Capítulo

 

Alice

 

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Considero mi deber educaros e instruiros a vosotros, mis lectores, sobre la vida y sus misterios. Supongo que esto tiene una importancia particular para mis lectores de las Tierras Silenciadas, que sufren la opresión de los Bibliotecarios. ¡Muchas veces ni siquiera saben qué no saben!42

A veces lo que os enseño está relacionado con la tecnología, los Reinos Libres y los secretos de los Bibliotecarios. Pero a veces es importante impartiros lecciones generales sobre la vida. Estoy seguro de que apreciáis toda la reflexión, el trabajo y la investigación necesarios para transmitiros las enseñanzas más significativas, informativas y, sobre todo, importantes que puedo.

La gente es repugnante.

No, en serio. Damos bastante asco. Siempre estamos sorbiéndonos los mocos, tosiendo, trasegando, eructando, haciendo ruido al comer cosas y..., bueno, y haciendo otros ruidos. Lo hacemos tanto que, para no explotar de pura vergüenza por todo ello, hemos desarrollado la capacidad de pasar por alto esos sonidos no verbales. ¿Queréis que os lo demuestre? Probad el siguiente experimento, totalmente científico y relevante. Acercaos a hurtadillas a alguien43 que esté despierto pero haciendo algo en silencio, como leer un libro o armar una bomba apocalíptica.

Cuando estéis cerca, apuntad todos los ruidos raros que hagan. Adelante. Redactad una lista y luego entregádsela cuando se den cuenta de que estáis a su lado. Os garantizo que os agradecerán muchísimo que les abráis los oídos a todos los sonidos raros que emiten.

Hasta puede que hagan algunos ruiditos nuevos mientras leen la lista.

Dif, mi abuelo y yo salimos al centro de la calle abierta, a una distancia segura de la barricada.

Yo dejé escapar un ruidito ahogado.

Dif dio un chillido de emoción y empezó a correr en círculos. Obedeciendo a regañadientes las órdenes de Himalaya, yo me puse a dar saltitos y hacer aspavientos.

El abuelo gruñó, mirando hacia arriba. Por encima de nosotros, un escuadrón de cazas bibliotecarios surcó el cielo y no dudé ni por un momento de que nos hubieran visto.

Desde la barricada, Himalaya nos levantó el pulgar.

Reconozco que ahí tuve un instante de duda. Quizá fuese mi naturaleza cobarde haciéndose notar. O quizá fuese la idea de que me hicieran estallar, que es una forma de morir que figura en mi lista de formas de morir que no parecen demasiado divertidas.44

Durante un segundo, dudé de Himalaya. ¿Y si en realidad era una Bibliotecaria malvada? ¿Y si aquello era su forma de ocuparse de los Smedry de una vez por todas?

Los aviones rugieron sobre nuestras cabezas, de vuelta hacia nosotros.

Se me escapó un gemido.

Cayeron las bombas. Y no eran bombas normales y corrientes, no. Estaban cubiertas de pinchos, pintadas de negro puro y, si me hubiera fijado bien en ellas en vez de montar en pánico, habría visto que tenían pintadas con plantilla las letras: DESTRUYESMEDRY 2300. Himalaya nos había contado que las había visto sujetas bajo las alas de los aviones; eran armas diseñadas con el objetivo concreto de aniquilar a miembros de mi familia. Provocarían una explosión concentrada en el punto de impacto, creando una columna de lava que se alzaría treinta metros en el aire y excavaría la misma distancia hacia abajo.

 

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Veréis, a esas alturas, los Bibliotecarios ya habían comprendido que no había exageración posible a la hora de atacar a mi familia. Igual que, tras descubrir que hay una plaga de gatitos en el sótano, decides que lo mejor es quemar tu casa entera, los Bibliotecarios consideran que merece la pena provocar algún daño colateral45 si así se puede matar a un Smedry.

 

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Lo cual, por supuesto, era justo lo que queríamos. Esas bombas abrirían un bonito túnel que llegaría hasta la Sumoteca. Solo había un problema: el detallito de que nosotros estábamos entre las bombas y el suelo.

Di un gañido mientras las bombas caían zumbando hacia nosotros y los Bibliotecarios de Himalaya vitoreaban. El primo Dif se sonó la nariz. (Me doy cuenta de que esto último no tiene gran relevancia, pero en los capítulos sin un diálogo como debe ser, te fijas en toda clase de cosas nuevas.) Me aparté, raspando las suelas contra el asfalto y preguntándome cómo íbamos a salir de aquella.

Por delante de nosotros, Himalaya nos apremió por gestos. ¿Estaba vocalizando la palabra «Talentos»?

Himalaya no sabía que los Talentos no funcionaban.

Eso... iba a ser un problema.

Mientras nos apartábamos, mi abuelo dio un grito triunfal y sacó las lentes de soplatormentas que había usado para controlar el viento cuando estábamos volando. Sonrió de oreja a oreja y apuntó con las lentes directamente hacia el suelo que teníamos debajo.

Las lentes liberaron una ráfaga de viento. Una ráfaga de viento fuerte de verdad, porque, como me había comentado, yo no era el único cuya capacidad con las lentes estaba experimentando una extraña mejoría. El viento rugió embravecido, nos levantó a todos por los aires y nos dispersó como hojas secas.

Las bombas impactaron.

—¡Aj! —hizo Alcatraz.

«¡PUM!», hicieron las bombas.

—Gromf —hizo Draulin.

—¡Yuju! —hizo el abuelo.

—Uf —hizo mi madre.

«Caporch»,46 hizo el suelo.

«Mu», hace la vaca.

—¡Yaaaaaaa! —hizo Dif.

—¡Aj! —hizo Alcatraz de nuevo.

Rugir, hizo el viento.

«Toc», hizo mi cabeza cuando me empotré contra un edificio. Yo hice un quejido bastante particular mientras caía hacia el suelo.

Al poco tiempo, Draulin me dio un golpecito con la puntera de su bota.

—¿Ummm? —preguntó.

—Ble —dije yo, sintiendo náuseas. La ráfaga de viento del abuelo me había sacado de la zona de peligro, pero no había sido una experiencia agradable. Di un gemido mientras me levantaba con dificultades.

Delante de mí, la calle había quedado reducida a un enorme agujero ardiente. Las zonas quemadas del suelo crepitaban con suavidad. Ante mis ojos, los revolucionarios de Himalaya salieron de debajo de los escombros o aparecieron de detrás de cascotes, muchos de ellos con aspecto aturdido. Vieron el agujero abierto y soltaron una sucesión de gritos de batalla, sacaron panfletos con una mano y ametralladoras con la otra y se abalanzaron hacia el hueco.

Mi equipo, algo desmejorado, se reunió al borde del agujero. Todos parecíamos vivos, aunque con Draulin nunca se puede estar seguro: supuse que en cualquier momento podía convertirse en un tronco al que se le daba muy bien fingir.

Señalé el agujero.

—¿Ummm?

—¡Ummm! —replicó Dif, masticando una chocolatina que había encontrado entre los escombros.

El equipo de Himalaya tendió cuerdas y empezó a bajar por el agujero haciendo rápel. Me incliné para mirar la negrura. Era un hueco profundo, muy profundo. Me pareció ver unos pequeños fuegos al fondo. ¿Serían los restos de la explosión?

Respiré hondo, así una cuerda —a una con nudos que habían tendido para mí— e inicié el descenso al interior de la Sumoteca.

42. Será porque no leen las suficientes notas a pie de página.

43. A ser posible, un hermano.

44. La lista también incluye: decapitación, ahogamiento, caer a mi muerte, que me disparen, que me apuñalen, que me devore un ñu, que me devore un tú, que me devore cualquier otra cosa, ataque al corazón, cáncer, muerte por innecesarios cortes hechos por hojas de papel, arder, pelota-de-golf-en-la-caritis, caer en el sol, pillar la malaria, ser obligado a ver demasiados culebrones coreanos, accidente de coche, que me atropelle un autobús, disentería, tuberculosis, consunción (por si son cosas distintas), que me caiga un piano encima, que me obliguen a retroceder en el tiempo y matar por accidente a mi propio tatarabuelo en una escena de acción de ciencia ficción llena de clichés, que me aporree un tyrannosaurus rex asilvestrado, mordedura de serpiente, S.M.S.A. (Síndrome de Muerte Súbita de Alcatraz), la peste, asfixia, combustión espontánea, zombis, ser pisoteado por un elefante, comer rocas, que me coman unos rocs, que me dé un puñetazo The Rock, invasión mongol, invasión alienígena, invasión de gatitos, envenenamiento, fuego compacto, flechazo en la rodilla, descuartizamiento, ahorcamiento, crucifixión, ser arrojado a los leones, cualquier otra cosa que los romanos hicieran a la gente, comer demasiados caramelos de menta, entrar en Harlem llevando una camiseta de Kinesiología Kañera Karl de desafortunado diseño, navajazo, avería de ascensor, muerte térmica del universo, almendras, electrocución, apnea, correr con tijeras en la mano, ingesta accidental de granada, que me absorba un tornado, Avada Kedavra, pleito de J. K. Rowling, golpe de stick de golf, golpe de golf de Sting, que me caiga un relámpago, envenenamiento por radiación, apoplejía, detonación accidental de osito de peluche, ser devorado por una novela rosa animada, arenas movedizas, diarrea explosiva, en realidad cualquier tipo de diarrea, parásitos, diabetes, hipertensión, turbobabosas a cohete, beber pintura, zapatos de cemento, muerte por hormigas, muerte por migas, sarampión, inanición, deshidratación, accidente en el circo y meter sin querer algo de metal en el microondas.

45. Léase: «Hacer arder hasta los cimientos el centro de nuestra ciudad por accidente.»

46. Que es el sonido del hormigón al partirse por la explosión de una bomba, por supuesto.