárdale le enviaba.
Tol'chuk sabía de dónde procedía. ¿Cómo
podía afectarle tanto una noticia así?
Mogweed había olvidado sus inquietudes con
respecto al ogro. Se sentía aliviado porque aquella tarde habían
logrado atravesar el territorio de los ogros y estaban en
territorios más seguros. Tenían delante de ellos la cumbre del paso
de la Dentellada. Más allá de aquella estribación se encontraban
los territorios del este... las tierras de los humanos.
A pesar de que la caída de la noche estaba
próxima y pronto tendrían que preparar el campamento, Tol'chuk
avanzaba pesadamente a la cabeza de los demás en dirección hacia la
cúspide de la estribación. Como un perro entrenado, Fárdale iba a
la zaga.
Mogweed observó que su hermano andaba con
dificultad por la roca. La pata delantera herida le impedía ir a
buen paso, pero no lo detenía.
Hacía mucho tiempo que aparentemente nada lo
detenía. Mogweed palpó un lado de la bolsa de piel que llevaba a la
espalda y notó el tacto del hierro del bozal del rastreador muerto.
Cuando los demás tenían la vista puesta en otro lugar, lo había
recogido disimuladamente. Podría resultarle útil alguna vez si
tenía que controlar a Fárdale. Tocó el utensilio. Lo mejor era
estar preparado.
Mogweed se detuvo junto a una piedra y miró
las colinas del este. Las sombras de los picos se extendían sobre
la tierra mientras el sol se ponía detrás.
A partir de ahí todos los caminos iban hacia
abajo.
Fárdale levantó el hocico hacia la brisa que
venía de las tierras más bajas. Incluso el débil olfato de Mogweed
era capaz de distinguir el olor de la sal procedente del mar
lejano. Era un olor muy extraño y fascinante, muy distinto al de su
hogar. Pero había algo que también ocupaba el aire y casi se
sobreponía a los aromas más sutiles. Era un olor más
habitual.
—Huelo a humo —dijo Mogweed.
—Humo viejo —apuntó Tol'chuk con una voz más
fuerte de lo que había sido durante los últimos días. Inspiró
profundamente el olor en la garganta para analizarlo—. Es fuego de
un día, por lo menos.
—¿Es seguro proseguir? —La piel de Mogweed
se estremecía ante la perspectiva de un fuego en el bosque.
El ogro asintió y luego dijo:
—Y ahora que nosotros ya está fuera
territorio de los ogros, ha llegado el momento de separarnos.
Cuando Mogweed se disponía a decir unas
palabras de agradecimiento, Tol'chuk dio un súbito respingo y se
agarró el pecho con la mano.
—¿Qué te sucede? —preguntó Mogweed, mirando
a izquierda y derecha en busca del peligro. Fárdale saltó desde la
piedra y acudió junto a Tol'chuk. Luego el lobo colocó una pata
sobre la pierna del ogro en un gesto de preocupación.
Tol'chuk se irguió y bajó la mano hacia su
bolsa. De entre sus pertenencias sacó la joya enorme que había
matado al ogro. Ahora ésta relucía en la semioscuridad con un
brillo rojo. La luz hería la vista. A continuación, la luz
disminuyó dentro de la piedra y dejó de brillar, como las brasas
que se enfrían después de una cena.
—¿Qué es eso? Nunca nos lo has dicho
—Mogweed intentó disimular la codicia en el tono de su voz. Aquella
joya tenía que ser extremadamente valiosa. Podría ser útil si
tenían que negociar en los territorios de los humanos.
—Piedra del corazón. —Tol'chuk volvió a
colocar la joya en la bolsa—. Una piedra sagrada de mi
pueblo.
—¿Y ese brillo? —Mogweed tenía la vista
clavada en la bolsa—. ¿Por qué hace eso? ¿Qué significa?
—Es una señal. Los espíritus indican que
debo proseguir.
—¿Hacia dónde?
Tol'chuk señaló hacia la amplia extensión en
las estribaciones situadas al este de los picos. Unos remolinos de
humo a lo lejos se levantaban bajo la luz tenue.
—Si me lo permitís, viajaré con vosotros por
el territorio de los humanos. Parece que nuestros caminos todavía
no tienen que separarse. Ahí delante se encuentran las respuestas
que buscamos.
—O nuestra condena —murmuró Mogweed.