II

—¿Abernethy?

Era una hora antes del alba en Palomo Grove, y Grillo tenía mucha información que mandar.

—Me sorprende saber que sigues en el mundo de los vivos —gruñó Abernethy.

—¿Y eso te decepciona?

—Eres tonto del culo, Grillo. Se pasan los días sin saber de ti, y, de pronto, me llamas a las seis de la madrugada de los cojones.

—Tengo información, Abernethy.

—Estoy escuchándote, ¿no?

—Voy a contarte las cosas tal y como han ocurrido. Pero tengo la sensación de que no las vas a publicar.

—Eso quien debe decidirlo soy yo. ¡Desembucha!

—Bien, ahí va. Anoche, en la tranquila ciudad residencial de Palomo Grove, en el Condado de Ventura, una comunidad emplazada en las seguras colinas del Valle de Simi, nuestra realidad, que quienes juegan con esos conceptos llaman el Cosmos, fue desgarrada violentamente por una fuerza que demostró a este corresponsal que la vida no es más que una película…

¿Pero qué cojones…?

—Cierra el pico, Abernethy. Sólo pienso contarte esta historia una vez. ¿Por dónde iba…? Ah, sí…, una película. Esta fuerza, desarrollada por un tal Randolph Jaffe, rompió los límites de lo que casi todos los miembros de nuestra especie consideran que es la única realidad posible y absoluta, y abrió la puerta a otro estado del ser: un mar llamado la Esencia…

—¿Es ésta tu carta de dimisión, Grillo?

—Lo que deseabas era una historia que nadie más que tú se atreviera a publicar, ¿no es eso? —contestó Grillo—; o sea, la pura verdad. Bien, aquí la tienes. Ésta es la gran revelación.

—Pero es ridículo.

—Tal vez lo que sucede es que todas las noticias verdaderamente catastróficas parecen ridículas. ¿Se te ha ocurrido eso alguna vez? ¿Qué hubieras hecho si se me llega a ocurrir mandarte la noticia de la Resurrección? Un crucificado que echa a un lado la losa que cubre su tumba. ¿La hubieses publicado?

—Eso fue distinto —replicó Abernethy—, ocurrió de verdad.

—Y esto que te cuento ahora, también. Te lo juro por Dios vivo. Y si quieres pruebas, en seguida las tendrás.

—¿Pruebas? ¿De dónde?

—Sólo escucha —dijo Grillo, y reanudó su artículo—. Esta revelación de lo frágil que es el estado de nuestro ser tuvo lugar en medio de una de las fiestas sociales más espléndidas que el mundo del cine y de la televisión ha visto últimamente. Unos doscientos invitados, los que cortan el bacalao en Hollywood, se reunieron en la casa que Buddy Vance tenía en la cima de una colina. Ya sabes que Vance murió aquí, en Palomo Grove, a comienzos de semana. Su muerte, en circunstancias tan trágicas como misteriosas, fue el comienzo de una serie de sucesos que llegaron anoche a su culminación cuando cierto número de los invitados a la fiesta celebrada en memoria suya fueron arrebatados del mundo que conocemos. Todavía no existen detalles acerca del número exacto de víctimas, aunque la viuda de Vance, Rochelle, se encuentra, sin el menor género de dudas, entre ellas. Pero tampoco hay manera alguna de averiguar qué les ha sucedido. Es posible que estén muertos, o que hayan pasado a otro plano de la existencia en el que sólo el más temerario de los aventureros osaría penetrar. A efectos prácticos, lo único que puedo decirte de ellos es que han desaparecido de la faz de la Tierra.

Grillo esperaba que Abernethy lo interrumpiera al llegar a esta frase, pero el silencio reinaba en el otro extremo de la línea. Y era tan profundo, que Grillo no pudo menos de preguntar.

—¿Sigues ahí, Abernethy?

—Estás como una cabra, Grillo.

—Entonces cuelga el teléfono, pero no puedes, ¿verdad? Fíjate, aquí hay verdadera paradoja. Odio tus jodidas tripas, pero creo que eres el único hombre que tienes los suficientes cojones para publicar esto. Y el mundo tiene que saberlo.

—Te digo que estás como una cabra loca.

—Pues no pierdas ripio de las noticias durante todo el día y verás… Hay un montón de personajes famosos que han desaparecido esta mañana. Directores de estudio, estrellas de cine, agentes…

—¿Dónde estás?

—¿Por qué?

—Déjame que haga unas cuantas llamadas, después te telefoneo.

—¿Por qué?

—Para enterarme de si hay rumores. Dame cinco minutos, sólo te pido eso. No digo que dude de ti. De hecho, no te creo. Pero, desde luego, es una historia jodida.

—Sólo la pura verdad, Abernethy. Y quiero que la gente se entere. Tienen que saberlo.

—Ya te lo he dicho, dame cinco minutos. ¿Estás en el mismo número?

—Sí, pero tal vez no des conmigo. Este lugar está casi desierto.

—Daré contigo —aseguró Abernethy, y colgó.

Grillo miró a Tesla.

—Lo he hecho.

—No creo que sea prudente contárselo a la gente.

—Venga, no empieces de nuevo —dijo Grillo—. Nací para contar esta historia, Tesla.

—Que ha permanecido secreta durante mucho tiempo.

—Sí, para gente como tu amigo Kissoon.

—No es mi amigo.

—¿Ah, no?

—Por Dios bendito, Grillo, de sobra sabes lo que hizo…

—Pues, entonces, dime, ¿por qué hablas siempre de él con ese deje de envidia en tu voz?

Tesla lo miró como si Grillo acabase de abofetearla.

—¿Me estás llamando embustero? —preguntó Grillo.

Ella dijo que no con la cabeza.

—Pues, a ver, dime, ¿qué te atrae de él?

—Lo ignoro, de verdad. Tú no haces más que fijarte en lo que el Jaff hace en vez de intentar detenerle, ¿qué te atrae de eso?

—De sobra sabes que yo nada podía hacer para detenerlo, no tengo ni media bofetada.

—Pero ni siquiera lo probaste.

—No cambies de tema. Tengo razón, ¿verdad?

Tesla, en tanto, se había acercado a la ventana. Entre los árboles se veía la mole de «Coney Eye». Desde donde se encontraba no se podía apreciar si el daño iba en aumento.

—¿Piensas que estarán vivos? —dijo—. Me refiero a Howie y a los otros.

—Pues la verdad es que lo ignoro.

—Tú llegaste a ver la Esencia, ¿no?

—Un simple atisbo.

—¿Y qué?

—Pues, eso, que fue como una de nuestras llamadas telefónicas. Interrumpida. Lo único que vi fue una nube. Pero de la Esencia propiamente dicha, ni rastro.

—Ni del Iad.

—Ni del Iad. A lo mejor es que no existen.

—Eso es lo que tú querrías.

—¿Estás segura de tus fuentes de información?

—No podían ser más seguras.

—Me encanta —observó Grillo, con cierta amargura—. Me paso todo el día buscando, y lo único que consigo es un simple atisbo, y , en cambio, vas y te enteras de todo.

—O sea que para ti no es más que eso, ¿verdad?, un artículo para el periódico —dijo Tesla.

—Sí, quizá tengas razón. Claro, y también contarlo. Hacer que la gente se dé cuenta de lo que está ocurriendo en el valle feliz. Pero me parece que eso no es lo que tú quieres. Te quedarías más contenta si unos pocos privilegiados lo conserváramos en secreto. Tú, Kissoon, el Jaff ése de los cojones…

—De acuerdo. Lo que tú quieres es proclamarlo a los cuatro vientos, ¿no? Todo el público estadounidense esperando a enterarse para llenarse de pánico… En fin, tengo otros problemas…

—Una bruja pagada de sí misma. Miss importancia.

—¿Importante, yo?, ¿yo, importante? ¡Pues mira Mr. Grillo Bocazas, decir la verdad o morir en el intento! ¿Se te ha ocurrido pensar que si Abernethy publica algo sobre lo sucedido aquí vamos a tener una avalancha turística en las próximas doce horas? Todas las autopistas congestionadas en ambas direcciones. Y qué divertido será eso para los que salgan del abismo, ¿verdad? ¡Justo cuando todo esto esté lleno de gente!

—¡Mierda!

—¡Ni se te ha ocurrido pensar en eso! Ah, y a propósito, ahora que hablamos en serio, tú…

El teléfono sonó en plena acusación. Grillo contestó.

—¿Nathan?

—Abernethy.

Grillo miró a Tesla, que se hallaba de espaldas a la ventana, mirándole con ira.

—Necesitaré algo más de dos párrafos.

—¿Qué te ha convencido?

—Tenías razón. Mucha gente no volvió a casa después de la fiesta.

—¿Ha aparecido la noticia en primera página esta mañana?

—No, así que tienes ventaja. Claro que tu explicación sobre su paradero es pura filfa. Lo más fantástico que he oído en mi vida. Pero resulta estupendo para la primera página.

—En seguida te envío el resto.

—Una hora.

—De acuerdo. —Grillo cortó la comunicación—. Ya ves —dijo—. ¿Qué tal que espere hasta el mediodía para contarle toda la historia? ¿Qué vamos a hacer en ese tiempo?

—No sé —respondió Tesla—. Tal vez encontremos al Jaff.

—¿Y qué puede hacer?

Hacer, no mucho; deshacer, la tira.

Grillo se levantó y fue al cuarto de baño. Abrió el grifo y se echó agua fría en el rostro.

—¿Piensas que se podrá cerrar el boquete? —preguntó, volviendo goteando agua del rostro.

—Ya te he dicho que no tengo ni la más remota idea. Quizá se pueda. No tengo más respuestas, Grillo.

—¿Y qué les ocurrirá a los que están dentro? ¿Los gemelos McGuire, Katz, los demás?

—Lo más probable es que hayan muerto —suspiró Tesla—. No podemos ayudarles.

—¡Qué fácil es eso!

—Pues parecías muy dispuesto a tirarte dentro también tú hace unas horas, de modo que no sé por qué no te arrojas al boquete a ver si los encuentras. Yo te echo una cuerda, para que te agarres.

—Vamos —dijo Grillo—, deja eso; no he olvidado que me salvaste la vida, y te estoy muy agradecido.

—Dios santo, he cometido errores en mi vida, pero éste…

—Mira, lo siento. Me doy cuenta de que estoy enfocando mal este asunto. Sé que debiera de estar madurando algún plan, ha riéndome el héroe; poro chica, no lo soy, ¿qué quieres? Lo único que puedo decirte a todo esto es lo de siempre: soy así, el Grillo de cada día, y me resulta imposible cambiar. En cuanto veo algo importante, lo primero que pienso es que todo el mundo tiene que saberlo.

—No te preocupes —repuso Tesla rápidamente—, lo sabrá.

—Pero tú… has cambiado.

Ella asintió.

—En eso tienes razón —dijo—. Estaba pensando, mientras tú hablabas con Abernethy y le decías que él no habría publicado la noticia de la resurrección, que eso es, lo que me pasa a , que he resucitado. ¿Y sabes lo que me preocupa? Pues que no estoy preocupada, sino muy tranquila, me encuentro de maravilla, voy por ahí como en una Curva temporal, y es como…

—¿Como qué?

—Pues… como haber nacido para eso. Grillo, como si pudiera… Mierda, Grillo, la verdad es que no sé…

—Anda, suéltalo; di lo que piensas, lo que sea.

—¿Sabes lo que es un chamán?

—Por supuesto. Un brujo. Un hechicero.

—No, se trata de algo más que un brujos; es un curador de mentes, alguien que se mete dentro de la mente colectiva y la explica, la remueve. Pues que me parece que todos los protagonistas de este asunto: Kissoon, el Jaff, Fletcher, todos ellos, son eso, curadores de la mente, y que la Esencia es… es el espacio onírico de Estados Unidos, puede hasta de todo el Mundo. He visto a esos hombres joderlo todo, Grillo, ni siquiera Fletcher sabía dominar sus propias fuerzas.

—Quizá lo que hace falta es un nuevo chamán —dijo Grillo.

—Sí, ¿por qué no? —replicó Tesla—. Yo misma no lo haría peor que ellos.

—Y por eso prefieres no contárselo a nadie.

—Pues, sí. Esa es una de las razones. Yo sé hacer eso, Grillo, soy lo bastante rara para ello, y la mayoría de los chamanes, ya sabes, era un poco así también. Gente que confundía los géneros, que quería serlo todo para todos. O sea, animal, vegetal y mineral. También yo quiero ser así. Siempre he querido… —Se interrumpió—. Tú sabes muy bien lo que siempre he querido.

—No hasta ahora.

—Pues ya lo sabes.

—No parece que eso te complazca mucho.

—Ya he hecho la escena de la resurrección Es una de las escenas que los chamanes tienen que hacer. Morir y levantarse de nuevo. Pero no hago más que pensar… que esto no ha terminado, que todavía tengo algo más que probar.

—¿Crees que debes morir otra vez?

—Espero que no. Con una vez basta.

—Sí, por lo general, sí —dijo Grillo.

Su observación hizo sonreír a Tesla, aun en contra de su voluntad.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Grillo.

—Pues eso. Tú. Yo. Las cosas no pueden ser más raras de lo que son ya, ¿verdad?

—Sí, eso diría yo.

—¿Qué hora es?

—Alrededor de las seis.

—Pronto amanecerá. Estoy pensando que debería salir en busca del Jaff antes de que la luz le obligue a esconderse.

—Eso sería si no se ha ido de Grove.

—No le creo capaz de hacer algo así —dijo ella—. El círculo se está cerrando. Cada vez se hace más estrecho. «Coney Eye» se ha vuelto, de pronto, el centro del universo conocido.

—También del desconocido.

—La verdad, no sé si es tan desconocido —dijo Tesla—. Pienso que la Esencia puede que sea más como hogar de lo que pensamos.

El día se les echaba encima cuando salieron del hotel, y la oscuridad habla cedido el puesto a una tierra de nadie entre la puesta de la luna y la salida del sol. Cuando abandonaban el hotel, un individuo, de aspecto lamentable, sucio y con el rostro ceniciento, se les acercó.

—Tengo que hablar con usted —dijo a Grillo—. Usted es Grillo, ¿no?

—Sí. ¿Y usted?

—Me llamo Witt. Solía tener despachos en la Alameda. Y amigos, aquí, en el hotel. Ellos me han hablado de usted.

—¿Y qué quiere? —preguntó Tesla.

—Yo estaba en «Coney Eye» —respondió Witt— cuando ustedes salían. Quise hablarle entonces, pero me había escondido… No podía moverme. —Se echó una ojeada a la parte delantera de los pantalones, que estaba mojada.

—¿Y qué ocurría allí?

—Creo que sería mejor que usted fuese a verlo —contestó Witt—. Grove está acabado. Ha desaparecido. La gente se ha ido de vacaciones, y, yo diría que no piensan volver. Yo no tengo a dónde ir. Además… —parecía al borde de las lágrimas al reconocer eso— ésta es mi ciudad, y, si va a desaparecer, quiero estar presente en el momento en que eso ocurra. Incluso si el Jaff…

—¡Cómo! —gritó Tesla—. ¿Conoce usted al Jaff?

—Le… le he visto personalmente. Tommy-Ray McGuire es hijo suyo, ¿lo sabían? —Tesla asintió—. Bien, pues McGuire me presentó al Jaff.

—¿Aquí en Grove? ¿En Grove?

—Claro.

—¿Dónde?

—En Cherry Tree Glade.

—Entonces, allí será donde empecemos —dijo Tesla—. ¿Puede llevarnos?

—Por supuesto.

—¿Crees que habrá vuelto allí? —preguntó Grillo.

—Ya viste en qué condiciones estaba —respondió Tesla—. Pienso que irá en busca de algún lugar que le sea familiar, en el que se sienta razonablemente seguro.

—Parece lógico —dijo Grillo.

—Pues si él se siente seguro —comentó Witt—, será el único que sienta así esta noche.

El amanecer les mostró lo que ya William Witt les había descrito: una ciudad casi desierta, abandonada por sus ocupantes. Un grupo de perros merodeaba por las calles; habían sido abandonados por sus dueños, o se habían escapado de ellos, demasiado ocupados en marcharse de allí en medio del mayor pánico.

En sólo un par de días, estos perros se habían convertido en una pequeña pandilla de animales carroñeros. Witt los reconoció. Los perritos de aguas de Mrs. Duffin se hallaban entre el grupo, y también dos perros salchicha de Blaze Hebbard, cachorros de cachorros de unos cachorros que habían sido propiedad de un habitante de Grove muerto cuando Witt era un muchacho, un cierto Edgar Lott, que había dejado su dinero para erigir un monumento a la Liga de las Vírgenes.

Además de los perros vagabundos se percibían otros inquietantes signos de fugas apresuradas. Puertas de garajes abiertas; juguetes caídos en la calle o en la carretera, al ser metidos los niños medio dormidos en los coches en plena noche.

—Todo el mundo lo sabía —murmuró Witt, mientras se dirigían al lugar—. Todos ellos, pero nadie decía nada, y ésa es la razón de que la mayoría haya escapado así, en plena noche. Pensaban que eran ellos los únicos que se estaban volviendo locos. Cada uno se creía el único.

—¿Dice usted que trabajaba aquí?

—Sí —respondió Witt—, como corredor de fincas.

—Pues yo diría que ese negocio puede florecer muy pronto. Habrá muchas casas en venta.

—Sí, ¿pero quién las comprará? —preguntó Witt—. Ésta va a ser una ciudad maldita.

—Lo ocurrido no ha sido culpa de Grove —observó Tesla—. Se trata de un accidente.

—¿Usted cree?

—Por supuesto. Fletcher y el Jaff terminaron aquí porque la fuerza se les acababa, no porque hubieran escogido Grove por una determinada razón.

—Sigo pensando que ésta, va a ser una ciudad maldita… —comenzó Witt, pero se interrumpió para dirigirse a Grillo—. La próxima vuelta es Cherry Tree Glade, y la casa de Mrs. Lloyd es la cuarta o la quinta a la derecha.

Por fuera, la casa parecía vacía. Cuando entraron en ella, esa impresión se confirmó. El Jaff no había estado allí desde que retó a Witt en el cuarto del piso alto.

—Vale la pena intentarlo —dijo Tesla—. Me figuro que deberemos seguir buscándolo. La ciudad no es tan grande, después de todo. Tendremos que ir de calle en calle, hasta que le «husmeemos». ¿Se le ocurre a alguien una idea mejor? —Observó a Grillo, cuya mirada y cuya mente se hallaban en otro sitio—. ¿Qué ocurre? —preguntó.

—¿Cómo?

—Alguien ha dejado el grifo abierto —dijo Witt, siguiendo la mirada de Grillo.

Era cierto; el agua salía por la puerta principal de la casa de enfrente, y era un torrente constante que bajaba por la pendiente de la acera, cruzando la calzada, y caía en la alcantarilla.

—¿Y qué tiene eso de particular? —preguntó Tesla.

—Acabo de darme cuenta… —comenzó Grillo.

—¿De qué?

Grillo seguía mirando al agua, que desaparecía alcantarilla abajo.

—Pues que creo que sé dónde ha ido. —Se volvió a Tesla, y la miró—. Un sitio familiar, dijiste. El lugar de Grove que él conoce mejor no es por tierra, sino bajo tierra.

Volvieron al coche, y, con Witt guiándoles por el camino más rápido, atravesaron la ciudad —haciendo caso omiso de semáforos en rojo y de calles de una sola dirección— hacia Deerdell.

—La Policía no tardará en llegar en busca de las estrellas de cine perdidas —observó Grillo.

—Sería cosa de ir a la casa y advertirles que se fueran —dijo Tesla.

—No podemos estar en dos sitios a la vez —observó Grillo—. A menos que poseas talentos que yo desconozca.

—Ja ja jajá.

—Habrán de enterarse por otro conducto; nosotros tenemos cosas más urgente que hacer.

—Eso es verdad —admitió Tesla.

—Si el Jaff está en las cuevas —dijo Witt—, ¿cómo llegamos hasta él? No creo que aparezca en cuanto le llamemos.

—¿Conoce usted a un sujeto apellidado Hotchkiss? —preguntó Grillo.

—Sí, por supuesto, es el padre de Carolyn, ¿verdad?

—Exacto.

—Ése puede echarnos una mano. Seguro que sigue por aquí. Puede llevarnos allá abajo. Lo que no sé es si podrá sacarnos; aunque hace un par de días, parecía bastante seguro. Trató de convencerme de que fuera a las cuevas con él.

—¿Por qué?

—Está obsesionado con que hay cosas enterradas bajo Grove.

—No entiendo.

—No sé si yo mismo lo entiendo. Mejor será que él nos lo explique.

Llegaron al bosque. No se oía al coro matinal, ni siquiera a inedias. Se metieron entre los árboles, rodeados de un silencio opresivo.

—Ha estado por aquí —aseguró Tesla.

Nadie necesitó preguntarle cómo lo sabía. Incluso sin tener los sentidos agudizados por el Nuncio, resultaba evidente que el ambiente del bosque estaba cargado de expectación. Los pájaros no se habían ido, pero tenían demasiado miedo para cantar.

Witt los condujo hasta el claro. Su sentido de la orientación era propio de un hombre que siempre sabía con exactitud a dónde quería ir.

—¿Visitaba usted este lugar con frecuencia? —le preguntó Grillo, medio en broma.

—No venía casi nunca —respondió Witt.

—Deteneos —susurró Tesla de pronto.

El claro estaba justo ante ellos, visible entre los árboles. Ella lo señaló con un movimiento de cabeza.

—Mirad.

Aun metro de distancia, o dos, al otro lado de la barricada de la Policía tuvieron la prueba indudable de que el Jaff se había refugiado allí: uno de los terata, demasiado débil y herido para recorrer los últimos metros que le separaban de las cuevas, se retorcía sobre la hierba. Pasaba así los últimos momentos de su vida, y su disolución se concretaba en una enfermiza luminiscencia.

—No puede hacernos daño —dijo Grillo, a punto de salir al claro.

Pero Tesla le cogió del brazo.

—Espera, puede poner al Jaff sobre aviso. No sabemos cómo contacta con esos seres. No tenemos necesidad de seguir adelante. Ya sabemos que se encuentra allí.

—Es verdad.

—Vamos a buscar a Hotchkiss.

Comenzaron a desandar el camino.

—¿Sabe dónde vive? —preguntó Grillo a Witt, en cuanto estuvieron a alguna distancia del claro.

—Yo sé dónde vive todo el mundo —dijo Witt—; mejor dicho, donde vivían.

La vista de las cuevas parecía haberle puesto nervioso, lo que hizo crecer en Grillo la sospecha de que, a pesar de lo que afirmaba de que apenas iba por allí, aquel paraje era una especie de lugar de peregrinación para él.

—Conduzca a Tesla a casa de Hotchkiss —dijo Grillo—, allí nos veremos.

—¿A dónde vas? —quiso saber Tesla.

—Quiero cerciorarme de si Ellen ha abandonado.

—Es una mujer sensata —fue la respuesta—. Seguro que se ha ido.

—De todas formas voy a comprobarlo —insistió Grillo, nada dispuesto a ser disuadido de su idea.

Los dejó en el coche y anduvo en dirección a la casa de Ellen Nguyen, dejando a Tesla la tarea de que Witt apartase la mirada del bosque. Cuando Grillo dio la vuelta a la esquina, aún no lo había logrado. Witt tenía la vista clavada en los árboles, como si aquel claro le recordase algún pasado compartido y no le fuese posible apartar la mirada de él.