25
Por un momento estuve completamente inmóvil.
—Soy un hombre paciente —continuó la voz a mi espalda—, y la paciencia siempre se ve recompensada... khlas.
Khlas... al fin.
El revólver estaba firmemente plantado en mi espalda. Extendí los brazos al costado, manteniéndolos separados de mi cuerpo. Pude sentir una mano que palpaba mis ropas en busca de armas ocultas; luego, cautelosamente, vació el contenido de mis bolsillos, arrojándolo todo al suelo.
—La llave, por favor —me pidió, después de asegurarse de que no la tenía.
El revólver se apartó ligeramente de mi cuerpo, y entonces recobré el poder de mis reflejos. Instintivamente, retrocedí, aferrando con fuerza el cañón del revólver, que aparté a un lado. Sin el menor esfuerzo, mi cuchillo salió de su escondrijo en la manga de mi chaqueta, y lo arrojé por encima del hombro sin volverme. La hoja hirió el brazo de mi contrincante a mi espalda, y el revólver cayó al suelo.
Giré en redondo y sostuve la punta del cuchillo contra el estómago de mi contrincante, el cual se llevó una mano al hombro herido. Le indiqué que diera media vuelta. Obedeció con reluctancia. Cuando estuvo de espaldas a mí, recogí el revólver del suelo y lo empuñé fieramente. Debido a la poca luz reinante en la estancia, me resultaba difícil distinguir bien a mi adversario, por lo que di una vuelta completa a su alrededor; era bajo, muy delgado, de media edad, con ojos negros muy intensos y cabello oscuro y espeso. Aunque sus ropas eran de corte americano, no sabía llevarlas, por lo que pensé que debía tratarse de Amar. Por un momento, estuve tentado a hundir mi cuchillo en su cuerpo y cerrarle la boca con la mano, pero descarté esta idea y le golpeé en la sien con el revólver. Cayó al suelo, donde se quedó inmóvil. Le quité todos los papeles y objetos que llevaba en los bolsillos, así como su billetera. Le dejé inconsciente en el suelo, recogí todo lo mío y salí de allí.
Tenía prisa por llegar al Castillo, hacer el equipaje y largarme. Como había cogido su dinero, Amar no podría seguirme inmediatamente, y esta demora me permitiría perderme de nuevo en la ciudad. En el hotel, el conserje leía un periódico en su mostrador y no se molestó en levantar la mirada cuando pasé por el vestíbulo con mi maleta. Detuve un taxi, me hice conducir hacia la parte alta de la ciudad y bajé delante de un hotel de aspecto desolado en la parte inferior de Broadway. Era el Hotel Arena, del mismo aspecto que el otro.
En mi nueva habitación, una versión ligeramente mejorada de la del Castillo, esparcí el contenido de los bolsillos de mi enemigo, así como lo que me había llevado del apartamento de Wainwright. Había una carta breve dirigida a Amar Al-Kariff indicando la partida de un barco dos semanas antes hacia un puerto africano, escrita a máquina, en inglés. El membrete rezaba «Tajir Transportation Company», con oficinas en Damasco, La Meca y El Cairo. Como la carta no llevaba sobre, no pude averiguar desde donde había sido enviada. Pero reconocí la palabra Tajir que, en árabe, significa exportadores-importadores de toda clase de productos.
Una estilográfica, un lápiz automático, y una boquilla fueron los objetos que examiné escrupulosamente, si bien no ocultaban nada. En el billetero hallé la licencia de conducir de Amar, cuya dirección era una residencia elegante. Había media docena de tarjetas personales con su nombre y el de la compañía exportadora-importadora, cuya dirección se hallaba en el extremo inferior del West Side, o sea en los muelles. Aparte de las tarjetas y la licencia, encontré un manojo de cinco llaves y noventa y un dólares.
Me metí el dinero en el bolsillo, rompí la carta y las tarjetas, y arrojé el billetero y las llaves a un respiradero.
Aquella madrugada estuve considerando un nuevo problema: ¿debía regresar a mi empleo de la compañía Warner? Necesitaba recoger la llave soldada al marco de la ventana, aunque era aconsejable aguardar a que la precisara urgentemente. Si Amar Al-Kariff me había seguido desde el Castillo a mi trabajo, ciertamente rondaría por allí a fin de encontrarme de nuevo. Por otra parte, tal vez sólo me esperó en el apartamento de Wainwright, o quizás aguardaba a otra persona allí, si bien esto era muy dudoso, pues me había llamado por teléfono a casa de Bianca, con la esperanza de obligarme a entrar en acción.
Estaba casi seguro de que había conseguido mi rastro gracias a Rosemary Martin, y que indudablemente lo había perdido al marcharme yo del Hotel Castillo. En tales circunstancias debía volver a la Warner a recoger la llave.
Tras presentarme en la compañía como de costumbre, cogí la llave a la primera oportunidad y le escribí una nota a Haines explicándole que me encontraba mal. Tenía que irme a casa, cosa que hice, aunque no me dirigí al nuevo hotel hasta después de ir hacia el norte en el Metro; luego, me dirigí a pie a través de Macy, por donde salí a la calle escurriéndome por una salida de emergencia. Entonces, alquilé un taxi y fui al Hotel Arena; no era probable que me hubiesen seguido.
Ya en el hotel, saqué la hojita que Swan me había entregado en el Banco, con el membrete:
...del despacho de
C. K. Swan, vicepresidente del
Banco de Cambio de Mercaderes y Químicos.
Swan había anotado en lápiz la dirección de la New Amsterdam Safe Box News. Borré cuidadosamente lo escrito y anoté con pluma:
La presente sirve para presentar al señor Victor Pacific, uno de nuestros depositantes que recientemente estuvo enfermo. Agradeceremos cualquier información que puedan suministrarle.
Firmé C. K. Swan con un buen floreo.
En el Edificio Amco, penetré en el First International Export Bank. Bianca me aguardaba dentro. Volvimos al vestíbulo donde le expliqué trabajosamente lo que deseaba que hiciese, puesto que a mí me había sido imposible decirlo por teléfono cuando concerté con ella el encuentro. Acto seguido, ella asintió, aunque en sus ojos se leían muchas preguntas. Tras penetrar de nuevo en el banco, nos dirigimos al despacho del señor Jackson, vicepresidente. Le entregué la hoja de Swan, que leyó atentamente; después, respondió que trataría de servirnos lo mejor posible.
—Yo soy la enfermera del señor Pacific —explicó Bianca, con su mejor sonrisa—. A él le resulta muy difícil hablar, por lo que, con su permiso, lo haré yo por él.
—Ciertamente, ciertamente —consintió Jackson.
—El señor Pacific, antes de su enfermedad, se ocupaba en negocios de importación. Sin embargo, debido a su accidente, ha sufrido una pérdida parcial de la memoria y no recuerda bien todos los detalles.
—¿No pueden ayudarle en su compañía? —inquirió Jackson.
—No —replicó Bianca—. Su negocio era de poca importancia, en realidad, de carácter personal casi, y como su secretaria, debido al tiempo transcurrido por su enfermedad, abandonó el empleo, no ha podido ser localizada.
—Ciertamente, deben existir archivos...
Bianca, con la destreza de una actriz consumada, movió la cabeza, sonrió ligeramente, y, fingiendo esconder el gesto de mi mirada, se golpeó levemente la frente.
—Es posible que el señor Pacific se desprendiese de sus archivos poco antes de su enfermedad.
—Oh... —exclamó Jackson, mirándome con profunda compasión, y volviendo a dirigirse a Bianca—. Bien, le ayudaremos si nos es posible. ¿Qué desea saber?
—Sólo si el señor Pacific tenía una cuenta en este banco.
—Esto es fácil —asintió Jackson.
Cuando iba a coger el teléfono de la mesa, Bianca añadió suavemente:
—Naturalmente, mientras estuvo enfermo, insistió en utilizar diversos nombres. Bueno, esto fue una molestia, pero —bajó la voz— el pobre, en sus delirios... ya sabe. Bien, uno de sus nombres favoritos era el de O'Hanstrom.
Jackson pidió la información al departamento de contabilidad. Sostuvo el teléfono junto a su oído unos momentos antes de volver a dirigirse a Bianca.
—Tenemos una cuenta a nombre de Nell C. O'Hanstrom. Nada a nombre de Pacific.
Escribí en el bloc:
«¿Qué hay de la Tajir Transportation Company, y un tal Horstman?»
Le entregué el bloc a Bianca. La joven repitió la pregunta a Jackson. Éste se encogió de hombros y volvió a hablar por teléfono. Tras una breve pausa, asintió y colgó.
—Sí y no —explicó—. Tenemos una cuenta de la Tajir Transportation Company, pero no hay ninguna ficha a nombre de Horstman —se reclinó en su asiento, dispuesto a concluir con el asunto, para lo cual le espetó a Bianca—: En ambos casos, esas cuentas no tienen la menor relación con el señor Pacific. Una es de la señorita O’Hanstrom y la otra de una compañía internacional.
Bianca le dio las gracias amablemente y se puso de pie. Mas yo no estaba satisfecho, por lo que escribí otra pregunta. Tras leerla, ella se volvió hacia el vicepresidente.
—¿Existe alguna objeción en indagar cierta cuestión relacionada con su departamento de cajas de seguridad?
—En absoluto —la tranquilizó Jackson.
Ya abajo, en el sótano del banco, pasamos por una puerta con rejas de acero, hacia una salita de recepción que contenía una puerta tremendamente gruesa. Allí, hundí el rostro en mi bufanda, a fin de ocultar mis facciones en lo posible. Bianca efectuó una rápida explicación y se refirió a Jackson, quien la había autorizado a hacer preguntas. El encargado del departamento aceptó su historia y, rápidamente, consultó una lista de orden alfabético, explicando que Nell C. O’Hanstrom tenía una caja de seguridad, si bien no había ninguna a nombre de Horstman, Pacific o Tajir Transportation.
Bianca le formuló una pregunta muy inteligente, que a mí me había pasado por alto.
—¿Autorizó la señorita Nell C. O’Hanstrom a otra persona a tener acceso a su caja de seguridad? —volviéndose a mí explicó—: Cuando mi madre poseía una, yo solía gozar de ese permiso.
Después de examinar los archivos, nos dijeron que un tal señor Wainwright, Howard K., tenía permiso para ser admitido al departamento a cualquier hora, poseyendo una llave. Esta información se relacionaba apretadamente con lo que yo ya conocía. Rosemary estuvo directamente unida a Wainwright, tanto en su vida personal como en sus negocios.
Sin embargo, todavía quedaba en pie otra pregunta. ¿Qué había en la caja de seguridad? Era posible que Rosemary o Wainwright hubiesen estado en el departamento poco antes de la muerte de la primera o la desaparición del segundo. Pero, puesto que yo tenía la llave de la caja en el bolsillo, decidí que no debía de ser así. Ella se hallaba demasiado asustada para guardar la llave y me la había entregado. Indudablemente, Wainwright poseía la segunda llave.
—¿Dónde vive ahora, Vic? —quiso saber Bianca, cuando estuvimos ya en la calle.
Moví la cabeza negativamente. Ella me cogió del brazo.
—Tiene razón. Es mejor que yo no lo sepa. ¿Puedo ayudarle en algo más?
Desde que habíamos salido del banco estaba considerando la posibilidad de abrir la caja de seguridad. Nos detuvimos al resguardo de un portal y, de nuevo gracias a mi bloc, le expliqué a Bianca que era peligroso que volviese a verme, pero que podría ayudarme por última vez si poseía alguna muestra de la escritura de Rosemary Martin.
Después de reflexionar un instante, replicó que tal vez hallaría unas notas o tarjetas que Rosemary había dejado olvidadas en su casa. Le pedí que me las enviase a la tercera zona, apartado de correos. Prometió hacerlo inmediatamente.
Aunque ya sabía que Rosemary Martin y Howard Wainwright poseían juntos una caja de seguridad, también estaba igualmente seguro de que yo tenía una en Nueva York. Existía la respuesta de la New Amsterdam Safe Box News para apoyar esta convicción, pues la petición de información se había efectuado a nombre de Pacific. De repente supe, con la misma seguridad, que Amar no había logrado hallar la respuesta al anuncio en el apartamento de Merkle. A éste le había el árabe propinado un golpe prematuramente, antes de que el otro tuviese oportunidad de revelarle el escondite, y el registro del apartamento no había dado resultado. Tal vez Merkle hubiese dejado la carta en la ferretería donde trabajaba. Si esto era exacto, la noche en que me tropecé con Amar en el apartamento de Wainwright, aquél estaba buscando la llave duplicada de Rosemary Martin, en poder de Wainwright, y no la llave de Victor Pacific.
Decidí que más adelante tendría tiempo de buscar mi propia caja de seguridad. Quizá si hallaba la respuesta a la de Rosemary Martin y Wainwright, encontraría mi propia respuesta. Ciertamente, entre los tres debía de existir una conexión directa.
Gran parte de la cuestión dependía de que yo fuese capaz de poder examinar la caja de seguridad a nombre de O'Hanstrom, pero no tenía el convencimiento de poder lograrlo.
Antes de conseguir ver al doctor Minor tuve que aguardar largo rato en el hospital. Finalmente, salió al pasillo y me estrechó la mano.
—¿Cómo está? —me preguntó.
—Muy bien —respondí con mi enronquecida voz.
Minor pareció tan contento como si yo fuese un papagayo amaestrado.
—Continúe así y aún acabará cantando en el Metropolitan.
Yo lo dudaba. Sin embargo, reí cortésmente, y al final formulé la pregunta que deseaba hacerle. Leyó mi nota y meditó breves instantes.
—Sí —respondió al fin—, parecía usted otro la noche que le trajeron. Lucía un bigote pequeño y bien cuidado, de corte militar. En el hospital no se permiten los bigotes, excepto a los pacientes que se los pueden cuidar por sí mismos, cosa que usted no podía hacer. Pero aún más importante, usted había perdido mucha sangre que le cubría el rostro y el cabello. En consecuencia, tuvimos que recortarle el pelo de la frente y las sienes.
Después de algunas frases más, comprendí que mi aspecto había cambiado gracias al afeitado del bigote y al corte de pelo, modalidad que había seguido conservando desde mi salida del hospital, aparte de la pérdida de peso. Aunque, a decir verdad, estaba ganando peso nuevamente, y ensanchando el pecho.
Bianca mantuvo su palabra, y no tardó mucho en enviarme por correo una carta que recogí al día siguiente. Adjuntaba dos notas breves de Rosemary, que ésta le había dirigido; en una le rogaba que no la aguardase levantada porque llegaría tarde, y en la otra hablaba de algo relacionado con un regalo de cumpleaños. Por suerte, había las suficientes palabras y letras para poder formar el nombre de Nell C. O’Hanstrom. En lo posible, comparé las letras y elegí las redactadas con más naturalidad. Luego, encargué fotocopias de las mismas, y recortando las letras, las pegué una junto a otra, hasta formar el nombre, las iniciales y el apellido. Lo malo fue que poseía una N y una H mayúsculas, pero ninguna C ni O.
Tras muchas pruebas, y gran pérdida de tiempo, escribí finalmente, y di mi aprobación, a una prueba del nombre, con todas las letras unidas, como habría hecho Rosemary. No puse la C inicial, pues no podía imitarla, y decidí correr el albur. Sin embargo, no podía prescindir de la O mayúscula, lo cual era una dificultad; eventualmente, seleccioné una O sencilla, ligeramente picuda por arriba.
Como Bianca había estado conmigo en el banco, y seguramente se acordarían de ella, no era aconsejable que me acompañase. Y no obstante, necesitaba ayuda. No podía confiar en nadie más, tal vez con exclusión de Margarita, la chica que me había llevado los cigarrillos de marijuana en el Hotel Castillo. Claro que no podía fiarme de ella, aunque quizá sí pudiese comprar su temporal fidelidad. Además, debido a sus actividades ilegales, vacilaría mucho en acudir a la policía. Finalmente, más concluyente aún, no podía pedírselo a nadie más. Ella me había dado su número de teléfono, y conseguí que un botones del Arena la llamase, pidiéndole que fuese a verme al hotel.