Capítulo

 

Lilliana

 

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Qué teatral, ¿verdad? Hablemos de Esopo.

Ah, perdón. ¿Esperabais que el libro continuara con mi atrevida infiltración en la Sumoteca? Perfecto. Así os quedáis con ganas para más adelante.

Esopo era un curioso hombrecillo griego, conocido por su amor a los cachorritos, su afición a caer por acantilados20 sin paracaídas y quizá por no haber existido nunca. (Igual que Sócrates, este hombre tendría que haber pensado en apuntar cosas.)

Esopo era un narrador que no ponía el menor reparo a usar personajes ficticios y giros inteligentes para insultar y reírse de la gente que escuchaba sus historias. Así que, en esencia, fue la persona más maravillosa que ha existido. Si siguiera vivo, le habría pedido que escribiera él mi autobiografía. Por desgracia, ver la frase sobre acantilados de más arriba.

En todo caso, todas las historias que contaba Esopo tenían una característica común: si salías en ellas, lo más seguro es que estuvieras condenado. Ya podías ser una rana (devorada por una garza), un saltamontes (muerto de inanición en invierno), una serpiente (apuñalada hasta morir por su mejor amigo, el cangrejo), un ciervo (corazón comido por un león) o un ratón (ahogado dentro de una ostra, de verdad de la buena): la vida de sus personajes siempre era corta y sus muertes se describían como brutales y a menudo humillantes.

Me he fijado en que a esas historias les pasa una cosa a medida que se siguen contando: van volviéndose más agradables. En las versiones modernas, el saltamontes no muere, sino que lo adoptan las hormigas. (Igual que en los cuentos de hadas modernos salen menos chicas transformadas en espuma de mar y más cangrejos cantarines.)

¿Que qué importancia tiene todo esto? Bueno, os lo diré.21

En algún momento.

—¿Y quién es ese tal Dif? —pregunté, apoyándome en la pared y cruzando los brazos. Me sentía elegante con mi esmoquin. Si no lo habéis probado nunca, de verdad que deberíais. Así podré reírme de vosotros por estar tan ridículos, porque no hay forma de que os quede tan bien como a mí.

—Dif es un primo Smedry —explicó el abuelo—. Ha llamado hace unos minutos, y se me ha ocurrido que necesitaba a alguien más para el equipo. Lleva casi toda la vida infiltrado a mucha profundidad en las Tierras Silenciadas y es uno de nuestros mayores expertos en cultura bibliotecaria.

—Es un botarate —dijo Kaz.

—Es de la familia.

—Como Shasta, papá.

Mi madre dio un bufido desde el fondo de la cabina, pasando la página de otro libro que había sacado de alguna parte.

—¿Qué parentesco tiene? —pregunté. Aún no tenía claro del todo nuestro árbol genealógico.

—Es hijo de mi tío —dijo el abuelo—. Su familia llevaba décadas formando parte de una infiltración profunda en las Tierras Silenciadas. Al final los Bibliotecarios los encontraron, pero él pudo escapar. Tiene un Talento poderoso... o más bien lo tenía, antes de tu intervención. Escucha, Kaz, Dif se ha pasado toda la vida en las Tierras Silenciadas. Y está cerca, en la Aguja del Mundo, investigando.

—Lo sé —rezongó Kaz—. Tiene la molesta costumbre de llamarme para explicarme con pelos y señales lo que ha desayunado.

—¡Excelente! —zanjó el abuelo—. Nos pasaremos a recogerlo.

¿La Aguja del Mundo? Ocupé el asiento de mi abuelo mientras él salía a buscar el excusado.22 La Aguja del Mundo era donde los caballeros crístines, como Bastille y Draulin, obtenían las gemas que les otorgaban poderes sobrehumanos. Las llevaban incrustadas en las nucas y hacían algunas otras cosas raras, conectándolos a todos entre ellos. No estoy muy seguro de lo que significa; el tercer libro me dejó algo confuso respecto a eso.

Kaz, entre murmullos, usó el cuadro de mandos para hacer una llamada al tal Dif. La voz que llegó era enérgica y aguda. Kaz tenía el volumen muy bajo, así que no pude oír gran cosa, pero parecía que Dif estaba muy emocionado porque lo invitaran a unirse a la misión.

A regañadientes, Kaz ajustó los controles e hizo virar a Pingüinator unos grados respecto al rumbo que llevaban. El abuelo, que para entonces ya había vuelto, le dio unas palmaditas en el hombro.

—Voy a preparar nuestras lentes —me dijo a continuación—. Traigo un arsenal bastante considerable. Baja a mi camarote cuando hayas conocido al primo Dif y te enseño lo que tenemos.

No pasó mucho tiempo antes de que avistáramos la Aguja del Mundo alzándose sobre el océano por delante de nosotros. Cuando la vi por primera vez unos meses antes, fue de muy de lejos. Entonces me pareció una torre, y casi acerté... pero se trata, más bien, de un cristal enorme. Me recordó a la espada de Bastille, solo que con la forma de una montaña muy fina.

No esperaba que estuviera habitada, pero, a medida que nos acercábamos, vi una ciudad levantada en su base y andamios de madera que ascendían y ascendían, envolviendo toda la Aguja.

—¿Son para estudiarla? —pregunté, señalando.

Kaz asintió con la cabeza.

—La Aguja del Mundo es uno de los mayores misterios del planeta. Aunque los crístines no hablan mucho de sus gemas, sus poderes proceden en última instancia de un cacho de esa aguja. ¿Sabes ese pitido raro que a veces se tiene en los oídos?

—Sí.

—Pues ocurre cuando alguien da un golpecito en la punta de la Aguja del Mundo. Si le das con la uña, a una cantidad aleatoria de gente por todo el mundo le pitan los oídos.

—Anda.

—Y no es lo único —siguió diciendo Kaz—. ¿Los escalofríos? Son porque sopla viento contra la Aguja del Mundo. ¿Los dolores de cabeza inexplicables? Porque alguien ha dado un golpe en la Aguja. Lo que sucede a la Aguja se traslada a un número aleatorio de personas, distintas cada vez.

—Es... así como perturbador.

—Bueno, raro desde luego sí es. Estamos todos conectados de algún modo, y ese cristal está en el centro de todo.

A ver, si habéis prestado atención a lo que he escrito en estos libros hasta ahora, quizás hayáis identificado la conversación anterior como un presagio. ¡Así me gusta! Solo que os equivocáis.

Desde luego, sería un presagio si mi biografía fuese a extenderse más allá de este último libro. Pero no es así.23 Además, no hace falta que os explique yo lo que ocurrió allí. Incluso en las Tierras Silenciadas, los acontecimientos relacionados con la Aguja del Mundo tuvieron que ser difíciles de pasar por alto. Preguntad a vuestros padres, que los vivieron.

Si, al preguntárselo, vuestros padres se comportan como si no supieran de qué habláis, está pasando una de las siguientes tres cosas:

 

  1. 1. Vuestros padres son espías bibliotecarios. (En cuyo caso deberíais comeros unas cuantas de sus galletas en señal de rebeldía contra la opresión bibliotecaria.)
  2. 2. A vuestros padres les ha limpiado la mente un sapo borramemorias de los Bibliotecarios. (Es la respuesta más probable. A veces, la persona se vuelve un poco despistada como efecto secundario, así que deberíais poder mangarles una galleta sin que se enteren.)
  3. 3. Vuestros padres son tontos, sin más. (Si es el caso, comeos una galleta para consolaros. Seguro que no es hereditario ni nada parecido. Y, por cierto, dejad de masticar esa funda para móvil. No es una galleta.)

 

Pingüinator se aproximó a la Aguja del Mundo. Y no redujo la velocidad.

—Estooo... —dije. No me había dado cuenta de lo deprisa que íbamos—. ¿No deberíamos...?

—Tenemos demasiada prisa para parar —dijo Kaz, tirando de una palanca de cristal—. ¿Ves esa jaula de ahí?

Había una enorme jaula de cristal colgada de un poste que sobresalía de unos andamios que rodeaban la Aguja del Mundo. Casi no tuve ni tiempo de divisarla antes de que pasáramos zumbando junto a ella. Pingüinator se sacudió. Al segundo siguiente, la Aguja del Mundo ya era una gran sombra que se alejaba por detrás de nosotros, visible como reflejo a través de las paredes de cristal.

—He extendido un garfio en una soga —explicó Kaz, volviendo a accionar la palanca—. Ha atrapado la jaula y nos la hemos llevado. Quizá.

—Ni siquiera voy a preguntar por cosas como la aceleración repentina, el efecto látigo o las leyes de conservación del impulso.

—Bien —dijo Kaz—, vas aprendiendo.

En los Reinos Libres tenían la costumbre de fingir que las leyes físicas no existían. En su mayor parte, la actitud funcionaba, como demostró la llegada de Dif. Irrumpió en la cabina, enseñando unos prominentes incisivos al sonreír. Era un hombre en la cincuentena, que llevaba tirantes, pajarita y tela a cuadros suficiente para vestir a un clan escocés al completo.24

—¡Una infiltración! —exclamó Dif—. ¡Y con Kaz y Leavenworth, dos de mis personas favoritas! —Dio un gritito animado y se acercó corriendo para abrazar a Kaz, pasando los brazos alrededor de su respaldo.

Kaz dio un leve gemido; ponía cara de haberse comido un palito de pescado.

—¡Y el primo Alcatraz en persona! —añadió Dif, irguiendo la espalda y volviéndose hacia mí. Levanté las manos para impedir un abrazo.

Me lo llevé de todos modos.

—Ummm, hola —dije desde el interior del abrazo—. ¿Cuál es tu Talento, primo Dif?

Había aprendido que era la frase correcta con la que presentarse a un miembro de la familia.

Esperaba algo relacionado con poner incómoda a la gente, como la tía Pattywagon. Pero Dif dio un paso atrás y, con una sonrisa de oreja a oreja, dijo:

—¡Soy de lo más olvidadizo!

—¿Sapo borramemorias de los Bibliotecarios? —pregunté.

—¡No, no, para nada! —repuso Dif—. En mí, es natural.

—Es un Talento bastante poderoso —reconoció Kaz, contrariado—. Puede afectar a las personas que tiene alrededor. En toda la historia de los Smedry, solo lo han tenido tres personas.

—Mola —dije, sonriendo mientras Dif asentía con la cabeza. No pude comprender por qué Kaz estaba tan envarado en presencia del primo Dif. Sí, era... entusiasta, pero no más que la mayoría de los Smedry—. ¿Puedes hacer que la gente olvide que te ha visto y cosas por el estilo?

—No tengo ni idea —respondió Dif, con una amplia sonrisa.

—Cada vez que usa su Talento, todo el mundo lo olvida al instante —explicó Kaz.

—Suena engorroso.

Dif se encogió de hombros.

—¿Como romper cosas por accidente? ¿O perderte cuando no pretendes hacerlo?

Asentí. No sería un Talento Smedry si no tuviera efectos secundarios estrafalarios.

—Pero... ¿Cómo sabes lo que hace tu Talento si no te acuerdas de haberlo usado?

—Me viene cuando lo necesito. Como esta mañana. ¡No recuerdo nada de lo que me ha pasado justo después de desayunar! Significa que mi Talento ha entrado en acción.

—¿Esta mañana? —preguntó Kaz—. ¿Tu Talento ha funcionado?

—Claro que sí —dijo Dif. Pasó la mirada de Kaz a mí—. ¿Es... es un problema?

—No es un problema —dijo Kaz, rascándose la barbilla—, pero quizá sí una pista, ¿eh, Al?

Asentí despacio. Podría significar que los Talentos seguían funcionando aquí y allá... o quizá que Dif había estado lo bastante lejos para que su Talento no se rompiera. O quizá simplemente fuera olvidadizo por naturaleza y su Talento no tuviera nada que ver con lo ocurrido aquella mañana. No había forma de saberlo; tendría que observarlo y ver si ocurría de nuevo.

—Debería ir a ver qué lentes tiene el abuelo para mí —dije.

—¡Genial! —exclamó Dif—. ¡Eso será marabullástico!

—¿Cómo dices? —pregunté.

—¡Marabullástico! —repitió Dif—. Es una palabra que me acabo de inventar. ¡Significa exactamente igual de maravilloso que somos todos nosotros! —Me pasó un brazo por detrás como en un abrazo lateral entre colegas—. Así somos los Smedry, ¿eh?

—Vale, claro —dije mientras me liberaba.

—Date prisa si puedes, Al —me pidió Kaz, que estaba leyendo unas cifras de su panel de control cristalino—. Nos queda menos de media hora antes de llegar a las defensas bibliotecarias del exterior de Washington D.C.

—Y supongo que esta nave no tiene armas —dije con un suspiro—. Nunca parecen...

—¡Mirad mi terrario de hormigas! —me interrumpió Dif, levantando una caja fina con los lados de cristal y colocándola en el cuadro de mandos entre nosotros.

—Estooo... —dije yo.

Sí. Un terrario de hormigas. ¿Dónde podía haber llevado escondido ese trasto?

 

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—Es una metáfora —dijo Dif, inclinándose para mirar las hormigas—. Acabo de darles armas automáticas pequeñitas.

—¿Qué tiene eso que ver con lo que estábamos diciendo? —pregunté.

—¡Nada! —respondió Dif—. Eso es lo bonito. Las interrupciones van que ni pintadas para llamar la atención. ¡Cuanto más alocadas y estrafalarias, mejor! ¡Porque somos Smedry! ¡Y somos marabullásticos! ¿Verdad, chicos? ¿Verdad?

Agitó el terrario para que las hormigas se movieran más deprisa. Por suerte, no parecían hacer el menor caso a las minúsculas armas automáticas que Dif había dejado caer al interior.

Me quedé mirando a Dif un largo momento. Cerca, mi madre parecía estar conteniendo la risa mientras pasaba la página de su libro.

Y de pronto, me descubrí odiando a Dif con una pasión cruda y traicionera. Era una sensación injusta del todo, nada caritativa y muy ruin para mí.25 Pero la sentí de todos modos.

Sofoqué la emoción, avergonzado. ¿Por qué tendría que odiar a Dif? Era un poco excéntrico, pero también lo éramos los demás. Éramos... Smedry... y...

¿Los demás éramos igual de espantosos?

Incómodo, dejé a Dif explicando su enrevesada metáfora del terrario con hormigas armadas a Kaz.

Con un poco de suerte, iba a armarme yo también.

20. Bueno, por un acantilado, al menos.

21. Como si lo dudarais.

22. También conocido como cagadero. ¿A que os alegráis de leer estas notas a pie de página?

23. Y por una vez, ni siquiera estoy mintiendo.

24. De verdad. Llevaba pantalones a cuadros con un diseño, camisa a cuadros con un segundo y la pajarita con un tercero. Le quedaba tan horrible que, al principio, di por hecho que sería un monarca retirado, ya que nadie podía vestir tan mal a propósito.

25. Como casi cualquier otra cosa en aquellos momentos, dado que iba volando y tal.