CAPITULO 15
El timbre empezó a sonar de forma estridente y repetitiva. Ana abrió la puerta de golpe. Una Maca desencajada se recortó en la entrada.
— ¿Qué coño haces tú aquí? —preguntó Ana de forma airada.
— ¿Dónde está? —preguntó Maca—. ¿Está aquí? ¿Está bien?
— ¿A ti qué te importa?
—Por favor, Ana, no contesta al móvil. Tomax dice que salió de la librería y aún no ha regresado. Y tampoco está en casa —la angustia se reflejaba en su rostro.
— ¿Y aún te preguntas por qué?—Ana la miró con frialdad.
— ¿Está bien?
— ¿Tú qué crees? ¿Cómo crees que puede estar?
La confusión en la cara de Maca fue evidente.
—Pero está bien, ¿no? No le ha pasado nada, ¿verdad?
— ¿Te parece poco lo que le ha pasado, lo que le has hecho?
Ante las palabras de Ana, Maca se calló. Jadeó.
— ¿Lo sabes? —Hizo una pausa—. ¿Te lo ha contado?
— ¿Que eres una hija de puta rastrera? Sí, mientras la ayudaba a sacar sus cosas de tu picadero. Lo que queda pasará Juanepi a recogerlo.
—Entonces, no está herida —murmuró, aliviada.
— ¿Herida? ¿Es una puñetera metáfora sarcástica?
Maca se llevó una mano a la cara. Sus dedos temblaban.
—Solo necesitaba un poco de tiempo —musitó.
— ¿Para follarte una última vez a tu amiguita de Madrid? —Ana hizo un gesto de asco—. Y en vuestra propia cama. Joder, Maca, qué engañados nos tenías a todos.
— ¿De qué estás hablando? —Maca levantó la vista hacia ella, sorprendida.
— ¿De qué crees tú? No me seas cínica, por favor.
—No sé de qué me hablas, Ana, de verdad.
—Mira, Maca, vete. No quiero que esto acabe de un modo que nos podamos arrepentir las dos.
Ana empezó a cerrar la puerta y Maca la detuvo, apoyando la palma de la mano.
—Por favor, dime dónde está. Necesito hablar con ella.
—No. Ella no quiere saber nada de ti. Respétala al menos en eso.
—Ana, por favor, te lo ruego, todo tiene una explicación.
—Ya no se trata de ti, Maca. Tú sólita lo has jodido todo. Ahora déjala en paz. Déjanos en paz a todos.
—Puedo explicarlo, Ana, puedo hacerlo. Pero quiero decírselo a ella primero. Te lo ruego.
— ¿Puedes explicar lo de la tía en pelotas en vuestra habitación, Maca? ¿Puedes?
Maca parpadeó, atónita.
— ¿Qué?
—La tía en vuestra cama. La tía del perfume. La tía del reloj. La tía de la librería.
— ¿Qué? —Maca estaba confusa—. No sé de qué me hablas, Ana.
— ¿Por qué, Maca? ¿Por qué, si de verdad la querías, le has hecho esto?
Esas palabras parecieron hacer mella en Maca. Se quedó de pie, sin reaccionar, como si acabara de darse cuenta de que el final del día había llegado sin previo aviso. Parpadeó impar de veces y se miró las manos. Miró a Ana y la más completa derrota se dibujó en su rostro.
—Porque de verdad la quiero. Y porque pensé que sería lo mejor. Pensé que podría con ello yo sola.
— ¿Con qué, Maca? ¿Con qué podrías?
Pero esta vez Maca no respondió. Dio media vuelta y se marchó.