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Una vez los dos salieron fuera del café, Carolina vio un Peugeot 407 de color gris impecable aparcado en la puerta con las luces de emergencia puestas, Carolina supuso que era del inspector y éste la animó a subir a él.
—¿A dónde pretende llevarme? —preguntó ésta llegando con su tono de voz casi a la histeria.
—Le ruego que monte por favor, le daré una explicación dentro del coche —dijo el inspector casi sin pestañear.
Carolina dudó durante casi medio minuto si subirse al coche del inspector o no, pero al final accedió y montó titubeante en el automóvil.
Todavía no había asimilado el porqué estaba sentada en aquel Peugeot, pues desde que el inspector le había dicho que lo que tenía que contarle estaba relacionado con su padre, su mente no había dejado de pensar y sobre todo de sentir auténtico pánico por lo que podía contarle aquél hombre.
Una vez sentada en el coche y mirando hacia el frente notó que un temor se apoderó de ella, que las palabras casi ni le salían de la boca.
—Qué… qué… ¿qué es lo que le ha pasado a mi padre? —por fin pudo hablar.
Nicolás la miró con gesto serio. Ese gesto no hizo más que acrecentar el miedo de Carolina.
—Señorita Blanco, créame cuando le digo que siento tener que ser yo quién le dé esta odiosa y horrible noticia —se detuvo un instante para tragar saliva y prosiguió— pero ha ocurrido algo terrible, han hallado el cuerpo sin vida de su padre dentro de su piso en el Paseo de La Castellana.
Sin saber muy bien de qué manera reaccionar, Carolina miró hacia adelante intentando digerir las palabras del inspector, ese hombre debía de estar loco.
—Pero… ¿cómo que han hallado a mi padre muerto? No puede ser, he hablado con él este mediodía, ¿qué le ha pasado?, ¿quién lo ha hallado muerto?
—Lo han hallado unos agentes que trabajan en mi comisaría, hace más o menos 1 hora.
—¿Lo ha hallado la policía?, ¿qué hacía la policía en la casa de mi padre?
—Señorita, présteme mucha atención en lo que le voy a decir, sé que es algo muy duro de escuchar, pero es importante que no pierda los nervios… a su padre lo han asesinado.
De repente todo el mundo hasta ahora conocido por Carolina se desvaneció en el interior del Peugeot, no podía creer las palabras que acababan de salir de la boca del inspector. No, tenía que ser una horrible pesadilla, no, no estaba en el coche con un completo desconocido que decía ser inspector jefe de la policía, no, no iba de camino al piso de su padre en el Paseo de la Castellana, no, su padre no estaba muerto, no, no lo habían asesinado, todo debía de ser un horrible sueño, el peor sueño sin duda de toda su vida. Cuanto más intentaba convencerse de que aquello no había sucedido, más se daba cuenta de que no era una pesadilla, por desgracia era la cruda realidad, y que sí, iba de camino a ver a su padre muerto.
El viaje hacia el piso de su padre tan sólo duró un instante, pero a ella eso le pareció eterno, en tan sólo cinco minutos de trayecto le habían asaltado infinidad de recuerdos, 27 años en los que siempre había tenido el apoyo incondicional de su padre para todo, incluso cuando tuvieron que superar la muerte de su madre y su hermana mayor en un trágico accidente de coche hacía ya 5 años.
Ella y su padre lo superaron juntos, con todo el amor que ambos se tenían, un amor que esa pérdida se dedicó a aumentar aún más.
Ella quería muchísimo a su padre, más que a nada en el mundo entero, además de que sentía un gran respeto por él al igual que muchísima gente en este país y gran parte del extranjero, y ahora nada de eso importaba ya, algún desalmado le había arrebatado a la persona que más quería y podría querer en su vida.
Una vez más intentó despertarse del terrible sueño, pero cuando apenas pudo asimilar que ya estaban cerca de la casa de su padre, ya se encontraba en la mismísima puerta del edificio.
Su padre, debido al alto cargo que ostentaba, poseía un lujoso apartamento de proporciones dantescas en una de las zonas más famosas de Madrid, el Paseo de la Castellana. Su piso, de 300 m2 era todo un homenaje al buen gusto, con muebles de diseño antiguo combinados perfectamente con los más modernos dándole un aspecto de lo más exquisito según en la estancia en la que te encontraras en ese momento. Cientos de libros poblaban sus gigantescas estanterías, libros de todo tipo y catalogados rigurosamente por una base de datos que tenía su padre en el ordenador que le había diseñado el informático del museo. Había libros de historia, de arte, de arqueología, novelas, biografías… Incluso había libros antiquísimos que estaban llenos de polvo pero que su padre no quería que limpiara, según decía, perdían su esencia.
Su padre era todo un apasionado de la lectura y a ella se lo había contagiado desde muy pequeña. —Carolina, tienes que leer mucho más— le decía su padre mientras ella se dedicaba a jugar con sus muñecas.
—Jolín papi, leer es aburrido, me gusta más jugar con mis muñecas imaginando que soy su mamá y cuidándolas —respondía ella con cara angelical.
—Pero mi niña, si leer es como un juego, qué digo, es mucho mejor que jugar, puedes leer libros en los que de repente, eres una princesa que vive en un castillo lejano y viene un príncipe a rescatarla, o si te gusta más, eres una niña detective que resuelve casos muy importantes con la ayuda de un perro policía.
—¿De verdad que es como un juego? —Preguntó ella no demasiado convencida y levantando una ceja—. ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo mi niña, pronto descubrirás que en cada libro hay una nueva aventura y que si quieres, puedes vivirla en tu cuarto tan solo utilizando tu imaginación.
A partir de ese momento comenzó su afición en la cual no podía acostarse ni una sola noche sin leer y en la que un libro le podía durar 2 ó 3 días como mucho.
Antes de entrar en el edificio, Carolina recordó la de veces que había pasado por ese portal en los últimos cinco años, quizá había entrado más en este inmueble que en su propia casa durante ese tiempo, pero no consentía que su padre se sintiese solo bajo ningún concepto. La muerte de su madre lo había afectado mucho y, aunque no lo reconocía, Carolina sabía que en lo más profundo de su ser, su padre lloraba todos los días esa pérdida.
Quizá todos esos pensamientos ya no importaban, pero la hacían estar más cerca de su padre, aunque la realidad le dijo que él estaba realmente cerca de ella, tan cerca que tan sólo se encontraba dos plantas más arriba.