8
Nicolás se encontraba sentado en su despacho pensando en asuntos relacionados con el asesinato que estaba investigando, era todo tan sumamente raro que a priori no lograba encontrar una clave que le dijera ni siquiera por dónde empezar a investigar.
Quizá lo más lógica era investigar el círculo personal del director, para ver si alguien tenía la menor idea de por qué había acabado la vida del mismo en circunstancias tan aterradoras.
De repente, su teléfono móvil personal comenzó a sonar incesantemente, el número era desconocido para él, dudó varios instantes si coger la llamada o no, optó por sí hacerlo, quizá fuese importante.
—Al habla el Inspector Jefe Valdés —dijo al descolgar el móvil—, ¿en qué puedo ayudarle? —Inspector, soy Carolina Blanco, necesito que venga con mucha urgencia a mi casa.
—¿Ha ocurrido algo? ¿Le ha pasado algo? —el inspector se puso histérico de repente—, hace muy poco tiempo que la dejé en su piso y parecía estar dentro de lo que cabe bien, ¿se encuentra en peligro o algo parecido? —Sí, por favor, corra.
Tras decir esas palabras Carolina colgó el teléfono.
Nicolás salió corriendo a toda prisa a la calle y se montó en su Peugeot como una exhalación, puso encima de él la luz con la sirena, la conectó al mechero de su coche y avanzó a toda prisa por el centro de Madrid, esquivando coches como un suicida para llegar lo antes posible al edificio donde había dejado a la joven.
Cuando llegó a éste y, antes de subir al mismo, corrió apresuradamente donde estaba apostado el coche con los dos guardias en misión de vigilancia, cuando lo vieron llegar a toda prisa y con cara de preocupación, rápidamente bajaron la ventanilla del coche.
—¿Habéis visto algo o alguien fuera de lo común entrar o en los alrededores de la puerta del edificio? —preguntó sin ni siquiera saludarlos.
—Gente rara a los alrededores hemos visto mucha, esto es Madrid inspector y cada vez queda menos gente normal, pero si nos centramos en la gente que ha entrado o salido en el edificio, no, tan sólo una señora bastante mayor que llevaba unas bolsas de compra que transportaba con cierta dificultad —respondió uno de los agentes algo confuso—, ¿ha pasado algo?
—No sabría contestarles en estos momentos, la señorita Blanco me ha llamado muy preocupada diciéndome que se encuentra en peligro, así que vamos a subir y comprobar qué es lo que pasa, acompáñenme rápido.
Dicho esto los dos agentes se pusieron en marcha, salieron del coche a toda velocidad y los tres se dispusieron a comprobar cuál era el motivo de la llamada de la hija del director.
Nicolás llamó al portero automático, al número que le había dicho Carolina que vivía repetidas veces, sonó el zumbido que avisaba que la puerta estaba lista para ser abierta y éste la empujó con decisión.
Decidió no esperar al ascensor por si tardaba y subieron todo lo rápido que podían por las escaleras, cada segundo que transcurría podía ser muy valioso. Cuando llegaron al piso de Carolina, Nicolás ordenó que sacaran el arma y estuvieran con los cinco sentidos alerta a lo que pudiese pasar, seguidamente, tocó el timbre para intentar aparentar normalidad, por si había alguien dentro con la joven. Con miedo, Carolina los observó por la mirilla y abrió la puerta.
—¿Está usted bien señorita Blanco?, ¿qué ha pasado? —preguntó Nicolás sorprendido al ver que aparentemente todo parecía estar en orden.
—Todavía sí inspector, más tarde no lo sé, haga el favor de acompañarme dentro.
Nicolás ordenó a los dos policías que esperaran en la puerta con el ojo y el oído puesto a todo lo que se pudiera acontecer dentro o fuera de la casa, la chica parecía histérica y había que estar en guardia por si acaso.
Una vez dentro Carolina le dijo que lo siguiera hacia el estudio sin detenerse, Nicolás observó que aunque un poco más pequeño, el piso era casi idéntico al del director, se notaba que ella se había encargado de la decoración de los dos y casi al mismo tiempo. Cuando llegaron al estudio de Carolina, Nicolás vio la nota dispuesta encima de la mesa.
—Muy bien señorita —dijo mientras guardaba su arma de nuevo al comprobar que Carolina se encontraba sola en el inmueble—, dígame, ¿qué es lo que le ha hecho pensar que está usted en peligro? —Preguntó bastante escéptico, pensando que la joven había sufrido simplemente un ataque de pánico por lo vivido aquella tarde.
—He descifrado la nota.
Nicolás no podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Me está diciendo, que tengo un equipo de siete criptógrafos trabajando con ella, y usted en tan sólo 20 minutos ha conseguido descifrarla?
—En realidad no me ha llevado más de cinco minutos en encontrar el mensaje oculto.
Nicolás estaba deseoso de oír una explicación.
—Primero le explicaré cómo he logrado descifrarla, en verdad, todo era más fácil de lo que en un principio parecía. —Hizo una pequeña pausa—. Cuando era pequeña, mi padre y yo solíamos divertirnos escribiendo notas codificadas para reírnos de cosas que no queríamos que nadie supiera o simplemente para enfadar a mi hermana mayor, que no tenía ni idea nunca de lo que ponía en esos escritos —hizo otra pausa pues necesitaba toda la atención del inspector para explicarle el sistema usado por ambos para escribir—. El truco era bastante sencillo, dividíamos lo que habíamos escrito en una nota por palabras, como si no tuvieran nada que ver entre sí unas con otras, y poníamos a nuestro lado, sin que nadie se diera cuenta, un abecedario que nosotros mismos escribíamos a mano, sin «ch», «ll» y con la letra «ñ». Una vez hecho esto cogíamos una palabra y a su vez la dividíamos en letras. Le voy a poner un ejemplo, imaginemos que tenemos la palabra «hola», en ella podemos ver como tenemos cuatro letras, lo que hacíamos es sustituir la primera letra por la siguiente en el abecedario, es decir, la «h» por la «i» que es la que le precede. La segunda letra por la letra número dos de las que le seguían en el abecedario, es decir, la letra «o» la sustituíamos por la letra «q», la tercera letra por la número tres… así sucesivamente y al final obteníamos la palabra «iqñe», que significaba «hola» en nuestro particular idioma. Cuando iniciábamos una nueva palabra el contador de letras se ponía otra vez a cero, para así intentar evitar que el patrón que seguíamos fuese evidente a la vista.
Nicolás tenía en esos momentos los ojos abiertos como platos, por nada en el mundo le hubiese gustado que alguien lo hubiera visto con esa cara de pasmado que tenía en aquellos instantes.
Por fin se decidió a hablar.
—A ver, recapitulemos, ¿me está usted diciendo que el texto que aquí tenemos, que parece tan ilegible y complicado, ha usado ese sistema de codificación tan sumamente sencillo?, perdóneme pero ahora mismo estoy boquiabierto.
—Es sencillo una vez que se conoce, pero escapa a toda lógica criptológica, porque si se fija la misma letra «o» puede cambiar su sustituta según la posición en la que se encuentre en una palabra y por lo tanto no es tan fácil de relacionarlas, no siguen un patrón que sea lógico. Por eso a mi padre le encantaba usar este método de escritura conmigo, sabía que si no lo revelábamos, nadie podría descifrarlo nunca.
Nicolás no daba crédito e intentaba asimilar lo que Carolina le iba diciendo.
—Debo reconocer que me quedo boquiabierto, pero le doy mi enhorabuena por su trabajo y me postro sinceramente a sus pies, sé que es un momento muy difícil y complicado, pero sin duda usted está demostrando de qué está hecha por dentro.
—Gracias inspector Valdés, la verdad podría haberme dado cuenta de lo que era en el piso, pero como comprenderá no tenía la cabeza para acertijos en esos momentos, aunque si le soy sincera, sigo sin tenerla amueblada en su totalidad, pero algo más despejada sí que la tengo.
Pues sin más dilación déjeme la transcripción de la nota, necesito saber qué pone.
Carolina introdujo la mano en el bolsillo del pantalón y extrajo una nota escrita a bolígrafo. Se la entregó al inspector. Nicolás la leyó y no pudo evitar que un escalofrío recorriera su espalda.