26

A la una de la tarde, Jensen decidió irse a casa para dormir unas horas. Tras separarse de Burrows, pasó por su despacho de la Brigada de Homicidios, en Manhattan Este, situada en la calle Treinta y Cinco Este. Allí, sin embargo, le esperaba un mensaje del Departamento de Identificaciones. Después de llamar a Jefatura en respuesta al mensaje, volvió al Precinto Octavo para ver a Burrows.

—Pensé que te habías ido a casa —comentó el detective al ver entrar a Jensen.

—Ésta era mi intención —replicó su colega. Tenía los ojos enrojecidos por la falta de sueño—. Ha ocurrido una novedad y creí preferible venir a verte.

—Iba a marcharme —gruñó Burrows—. ¿De qué se trata?

—Tumer me envió una nota para que le llamara al departamento de dactilares. Entró de servicio a mediodía, y al leer los informes de anoche le pareció recordar el nombre de Pacific.

—Ya —rezongó Burrows—. Algo les había pasado por alto, ¿eh?

—No, no fue culpa suya. No existen huellas en el archivo. Esto fue lo ocurrido. Turner recordó haber recibido hace mucho tiempo un informe de Washington. Se acordó del nombre y decidió mirar en los archivos. Sí, el nombre está allí, en el archivador principal, pero ha desaparecido la ficha.

—¿Desaparecido? —sorprendióse Burrows.

—Seguro, desaparecido.

—¿Por qué?

—Que me registren.

—Pero —objetó Burrows—, nadie puede sacar su ficha de esos archivos. Pacific, aunque fuese un gran personaje, sería incapaz de conseguirlo.

—Tal vez Pacific no sea Pacific.

—Ha de serlo. Mira, en este mundo todo cambia... excepto una cosa: las huellas dactilares.

—Sí, pero ¿y la ficha desaparecida?

Burrows sacudió la cabeza.

—Ni el propio jefe del FBI lograría hacer desaparecer una de esas fichas.

—Lo sé. Bien —añadió Jensen—, Turner buscó en el fichero de duplicados y halló que se trata del mismo tipo.

—¿Victor Pacific?

—Sí, Victor Pacific.

—Tengo una idea —exclamó Burrows—. Quédate por aquí. Voy a comprar una cosa. Sí, tengo una idea. Ya veremos.