CAPITULO 6
Los dos meses siguientes transcurrieron muy rápidos. Quedamos en varias ocasiones, pero su trabajo la mantenía muy ocupada. Más de una vez tuvo que llamarme anulando una cita porque debía hacer un viaje u ocuparse de un imprevisto de última hora en el despacho. Debido al carácter internacional de su empresa, Maca tenía que estar accesible a cualquier hora, atenta a husos horarios de cualquier parte del mundo, y más de una vez, como había sucedido en aquella ocasión en el pub, nuestra cena o comida se había visto interrumpida por una llamada. Al comentárselo, y preguntarle cómo podía aguantar ese ritmo, incluso en fin de semana, me miró fijamente, como si estuviera planteándose una respuesta distinta a la que al final me dio. Lo justificó diciendo que los negocios no esperaban y que, al fin y al cabo, ella había solicitado ese puesto. Tal y como lo dijo, parecía más un castigo autoimpuesto que una recompensa en su carrera, pero no quise ahondar más.
Cuando lograba tener un respiro siempre tanteaba antes mi disponibilidad. Me enviaba un e-mail o hacía una discreta llamada antes de concretar ningún plan. A veces, la cita se truncaba por un imprevisto de última hora y ante sus disculpas yo procuraba dejarle bien claro que para mí su compañía era un placer y que no me importaban las interrupciones o las cancelaciones de última hora, pese a ser una flagrante mentira. Siempre quería más: las horas con ella se me hacían demasiado cortas. Me frustraba muchísimo no avanzar hacia el lado que deseaba. Estaba claro que éramos amigas, pero eso era lo que yo más temía. ¿Y si solo quería ser precisamente eso, una amiga? Me había contado que se había mudado desde Madrid y que todavía no había logrado hacer amigos aquí. Parecía sentirse muy sola y lo comprendía, pero no podía evitar sentirme frustrada por que todo quedara en eso, en una amistad. Sabía que, para mí, ya era demasiado tarde y lo había sido desde el primer momento. Ana tenía razón al señalar mi brillo delator. Me gustaba muchísimo, era innegable. Me gustaba su carácter sobrio y contenido, me atraía esa fuerza exterior que irradiaba cuando se trataba de solventar cuestiones prácticas, el modo directo que empleaba, la seguridad que desplegaba en todo, incluso en las situaciones más cotidianas. Me gustaba la cadencia de su voz cuando una llamada interrumpía nuestra conversación, el deleite añadido de escucharle hablar en otros idiomas, su desenvoltura, su aplomo.
A veces había suerte y podía disfrutar de su compañía durante horas. Además de su trabajo y sus viajes, Maca también debía ocuparse de acondicionar su nueva casa. Era algo que había estado aplazando o haciendo muy esporádicamente, por el poco tiempo libre del que disponía. Yo me había ofrecido a hacerle de cicerone por la ciudad, además de acompañarla a comprar lo que precisara. Pudo tomarse una tarde libre y nos dedicamos a recorrer tiendas. Maca compraba, al parecer, con la misma resolución con la que | se desenvolvía cotidianamente. En menos de dos horas había adquirido casi todo el mobiliario. Más tarde, mientras i cenábamos en un italiano del casco antiguo, le hice un comentario acerca de ello.
— ¿Siempre eres así, tan…?
— ¿Resolutiva? —completó ella. Sonrió lacónicamente—. La mayor parte del tiempo no reparo en ello, ni siquiera me lo planteo. Digamos que el desenvolverte en el mundo de los negocios te fortalece el carácter. Además —sonrió de medio lado—, no me gusta perder el tiempo.
—Sí, de eso ya me había dado cuenta —sonreí a mi vez
—Entiendo que pueda resultar molesto —me miró, con un leve destello interrogante en los ojos.
—No he dicho eso.
Ella se alzó de hombros, como disculpándose.
—En mi trabajo no puedes dudar. Siempre hay alguien
detrás de ti dispuesto a hacerse con tu puesto. O a cuestionarte, tan solo por ser mujer.
— ¿Es duro? Tu trabajo, quiero decir.
—Es solo trabajo. Lo duro es no solo tener que demostrar que lo haces bien, sino que lo haces a pesar de ser una mujer.
—Aún estamos así —suspiré—. Creo que prefiero mi trabajo en la añeja, silenciosa y tranquila Leibovitz und Hensel and DeGeneres i Cía.
—No lo dudo. Supongo que tú no tienes que mentir para conseguir resultados.
—Bueno, quizás en eso tengamos algo en común —repliqué con fingida seriedad—. No es fácil venderle a un escéptico un ensayo sobre pigmeos gays
Maca acogió mi comentario con una discreta carcajada. Esa noche parecía estar más relajada de lo habitual. El restaurante estaba semivacío al tratarse de un día laborable, por lo que no había el bullicio habitual y podíamos conversar sin elevar la voz, acentuando así la sensación de intimidad.
—Dejemos de hablar de trabajo, no quiero estropear la noche. Debo compensarte por el maratón de esta tarde.
—Ha sido divertido. Por cierto, ¿dormías en el suelo? Has comprado prácticamente todos los muebles.
—En un hotel.
— ¿Has estado todo este tiempo en un hotel? —La revelación me sorprendió, nunca había comentado nada.
—Digamos que me cuesta instalarme de nuevo. —Creí captar un leve matiz de tristeza en su voz.
— ¿Echas de menos Madrid?
Desplazó la mirada hacia los ventanales del restaurante antes de volver a mí. Había un brillo extraño en su mirada cuando lo hizo.
—No. Solo que, a veces, no quieres construir ese castillo de arena cerca de la orilla por miedo a que el agua se lo lleve.
Su respuesta me dejó perpleja. Allí había algo más, pero no sabía si se me estaba permitido acceder. Podría considerarme su amiga, pero no sabía qué límite de su intimidad podía o no traspasar. Ella mantuvo su mirada en mí apenas un segundo más, después se dio la vuelta y llamó la atención del camarero, rompiendo el momento. Se volvió hacia mí y me preguntó si quería otra copa, dando así por zanjado el asunto. Lo acepté, si es lo que ella quería, pero no dejé de pensar en sus palabras. ¿Qué era lo que había querido decir con su comentario? Maca siempre era muy reservada en todo lo referente a su vida privada; en realidad de ella solo conocía su trabajo y que se había trasladado desde Madrid, pero desconocía los motivos. Di por sentado que había sido por cuestiones profesionales. Mientras la observaba me planteé el hecho de que, en realidad, ni siquiera podía estar segura de que no mantuviera alguna relación en esos momentos. La idea se instaló en mí como un insecto molesto. Tal vez estuviera dando un respiro a esa hipotética relación, tal vez se trasladó por una ruptura especialmente dolorosa, tal vez yo no era más que una distracción pasajera.
— ¿Te ocurre algo? —Noté que Maca me miraba con curiosidad. Al parecer estaba tan abstraída en mis pensamientos que no la había escuchado—. ¿Sara?
— ¿Estás con alguien, Maca? —pregunté, sin siquiera plantearme lo que estaba haciendo.
Mi pregunta la cogió desprevenida, fue evidente, pero se rehizo con prontitud. Perfiló una serena sonrisa.
—En estos momentos, contigo.
—No, quiero decir… —Me detuve y, sin poder evitarlo, me ruboricé. ¿Había una segunda lectura en sus palabras?
—Sé lo que quieres decir —dijo con suavidad—. No, no estoy saliendo con nadie. Creí que era algo obvio.
Parpadeé, sin saber qué decir. Pero yo lo había empezado y yo debía terminarlo.
—Es solo que… —La miré, incapaz de decirle lo que realmente deseaba.
—Sara —se inclinó hacia mí—. En mi trabajo tomo decisiones, algunas muy arriesgadas. Unas veces sale bien y otras no. Pero se trata de dinero, nada más. Hace tiempo que dejé de tomarlas en todo lo que implicara a otra persona,
— ¿Por qué?
No contestó de inmediato. Primero cogió su copa y bebió. Después me miró y sonrió sin ningún atisbo de alegría.
—Solía llevar mis relaciones personales del mismo modo que los negocios. Si me interesaban y conseguía beneficio, seguía adelante, pero solo hasta que dejaba de obtener esa recompensa. En ese punto, las rompía. —Había una clara acritud implícita en su tono—. Aun así, hubo un par de ocasiones en las que podría haber tenido una relación seria.
— ¿Y qué pasó?
—Las engañé —volvió a sonreír sin alegría—. Soy muy buena en eso.
— ¿Querías a esas mujeres?
—No lo sé —respondió—. No me quedé el tiempo suficiente para averiguarlo.
Había en su tono, por mucho que intentara aparentar indiferencia, una especie de menosprecio soterrado. Un menosprecio que yo interpreté como dirigido hacia sí misma.
—Tal vez tenías miedo al compromiso —aventuré con cautela—. Quizás temías perder el control si… si te enamorabas. Por eso puede que, de modo inconsciente, estropearas esas relaciones ex profeso.
—Tal vez —se alzó de hombros.
Era inevitable hacer la siguiente pregunta.
— ¿Y ahora? —pregunté—. Has hablado en pasado.
— ¿Ahora? —Hizo una pequeña mueca y bajó la mirada antes de fijarla de nuevo en mí—. Ahora ya no quiero ser responsable del dolor ajeno.
Por un momento, sus ojos perdieron brillo y quedaron eclipsados por un velo opaco. Intuí que tras ello había una historia. Era la primera vez que Maca se refería —aunque de forma tan velada— a su vida privada. Ella me miró, pensativa. Supe que estaba planteándose dejarme entrar tras la línea, pero al parecer, por la razón que fuera, perdí mi oportunidad. Suspiró, apartando el plato.
— ¿Te importa que lo dejemos aquí? Estoy un poco cansada.
Nos despedimos con un beso en la mejilla. Antes de hacerlo mantuvo su mirada en mí el tiempo suficiente para darme la oportunidad de escoger. Pero no supe interpretar su señal, o no me atreví, así que ella depositó un suave beso en mi pómulo y nos despedimos. La seguí con la mirada hasta que las luces de su coche desaparecieron tras ‘ una esquina.
Ya en casa, repasé cómo había transcurrido la noche. La última parte de la cena había dejado un sabor agridulce en mí. Sabía que la conversación le había afectado, apagando la inicial alegría que había detectado en ella. Las líneas de tensión habían regresado a su rostro y yo lamentaba haber dejado escapar la oportunidad de poderla ayudar, fuese lo que fuese lo que llevaba esa rigidez a su expresión. Pero era tarea imposible con los pocos datos de los que disponía. Al despedirnos había sonreído fugazmente y susurrado un «Buenas noches» que sonó, a mis oídos, como una derrota.
Esa noche apenas pude conciliar el sueño. Las palabras de Maca resonaban en mi cabeza de forma persistente. Las veladas alusiones a su pasado parecían dictar las reglas del presente en lo relativo a sus relaciones. Estaba hecha un lío. ¿Debía interpretar que dejaba caer sobre mí todo el peso de la iniciativa? Al fin y al cabo, había sido yo la que la había abordado en el pub. ¿Debía ser yo la que diera el paso y tantear la posibilidad de ir más allá?
Me asomé a la ventana, incapaz de dormir, perdiendo la mirada por los jardines del cauce del río. Una brisa ligera mecía las cúpulas de las palmeras. La luz anaranjada de la iluminación se proyectaba en los muros de mampostería del Palacio de Altamira y de cuando en cuando los faros de un coche que cruzaba el puente lamían el asfalto.
Con todo, había algo que sí tenía claro, y era mis sentimientos hacia ella.
Me sentía al borde del abismo y tan solo deseaba que alguien me empujara