CAPITULO 22

Después de que tío Bol declarara que Elena era bruja, el silencio cayó como una losa en el salón. Elena quería hundirse en los almohadones de pluma de oca del asiento. Observó que las cejas del caballero se elevaban en la frente y que su tez rojiza se oscurecía aún más. Tenía la vista clavada en ella con tal intensidad que le pareció que le atravesaba la piel. Ella estiró los brazos y se abrazó el pecho con fuerza.
A pesar de que aquella mirada la intimidaba, levantó la mano derecha hacia la luz de la chimenea.
—Pero, yo... yo ya no soy una bruja —dijo—. Se ha ido.
—No, cariño, no funciona así —explicó su tío, acariciándole el hombro con un gesto tranquilizador. Er'ril no hizo caso de aquellas palabras.
—Sólo es una niña. ¿Cómo puedo saber que usted está en lo cierto?
Tío Bol, que estaba de pie junto al asiento de Elena, se acercó a la chimenea. Al observar el modo de andar y cómo le colgaban los hombros, la niña adivinó que su tío estaba extenuado. Aun así, su voz era firme.
—¿Lo dudas? Er'ril, has viajado demasiado tiempo. ¿Acaso no eres capaz de percibir la verdad de mis palabras? ¿Por qué crees que aquel mago negro ha intentado hacerse con la niña? Sin duda, se ha dado cuenta del poder que alberga.
—¿Me está pidiendo que tome como prueba las acciones de un hombre de corazón siniestro?
El tío se calentó las manos durante unos momentos y, a continuación, con la vista clavada en el fuego dijo:
—Sabes que digo la verdad. —Se volvió hacia Er'ril—. Necesitamos el Diario ensangrentado.
—¿También sabe lo del Libro?
—Claro. ¿Cómo no? Es la razón por la que todos estáis aquí esta noche.
La pipa colgaba entre los dedos de Er'ril completamente olvidada. —He venido aquí para traerle a su sobrina. Eso es todo.
—No. Los vientos del destino te han traído aquí porque es donde resultas necesario. La bruja y el Libro comparten el mismo camino.
—Mi hermano no mencionó nada de una bruja. Dijo que había que crear el Libro para que hubiera esperanzas de acabar con el reinado siniestro de Gul'gotha. No sabía nada de esta bruja.
Pronunció esa última palabra con tal desprecio que a Elena se le enrojecieron las mejillas de vergüenza.
—Decidimos que no era necesario que Shorkan lo supiera. —¿Qué está diciendo?
Antes de contestar, tío Bol aspiró pensativo la pipa.
—¿Cómo crees que tu hermano supo el modo de crear el Diario ensangrentado?
—No lo sé. Dijo algo de unos textos antiguos.
—La Hermandad le confió esa información de forma espiritual. Sin que Shorkan lo supiera, guiamos sus acciones.
—¡Imposible!
Tío Bol se encogió de hombros sin hacer caso de la desconfianza del caballero. Los dos hombres se limitaron a mirarse el uno al otro. Finalmente fue Er'ril quien rompió el silencio.
—Así pues, mi hermano y yo hemos sido una especie de instrumentos para devolver la heredera de Sisa kofa a las tierras de Alasea. ¿Es eso lo que me está insinuando?
—No, en absoluto. Vuestro objetivó es el mismo que el de la Hermandad femenina: devolver la luz a nuestras tierras, apartar a Gul'gotha de nuestro territorio. Pero ¿acaso crees que ella —tío Bol señaló con la cabeza a Elena—, aun con el Diario ensangrentado, será capaz de vencer por sí sola a los ejércitos del Señor de las Tinieblas, y no digamos a la mismísima Bestia Negra?
Er'ril volvió los ojos a Elena. La ira que irradiaba de sus ojos se transformó en confusión.
—Ha llegado el momento en que la Fraternidad y la Hermandad femenina se unan —prosiguió Bol—. La Fraternidad creó y guardó el Libro. La Hermandad alimentó los poderes naturales y preparó el regreso de la bruja. Ha llegado el momento en que los dos se unan para una sola causa y propósito: vencer a Gul'gotha y liberar nuestras tierras.
—¿Cómo? —Los ojos de Er'ril se clavaron en el rostro envejecido de Bol.
—La bruja y el Diario ensangrentado tienen que unirse.
—Y luego, ¿qué? —preguntó Er'ril con amargura—. ¿Qué profecías habéis hecho?
—No lo sabemos. —Las palabras del tío Bol eran susurros ribeteados con humo de pipa—. El Diario ensangrentado es un talismán muy poderoso. Pero incluso su función no está clara. Los augurios se agitan en remolinos a su alrededor, con tanta violencia que resultan imposibles de leer. Más allá de la unión de la bruja y el Libro no es posible predecir nada. Algunos ven la salvación, mientras que otros predicen la destrucción. La mayoría de los signos apunta a ambas cosas.
—Si el futuro es tan incierto, ¿para qué unir la bruja y el Libro?
—Porque si no lo hacemos todos los oráculos coinciden en el destino de Alasea. La tierra proseguirá por este camino siniestro que conduce a una oscuridad que engullirá no sólo a Alasea, sino también al mundo y al propio tiempo. La bruja y el Libro tienen que unirse forzosamente.
Elena estaba asustada en su asiento. ¿Cómo era posible que ella fuera tan importante? No quería cargar con un peso así. Er'ril, por su parte, también parecía bastante inseguro.
—¿Y qué pinto yo en todo esto?
—Tú eres el guardián del Libro, el guardián eterno. Ahora es preciso que amplíes su protección a la bruja. Es preciso que cuides de Elena y la conduzcas hasta el Libro.
—¿Por qué voy a poner en peligro a esta niña? ¿Por qué no es posible ir yo solo a recoger el Libro y regresar aquí con él?
El tío Bol negó con la cabeza.
—Fracasarías. Hay una profecía al respecto. Para tener éxito en la tarea, es preciso que la bruja esté acompañada del guardián y de los tres poderes naturales que hay aquí esta noche. De eso estamos seguros. Pero te advierto que incluso este camino está lleno de sombras y nadie puede garantizar que la obtención del Diario ensangrentado vaya a ser un éxito. El camino que ahora se inicia está fraguado de peligros.
—¿Y yo en este asunto no tengo otra opción?
—¿Acaso alguna vez la has tenido? ¿Esta vida errante e inútil resulta realmente tan atractiva para ti?
Er'ril bajó la cabeza.
—Me gustaría volver a mi vida, la que tenía antes de que coincidiera con Shorkan en aquella posada hace tantos años.
—Eso es imposible. En cambio, puede que en este camino encuentres el modo de volver a ser quien fuiste en el pasado.
Er'ril seguía con la cabeza gacha. Elena, aunque atemorizada por loas palabras de su tío, sintió un poco de compasión por el caballero. Incluso los huesos parecían doblados por el agotamiento y el peso de los años.
—Tú decides, Er'ril de Standi.
—La llevaré al lugar donde escondí el Libro —murmuró mirando el suelo.
—¿A'loa Glen?
Él levantó la mirada.
—¿Hay algo que no sepas?
—Yo sólo tengo indicios —repuso suavemente tío Bol, encogiéndose de hombros—, palabras escritas en libros y manuscritos. No conozco nada que se encuentre más allá de esta puerta.
—El viaje hasta A'loha Glen es largo y la ciudad está protegida con sortilegios. Antes de ir, es preciso que encuentre la guarda de la llave que abre el camino hacia la ciudad. La escondí aquí, entre las ruinas de la antigua escuela. Está cerca de...
—No lo digas —lo interrumpió tío Bol agitando la punta de la pipa hacia Er'ril—. Cuantos menos lo sepan, mejor.
Tras aquellas palabras se produjo un silencio prolongado. ft Elena se removió incómoda en su asiento. Se esforzaba por comprender el alcance de cuanto había oído, pero la mayoría de las palabras carecían de sentido para ella. Sólo tenía una cosa clara. Por fin, logró dar voz a sus temores y habló, rompiendo así el silencio que se había apoderado de ellos. —Yo no quiero ser bruja.
Su tío intentó esbozar una sonrisa de consuelo, pero lo único que consiguió fue que el bigote le temblara. A Elena le impresionó la profunda tristeza que emanaba de los ojos de su tío. Aun así, en lugar de animarla, tío Bol se acercó a Er'ril dándole a ella la espalda.
—Antes me has pedido una prueba de mis palabras. —Entonces extrajo algo de su chaleco—. ¿La reconoces?
Elena podía ver el rostro de Er'ril.
—Es la de Shorkan. ¿Dónde la has encontrado? —masculló tras abrir la boca con sorpresa.
Elena no veía el objeto del que estaban hablando. Estiró la cabeza para conseguir verlo, pero la espalda de su tío todavía lo ocultaba de sus ojos.
—Si te acuerdas —dijo el tío—, Shorkan se la dio al niño en la noche de la creación del Libro. La recuperamos cuando huiste con el Libro tras asesinar al muchacho. La tenía agarrada entre sus dedos inertes.
—¿Qué piensas hacer con ella?
—Cumplir mi obligación.
De pronto, el tío se dio la vuelta y miró fijamente a Elena. Sostenía una daga en los manos: el filo oscuro brillaba en la luz de la chimenea. Su tío lloraba.
—Elena, nunca he querido tener que hacer esto.
Entonces la tomó de la muñeca y atrajo la mano hacia sí. Elena se sobresaltó. ¿Qué estaba haciendo? Pero estaba demasiado sorprendida para resistirse.
—Esta es una daga antigua que los magos utilizaron para consagrar el Diario ensangrentado en el momento de su creación. —Sin añadir palabra, tío Bol deslizó el filo de la daga por la palma desnuda de la mano de Elena. Antes de que el dolor se reflejara en los ojos de la niña, la sangre comenzó a brotar. Ella dio un grito y se quedó mirando la herida con incredulidad. Entonces, su tío apretó la empuñadura de la daga en la mano ensangrentada de la chica. En cuanto la sangre bañó el arma, de su hoja oscura brotó una llamarada de luz blanca. Cuando la luz se desvaneció, la hoja oscura refulgió como la plata con la luz de la chimenea.
Tío Bol se inclinó delante de ella.
—Ahora ésta es una daga de bruja.
Er'ril se hallaba erguido en su asiento. La pipa le había caído al suelo de entre los dedos y el tabaco yacía derramado en el suelo de madera de abeto. Aunque había percibido la verdad en las palabras del anciano, ver aquello que ocurría frente a él le había dejado paralizados la mente y el cuerpo. Muchos años antes había contemplado cómo los maestros de la Orden infligían el primer corte a los neófitos, ceremonia que los consagraba a su magia. Esa misma luz cegadora marcaba su acceso al poder.
¡Elena era una bruja!
Contempló a la niña que recogía la daga del regazo y se limpiaba los restos de sangre de la mano. No había señal alguna del corte. Se había curado sin dejar señal. El tío estaba arrodillado a su lado.
—Elena, perdóname.
—No quiero esta daga estúpida.
—Tienes que quedártela. La necesitarás para utilizar tu magia.
Entonces ella levantó su mano derecha.
—Como ya te he dicho, ya no está. Mira, mi mano vuelve a ser normal. El color rojo ha desaparecido.
Er'ril habló intentando adoptar un tono tranquilizador para no poner todavía más nerviosa a la chica pues parecía estar próxima a un ataque de pánico.
—El color ha desaparecido porque has agotado tu poder. Tendrás que renovarlo.
—¡No quiero! —Las lágrimas empezaron a resbalar por las mejillas. Su tío le colocó las manos en el regazo.
—Sé que tienes miedo, cariño. Pero tía Fila cuenta contigo.
Al oír el nombre de su tía, sus sollozos se aquietaron.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Elena sorbiéndose la nariz. Tío Bol se incorporó.
—Ven, deja que te muestre algo. Tía Fila dejó un regalo para ti.
—¿Ella ya sabía todo esto de las brujas?
—Así es. Y estaba muy orgullosa de lo fuerte que crecías.
—¿De verdad? —Elena volvió a sorber por la nariz. Tío Bol hizo un gesto de asentimiento.
—Ven conmigo. —Tío Bol se volvió hacia Er'ril—. Tú también, Er'ril. Es posible que te ayude a encontrar la guarda que ocultaste entre las ruinas.
Er'ril se puso de pie y siguió con Elena al anciano hasta una estantería repleta de libros polvorientos. Los dedos de Bol acariciaron los lomos de los libros. Se le escapó un suspiro. Finalmente posó los dedos en un soporte para libros de piedra labrada en forma de cabeza de dragón. Lo alcanzó con la mano y lo inclinó. Detrás de la librería se oyó el ruido' de poleas y contrapesos deslizándose. El mueble se abrió hacia ellos.
—Apartaos —advirtió Bol. Entonces abrió por completo la librería como si fuera una puerta y mostró que detrás había unas escaleras de piedra que conducían hacia abajo.
Elena abrió los ojos de sorpresa; el asombro logró imponerse al llanto. Incluso Er'ril estaba intrigado.
—¿Adonde conduce?
Bol alcanzó con la mano una linterna que se encontraba en un estante, la tomó y ajustó la mecha para tener más luz.
—Seguidme. Id con cuidado. Las piedras están mojadas y es fácil resbalar.
Er'ril hizo un gesto a Elena para que siguiera a su tío; él cerraría la marcha. La escalera, hecha de losas de piedra labrada, parecía más antigua que la casa. Del techo bajo colgaban unas telas de araña. La niña y su tío pasaban por debajo de ellas haciéndolas oscilar con la corriente de aire que creaban a su paso. En cambio Er'ril, que era más alto, tenía que apartárselas del cabello mientras bajaba por los escalones resbaladizos. De pronto sintió en la nuca unas patitas que se escabullían y se propinó un golpe en el cuello. Al oírlo Elena se volvió y lo miró mientras él se frotaba el cuello.
—Cuidado. Matar una araña da mala suerte.
—Vamos, niña, pasa.
Le hizo un gesto con el dedo para que avanzara. Ella no tenía arañas en la cabeza.
Al bajar el último escalón, Elena aguzó el oído. El sonido de sus pasos retumbaba en las piedras. El penetrante hedor a agua estancada y a humedad le hizo arrugar la nariz. Al llegar al último escalón se detuvo. Tío Bol iba varios pasos por delante de ella con la linterna en alto. La luz mostró una sala amplia cuyas paredes se extendían en forma de círculo tosco. Doce pilares, como guardianes de piedra, dividían las paredes. Entre ellos, en unos huecos, colgaban espejos antiguos, la mayoría de ellos con manchas verdosas de agua que deslucían sus acabados plateados.
—Elena, aquí no hay nada que pueda asustarte —dijo tío Bol con una sonrisa animosa.
Er'ril, que iba detrás de ella, la hizo avanzar hacia adelante. Al acercarse a su tío, los espejos reflejaron la luz de la linterna y el movimiento. El reflejo cambiante en los espejos inquietó a Elena, que se acercó más al caballero de la espada. Por el rabillo del ojo no dejaba de captar los reflejos de los movimientos. Había un pasillo oscuro que salía de aquella sala hacia otros misterios igualmente oscuros.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Er'ril, poniendo voz a la pregunta que Elena se estaba haciendo.
—Nos encontramos en las afueras de las viejas ruinas. —Tío Bol todavía llevaba la pipa entre los dientes. Su punta brillante hacía las veces de un dedo señalador. Dio una vuelta para mostrar toda la sala—. Ésta es la antigua sala de culto de la academia. Aquí, los novicios, que tenían tu edad, Elena, venían a orar y a meditar para obtener orientación del espíritu Chi.
Ella se quedó mirando aquellas sombras oscuras. ¿No tenía que haber serpientes venenosas alrededor de las ruinas? Se acercó todavía más a Er'ril.
—¿Voy a tener que rezar a Chi? ¿Aquí? —preguntó en un susurro.
—No, cariño, Chi desapareció. El espíritu que te dio el don es distinto.
—¿Cómo es eso? —preguntó Er'ril, que no parecía nada preocupado por las sombras cambiantes, ni por la posibilidad de que hubiera serpientes. También tío Bol parecía despreocupado y respondió a Er'ril mientras Elena aguzaba el oído por si oía serpientes.
—Mientras que Chi era un espíritu fundamentalmente masculino y sólo presente entre los hombres, creemos que el espíritu que otorgó poderes a Elena y a Sisa kofa es el aspecto femenino de Chi. Como la imagen reflejada de Chi —dijo mientras movía la linterna por los espejos.
—Pero Chi dio su poder a muchos hombres —repuso Er'ril—. ¿Por qué este espíritu eligió sólo a esta niña, Elena, para que fuera su instrumento?
—Esta cuestión ha sido muy debatida, si bien los escritos de Sisa-kofa ya se refieren a ella. La mejor respuesta que la Hermandad encontró es que Chi, como todos los hombres, pudo sembrar su semilla de forma amplia y extensa, consiguiendo así que muchos hombres fueran de su grupo. Este otro espíritu, más femenino, sólo tiene una semilla que proteger y alimentar. En el pasado esta semilla fue Sisa kofa y ahora es Elena. —Así que este espíritu es más débil que Chi.
Tío Bol miró ceñudo a Er'ril con las puntas de su bigote blanco apuntando hacia abajo.
—Para concebir un niño se necesitan un hombre y una mujer. ¿Quién es el más fuerte o el más débil en esta unión? Sólo son caras de una misma moneda.
—Soñadores... —repuso Er'ril encogiéndose de hombros.
—¿Qué espíritu es? —preguntó Elena, algo intrigada, pero aún pendiente de las serpientes—. ¿De dónde proviene?
—Hay muchas cosas que no se saben todavía, querida. Es lo que espero que tu tía Fila logre descubrir.
—Pero tía Fila está muerta. ¿Cómo puede resultar de ayuda ahora?
—Tía Fila es especial. —Tío Bol le acarició la mejilla—. Nuestra familia, incluso antes de Sisa'kofa, ha estado siempre dotada de un vínculo especial con los espíritus de las fuerzas naturales. Incluso tu madre.
—¿Mi madre?
—¿Recuerdas que era capaz de saber el sexo de un niño antes de que naciera y que sabía cuándo una vaca estaba preñada?
—Sí, todos los vecinos venían a visitarla.
—Bueno, pues aquél era su don especial.
—¿Y tía Fila tenía también dones especiales?
—Sí, y muy poderosos. Tía Fila doblaba y amasaba la magia de los elementos como el pan de su panadería. Ella sabía hacer muchos sortilegios.
Las lágrimas acudieron de nuevo a los ojos de Elena al pensar en sus padres, su hermano y tía. Fila.
—¿Por qué ha tenido que morir?
—Vamos, bonita, no llores. Voy a mostrarte una cosa.
Tío Bol la condujo hacia un hueco que había entre dos pilares. Elena lo siguió y se dio cuenta de que aquélla era la única parte de la pared en la que no colgaba ningún espejo. Al iluminarlo con la linterna resultó que el hueco no estaba construido con piedras apiladas, como las paredes, sino que estaba labrado en la roca de la ladera. Albergaba un pedestal sobre el que había una concavidad con agua. Mientras lo contemplaba, una pequeña gota de agua descendió por la piedra húmeda de la pared y fue a caer en el cuenco.
—¿Qué es esto? —preguntó Er'ril detrás de ella.
—Este era el cuenco que los novicios utilizaban para las abluciones. Muchos antiguos magos se lavaban las manos en él antes de meditar.
Elena se abrió paso y tuvo que ponerse de puntillas para ver el agua.
—¿Qué tiene que ver esto con tía Fila?
—Esta agua procede de manantiales de las colinas y está impregnada de poderes elementales. —Tío Bol miró a Er'ril por encima de la cabeza de Elena—. No creo que los magos de la academia, que no eran sensibles a los espíritus de los elementos, supieran siquiera del poder que emanaba de esta agua. No obstante, cabe en lo posible que de algún modo lo presintieran y que de forma intuitiva construyeran aquí la sala de culto.
—¿Qué hace esta agua? —preguntó Er'ril.
—Como el agua es capaz de abrirse caminos entre las piedras, ésta es capaz de abrir vías entre la gente. Fila y yo teníamos unos amuletos que contenían algunas gotas de esta agua; ello nos permitía comunicarnos a distancia. —Tío Bol sacó del bolsillo de su chaleco un pequeño amuleto de jade con la forma de un vial de alquimista que pendía de un cordón gris trenzado. Se lo ofreció a Elena. Ésta acercó el amuleto a la luz de la linterna.
—¡Gracias! Es muy bonito.
—Es un regalo de tía Fila. El cordón está hecho con sus cabellos.
Tío Bol se inclinó y besó a Elena en la frente. Luego tomó el amuleto y extrajo una pequeña pieza de jade que hacía de tapón.
—Y ahora rellénalo con agua —dijo señalando el cuenco.
Elena miró extrañada a su tío; se acercó a aquella pequeña concavidad y sumergió el amuleto en ella. El frío del agua le hizo daño en los dedos. Luego levantó el amuleto y tío Bol le dio el tapón de jade.
—Ciérralo bien —dijo.
Frunciendo el entrecejo, Elena colocó la pieza de jade en su sitio.
—Y ahora, ¿qué?
—Con este amuleto podrás hablar con tía Fila. Para ello debes apretar firmemente el amuleto con la mano y desearlo.
Un estremecimiento de miedo le trepó por la espalda. Ella quería mucho a su tía pero... —¿Realmente puedo hablar con un espíritu?
—Sí. Su cuerpo ha desaparecido, pero su espíritu persiste. Yo no puedo llegar a ella con mi amuleto. El poder de los elementos por sí solo no basta para cubrir la distancia que nos separa del reino de los espíritus. Pero tía Fila creía que tú sí lo lograrías.
—¿Cómo? —Elena tenía la vista clavada en el amuleto. —Acércate a uno de los espejos. Necesitas una superficie reflectante. Luego clava la vista en su interior y con el amuleto bien asido, pronuncia el nombre de Fila. Pruébalo.
Elena hizo una mueca con la cara y se acercó al espejo de un hueco cercano. Se pasó el cordón por la cabeza y apretó el amuleto en las manos hasta que sintió que los bordes afilados le dañaban la piel. Miró fijamente el espejo mientras apretaba el puño en el pecho. Unos borrones de agua verdosa empañaron su imagen reflejada, devolviéndole un aspecto enfermizo.
—Piensa en ella y pronuncia su nombre —susurró tío Bol a su lado. Su voz era tan esperanzada y triste a la vez, que Elena no tuvo ánimo para negarse.
Entonces vio en la mente la expresión severa de su tía y el moño con que siempre llevaba recogido el pelo. —¿Tía Fila? —preguntó al espejo—. ¿Me oyes?
Al decirlo, Elena sintió que su amuleto se agitaba, igual que un pollito rompiendo la cascara antes de salir del huevo. Pero no ocurrió nada más.
—No funciona —dijo volviéndose hacia tío Bol.
—Tal vez está demasiado lejos —repuso él, ceñudo, y bajó los hombros en señal de desánimo.
—O tal vez estuviera equivocada —dijo Er'ril—. Creo que deberíamos.
De repente la puerta en forma de librería se cerró de golpe sobre sus cabezas causando un gran sobresalto a Elena. Como tenía el puño firmemente apretado al dar el respingo, se pinchó el dedo pulgar con uno de los bordes puntiagudos del amuleto.
La linterna oscilaba en la mano de tío Bol, arrojando sombras de un lado a otro. Durante un instante gélido, él y Er'ril se quedaron paralizados por el susto.
De pronto, una nueva luz, procedente del espejo que Elena tenía delante, inundó la sala. Atraída por la luz, la niña dirigió los ojos hacia el lugar de donde venía, y entonces vio la imagen de alguien a quien creía que nunca más volvería a ver: ¡Tía Fila! La mujer estaba envuelta por haces de luz y a la espalda brillaban unas estrellas. Aquella visión estrellada recordó a Elena algo que ya había visto antes.
Pero antes de que Elena pudiera pensar en ello, tía Fila habló con una expresión de espanto.
—¡Corred! —exclamó señalando con una mano fantasmal el único pasillo que salía de aquella sala y que penetraba en la oscuridad de las ruinas—. ¡Huid! ¡Pronto! ¡Abandonad la granja y huid a los bosques!