Capítulo
Melissa
Bueno, ese último capítulo ha salido un poco engreído, ¿verdad? La culpa es de la ausencia relativa de notas al pie.48 En recompensa por haber sido buenos chicos / chicas / robots y haberos leído todo ese galimatías, voy a explicaros los nombres de los capítulos. Para que luego no digáis que nunca os doy nada.49
Veréis, los capítulos tienen los nombres que tienen para llamar la atención sobre un problema cada vez más acuciante en la literatura: la falta de respeto por los capítulos y sus propios deseos individuales. ¿Qué os parecería a vosotros si, en vez de tener nombre, os asignaran un número basado en vuestro orden de creación? ¿Qué diríais si, en lugar de Samantha, Didyeridú o cualesquiera que sean los nombres ridículos que se usen hoy en día en las Tierras Silenciadas, os hubieran llamado «Engendro Humano Número Ciento Ocho Mil Catorce Millones, Cuatrocientos Ochenta Mil Dos»?
Sospecho que no os haría gracia. Pues a los capítulos tampoco se la hace. Nunca se les permite ser ellos mismos, ¿sabéis? Siempre son «Capítulo Uno», o «Capítulo Veintisiete», o «Pero Bueno, ¿Cuándo Va A Terminar Esta Idiotez De Libro?».
Para resaltar este problema, he permitido que los capítulos se pongan el nombre que quieran. (Todos menos el capítulo Cuatro; me planté cuando insistió en que quería cambiar la efe por una te.)
Salí lanzado al meollo del tiroteo, seguido de cerca por Dif y Shasta. La fuerza de Bibliotecarios buenos había retrocedido casi hasta el edificio donde habíamos mantenido nuestra conferencia improvisada. Habían tenido bajas; la batalla era real. No entraré en detalles sangrientos, pero no era bonito.
Furioso, saqué la lente de llenavergüenza y apunté con ella a un grupo de monstruosos Animados que se aproximaba. Empecé a brillar y la lente escupió un rayo de energía.
Fallé y mi rayo alcanzó el suelo de piedra de la caverna.
«¡Ay, porras! ¡Soy la peor zona de suelo que ha existido jamás! Esa persona de ahí acaba de hacerse daño en el dedo del pie por culpa de un trozo de roca irregular que tengo. ¡Y no me han fregado bien! Van a mancharse los pies cuando caminen sobre mí, y...»
¡Pum!
«Tampoco está mal», pensé mientras caían flotando trocitos de papel en llamas, en los que había escritas descripciones de corsés. Una parte de mí estaba admirada. Bastille las había pasado canutas al enfrentarse a una de esas criaturas, y yo acababa de derribar a todo un grupo. Fallaba algo muy gordo con mis poderes de oculantista. O sea, fallaba para bien, sí, pero la lente que me guardé en el bolsillo estaba tan caliente que en ella se podría haber freído un huevo.50
La explosión que había provocado armó tal revuelo que mi equipo pudo escabullirse del campo de batalla por un callejón que había entre dos edificios de archivos.
—¡Bueno, primo! —dijo Dif—. ¿Qué clase de alocadas y bombásticas diabluras tienes planeadas para nosotros?
—Encontrar a mi padre —respondí, mirando a Shasta—. ¿De dónde sacamos un catálogo de este lugar?
—Esa información la tendrán solo los Bibliotecarios más importantes —respondió ella—. Si esta se parece a otras bibliotecas de alto nivel, llevarán encima una cosa llamada autentificador. Les dará acceso a las salas importantes y probablemente también incluya un plano y copias de los catálogos locales.
—Entonces, tenemos que robar un trasto de esos —dije, frotándome la barbilla—. O convencer a un Bibliotecario de que nos lleve donde queremos ir.
—¡Eso, eso! —exclamó Dif—. Y de camino haremos alguna tontería muy inesperada, ¿verdad? ¡Y luego, más adelante, de pronto resultará que tenía todo el sentido del mundo!
¿Por qué lo había incluido en mi equipo, que no me acuerdo?
—¿Los Bibliotecarios inferiores no necesitarán el catálogo? —pregunté mientras avanzábamos por el callejón—. ¿Cómo saben dónde tienen que ir si no?
—Los Bibliotecarios inferiores —dijo mi madre— están asignados a un edificio pequeño de estos y se pasan la vida entera trabajando en él, añadiendo objetos nuevos cuando se los llevan y diseñando nuevos métodos de ordenación cuando no tienen nada mejor que hacer. No van a conocer el catálogo completo de la Sumoteca, porque es algo sagrado que está muy por encima de ellos. Y me extrañaría mucho que llevaran autentificadores que nos abran puertas cerradas.
Me estremecí, pensando en lo que sería pasar toda la vida atrapado en una sala pequeña, lejos del sol, haciendo un trabajo insignificante y repetitivo. Sería... bueno, sería como cualquier otro empleo, supongo.51 Pero la verdad es que las túnicas molaban mucho.
Túnicas...
Al final del callejón, doblé la esquina y llevé a los demás al interior de otra sala de archivos. Esa estaba llena de estantes y más estantes de las cartas con las reglas impresas que vienen en las barajas. No estaban las cartas de jugar, ojo. Solo las de las reglas.
Aquel lugar era más raro que un mamífero doméstico verde de la especie canis lupus.52
Dentro había un puñado de Bibliotecarios sectarios con túnicas. En vez de encogerse en un rincón, aquellos estaban trasladando fajos de cartas con toda la calma del mundo y sosteniendo cada una de ellas frente a la llama de una vela para inspeccionarla.
—Catalogan las cartas según sus pequeñas variaciones en translucidez —nos explicó mi madre—. Es la escala Rayuela-Vindaloo.
Fui hacia los Bibliotecarios y me puse mis lentes de oculantista, para darme un aspecto tan amenazador como pudiera.
—Damas y caballeros, voy a necesitar que todos los presentes se quiten la ropa.
Los Bibliotecarios siguieron trabajando, pero el primo Dif se encogió de hombros y empezó a desabotonarse la camisa.
—Tú no —le dije.
—Pero de tus palabras se deduce que...
—Ejem —dije en voz más alta, sacando mi lente de llenavergüenza y dando un paso hacia los Bibliotecarios que trabajaban—. ¡No me obliguéis a usar esto!
Apenas me dedicaron una mirada fugaz.
—Son archivistas, Alcatraz —dijo mi madre, adelantándome por un lado—. Estás haciendo las amenazas incorrectas; a esta gente le preocupa poco su seguridad personal.
Cogió una carta de reglas de una mesa y la acercó a una vela.
—¡No! —gritó una Bibliotecaria—. ¡Solo se imprimieron un millón setecientas mil sesenta y tres iguales que esa! ¡Es irreemplazable!
—Además —añadió otro—, esa tiene una manchita en la parte izquierda. ¡Es un error de imprenta!
—Túnicas —dijo mi madre—. En el suelo. Ya.
Obedecieron a toda prisa. Bajo las túnicas oscuras, llevaban ropa sorprendentemente normal: pantalones de vestir, blusas o polos. Elegante pero informal. De repente, imaginé cómo debía de ser la vida de esos Bibliotecarios, que por lo demás eran gente normal y corriente de las Tierras Silenciadas. Por las mañanas, darían un beso a sus parejas y cogerían el coche para ir a trabajar en un búnker subterráneo secreto, donde se dedicarían a ordenar naipes todo el día para una secta de Bibliotecarios malvados.
Nos pusimos las túnicas por encima de la ropa.
—Oye —me dijo una Bibliotecaria—, tú me suenas de algo. ¿Eres de la sección siete, Guardianes de la Norma?
Resultaba perturbador que la Bibliotecaria fuese una jovencita, no mucho mayor que yo. Siempre había visualizado a los Bibliotecarios como gente supervieja. De treinta y tantos o así.
Seguí a lo mío mientras la chica me inspeccionaba. Quizá mi cara supusiera un problema, ya que más o menos había aparecido en todas las superficies de cristal del mundo.53
—¡Ya lo tengo! —dijo la chica bibliotecaria—. Nos conocimos en el baile y quema de infieles de las Navidades del año pasado, ¿verdad?
La miré y ella se dio golpecitos con el dedo en la barbilla, hasta que de pronto palideció.
—Oh —dijo, y entonces pareció comprender por qué querríamos robarles la ropa—. ¡Oh!
Mi madre le atizó un buen golpe. Le dio un puñetazo en la cocorota que la dejó inconsciente. Eso por fin hizo que los demás Bibliotecarios empezaran a preocuparse por su seguridad y salieron por pies, para esconderse detrás de las estanterías.
—¡Madre! —exclamé.
Shasta se encogió de hombros.
—Más vale prevenir. Vámonos.
En realidad, no podía quejarme —a fin de cuentas, estábamos en guerra—, pero seguía pareciéndome poco apropiado. La chica bibliotecaria era, a grandes rasgos, una civil.
La túnica que me había puesto no era de mi talla, pero daba igual porque a los Bibliotecarios tampoco les venían bien. Cuando salimos de la sala, estábamos disfrazados de rechupete.54
De vuelta en la caverna principal, nos escabullimos con las cabezas gachas, haciéndonos pasar por Bibliotecarios que huían del tiroteo. El grupo de Himalaya se había retirado al interior de un edificio y luchaban con ahínco, aislados y atrapados. ¿Cómo podrían escapar? ¿Se convertirían en nuevas víctimas de la imprudencia de los Smedry?
Quizá fuese la forma en que el primo Dif avanzaba a saltitos, ansioso por seguir con la infiltración, pero de pronto nos vi como debían de vernos los demás. Siempre metiéndonos en jaleos, armando gresca y luego escapando solo porque nuestros Talentos nos salvaban la vida. Normal que Draulin protestara tanto.
Cruzamos la caverna principal de la Sumoteca sin levantar las cabezas. Era un lugar de lo más enrevesado, con pasillos de piedra que se elevaban por el aire y formaban puentes que envolvían los edificios de archivos más pequeños. Todo daba sensación de natural, como si la piedra hubiera crecido así por casualidad, aunque el resultado general era demasiado impresionante para ser producto del puro azar. (Un poco como mi ego.)
—Entonces, tenemos que encontrar a un Bibliotecario de alto nivel —susurré a mi madre. Cuidé muy bien de que no se me levantara la capucha de la cara, para que nadie más pudiera identificarme.
—Parece nuestra mejor opción.
—Tendría que ser fácil.
—¿Lo ves claro?
—Lo veo claro.
—Yo no lo veo.
—¡Yo os veo a vosotros!
Los dos nos quedamos mirando a Dif.
—Es verdad que os veo —dijo Dif, taciturno, mientras cruzábamos el arco de un puente de piedra que nos llevaba más al fondo de la caverna. A mi derecha, aquella torre ahusada, la que había visto al descender desde la calle, se alzaba hacia el techo. Tuve un escalofrío al verla y aparté la mirada.
Cuando nos aproximamos a la pared exterior de la caverna, empecé a ver los túneles laterales que había mencionado Himalaya. Eran amplios y grandiosos, excavados en la roca a partir de la caverna principal. Por ellos entraban y salían Bibliotecarios como hormiguitas: muchos parecían seguir con sus trabajos habituales a pesar de la batalla.
Tenía la corazonada de que debíamos salir de la caverna principal. Allí había demasiados peones haciendo trabajos normales. Si queríamos encontrar a Bibliotecarios como Blackburn o La Que No Puede Ser Nombrada, tendríamos que buscar las zonas más exclusivas. A las personas importantes no les gusta que las obliguen a relacionarse con sus inferiores.55
Me desvié hacia un túnel lateral. Mi madre dio un bufido, ya que acababa de volverse en el sentido opuesto.
—Debería dirigir yo la marcha —me dijo—. Tú no sabes dónde vas.
—Ni tú tampoco. Has dicho que era la primera vez que estabas aquí.
—Conozco la arquitectura general bibliotecaria.
—Entonces, ¿dónde tenemos que buscar?
—Aquí dentro no encontraremos a ningún oculantista oscuro ni a Guardianes de la Norma de alto rango —dijo mi madre—. Tendremos que buscar en sitios más aislados, más exclusivos.
—Como, por ejemplo, ese túnel al que os estaba llevando.
Mi madre hizo rechinar los dientes.
—Qué insufrible eres —dijo.
—Con lo requetebién que me criaste. ¿Quién iba a decirlo?
—Eso ha estado fuera de lugar —me dijo—. Si vamos a trabajar juntos, salta a la vista que tenemos que establecer algunas normas de mínimos.
—La edad mínima para votar está fijada en los dieciocho años, según la Vigesimosexta Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos —afirmó Dif, levantando un dedo.
—No esa clase de normas de mínimos56 —le espetó mi madre. Me miró—. Norma número uno: tú y yo tenemos que al menos intentar llevarnos bien.
—Puedo aceptarla —repuse.
—Bien. Norma número dos: no obedezco tus órdenes.
—Genial —dije—. Por la presente, te ordeno que sigas respirando.
—Qué inaguantable eres.
—¿Eso era la norma número tres?
—Era una ley universal —replicó mi madre, echando los brazos al aire—. Puedes meterte conmigo por cómo hice de madre si quieres, ¡pero al menos intenté evitar que ocurriera esto!
—Y yo lamento mucho decepcionarte57 —dije.
—Pero —siguió diciendo mi madre— tampoco sé qué me esperaba, con el padre que tienes.
—Dudo de que haya heredado mis características más molestas al cien por cien de él.
—Ten por seguro que lo hiciste, pequeño chucho cruzado.
—¿Cruzado? ¿Como diciendo que soy un mestizo de linaje cuestionable?
Mi madre se quedó callada un momento.
—Vaya. Sí.
—Norma número tres —dije—: es insensato difamar el linaje de alguien cuando, en realidad, figuras en dicho linaje.
—Puedo aceptarla —respondió mi madre—. Norma número cuatro: jamás se puede mencionar esta conversación, ni mi parte en ella, a nadie.
—Norma número cinco —añadió Dif—: aunque creas que no va a hacer ruido, nunca hay que soltar ventosidades en una estancia ocupada, a no ser que la música esté muy alta. Más vale prevenir.
Los dos lo fulminamos con la mirada.
—Eso lo aprendí por las malas, creedme.
—Norma número seis... —empecé a decir.
—Espera, no —interrumpió mi madre—. No pensarás dejar eso como la norma oficial número cinco, ¿verdad?
—¿Crees que es falsa?
—No, creo que es grosera.58
—Norma número seis —repetí—, decido yo cómo trataremos con mi padre. No tú.
—Esa no puedo aceptarla —dijo ella.
—Pues te aguantas. No es negociable. Si no estás de acuerdo, nos separamos aquí mismo. Dif y yo nos vamos por nuestro camino y tú por el tuyo. No voy a llevarte con él a menos que estés dispuesta a dejarme que decida yo.
—¡Soy su esposa!
—Eres su enemiga.
—Y tú también.
—No —dije, mientras girábamos entre dos pequeños edificios de archivos—. Yo aún no tengo decidido lo que soy. Como mínimo, quiero hablar con él antes de que hagamos nada.
—No puedo creerme que...
Dejó la frase sin acabar y nos detuvimos en seco. Habíamos caminado hacia el túnel que salía de un lado de la cámara, pero no habíamos reparado en el enorme grupo de soldados bibliotecarios que estaba reuniéndose allí, contra la pared de la caverna.
Una Bibliotecaria alta y vestida con túnica negra nos miró. Su cabello negro como el carbón estaba trenzado bajo una redecilla plateada, y llevaba unas gafas de cerca de color rojo tenue en una cadenita al cuello. Lentes de oculantista.
La mujer sacaba al menos un palmo de altura hasta a los soldados. Piel clara. Pintalabios negro. Sí, mi madre tenía razón. Los Bibliotecarios de alto rango se reconocían a simple vista. Y lo peor era que, por lo visto, aquella era una oculantista oscura.
—Ah —nos dijo—, vosotros tres estáis sin nada que hacer. Armaos. Tenemos trabajo.
La miramos boquiabiertos.
—¡Ya! —chilló, señalando hacia una hilera de espadas apoyadas contra la pared.
Seguimos sus indicaciones de mala gana. En aquel momento, huir desobedeciendo una orden solo habría servido para echarnos encima a aquella compañía de cincuenta soldados.
—Norma número siete —murmuró el primo Dif mientras escogíamos armas—: de ahora en adelante, vosotros dos dedicaréis un poco menos de tiempo a discutir sobre quién está al mando y, ¡cristales rayados!, un poco más a fijaros en dónde nos metéis.
48. Es lo que pasa cuando te fundes toda la asignación de notas a pie de página en la primera del capítulo.
49. Bueno, está claro que ya os he dado un montón de cosas en el transcurso de esta serie. Aunque reconozco que en su mayoría tienen que haber sido dolores de cabeza.
50. «¡A la basura vas! Eso te pasa por decirme tu fecha de caducidad.»
51. Excepto el de domador de leones. Pero dicen que, en ese trabajo, las horas extras son mortíferas.
52. Os ha tocado buscarlo, ¿a que sí?
53. Ups.
54. La única forma de hacerlo mejor habría sido ponernos tetinas enormes alrededor de las cabezas, círculos de goma en las cinturas y cadenitas para no caernos del cuello.
55. Por ejemplo, ¿cuántas veces me habéis visto haciendo giras de presentación de mis libros?
56. Estáis siguiendo los juegos de palabras de este capítulo, ¿verdad? Bueno, si los veis demasiado rebuscados, tranquilos, que enseguida llega un chiste de pedos.
57. ¡Menuda porquería de arte! ¡No es nada artístico! Y encima, su madre huele mal.
58. ¡Como si eso nos hubiera parado los pies alguna vez! ¿Recordáis el incidente del culo del cerdo?